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The Cure (Palau Sant Jordi) Barcelona 26/11/16

Por sus obras los conoceréis. No hace falta mucha palabrería ni prolijos adjetivos que acompañen las correspondientes loas hacia la vida y obra de algunas bandas que son parte de nuestras vidas, se integran casi en nuestras familias a fuerza de convivir con su música durante tantos años y arrastran nuestros sentimientos con un caudal tan fuerte que es capaz de acabar con cualquier mecanismo de defensa que intentemos alzar en su contra. Claro que no queremos hacerlo, obviamente. Más bien al contrario, cada vez que sabemos que la posibilidad de tenerlos a tan solo unos metros y sentir la amplificación a flor de piel es relativamente factible, acudimos a su convocatoria como el ciego que sabe que jamás podrá vez pero se regodea una y otra vez en el intento por salir de la oscuridad. Aunque quienes nos guían nunca fueron precisamente un ejemplo de luminosidad, de ahí la paradoja. Sí, a Barcelona también fuimos a ver a The Cure, y lo que vimos y escuchamos fue la tercera monstruosidad en menos de una semana. Tres conciertos diferentes en la esencia del repertorio pero idénticos en actitud y efectos colaterales. La curación –discúlpese el pobre juego de palabras- necesaria para que todas nuestras heridas cicatricen, pero solo hasta que ellos mismos vuelvan a abrirlas. Pura contradicción.

Era habitual, aunque no obligado, en esta gira europea que ya toca a su fin abrir con “Open” y cerrar con “End” la primera parte del show, y así sucedió en la ciudad condal, donde un abarrotado Palau Sant Jordi (solo quedaron sin ocuparse algunas localidades de visión lateral) demostró que la infalibilidad de inesperados y aún prósperos himnos incluidos al inicio como “The walk”, “Kyoto song”, “A night like this”, “In between days” o el imprescindible “Pictures of you” casan mal a nivel de intensidad con piezas más olvidables, caso de “The scream”, una de las que formaban parte del hasta ahora último trabajo acreditado, aquel gran fiasco titulado 4:13 Dream al que la actual formación casi ningunea con toda justicia; pero establecen amplios lazos emocionales con la impetuosa “Push”, una “Primary” resplandeciente como el primer día, los “Three imaginary boys” que prescinden de toda nostalgia para actualizar una melodía maravillosa, la “Charlotte sometimes” de nuestros sueños más perfectos, el “Just like heaven” que nos hace sentir como en el ídem, la “Lovesong” sin la que algunos no nos podríamos haber ido a dormir ninguna de estas noches, el tono hispanamente enrabietado de “The blood” y esa guitarra rasgada de forma tan peculiar por un Robert Smith pletórico, empeñado en demostrar que el suyo no es un público cualquiera y que aquí ha venido a divertirse y divertirnos, tirando de jugadas maestras cada pocos minutos y enroscándose en el lamento mecánico de “From the edge of the deep green sea”, un mar de líquido viscoso y esencial en el que nos sumergimos cuando pinchamos otro disco de infarto llamado Wish, del que se apartan quizá demasiado para centrarse en The Head On The Door y bailar entre otros capítulos básicos de su extraordinaria trayectoria. Tras perdernos por los siglos de los siglos en los instantes que dura “A hundred years” nos quedamos a medias antes del fin de la primera parte. La historia debía continuar, y aún no había contado ni la mitad de lo que debía.

Lo difícil era intentar resistirse al resto. Si alguien se atreve a poner alguna objeción a las divinas diabluras contadas en “Shake dog shake”, “Fascination street” (la verdadera joya de una obra maestra de título Disintegration) y la infalible dupa formada por “Play for today” y “A forest” es que no sabe lo que es un concierto de rock and roll. Porque eso es en el fondo lo que estos ilustres señores saben tocar, y lo disfrazan como les da la gana, pues pueden permitirse ese lujo y todos los que quieran. Incluso insistiendo en que “Burn” o “Wrong number”, temas teóricamente menores en su discografía, siguen siendo válidos como puente de unión entre sus distintas épocas. “Never enough” ya se sabe que lo es, y otra vez quedó en evidencia, lo mismo que el hecho de que “It can never be the same”, el adelanto de los Cure del futuro, que son los del presente, se parece mucho a los Cure que nos gustan de verdad. Que son todos en realidad, para qué negarlo.

Y como esta última crónica ya no corre el riesgo de suponer spoiler alguno para los que aún suspirasen por hacerse hueco en los recintos venideros, valga la sucesión final de clásicos instantáneos para explicar las sensaciones con las que tuvimos que poner el punto final a una lección magistral de clase, impartida también desde los monitores y el juego de imágenes en el que, como única y caprichosa pega, no era necesario entrar para ver todo el espectáculo desde las cuerdas del bajo del grandísimo Simon Gallup (¿puede un señor de más de cincuenta años parecer un Sid Vicious mucho menos siniestro y mucho más rejuvenecido?) o el cuello de un atareadísimo Jason Cooper (¿el mejor batería que ha tenido la banda, superado el fantasma del enorme Boris Williams?). Del resto de la pandilla, en la que el otrora gregario Reeves Gabriels ya luce galones de teniente (¿cómo no otorgarle dicho cargo a alguien que ostenta un bagaje como el suyo?) y el definitivamente recuperado Roger O’Donnell (¿sonarían igual algunas canciones sin su trabajo a los teclados?) resultan parte fundamental para –atención- darle nueva vida eterna a “The lovecats” (hasta el padre putativo Lol Tolhurst lo aplaudiría), “Lullaby”, “Hot hot hot” (aquí empezó el verdadeo baile), “Friday I’m in love”, “Boys don’t cry”, “Close to me” y los fuegos artificiales de “Why can’t I be you”, pura magia pop para todos los tiempos. Una ráfaga con la que dejar noqueado a cualquier adversario mientras bailan sobre su inminente tumba y le prometen que mientras ellos sigan aquí, jamás podrán descansar en paz.

Nosotros sí, como las miles de almas entregadas durante casi tres horas que reconocen las grandezas –también las miserias- de una banda que en su último paso por nuestro país ha confirmado nuestras sospechas: No hace falta pasar casi una década sin grabar canciones nuevas para que dejemos de pensar en ellos. Lo único que necesitarían para ello sería dejar de existir, de tocar, de crear, de emocionar. Y, pensándolo bien, ni aun así les olvidaríamos.

2 comentarios en «The Cure (Palau Sant Jordi) Barcelona 26/11/16»

  • Bueno, no solo 4.13 dream esta ninguneado por ellos en directo. Lo estan todos los discos publicados despues del 92. Bloodflowers sono mucho en la gira del Dream tour, pero despues……

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