Wolf Alice (La Riviera) Madrid 02/20/22
Mientras la nostalgia, el colorido y el desacomplejamiento 80’s goza en la actualidad de un saludable y muy disfrutable momento reivindicativo en muchas disciplinas, entre las que se cuenta la música, los homenajes a la década posterior menudean bastante más, especialmente delante de los grandes focos. Con la honrosa y casi única excepción de Suede, los baluartes de aquellos irrepetibles años que quedan vivos y que todos tenemos en mente tampoco hacen mucho últimamente por inocular pasión y adhesiones a las nuevas generaciones, dicho sea de paso, y el sonido crudo y denso, la actitud arisca y la pulsión autodestructiva que caracterizaron el rock dominante de entonces son ingredientes, en líneas generales, que casan peor con estos indefinidos y acomodados tiempos de consumo artístico. Afortunadamente, existen bandas muy interesantes surgidas bien entrado el siglo XXI que de alguna manera capturan aquellas atmósferas y sensaciones, aunque para acceder a la mayoría haya que remangarse y bajar a las penumbras mediáticas y ciberespaciales. Una en cambio no, una se encuentra en un momento de forma espléndido y, con merecimiento, no deja de integrar festivales de calado, llenar salas de notable capacidad y arrastrar a su fiel parroquia allá por dónde van. Son Wolf Alice, y si hay una banda joven de espíritu 90’s con vocación de relevancia, con capacidad para fajarse con los neones y Stranger Things y enaltecer, a su manera, la distorsión y el grunge, da la impresión de que podrían ser ellos.
Dicho lo cual, y paradójicamente, la formación británica recalaba en España para presentar su tercer álbum, Blue Weekend (21), del que podría afirmarse perfectamente que es el disco que menos evoca el sonido de la era de Nirvana y Radiohead. Un álbum magnífico por otra parte, y que continúa armonizando con maestría el rock alternativo, el shoegaze y el dream pop, rasgos distintivos de esta banda y que hablan bien de su versatilidad y huida de clichés, aunque menos frontal y epatante que Visions Of A Life (17) y con un aire más vintage, sórdido y atmosférico que, si bien le sienta como un guante, no evoca con claridad ninguna época determinada. Con una entregadísima audiencia, formidable toda la noche, rindiéndoles una merecida ovación, los crujientes e hipnóticos riffs de guitarra de “Smile“ fueron no sólo el inicio de la actuación, sino también una declaración de intenciones: la adrenalina y los guitarrazos dominarían la velada, y la actitud escénica de Ellie Rowsell y los suyos no diferiría en absoluto de las grandes impresiones dejadas en anteriores visitas. Armada con su guitarra, y rebosando intensidad, la vocalista encabezó un maravilloso y volcánico arranque con la citada canción y “You’re A Germ”.
En perfecto y casi matemático equilibrio y balance, las canciones de sus dos primeros discos se fueron entrelazando con las del último, que lógicamente dominó el repertorio, y desgranando con mucha y regocijante riqueza tonal, pero a menudo con mayor ímpetu y determinación que los exhibidos en estudio. Una mirada crítica a esta banda, sobre todo en la comparación con los grandes iconos de los que han podido tomar nota, tal vez pueda detectar una cierta asepsia y ligereza en sus formas, muy acordes en cambio a estos últimos lustros millenials más indistinguibles e impersonales, pero lo cierto es que anoche el cuajo y la sensación de cancionero sólido eran difíciles de rebatir. “Delicious Things”, por ejemplo, con esa turbia grandilocuencia de que hace gala, sonó llena de magnetismo y emoción, uno de los cénits de la velada. Inexcusable destacar, en el tramo central, el excelso tridente de “How Can I Make It OK?”, con el público en trance ante la obsesiva cadencia de la que es desde ya una de las mejores composiciones que han firmado nunca, “Play The Greatest Hits”, trepidante y violenta, y “Silk”, la que puede ser perfectamente la cima de su debut, My Love Is Cool (15), una gema melódica de una hermosura fuera de lo común. Un encadenado que no sólo concentró todas las virtudes escénicas de la banda en poco más de diez minutos, sino que justificó la asistencia al show. Así como, obviamente, uno de los momentos más esperados por cualquiera que disfrute con esta banda y tienda a hiperventilar con una buen despliegue de guitarras, “Visions Of Life”, una apabullante avalancha de decibelios y distorsión que no pudo sonar más memorable y convincente.
Con una formación visiblemente contenta y agradecida, fluyendo a la par que sus fans, y donde el bajista Theo Ellis se mostraba especialmente frenético, la recta final deparó rescates muy celebrados, como el de “Giant Peach”, y la desarmante interpretación de una canción tan sencilla e intimista como mágica llamada “The Last Man On Earth”. Con esta inmejorable vibración, unida a las buenas sensaciones dejadas por los teloneros Shanghai Baby, proyecto de Ade Martín (The Hinds) y que sobre el escenario también redobló la intensidad y el poder de seducción de su reciente EP01 (22), la audiencia abandonó la sala con una certeza: más allá de décadas pretéritas y homenajes, si se sabe buscar, y para todo aquel que se empeña en denostarlo y enterrarlo, el rock que importa sigue estando muy vivo.