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Residente (Alma Occident Festival) Madrid 19/06/25

En septiembre de 2024, Residente llenó el Movistar Arena como quien firma una declaración de principios. Nueve meses después, volvió a hacerlo, esta vez en el Parque Enrique Tierno Galván, con la misma fuerza, pero al aire libre y con las raíces más expuestas por los conflictos que seguimos sufriendo. La jornada inaugural del Alma Festival en Madrid no podía haber arrancado mejor: sonido impecable, aforo controlado, organización medida al milímetro. Un lujo que, a día de hoy, podamos hablar en plural de ciclos veraniegos de calidad en la capital (este y Las Noches del Botánico) como quien debate entre los discos de The Rolling Stones y The Beatles.

Desde las últimas horas de la tarde, el anfiteatro se fue llenando de banderas, acentos y generaciones. Una marea de cuerpos expectantes que mezclaba orgullo latino, memoria migrante y ganas de pasarlo bien. Cuando René subió al escenario, la ovación fue más que una bienvenida. Y empezó fuerte, sin rodeos, con un mensaje que es ya marca de la casa: ‘Es necesaria una educación pública, gratuita y de calidad, porque es importante mantener el conocimiento, más en este momento’. Ahí estaba, una vez más, uno de los artistas latinos más influyentes del siglo XXI, volviendo a demostrar por qué rompió el molde del reguetón, por qué estiró los márgenes del rap, por qué convirtió la música urbana en un artefacto cultural que va del perreo al manifiesto.

No fue solo un concierto: fue un recorrido emocional y político que transitó la nostalgia, la rabia, la ternura y la esperanza. Una puesta en escena sobria pero efectiva, donde las canciones de su último disco Las letras ya no importan, así como los viejos himnos de Calle 13, funcionaron como columnas incendiarias. No necesitó grandes visuales ni efectos: le bastaron sus letras, su magnetismo sobre el escenario y un público que coreaba cada palabra como si fuera un discurso.

El concierto comenzó con unos veinte minutos de retraso, pasadas las 22:20, y se extendió durante una hora y media en la que Residente mantuvo un control absoluto de cada detalle. Pero más allá de la precisión, lo que realmente destacó fue su actitud profundamente cercana: pocas veces un artista de su calibre logra una conexión tan directa y honesta con el público. Antes de cada tema, René compartía pequeñas historias o reflexiones que contextualizaban lo que estaba por venir. No solo hablaba de la canción, hablaba de su visión mundo a través de ella. A veces con humor, ‘este fue de mis primeros acercamientos al pop, ¿quién nos iba a decir que sería un éxito?’, decía al presentar “Muerte en Hawaii”, y otras con una carga emocional tremenda. Como cuando recordó aquel viaje en coche a Argentina, donde tenía planeado grabar con Gustavo Cerati. ‘Cenamos en Belgrano, teníamos todo listo, pero lamentablemente no pudo ser. Aunque sí lo fue, porque aunque no está físicamente, sigue vivo con su música’. Así presentó “Darle la vuelta al mundo”, ‘una canción que nos invita a viajar, a disfrutar cada instante’.

En mitad del set, el sentido de pertenencia se volvió el eje principal: la familia, el barrio, la historia que te marca aunque cruces el océano. Residente habla de Puerto Rico, pero también de Colombia o de Palestina. Se cuela en la herida y la nombra. Canta con el cuerpo entero, como si cada canción fuese la última. Es en estos temas, los que poseen una gran carga política, donde René demuestra por qué es uno de los grandes embajadores de la cultura latina. El combo “This Is Not America” y “Latinoamérica” fue la confirmación de su orgullo internacionalista, de esa forma tan suya de tender puentes entre territorios, pueblos y luchas. Imposible no emocionarse al escuchar su discurso mientras banderas uruguayas, colombianas o puertorriqueñas se alzaban al viento y miles de voces coreaban “soy como Maradona metiéndole a Inglaterra dos goles” como si fuera un himno de pertenencia y de resistencia. Una reivindicación que se siente más cercana que nunca, especialmente en un contexto donde la población migrante latina sigue siendo discriminada y deshumanizada en los Estados Unidos.

Pero este manifiesto sonoro no lo sostiene solo él: lo respalda una banda de ocho músicos que da a cada canción un cuerpo orgánico, casi orquestal. En “Latinoamérica”, por ejemplo, el ritmo se abría con un solo de guitarra clásica que preparaba el terreno para unos coros que nos transportaban a los conciertos de Mercedes Sosa o la emoción colectiva de la Nueva Canción Chilena. Todo estaba pensado para tocar nervio, para levantar el puño.  Uno de los momentos más conmovedores llegó con “Guerra”, una canción convertida en grito contra el genocidio del pueblo palestino. A las banderas latinoamericanas se unieron entonces las palestinas, y el auditorio se transformó en un espacio de memoria y denuncia con kufiya?s al vuelo. Silencio, piel erizada, aplausos. El arte como conciencia, otra vez.

Un arte que, en sus propias palabras, le sirvió de ‘psicólogo’. ‘Una canción que me hace sentir mejor, pero también me duele cuando la canto’, dijo antes de interpretar “René”, su tema más íntimo y autobiográfico. Ante 4.500 personas, el artista se desnudó emocionalmente en un silencio sepulcral, sólo interrumpido por las notas del contrabajo que abrían la canción. Un nudo en la garganta, piel de gallina. Uno de esos momentos que se quedan en la memoria de los presentes y que demuestran cómo este artista entiende la música como una herramienta de sanación, ya sea para él mismo o para el mundo que le rodea.

Pasar de ese estado emocional a un ambiente festivo no era fácil, pero René lo hizo con la misma honestidad que atravesó todo el show: ‘Vamos con cosas más alegres. Además, en vez de hacer el paripé de salir y volver a entrar, lo mejor es que aprovechemos los minutos que nos quedan juntos y toquemos unas cuantas canciones más. Hay que ser estratégicos’. Así llegaron nuevos himnos como “313”, “Ron en el piso”, y viejos clásicos como “Chulin Culin Chunfly” y “Vamo’ a Portarnos Mal”. Anoche, Madrid no solo bailó: cantó, recordó, soñó. Y en ese grito colectivo, Residente volvió a ser lo que siempre fue: un artista incómodo, necesario y profundamente humano. Una bandera que sigue ondeando.

Fotos Residente: Víctor Terrazas

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