Alberto Montero (Fabra I Coats) Barcelona 23/02/19

Se quedó buena noche en Barcelona. Una aire fresco acompañaba a salir a la calle, echar unas cañas, hablar con tu gente en una terraza, y luego ir a ver a Alberto Montero. Tenía ganas de verle en directo, era mi primera vez, y este era un directo, además, especial porque era su adiós a una ciudad, Barcelona, que lo ha acogido durante diez años. El de Puerto De Sagunto emigra de nuevo a su Valencia. Siempre en tierra de nadie, como su música.

Llevo el iPod puesto con su La Catedral Sumergida, más que nada por ponerme en ambiente, disco que, estoy seguro, se recordará de aquí unos años como uno de los discos pop más arriesgados de la década. Un álbum en donde Montero actúa como funambulista kamikaze en pos de su particular opus magnum con el que ser recordado. Unos surcos maravillosos con referencias a Debussy y las extrañas escalas pentatónicas, a la mitología griega y a Henry Mancini, a Fellini y a Rufus Wainwright, al rock progresivo y, fundamentalmente a la Biblia, pero sobretodo un trabajo en el que se desnuda y nos hace partícipe de su particular acto de redención. El Arte como espejo en el que reflejarse, como perfomance pagana en la que delinear un marco de referencia con el oyente y tu yo. Siempre planteando un juego de espejos y monstruos en el que Alberto Montero es una especie de Demiurgo arcano.

Llego a Fabra i Coats, un emplazamiento multidisciplinar adecuado por su cuidada sonoridad para los conciertos, y además uno de los espacios en donde es fácil eludir la Barcelona más chic de los selfies e instagramers y adictos al like. Llego y veo caras conocidas. A lo lejos saludo a Alberto y charlamos un rato, y le deseo suerte. Me pido una cerveza. El público es muy variopinto: desde gente de avanzada edad hasta parejas con niños, pasando por una simpática abuela con una nieta con la que entablé (con la nieta, una niña negra de pelo ralo y mirada penetrante) un curioso diálogo off the record. Me alegra que el publico de Montero sea así, y no me pregunten por qué.

Antes del concierto se proyectó un respetuoso y bonito documental low cost sobre la gestación de “La Catedral Sumergida”. Un film de bajo presupuesto en el que Alberto y los demás participes de esta obra van opinando, y ofrecen una suerte de panorámica del significado musical, estético y ético de esta obra. La niña de pelo ralo, sentada en los regazos de su abuela se gira y me mira. Me enseña su móvil, y busca mi complicidad mientras me enseña una pantalla llena de emojis. Poco después me musita un ¿cuándo sale la música? Le contenté que pronto.

Acaba el documental y acto seguido sale la gran banda que interpretará los envolventes y abisales sonidos de esta ofrenda pop. Montero al piano y a la acústica, una sección de cuerda integrada por Laura Amanda Agustí y Blanca Garví al violín, Sergio Sánchez a la viola, Adrián González al cello, más Román Gil ( gran trabajo punteando y dotando de mayor músculo alguna partitura) a la guitarra, Xavi Muñoz al bajo y sintes, y Marcos Junquera a las baquetas. Todos en sus puestos y se abre un telón imaginario en el que dejar volar tu imaginación. Por momentos no quería que nada se interpusiese entre la hermosa música que salía de ese escenario improvisado y mis sentidos. Cerraba los ojos a intervalos, y la banda tocó en secuenciación idéntica todo el álbum, con un Montero estupendo en su faceta de crooner del abismo entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Las escalas en las que no llegaba su voz, él se las apañó para pervertir con artimañas el pentagrama, y el sol alumbró cada recoveco de una sala llena y en silencio sepulcral. Era una especie de misa, sí, una misa que actuaba de acicate para ayudarnos a vislumbrar mil y una epopeyas. Aplausos. La niña de los emojis le dio por bailar como una bailarina de esas que salen de las cajas de música antiguas. Era su agradecimiento a la ovación. Los músicos volvieron a tocar un par de bises maravillosos: “Ayer De La Tierra” y “Viajeros” del anterior disco “Arco Mediterráneo”. Glorioso. Me fui con la sensación de que la Belleza no podía ser otra cosa más que eso que había oído. Eso, y los ojos de la niña de pelo ralo y emojis sonrientes.

Foto Alberto Montero Facebook

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