Tindersticks (La Rambleta) Valencia 10/01/23

No tenía previsto escribir esta crónica. La razón es simple: tengo tan, tan buen recuerdo de la anterior ocasión en que Tindersticks pisaron este mismo escenario del auditorio de La Rambleta (València), que no quería que ninguna obligación nublara el momento de reencontrarme con una sensación largamente añorada. Aquél concierto de otoño de 2012 está guardado en mi corazón como probablemente el más especial de cuantos he vivido esta vida.

No es difícil de suponer, por tanto, la dificultad que entraña asumir con cirujana objetividad la tarea de “reseñar” (esa palabra tan seria) un espectáculo tan anticipado y que es, además, el primero realmente importante en su circuito que sucede en la ciudad del Turia durante este recién estrenado 2023. Pero el caso es que de allí salimos todas y todos tan inspirados, que el cuerpo le pide a uno hacer algo con ello. Y yo lo que sé hacer es escribir, mal o bien, sobre música. En este caso, música sublime.

Pero no simplifiquemos. Lo que los de Nottingham proponen con su longevo proyecto, no es sólo música. Son un grupo de artistas en el concepto más amplio posible de la palabra. Y bajo la dirección de ese gigantón epicúreo de voz quebrada llamado Stuart Staples perpetúan una carrera que nada ha tenido ni tiene de convencional. Es por ello que escuchar y ver lo que tienen que ofrecer estos señores debe calificarse más de experiencia que de concierto. Los convencionalismos aquí sobran. Del todo.

Y claro, uno siempre espera que el paso inexorable del tiempo haya hecho su mella. Pese a la buena forma que mantiene una producción discográfica cuyos últimos resultados son el mucho más que notable álbum Distractions (2021) y la magnífica banda sonora de Stars At Noon, de su inseparable Claire Denis (2022), uno siempre tiene miedo que el físico falle a la hora de trasladar todo eso al escenario. Al fin y al cabo, se tiende a pensar en Tindersticks como en una banda de aguerridos gentlemen de elegancia y porte intachables, pero nadie puede perder de vista que llevan ya 31 años juntos, que rozan en su mayoría los sesenta años y que se han acostumbrado tanto a la comodidad del estudio de grabación que Stuart tiene en Francia que quizá hayan olvidado lo que es saltar a las tablas.

No obstante, lo hacen. Salen a escena y vuelve a ocurrir. Su presencia es muy distinta, obviamente, de la que tenían diez años atrás en el mismo lugar, pero no hay duda, siguen siendo tan poderosos como dioses griegos. Suena el piano de Dan Mckinna y Staples se acerca al micro a entonar las primeras frases de “Willow”. Ya está. La liturgia ha comenzado. Una liturgia que es entre tú y ellos. Y que te tendrá sumido en una profunda e íntima ensoñación, una epifanía, durante dos horas. Dos horas que te suministrarán más vida y salud que cualquier medicina.

Una vez más, la sensación es mucho más allá de lo musical. ¿Estoy viendo pintar un cuadro? ¿Una película? ¿Algún tipo de performance teatral? ¿Una sinfonía? La respuesta es intangible. Simplemente, cuando tocan, pasa algo. Algo permanente, algo importante, que no sucede con casi nadie más que suba a un escenario a tocar canciones. Por eso con ellos, al contrario que con casi todas y todos los demás, lo que toquen es secundario. Ni se preocupan por un segundo de darle a la gente lo que pide. Los hits de los noventa no tienen nada que ver ni con lo que son ahora, ni con lo que quieren comunicar a su público.

Es por eso que el set se centra, en su práctica totalidad, en tres de los discos grabados, ya en este siglo, tras su hiato de separación: The Something Rain (2012), The Waiting Room (2016) y No Treasure But Hope (2019). Ni en Distractions, el que supuesta y curiosamente están presentando, ni en prácticamente ninguno de sus clásicos grabados entre 1993 y 1999. Alguna concesión cae, por supuesto, para callar bocas, pero la verdad es que no lo necesitan. Porque lo suyo es el ambiente, la atmósfera de epicúrea ataraxia, de paz suprema, que nos suministra el contacto directo con el arte más puro.

Y nada como ver esto en un recinto tan adecuado. Rodeados de una Valencia -sorprendentemente- tan respetuosa con su silencio. Con un sonido absolutamente perfecto, que eleva todas estas melodías pausadas y a la vez intensas a la categoría excelsa que entre todos generamos. Nosotros y los músicos, porque esto es una experiencia, ante todo, conjunta. Stuart hace de maestro de ceremonias, de filósofo que reparte enseñanzas, de poeta que murmura sus versos a través de un colchón cubierto de sábanas de seda que generan a base de sonido sus compañeros.

Suenan los compases siderales de “A night so still” y “Medicine”, la meditación romántica de “How he entered”, el crescendo dramático de “Trees fall”, sucedida, como en el disco, de la preciosa “Pinky in the daylight”. Después sube un poco la tensión con “Second chance man”, incluso nos adentramos un poco en el funk con “We were once lovers?”; vivimos un pequeño recuerdo al pasado más remoto con “Sleepy song” y nos vamos al cine de la mano de una intensa revisión del “Johnny Guitar” de Peggy Lee; le damos un poco más al deep soul con “Tough love” y “The amputees” y desde allí nos vamos de viaje con “See my girls” y “Say goodbye to the city”. Pese a que la hipnosis colectiva ha hecho su efecto, no podemos evitar mover nuestros cuerpos sentados en butacas al son de “Show me everything”, ni tampoco emocionarnos visiblemente con “To the beauty”.

Se anuncia el final del set, pero todos sabemos que es mentira. Pese a ello cumplimos el paripé y aplaudimos bien fuerte, como es obligatorio, además, tras semejante exhibición, para que estos tipos vuelvan al escenario. Vuelven y dan cumplimiento a un guión completamente innecesario, pero plenamente satisfactorio, consistente en dos previsibles hits, “Her” y “Harmony round my table” y una entrañable despedida, “Take care in your dreams”, que lejos de llevarnos al sueño, nos despierta de un estado de ensoñación del que nunca quisimos salir. Pero hay consuelo porque, una vez más, la experiencia ha sido tan bestialmente intensa, tan plenamente satisfactoria, tan monumental, que nuestra cabeza seguirá clavada ahí, en ese asiento de teatro, durante una buena temporada. Y nada nos podrá hacer mal.

Fotos Tindersticks: Susana Godoy

 

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