Wooden Shjips + Siesta! – Shoko Live (Madrid)

A modo de fortín los dos miembros de Siesta! se pusieron frente al respetable para no dar tregua con sus canciones. Afortunadamente en ellos hay un fondo que hace que esto sea un valor.
El sonido de los valencianos, sostenido en una rítmica consistente y teclados analógicos, se desplegaba en el sucesivo ensamblaje de elementos que, superponiéndose  unos a otros, se dejaba llevar por un armazón de percusión, pedales y efectos que daban como resultante una especie de krautrock que se apareaba con elementos del post punk de manera óptima. Bien por ellos.
Antecediendo a Wooden Shjips, saltó al aire un sonido de graves y sub graves que iban creando una atmósfera lunar. Muy poca luz en el escenario y el retumbar constante que, en un momento determinado, dio paso a la salida de los de San Francisco entre la policromía de formas indefinidas que se proyectaban frente a ellos y que, de un modo muy claro, avisaban del cruce psicodélico que aguardaba al público.

El viaje se inició con «Black Smoke Rise» y definió la tónica de la noche. La batería constante de Omar Ahsanuddin, junto a las líneas de bajo de Dusty Jermier, servían cual pulso cardíaco de sólidas piedras para sostener las capas guitarreras de acordes y arpegios, pasados por una pedalera alucinada, bajo el pie de Ripley Johnson, quien se acercaba al micro y parecía cantar a las nubes. Debajo del marasmo, los teclados y efectos de Nash Whalen reforzaban o enrarecían más el sonido que era fuerte, psicodélico, cargado y visual.

Tras esta primera estampida, y con el hilo conductor de un efecto activado por Whalen que parecía reproducir una invasión de grillos enloquecidos, el cuarteto planteó un directo en el que no habría espacio para la lentitud. Por caer cayeron varios de sus dardos habituales y de su nuevo disco «Back To Land» y los fans, de bien nutrida asistencia, agradecieron tanta radiación.
Johnson movía la cabeza y hacía punteos, rasgaba la guitarra y llevaba el volante de unos Wooden Shjips que ofrecieron una travesía por la Costa Oeste americana en modo sixties, pero la apareaban con estructuras krautrock que invitaban a soltar la imaginación hacia raudos trayectos por carreteras, fotos de Peter Fonda y Dennis Hopper, humos para volar, colores embriagantes, psicodelia, garage y otras imágenes habituales en propuestas de este tipo.
En esa ruta cayeron «Ruins», «Lazy Bones», «Ghouls»«Crossing», «In The Roses«,  «Flight» y otras de sus dagas dejando un robusto mapa genérico de la geografía sonora del cuarteto. Pero también surgió cierto rastro reiterativo. Quizás se deba al propio estilo del grupo o a la manera en que se llevan a cabo sus desarrollos en cada canción. El hecho es que al final quedaba un regusto a haber escuchado un patrón similar durante todo el directo.
Veamos, el modelo se basaba en una línea de bajo constante y apenas cambiante, un ritmo estático en su evolución y ráfagas de guitarra que en un momento dado daban pie al solo en el que Johnson sacaba a la luz su habilidad instrumental, acto seguido volvían los desarrollos y se finiquitaban las canciones. Ese fue el modus operandi reinante. Pero este matiz no opacó en demasía la dinámica de una banda que sabe envolver con decibelios y velos de sonido y que en esta visita a Madrid sonó con más furia que en sus discos.
Porque Wooden Shjips tiene la habilidad de hacer de su caleidoscopio un remolino de impávido psycho rock del que se prende en la cabeza y uno no se libra tan fácilmente.
 

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