Entrevista: Nando Cruz

Rechazar otras músicas era el desprecio del ignorante, algo muy característico del adolescente y que el indie ejerció hasta extremos ridículos

Hace pocos días de hablábamos de Pequeño Circo: Historia Oral del Indie en España (Contra) uno de los libros musicales más interesantes de los publicados esta temporada. Una guía imprescindible para echar la vista atrás y conocer el nacimiento de un movimiento que surgió ahora hace 20 años y se mantiene vivo en nuestros días.

El periodista Nando Cruz ha realizado más de cien entrevistas a un representativo número de los actores que de un modo u otro participaron en dicha eclosión y las ha agrupado dándoles la palabra para narrar en primera persona sus impresiones.

Estamos ante la obra definitiva sobre nuestra escena musical independiente y hemos querido conocer de boca de su autor, algunas de sus opiniones sobre los temas que se tratan en ella. Puedes consultarlas en esta extensa, pero interesante charla.

Así que dale al play de esta lista de Spotify que hemos preparado para la ocasión y recuerda con nosotros:

El llamado «indie» nació en los 90, pero sigue vivo hoy en día ya que todos sus protagonistas continúan vinculados a la escena. ¿No fue aquello un catalizador que continúa dando sus frutos? ¿Qué lo mantiene vivo?

La escena de los 90 fue el origen de muchas de las cosas que tenemos hoy. De hecho, buena parte de la gente que hoy ocupa puestos importantes en sellos, agencias de management, promotoras y festivales empezaba en los 90 a montar sus pequeños negocios o a tocar en grupos. Pero creo que, un poco como pasó con la primera independencia española de finales de los 70 y principios de los 80, la cosa ha ido derivando de tal modo que lo que hoy tenemos no se parece en nada a lo que se pretendía construir al principio de los 90. Y creo, de hecho, que muchos de los males de hoy son derivados de las difusas intenciones el indie de los 90: esa confusión entre lo amateur y el no acordarse de cobrar/pagar, ese amiguismo entre artistas y prensa que fomentó un periodismo tan poco crítico, esa incapacidad para crear canales verdaderamente alternativos, esa obsesión por las formas y nunca por el fondo, esa indeterminación a la hora de posicionarse en la sociedad o de entablar vínculos directos con el público que hace que hoy la mayoría del circuito sólo pueda existir gracias a subvenciones y patrocinios…

¿Qué lo mantiene vivo? Me temo que el indie sigue vivo porque no ha aparecido nada suficientemente diferente y capaz de barrerlo; cualquier sonido, por acústico o electrónico que sea, acaba siendo engullido por ese magma indefinible que es lo indie. Y porque los medios están copados por periodistas que crecimos en esa época y nos quedamos estancados en ese campo sonoro. Por otro lado, y volviendo a los patrocinios y subvenciones, creo que el indie ha encajado muy bien en los despachos y que gracias al dinero público y privado sigue cabalgando a sus anchas porque es una música que conecta con los treintañeros de clase media con cierto poder adquisitivo, por mucho que demográficamente representen un porcentaje muy diminuto de la sociedad española.

Si existe hoy un indie genuino en España no es el de esos grupos que, como dice Fernando Alfaro, hacen «música de festivales», sino en sellos minúsculos que funcionan al margen de ese falso circuito alternativo cuyos cimientos están en el indie de los años 90… aunque en muchos casos estén reproduciendo los mismos esquemas musicales que los grupos de los 90.
 
¿Y que sigamos un poco anclados ahí, significa que no hay evolución? Porque claramente podemos destacar la escena de los 70, la de los 80, los 90… pero de 1999 a 2015 no se viene haciendo un poco lo mismo?

Me remito un poco a la respuesta anterior. Lo indie se ha convertido en un saco donde caben infinidad de subtendencias, la mayoría de las cuales van a redundar en esa música hecha con guitarras por y para gente blanca. Por supuesto que hay otras músicas fuera de este margen tan restrictivo, pero los medios no les prestamos suficiente atención porque nos movemos con esa actitud «un pasito palante un pasito patrás» con la que pretendemos  encontrar algo que nos parezca nuevo pero que al mismo tiempo nos resulte algo familiar. Y eso nos aboca irremisiblemente a la retromanía anglófila.

Pero para poder asegurar que se sigue haciendo lo mismo que en los 90 habría que mirar más allá de la música con la que nos sentimos cómodos (música para gente más joven, músicas ajenas al circuito europeo y yanqui, músicas de otras latitudes que ni siquiera pasan por las manos de la industria) y demostrarlo. Una cosa es que no haya música innovadora y otra que no llegue música innovadora a nuestros acomodados oídos. Tampoco es que me obsesione demasiado la innovación ni la originalidad, pero, desde luego, esa industria independiente que tiene absolutamente colapsada la prensa musical a base de hiperproducción, no nos facilita a mirar en otras direcciones. Quizá habría que desprenderse de este falso filtro.
 
Algunos de los que nacimos a principios de los 70 o finales de los 60 vivimos esa época comprando los discos que ponían en Radio 3, o que leíamos en Rockdelux, Spiral, Mondo Sonoro o NME y Melody Maker (si llegaban a nuestras manos). Nos gustaba pertenecer a aquello y estábamos orgullosos de sentirnos minoritarios. ¿Qué fue lo que nos unió?

Cada cual tendría sus razones, pero planeaba en el ambiente ese rechazo al pop-rock español de los años 80. Es normal que de joven te quieras definir en base a tus filias y fobias y entonces despreciar a Tam Tam Go! te definía tanto como tu admirar a Los Planetas o a Penelope Trip. A falta de una formación cultural y una estructura mental más completa, los jóvenes se definen a través de sus gustos. Sigue pasando. El problema llega cuando cumples 40 y aún te defines en base a tus gustos.

En esa época también había otro asunto «identitario»: aquella militancia indie que pasaba por apoyar sellos y grupos independientes porque tenían unos ideales más de izquierdas o a la contra de las grandes corporaciones. Era un poco como ir con David en vez de con Goliat. Con los años, claro, ves que no todo era tan así y que incluso la forma de entender el do it yourself en la España de los 90 tenía sus lagunas y contradicciones.

Se habla de lo pijo que se veía al movimiento desde fuera. En Madrid, recuerdo que aparte de lo musical, el ambiente que se respiraba en sitios como la sala Maravillas era el mismo que había en Oh! Madrid, templo del pijismo de la capital una década antes. Miradas inquisitivas, exclusividad… Hasta el mismo subidón cuando sonaban el «Leave Home» de Chemical Brothers en una, que cuando lo hacía el «Sunday Bloody Sunday» de U2 en la otra. Solo faltaba que miraran en la puerta si alguien llevaba calcetines blancos para no dejarle pasar. Esta tontería exclusivista con el paso de los años suena ridícula, pero ¿qué la motivaba?

Hablo mucho de este asunto exclusivista con otra gente y no acabo de llegar a una conclusión clara. Tengo amigos que sostienen que cualquier género, desde el be-bop hasta el flamenco, tiene ese punto elitista y exclusivista y que el indie no es una excepción. En mi libro, Jaime Gonzalo dice que los indies eran igual de elitistas que los progres de los 70 que tenían discos de Lou Reed porque se los compraban en Andorra. Mi teoría es que el heavy o el rapero, siguiendo esos mismos procesos para llegar a la música que lo identifica, se siente distinto, pero no superior. Y que el indie sí se sentía superior al resto por el hecho de controlar la discografía de Sonic Youth. Pero es una sensación más que un hecho demostrable, así que por ahora lo dejo ahí. Aunque, sí, como bien dices, era y es muy ridícula.

En cualquier caso, el acceso a un tipo de música que no está disponible en todas las tiendas, que no suena en las emisoras comerciales y que solo puedes conocer leyendo prensa especializada implica unas dificultades y conseguir esos discos te hace sentir especial, distinto, más «enterado».
 
Me chocó leer a Diego Manrique hablando de la sordera de esta escena ante otras propuestas coetáneas por pertenecer a otros estilos y ser sistemáticamente rechazadas. ¿El hecho de ser de otra generación (anterior como la suya o posterior) podría ayudar a verlo con otra perspectiva? ¿Estamos ante algo puramente generacional?
 
El indie, claro, era una escena con unos rasgos generacionales muy marcados. Todo lo ligeramente anterior, y más si estaba cantado en castellano, era despreciado. El problema es que aquella fue una escena especialmente corta de miras. Su cultura musical se basaba en tres o cuatro referentes (Pixies, Jesus & Mary Chain, Lemoneads, Sonic Youth…) a partir de los cuales empezaba una carrera por conseguir la mayor cantidad de artistas de la misma onda o simplemente idénticos. Ni siquiera coetáneos de esa época que escapasen del rock distorsionado (pienso en Sepultura o Mano Negra) eran bien vistos.

Con la llegada de la electrónica hubo una ligera apertura de miras, pero Manrique tiene toda la razón cuando dice que el indie español era una escena que avanzaba con orejeras. Y no solo eran orejeras generacionales. Se sentían tan reforzados por sus gustos, por su fonoteca y por conocer a los 2.369 grupos que hacían pop distorsionado que no les interesaba escuchar lo que sonaba en el bar de al lado. Era el desprecio del ignorante, algo muy característico del adolescente y que el indie ejerció hasta extremos ridículos.

Muchas voces en el libro hablan de altos porcentajes de música que se hizo entonces que tirarían directamente a la basura. Algunos más de un 90%. ¿Es una nueva pose diferenciarse de todo aquello o es que realmente todo fue tan malo? (porque no todos pensamos así).

Habría que preguntar a cada cual si lo piensa sinceramente o lo dice para enterrar de una vez aquella generación. A mí también me ha sorprendido lo severos que son muchos de los entrevistados cuando hablan de sus propios discos y de la escena indie de los 90 en general.

Puedo llegar a entender que a quienes no la vivieran entonces les sorprenda alguna opinión porque tienen en mente diez o veinte discos memorables, pero los que se tragaron toda la década, con sus singles de The Mikeas, sus artículos de dos páginas de Guedeon Della y sus conciertos de grupos con nombres como Napkin´ Thorns, saben que se publicaron infinidad de discos infumables. Maquetas que, debido al alegre contexto, se convertían en disco sin merecimiento.

Pocos años antes algunas bandas de corte similar que también aparecen en el texto, ponían la primera piedra: Surfin´ Bichos, Cancer Moon, Lagartija Nick, La Granja, Corcobado, 091,… en muchos casos no se consideran una inspiración ni padres de nada. ¿Fue este el comienzo del indie en España, o dónde lo sitúas tú exactamente?

Es imposible establecer un inicio cronológico a algo tan difuso geográfica y conceptualmente como el indie español, pero en un primer borrador del libro, el primer capítulo iba a ser la primera gira española de Sonic Youth, la otoño del 1988, porque el concierto barcelonés lo organizó Rockdelux, el de Madrid lo grabó Íñigo Pastor para publicar un single en el fanzine La herencia de los Munster y en el de Vitoria se conocieron Cancer Moon. Corcobado fue el telonero de aquella gira con su grupo Demonios Tus Ojos y entre el público había gente de Parkinson DC, Patrullero Mancuso y Aventuras de Kirlian. Parece claro que algo activó aquella gira.

Muchos de los grupos que mencionas no se sienten conectados para nada con la escena indie de los 90, pero El Inquilino admiraban a Cancer Moon, Los Planetas no serían lo que son sin los consejos de Lagartija Nick y se dieron a conocer más allá de Granada compartiendo escenario con Surfin´ Bichos. Y aunque casi ningún indie se declare fan de Sex Museum, ellos publicaron el primer álbum independiente de esa hornada y declararon la guerra a la movida desde Malasaña. Muchos de esos grupos de final de los 80 y principio de los 90 hicieron de bisagra entre la movida y el indie.

Me parece muy acertada forma en la que divides la escena en distintas provincias y focos en el libro, ayuda a entender el germen de todo, pero quizá para quienes no la conocieran y lo lean ahora de nuevas, les chocará que propuestas tan antagónicas se situaran bajo un mismo paraguas. En algunos casos puede entenderse cierto compadreo entre bandas, pero en otros… ¿Qué fue lo que les unió a todos para querer formar parte de lo mismo?

Su devoción por la música independiente inglesa y americana, su desinterés por la música que se hacía en España, sus ganas de pasarlo bien… Lo que les unió, en definitiva, fueron sus gustos musicales. Y eso es algo bastante endeble sobre lo que construir algo más que una moda pasajera.
 
Por otro lado, vemos que medios como Spiral tenían instrucciones de alabar cualquier cosa con esta etiqueta, Julio Ruiz afirma que su consigna era no hablar mal de nadie. Rockdelux peca de haberse centrado demasiado en ese movimiento… ¿Cómo es posible que la prensa especializada igualmente se conjugara en torno a lo mismo sin ver más allá?

Porque la prensa indie y los grupos indies éramos prácticamente lo mismo y luego fue aún peor cuando gente de sellos y hasta músicos escribían en las revistas. La «separación de poderes» no existía. Y aún menos, una actitud crítica.

El capítulo del libro sobre la prensa retrata ese clima de amiguismo, favores y benevolencia. La máxima era construir una escena, una escena en la que los sellos pudiesen vender sus discos y las revistas pudieran ejercer su papel de gurús. Los periodistas estábamos tan metidos en esa burbuja que apenas veíamos o queríamos ver más allá de nuestras narices. Esto no quiere decir que no se valorasen negativamente discos indies o que no escuchásemos otras músicas, pero hinchamos la burbuja del indie de una forma desmedida. Y, con el tiempo, la propia burbuja indie engulliría a la prensa hasta anularla como espacio de cuestionamiento, crítica y debate.
 
Cosas así hacen pensar que el indie de los 90 fue una burbuja. ¿Qué fue lo que la pinchó?

¡Nadie la pinchó! ¡Se sigue hinchando! Los grupos que no lo vieron claro desaparecieron a las primeras de cambio, pero el indie evolucionó, se aclimató al contexto neoliberal, limó algunas aristas sonoras y hoy es la banda sonora cool del consumismo de los treintañeros de clase media.

El indie es la música en la que invierte Movistar, Estrella Damm, Ray-Ban, la que suena de fondo en los anuncios, en el Carrusel Deportivo de la Ser… Y el festival, en tanto que escaparate definitivo de este tipo de música, es un espacio publicitario más: como la Fórmula-1, la Champions o los X Games.
 
Es innegable el papel del FIB como amplificador de ese movimiento con la ayuda de ciertos medios con Radio 3 a la cabeza, pero ¿no resulta paradójico que el festival permitiera que a estas bandas las vieran muchas personas cuando realmente se sentían más «auténticos» cuando congregaban a unas pocas decenas de privilegiados?

Fui bastantes años a Benicàssim y los únicos grupos que tenían tantos espectadores en los 90 eran los extranjeros. Españoles, sólo Los Planetas, Sexy Sadie, La Habitación Roja y alguno más. El resto tocaban a las seis de la tarde bajo un sol de justicia y sin apenas público o en carpas bastante vacías. No sé si todos se sentían más auténticos tocando para veinte «privilegiados», pero si era realmente así y se lo explicas hoy a una persona normal (no indie) se meará de la risa. Y, en cualquier caso, no habría mejor forma de definir el esnobismo y el elitismo que explicar esta actitud.
 
De nuevo la paradoja del éxito. El del FIB, de Los Planetas, de Dover, la inclusión de algunos de sus himnos en publicidad,… terminaron por convertirlo en algo conocido por el gran público. ¿Fue algo beneficioso o todo lo contrario?

Para grupos como Australian Blonde fue su tumba porque perdieron al público indie y no lograron llegar al gran público. Al gran público solo llegó Dover y, en muy muy muy menor medida, Los Planetas. El resto, por muchos anuncios y películas en los que colaran sus canciones jamás pasó de las 20.000 copias mientras los artistas realmente vendedores de esa época llegaban al millón. Para muchos grupos, la publicidad solo fue un espejismo tras el cual seguían igual de pobres y, encima, sin prestigio indie.
 
En el libro también abundan las puñaladas entre unos y otros, además de algunos ataques bastante duros. ¿Has tenido que omitir alguna declaración delicada o que se pasara de la raya?

A todos los entrevistados les dije que esto era una historia oral así que si ellos eran conscientes de que podía transcribir literalmente sus respuestas, yo no tenía por qué censurarlas o suavizarlas. No he querido omitir nada que hayan dicho, a menos que fuese algo imposible de demostrar, algo que implicase a terceras personas que no se pudieran defender o algo que he comprobado que era mentira. Y aún así, alguna mentira me han colado.
 
Como la trifulca en un medio público como Radio 3 entre Ordovás y Julio Ruiz que fue un poco lamentable y contado por ellos sigue sin tener demasiada justificación… ¿Los directores de la época no debieron atajar eso de raíz o al menos intentar sumar desde distintos focos para ayudar a las bandas?

Desde luego, es uno de los capítulos más tristes del libro, pero tanto Julio como Ordovás aprovecharon los primeros minutos de sus respectivas entrevistas para rajar del otro… ¡cuando yo aún no les había preguntado por ese tema! Es un ejemplo, quizás extremo, de cómo en el indie no triunfó mucho la cooperación, sino la lucha de egos y el individualismo.
 
Loquillo me dijo hace unos días que el gran error del indie fue «matar al padre» renegando de la movida y todo lo anterior en un primer momento, a pesar de que ahora se venera desde el mismo lado a Ilegales, Jaime Urrutia, Alaska, Germán Coppini y tantos otros. ¿El paso del tiempo ha hecho a las bandas independientes más abiertas de oídos?

Que Loquillo siga dando entrevistas demuestra que el indie no mató al padre. Algunos de esos grupos indies eran fans de Nacha Pop, Gabinete, Aviador Dro, Ilegales… Lo que pasa es que entonces no estaba bien visto reconocerlo: había que decir que te gustaban los Pixies y Swervedriver, aunque también es cierto que a principio de los 90 esos grupos españoles o ya no existían o estaban creativamente muy de capa caída.

En mi opinión, el indie fue un falso enemigo de la movida; más bien un sobrinito que se creía más moderno porque estudió inglés. Yo lo veo como una segunda parte de la movida: más limitada en sus influencias, más justita en obras destacables e infinitamente menos popular, pero con unas dosis similares de anglofilia, hedonismo, falsa contraculturalidad…
 
El indie convivió con el britpop y el grunge, ¿Ves alguna conexión entre estos estilos?

El indie español es anglófilo por definición. ¡La etiqueta es un anglicismo! El britpop barrió por completo aquella música independiente inglesa de finales de los 80 que además de unas formas experimentales tenía un fondo y una intención política e impuso un divertimento retromaníaco y fue una carrera por ascender a la primera división del mainstream. Benicàssim fue el escaparate español del britpop y en cierto modo el indie español quiso hacer lo mismo: anteponer el calco a la experimentación y colarse en los grandes medios de comunicación. Pero así como la prensa fue muy receptiva, ni la radiofórmula ni la televisión le hicieron el menos caso, de modo que aquí no tuvimos ni a unos Oasis ni a unos Blur.

Respecto al grunge, siempre se dijo que Dover fue la réplica tardía a Nirvana. Pero el grunge que triunfó en España ya fue el más metalero (el de Soundgarden y Alice In Chains, más que el de Tad y Mudhoney) y vivió en un mundo algo paralelo al indie porque los públicos eran distintos. Solo Nirvana, por tener melodías más pop, sonaba más en las discotecas indies y aun así era percibido por los indies más canónicos como un grupo vulgar y unos imitadores de los Pixies. En Rockdelux mismo, no se los tomaron en serio hasta que Kurt Cobain se pegó un tiro.
 
Algunas voces, Lenore entre otras (con quien charlamos largo y tendido sobre su último libro) insiste en hablar de falta de compromiso político en la escena. ¿Crees realmente ese compromiso hubiera beneficiado en algo a esos grupos?

¡Mal asunto si hubiesen tenido más compromiso político pensando que así las cosas les hubiese ido mejor! Lo que es evidente es que sintonizar con la realidad en la que vives hace que el público pueda conectar más contigo, mientras que el escapismo críptico y el cantar en un idioma extranjero puede poner demasiadas trabas entre músico y público, como así quedó demostrado mayoritariamente en el indie de los 90.

No querer conectar con el público no es un pecado, pero tiene unas consecuencias; entre ellas, que tu música no será popular en el sentido más estricto del término y que además puedes caer en el elitismo. Ser minoritario tampoco es un pecado en sí mismo, pero es algo muy fácil de medir y durante muchos años ha dado la sensación, por culpa de la sobredimensión de que ha gozado en los medios de comunicación, de que el indie tuvo más impacto social del que realmente tuvo. Incluso hoy es una música omnipresente que, en realidad, interesa a muy poca gente.
 
Muchas gracias por todo.

Muchísimas gracias a ti, Manuel

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