091 – Sala Joy Eslava (Madrid) 24/01/2020

Si existiera un archivo de sintonías musicales que preceden a los conciertos que se celebran en nuestros escenarios, resultaría complicado encontrar una más sutilmente oportuna que la que nos ocupa. Con la madrileña Joy Eslava atestada y ávida de expectación por ver a los granadinos 091 presentar un disco por primera vez desde 1995, los altavoces deslizaban, con suavidad, canciones de The Jayhawks. Con suavidad, decíamos, y con todo el sentido del mundo. Si hay una banda de rock americano ajeno a las pirotecnias sonoras y a los efectismos escénicos, son ellos. Si existe un grupo que haya enaltecido el arte de componer, redondear y sublimar con tanta aparente sencillez como precisión canciones como planetas, también son ellos. Y si buscamos un equivalente en España, es inevitable pensar, por todo lo citado, en el legado de nuestros protagonistas.

Si bien 2016 fue suyo, con su vuelta al escenario tras el desconcertante paréntesis de dos décadas, con esos antológicos conciertos desplegados por todo el territorio nacional donde exhibieron un exultante estado de forma, esta nueva cita deparaba, a diferencia de la anterior, algún que otro (inevitable) sentimiento encontrado.  Por una parte, imaginar las canciones del flamante La Otra Vida (19) dotadas de más brío y filo sobre las tablas resultaba tentador. Un disco tan digno como útil para confirmar que esta banda ha resucitado a todos los efectos, pero cuyo pulido sonido, en ciertos momentos, hacía añorar esa mordiente del inmediatamente anterior, el soberbio Todo Lo Que Vendrá Después (95). Por otra, obviamente, la inclusión de estas nuevas canciones implicaba un sacrificio de temas clásicos. Pronto, tras el habitual solo introductorio de armónica de Ennio Morricone y la sobria irrupción del quinteto, entre la euforia de los allí congregados, comenzaría a intuirse que el álbum a presentar gozaría de tanta presencia en el repertorio como de convicción interpretativa por parte del grupo.

“Vengo A Terminar Lo Que Empecé” y “Condenado”, especialmente ésta, fueron acometidas, además de con un sonido espléndido, que sería la tónica durante toda la velada, con carácter y energía. El público las saludó con una entrega que, lógicamente, derivó en algarabía con “El Baile De La Desesperación” y “Zapatos De Piel De Caimán”, un binomio que, en la maravillosa pluma del guitarrista y compositor principal, José Ignacio Lapido, ejemplifica y condensa a la perfección la faceta más angustiada y sombría del grupo. Todo aquél que piense, y seguro que entre la audiencia abundaban, que no ha existido una banda en este país con letras más inspiradas, creativas, evocadoras y alejadas del tópico que 091, que nadie ha escupido estrofas tan lúcidas sobre la vida interior y la alienación, las ensoñaciones y la paranoia, como las que interpreta José Antonio Garcia, comenzaba a encontrar poderosos argumentos para defender su teoría.

“Mañanas De Niebla En El Corazón” y “Naves Que Arden”, acto seguido, constituyeron tal vez el lance más olvidable en lo referente al repaso al nuevo álbum. Sonaron muy decentes, pero lejos del impacto y contagio de las anteriores e, indefectiblemente, de lo que acontecería a continuación, un triplete de escándalo: ese himno generacional entre tinieblas llamado “Este Es Nuestro Tiempo”, la obsesiva “Huellas” y la hermosísima y evanescente “Tormentas Imaginarias”. Con un sonido que, si cabe, y según avanzaba la actuación, parecía redoblar su nitidez y contundencia y con una banda que también parecía ir engrasándose y soltándose a cada minuto, la actuación comenzó a entrar, por momentos, en la dimensión de las especiales, de las elegidas. 

Ajustadísimos todos con sus instrumentos, dignas de elogio las impecables labores a la guitarra de los hermanos Lapido (José Ignacio y Víctor) y de Tacho González a la batería, resultaba difícil dejar de admirar el colmillo escénico de Jacinto Ríos al bajo, con esos tics tan deliciosamente punk. A destacar también los teclados de Raúl Bernal, habitual en las giras en solitario de Lapido, y que aportaban unos matices muy gratificantes. Por su parte, José Antonio, enfundado en sus icónicas gafas de sol y luciendo su habitual carisma con esos bailes tan minimalistas como magnéticos, hacía las delicias de las primeras filas y, como el concierto, se fue viniendo arriba imparablemente. Hasta el punto de que las siguientes reivindicaciones de La Otra Vida (“Por El Camino Que Vamos” y “Al Final”) no sólo se integraron magníficamente entre la colección de clásicos que las precedían, sino que por momentos exudaron un aroma a eso, a nuevos clásicos. Sin duda se beneficiaron de esta inercia al alza del concierto, pero descartemos entusiasmos exacerbados o miradas demasiado optimistas por lo climático del momento; la verdad es que en estudio ya transmiten la impresión de ser las dos mejores del lote. 

De hecho, y tras una nueva serie de canciones sin desperdicio ni piedad entre las que sobresalieron “Un Cielo Color Vino”, “La Canción Del Espantapájaros” o “La Torre De La Vela”, mágicas las tres, en el bis “Soy El Rey” y “Leerme El Pensamiento” no parecieron transmitir la misma sensación de continuidad y mayúscula grandeza que sí recuperó en todo su esplendor “Esta Noche”, una absoluta exquisitez llena de feeling que se erigió como uno de los momentos cumbres de toda la actuación. “Qué Fue Del Siglo XX”, “Otros Como Yo” y “La Vida Qué Mala Es”, con toda la sala poseída y bailando como si estuviera en una rave funk, culminaron otra actuación descomunal de una banda que no necesitaba haber resucitado para presumir de discografía inmortal. Pero que, al haberlo hecho, y al haberlo reafirmado, nuestro mundo parece un lugar un poco mejor. Nuestro futuro, menos imperfecto. 

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