Nudozurdo – Nudozurdo (Everlasting Records)

Se me hace duro ponerme a escribir sobre un disco y una banda cuyas consideraciones superan ampliamente la figura del que se sienta a escribir sobre un puñado de canciones impresas en un trozo de plástico. Tengo la firme sensación de que habría de afinar mucho para poder escribir algo a la altura del universo de Nudozurdo; ése que nos lleva por carreteras dejadas de la mano de Dios cuyo único destino es un gigante de hormigón levantados entre la niebla y lleno de habitaciones vacías repletas de recuerdos olvidados. Ese que nos retorció los cables del subconsciente y nos puso el corazón donde la cabeza y la cabeza donde el corazón con Sintética (Everlasting Records, 2008).

Yo los conocí entonces. Y, sin tiempo para saberlo, estaba quebrantando una regla de oro: no consumir el segundo capítulo de una obra sin haber digerido el primero. Era demasiado bueno como para detenerse a pensarlo. Ahora, ocho años después de aquel debut silencioso, los astros se han alineado para darle un pedazo de justicia a esas nueve canciones grabadas en los Box de Madrid durante junio de 2002. Estamos hablando de hace tiempo, mucho, mucho tiempo, cuando Nudozurdo apenas levantaba medio palmo del suelo.

En aquella época, Nudozurdo era un trío en el que Leo Mateos se acompañaba de Felipe Salazar y Daniel Asúa. Fue entonces cuando Leo engendró, dentro de él, a los padres de «Negativo», «Kamikaze» o «Ha sido divertido»; una colección de canciones imprescindibles para hallar las claves y alcanzar a comprender mínimamente la amplitud del universo Nudozurdo. Para el que se preguntaba de dónde había salido «El hijo de Dios», la respuesta está en este disco; hay un trozo de él en «Utilízame», otro en «Dentro de él» y alguno más en «Ilumina tu cuerpo». Seguro.

Esta reedición en digipack de aquel debut es un flashback necesario, una retrospectiva imprescindible. Pero, por supuesto, el disco también funciona por sí solo; no necesita más justificación que la de ser un LP espectacular, muy bueno, de los que tienen en su interior dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis canciones que más de uno desearía poder escribir en algún momento de su carrera. Las hay, además, de todos los colores: demoledoras, catárticas y de una lírica Palahniuk escalofriante, como «Utilízame» («están repartiendo cintas de vídeo donde sales desnudo intentando rezar») e «Ilumina tu cuerpo» («cítate con Dios, dispárale en el cerebro y róbale el corazón»); otras, como «Viaja hacia mí», «Dentro de él» o «Pulso» (con una línea de bajo impresionante), emisoras de envolventes ondas cerebrales que se comunican contigo en otra dimensión; y también, como «Hasta que acaben por confundirnos» y «Lo que querías ser», desconcertantes confesiones a medio camino entre la mística, la épica y un extraño sentimiento de inocencia perdida.

En conclusión, un disco imprescindible para intentar explicar qué es Nudozurdo, pero también para retratar la evolución de la música moderna.

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