Sr. Chinarro – Centro Cultural Cajasol (Sevilla)
Esto de los conciertos acústicos, visto lo visto, se ha convertido para los músicos y ya casi para los oyentes, por la simbiosis con el artista admirado, en una necesidad más que en una virtud. La intensidad, las luces y las sombras, las voces y la vehemencia implicadas no son ni mayores ni menores, simplemente diferentes. El socorrido trance de «desnudar» unas canciones compuestas en su primer estadio con tan básico esqueleto es el subterfugio utilizado para volver a la raíz, al brillo primigenio, a la retórica de lo puro. Sencillo pero no simple. Fácil pero arriesgado. Y tampoco es que sepa hacerlo cualquiera, que conste, aunque lo parezca.
Antonio Luque ha aparcado definitivamente la parquedad en palabras, gestos y presentaciones. Ahora es un cómplice más del sentimiento colectivo, participa más activamente que nunca de la opinión general y, por lo común, nada contracorriente y con una capa de aislamiento que le permite precisamente eso, seguir siendo el escéptico que siempre fue. Con matices, eso sí. El primero, el valor que le reconoce a la organización de un ciclo que bajo el epígrafe «Espiral acústica» intenta revalorizar y de paso adaptar a los tiempos el concepto de artista enfrentado directamente con su obra y su público. Valor por contar con alguien que jamás se ha considerado cantante en el normal sentido de la palabra y que hasta no hace demasiado tiempo recibió clases de afinación para que su nueva forma de enfrentarse al micrófono (él lo niega, pero el Sr. Chinarro de ahora no es el mismo de hace diez años) se acerque lo más posible a la de un songwriter al uso, con todas las peculiaridades de las que hace gala. Su escritura se ha aclarado, no en vano ya es por derecho propio un novelista de cierto prestigio, y sus maneras musicales se han ampliado hasta el punto de cambiar de banda en cada disco para seguir sonando igual. Igual de bien, claro. Y esto último, también con matices.
Estaba en su casa, como él mismo dijo. En la ciudad que lo vio nacer y le ofreció posibilidades laborales durante los años en que el consumo masivo de «donuts» le permitió empezar una carrera incomprendida durante demasiado tiempo y que ahora recibe parabienes sin que a su autor se le mueva un solo músculo. El «Esplendor en la hierba» que abría un magnífico trabajo como El Mundo Según (el principio del nuevo «chinarrismo») le sirvió de prólogo para cantarle a su gente las verdades del banquero, que no del barquero de la letra original, y así, por la vía combativa, siguió paseándose por «El cabo de trafalgar» y bailando un poco de la mano de su «Gitana» particular. Esos apuntes de folclore, esparcidos por sus últimos trabajos, incluso en el irregular «¡Menos samba!» (del que rescató «Dinero» y «La plaga», esta última en su básica estructura de sevillana), acreditan el populismo de «Del montón», «El alfabeto Morse» o la pequeña lección costumbrista de «El lejano Oeste», sin dejar de citar a sabias fuentes como Mark Kozelek, con el que coincide en la apreciación de que no es recomendable presentar demasiadas canciones de un disco que aún no se ha editado. Con todo, los regalos de «1984» y «Solo Shakespeare» presagian un gran trabajo que habrá que juzgar con la perspectiva precisa una vez que se constate que los guiños a su (oscuro) pasado con «Farolillo rojo» y sobre todo «Cero en gimnasia» -un tema que solo aparece en uno de sus EPs- estuvieron más que justificados. Al contrastarlos, el murmullo era unánime en su pregunta: ¿aquel Chinarro era diez veces mejor que el actual? Probablemente sí. O no. O qué más da, si al escuchar «Los ángeles» sin arreglos te rindes a la evidencia: aquí hay algo más, mucho más que un simple escritor de canciones.
El sarcasmo de utilizar a George Orwell como símil de su educación en el instituto Mateo Inurria o la erudición de señalar a los amantes de Teruel como inspiración de las figuras de Romeo y Julieta solo podían conducir al extraño deleite que una guitarra y una voz mínima pero rotunda pueden proporcionar en iluminadas letras como las de «El cuchillo y el pastel» y «El gran poder», o en una pieza menor pero básica titulada «Remordimientos» que precedieron a la famosa «Una llamada a la acción» (el pop según Luque) y, ya en el tramo final, a la impresionante «Babieca», pedida y coreada por la platea, y «El rayo verde», uno de los grandes momentos de otro disco fundamental titulado El fuego amigo. Y este músico los tiene a pares, pues ya van catorce álbumes como catorce soles que aún tienen que deslumbrar a quienes han vivido demasiado tiempo a la sombra. Ponerse a cobijo de un personaje de su perfil, con su profunda cultura y su tremenda facilidad para componer canciones que tantas veces dan en el clavo es prescindir de alguien cada vez más necesario en la música actual, en el que abundan los fantoches y los titiriteros de toda especie y condición. La suya es la de no tener ninguna, por eso podemos afirmarlo sin miedo: Sr. Chinarro es un grande, y es una pena que hayamos tardado tanto en darnos cuenta.