Neil Young & Crazy Horse – Colorado (Reprise Records)

Todo artista transita durante su carrera por períodos de pérdida de orientación. Etapas confusas en que la creatividad parece haberse esfumado y cada paso que emprende el sujeto en cuestión se asemeja a un golpe de palo de ciego en busca de la dirección correcta.

Ni siquiera alguien tan inmenso, con una carrera tan vasta e influyente como la de Neil Young, es ajeno a esas etapas. Sus años ochenta, en el siglo pasado, no fueron precisamente un dechado de buenas ideas. Hasta que llegó Freedom, en 1989, su producción discográfica en la década consistió en una serie de discos inconexos, en los que no faltaron destellos de su maestría, pero no acabaron de convencer a nadie. Y en mi opinión, en los años que van desde más o menos mediados de la pasada década hasta nuestros días, le ha pasado tres cuartos de lo mismo.

Todos esos discos lo-fi, como Le Noise o Americana, de recuperación de canciones antiguas, como Chrome Dreams II, experimentos bienintencionados pero fallidos, como Living With War o intentos de rejuvenecimiento con una banda novel como Promise Of The Real, no han representado más que constataciones de una sequía creativa, que probablemente al igual que la anterior, haya tenido su origen en diversos problemas personales, en este caso su divorcio de la que ha sido su compañera toda la vida, Peggy Young, y su enamoramiento y posterior boda con la actriz Daryll Hannah.

Todo esto se ha traducido en un largo período de tiempo durante el cual el canadiense ha entregado, uno tras otro y sin prácticamente respiro, álbumes que le mostraban tan prolífico y desinhibido como siempre, pero falto de la musa necesaria para que ello derivara en una producción a la altura de su legendario legado. Y eso, tal como está el patio, causaba que todos sus seguidores esperáramos con ansia ese gran disco que nos reconciliara con él antes de que le diera por morirse. Un regreso a casa.

Y según muchos han dicho, en la escasa semana que nos separa de su aparición, ese regreso de Neil Young parece haber llegado con el que es su disco número 39 de estudio y sobre todo, el primero con su banda de siempre, Crazy Horse, en los siete años transcurridos desde Psychedelic Pill, su anterior referencia con ellos y un disco al que, la verdad, aunque reconozco el mérito del riesgo, jamás he podido dedicarle la atención que para algunos merece, pues su contenido me produce un gran e irremediable bostezo.

Colorado, sin embargo, ha sido grabado en el ambiente bucólico del “estudio en las nubes” de las Montañas Rocosas de del susodicho estado de los USA (habrá un documental que lo atestigüe), bajo la producción del habitual John Hanlon y con la ausencia de Frank “Poncho” Sampedro, guitarrista de siempre del caballo, sustituido por Nils Lofgren, habitual de la E Street Band de Springsteen, pero también colaborador de Neil Young desde sus primeros discos.

Formalmente, todo aquí parece recuperar la normalidad perdida en anteriores referencias: la concreción compositiva y la sensatez a la hora de plantear melodías aparenta estar de vuelta cuando uno escucha la inicial “Think of me”, fácilmente, la mejor canción que este señor ha grabado desde aquél “Buffalo Springfield again”, del muy recuperable Silver & Gold.

Desde el principio, también, resaltan los coros. Las excelsas armonías vocales de las que siempre han sido capaces estos ahora abueletes son dignas de los hermanos Wilson (es decir, los Beach Boys), pero nunca habían estado tan presentes como en este álbum, del cual constituyen su mejor baza. Así, vuelven a estar muy presentes en la siguiente “She showed me love”, canción que inaugura el aparato eléctrico, marca de la casa, de un disco que tras el encanto acústico de la canción inaugural irá combinando ambos mundos, como ya lo hizo su autor antaño en alguno de sus mejores discos (After The Gold Rush, Zuma, Rust Never Sleeps…), si bien en esta concreta canción quizás se pasa de la raya, convirtiendo una atractiva tonada en una jam de más de 13 minutos, duración quizá algo excesiva para lo que se tiene aquí que contar. Lo de siempre: ellos se lo han pasado fenomenal tocando y grabando en el estudio, pero nosotros no estábamos allí. Algo de concreción es siempre muy de agradecer y aquí hubiera sido hasta obligatoria.

Esta segunda canción también inaugura una de las dos temáticas que, de una forma bastante anárquica, argumentan el disco. Una es el eterno y últimamente obsesivo, aunque ciertamente encomiable, mensaje ecologista del que Young ha sembrado casi todos sus discos, sobre todo los más recientes, caso de “She showed me love”” o uno de los singles del disco, “Rainbow of colours”. Y otra, la mencionada relación que mantiene desde hace años con su actual esposa, Daryll Hannah, a la cual dedica algunas canciones bonitas por aquí. Mezcla churros con meninas, dirán algunos. Y sí, pero realmente no deja de ser Neil Young haciendo lo que le da la gana, como ha hecho siempre.

El disco, tras la sobredosis de información a que nos somete su segundo tema, vuelve al gobierno de la concreción en la preciosa “Olden days”, medio tiempo eléctrico de los que sólo él sabe alumbrar. Canción a la altura de sus clásicos y de paso, de lo más bucólico que jamás haya escrito, como también lo es esa golosina saltarina, heredera de aquél “Till the morning comes” de su After The Gold Rush, que es “Eternity”, o la fantástica y también muy ecologista “Green is blue”, muy guiada por el piano y la voz delicada de Neil al igual que la anterior.

Todas ellas contrastan con las canciones en que el caballo se encabrita, como la rabiosa “Shut it down”, o la también enfurecida, aunque algo monótona, “Help me loose my mind”, pero si no lo hicieran, tampoco serían ellos.

Y hasta aquí, el disco quizá quedaría algo cojo, pero aún tenemos dos ases en la manga: “Milky way”, otra de esas piezas maestras de lirismo eléctrico y con estribillo desarmante que su autor no firmaba desde hace lustros y sobre todo, “I do”, maravilla absoluta de tonalidades quebradizas que despide el álbum a base de romance y para la cual la palabra emocionante se queda muy corta.

Resulta, al fin y al cabo, muy difícil sacar conclusiones objetivas sobre este disco. En cierto modo me sumo a todos aquellos que esperaban como el maná un disco a su altura, y creo que inevitablemente me inunda cierto entusiasmo al escucharlo en repetidas ocasiones y comprobar que crece en mí, pero tampoco olvido todos los años desconcertantes a los que nos ha tenido sometidos y no puedo, siendo objetivo, aceptar que toda su polvareda se haya disipado aquí por completo. Si realmente soy sensato, debo reconocer que no es un disco a la altura de sus más grandes, pero lo que sí puedo afirmar rotundamente, desde un prisma personal, es que hacía muchos años que no disfrutaba de un disco de Neil como lo he hecho con éste. Y no, no caeré en la exageración en la que están cayendo -algo perdonable, por otro lado- muchos, al calificar esto poco menos que de obra maestra, como tampoco optaré por el prisma ultra-crítico de los que encuentran imperdonable que a los 74 años este señor no haga algo tan trascendente como lo que hizo en su juventud. Yo lo único que sé es que este Colorado, hecho en las montañas, me ha reconciliado con un viejo amigo al que creía ya perdido y eso, amigos, es un grandioso regalo que me hace feliz.

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3 comentarios en «Neil Young & Crazy Horse – Colorado (Reprise Records)»

  • el 13 enero, 2020 a las 1:13 pm
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    Después de la tercera escucha
    me esta empezando a gustar bastante
    Pero Psichedelic Pill me parece bastante superior y altamente disfrutable, al igual que Le Noise.
    Este hombre hace lo que le sale del sombrero, a veces le sale genial y otras no tanto ?

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