ConciertosCrónicas

Miguel Ríos (Teatro De La Axerquía) Córdoba 13/07/19

No, lo de que una retirada a tiempo es una victoria no sirve para todo el mundo. A lo mejor lo de que hay resurrecciones eternas puede que sirva para describir algunas trayectorias artísticas que por mucho que se empeñen en dosificarse o incluso desvanecerse definitivamente, perduran tanto en la memoria colectiva que resulta a todas luces imposible distinguir el momento exacto en que se produjo el fatídico e hipotético adiós. En el caso de Miguel Ríos, un nombre tan relevante, una figura tan imprescindible y un músico con tanto marchamo de eternidad decir que pocos esperaban un retorno tan acertado es lo mismo que creerse las propias mentiras. Era imposible que el padre del rock español, la voz más dúctil salida de dominios nazaríes para el mundo entero y uno de los luchadores más prolíficos y entregados a la causa, decidiera recluirse durante demasiado tiempo sin obsequiarnos aunque fuese con una nueva dosis de su vieja receta, que escuchada en el formato actual suena tan fresca o más que de costumbre y debe aplicarse sin miedo al empacho cada cierto tiempo en aras de la preservación de un patrimonio musical de dimensiones heroicas.

El proyecto Symphonic Ríos no innova en formas pero sí en fondo, pues traslada a otra dimensión el racimo de clásicos intergeneracionales que el mítico solista (nunca se le ha visto con una sola guitarra en el escenario, ni falta que le ha hecho) legó a la historia, rotándolos entre discursos de apoyo a la causa feminista –necesario su alegato previo a “No estás sola”-, homenajes nada velados a su preciosa tierra –“Boabdil el chico” y “Vuelvo a Granada” son parte de la idiosincrasia sonora de Granada- y sinceros respetos a la gente que vela por nuestro bienestar, y no habla precisamente de políticos –“Todo a pulmón”, con el fondo orquestal, impresiona más que nunca-. La banda de atrás, dirigida por Carlos Checa y formada por más de medio centenar de músicos, es el colchón y soporte insospechado para que la de delante, los bautizados como Black Betty Boys, no regateen esfuerzos y revisiten sin el menor tinte de nostalgia maravillas como “Directo al corazón”, “Reina de la noche” o “Un caballo llamado muerte”. ¿Quién puede negarse a escuchar en directo canciones de tal calibre, máxime cuando sospechábamos que no las volveríamos a oír de boca de su intérprete? Un Ríos nada ajado vocalmente, con el habitual manejo de los tiempos y con supuestos problemas de próstata incluidos, que recibe con agradecimiento de adolescente los piropos de las féminas y recuerda que el emplazamiento donde esa noche está tocando, el imponente Teatro de la Axerquía, fue una voz conocido como “la cuesta de los quemados”, por lo que decide rebautizar a su banda momentáneamente con dicho pseudónimo. Juega a ser niño de nuevo, a reverdecer lujurias en “El río”, a proclamar sumisión a la naturaleza en “Antinuclear”, a travestirse de astrónomo imposible en “El sueño espacial” y a volver a imaginar un país en el que él fue el rey y donde la gente incluso escuchaba música e iba a conciertos en “El rock de una noche de verano”. Muy mítico, muy importante, muy a cuento siempre.

En esta gira que dosifica sabiamente porque 75 años son ya muchos años, sobre todo cuando se han exprimido tan bien, la cosa empieza de la misma forma que la anterior con la que se despidió del mundanal ruido, ahora sabemos que momentáneamente. “Memorias de la carretera” es un compendio autorreferencial de las sensaciones acumuladas en casi seis décadas de carrera, que se dice bien pronto, y para cuando “Bienvenidos” atrona en su nuevo traje sinfónico, 3.500 personas están ya debidamente entregadas a su presencia. Jose Nortes, el guitarrista y responsable de su última encarnación en estudio y en directo, comanda el grupo completado por Luis Prado, tremendo teclista de largo recorrido con su banda Sr. Mostaza y recientemente recuperado tras su aventura como miembro de Tequila (su “Estoy gordo” mientras el maestro se ausenta por unos minutos sonó más a frikada en el contexto del concierto que como la gran canción que en verdad es), Javier Sáiz como bajista y Carlos Gamón en la batería. Ningún recién llegado, hay que decirlo. Si le añadimos algún que otro solo de violín, clarinete, y unos arreglos ensamblados a la perfección la fórmula consigue la conexión perfecta con el espectador, especialmente en el maravilloso “Blues del autobús”. Por derecho propio y por si hacía falta recordar que estábamos ante uno de los pioneros del advenimiento del rock and roll, el de verdad, en estas latitudes hoy tan contaminadas acústicamente, él solito se las apaña para poner en el mapa de los sentimientos una serie de clásicos de ese sonido que cambió el curso de la historia a mediados de los cincuenta. Así, con “Rock around the clock”, “Roll over Beethoven” y demás mandanga cierra una puerta que inmediatamente reabre con la sorprendente “En la frontera”, un tema infravalorado en su día, y la inconmensurable “Santa Lucía”, que por si alguien aún no lo sabe tampoco la escribió él, sino un argentino de vago e injusto recuerdo llamado Roque Narvaja al que ensombreció el brío con el que el tío Miguel la situó en la lista de himnos imprescindibles. Aunque estaba claro incluso antes de empezar que el culmen llegaría con el “Himno a la alegría” del alemán Schiller, un poeta alemán del siglo XIX que tuvo a bien adaptar lo que otro paisano sordo tradujo en la inmortal “Novena sinfonía”. Una forma de unir para siempre corazones y almas que de no ser por la comunión que ofrece la música permanecerían separadas hasta la eternidad. No puede ni debe pasar el tiempo por una canción así de bella.

Decir que los grandes no deben morirse nunca es redundar en lo ya sabido. Afirmar con rotundidad que algunos de esos grandes nos sobrevivirán en el tiempo y el recuerdo también es reformular una verdad universal. En la nueva encarnación del enorme Miguel Ríos, el mal llamado “abuelo” (una palabra a menudo poco definitoria incluso de la edad en cuestión) del rock español, los parabienes por su excelente estado de salud artística y la lucidez con que ha sido capaz de reinventarse tienen mucho que ver con lo apuntado al inicio de esta crónica: No hay adiós posible para quien tiene la obligación de quedarse hasta el final. Y ojalá que este aún esté lejano.

Fotos: Raisa McCartney

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