Chasing Trane & Miles Davis: Birth of the Cool: el genio cabreado y el místico del saxofón.
Las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo fueron revolucionarias de verdad en lo que a forma de entender la música jazz se refiere. Un puñado de jazzmen pusieron patas arriba todo lo que se había hecho hasta entonces y de entre ellos dos nombres destacan sobre los demás, Miles Davis y John Coltrane. Por esa razón, en la lista de adjetivos con los que a menudo se reconoce su valía nunca falta el de “genios”, pues sin duda alguna les hace justicia.
Por otro lado, su genialidad musical no significaba que fuesen perfectos, ni mucho menos, ya que ambos adolecían de ciertos, digamos, defectillos de carácter. Para sus admiradores, eso les hacía más humanos, pero para quienes tenían que convivir con ellos la cosa no tenía tanta gracia. Miles Davis, por ejemplo, era lo que, siendo amables, podríamos considerar “un auténtico borde”. A su lado Sheldon Cooper parecería simpático y campechano. Su primera esposa, Frances Taylor: “¿Cómo podía crear una música tan hermosa y tener ese otro lado? A veces no podía soportarlo, otras, simplemente era perfecto”.
Tanto Miles como Coltrane padecieron los estragos de la adicción al alcohol y a las drogas – la heroína estaba muy de moda entre los músicos de jazz de la época – lo que influyó en su carrera musical y en la música que hacían y, desde luego, no para bien. Ambos consiguieron librarse de la adicción, Miles D. de manera intermitente y Coltrane de forma definitiva (y en plan “cold turkey”, además. Ya saben pasando el mono encerrado en casa y con un cubo para los vómitos).
Así que la gran pregunta que los directores se hacen a la hora de retratar a personajes como ellos es qué faceta de su personalidad debe prevalecer en su retrato. En este caso, tanto John Scheinfeld, director de Chasing Trane (2016), como Stanley Nelson, el de Miles Davis: Birth of the Cool (2019), han decidido mostrar las luces y las sombras, sin ocultar nada, si bien poniendo el acento en el lado creativo, algo que parece lógico pues al fin y al cabo el objetivo último en ambos casos es poner de manifiesto los logros musicales por los que son recordados hoy en día.
Resulta interesante observar los parecidos existentes entre los dos documentales, tantos que, de no prestar atención a los títulos de crédito, se diría que están hechos por la misma persona. Los formatos son prácticamente idénticos – fotos y grabaciones de archivo, cronología de-la-cuna-a-la-tumba, frecuentes referencias al contexto socio-cultural, etc. -, incluso en muchas de las entrevistas y testimonios aparecen las mismas personas: Carlos Santana, Jimmy Heath, Ashley Kahn… En ambos casos, se recurre a un actor para que de vida a la voz en off de los protagonistas – Carl Lumby para la de Davis y Denzel Washington para la de Coltrane – un recurso que hace más amena la narración, si bien puede pillar por sorpresa al espectador desprevenido que no esté al tanto de que los dos músicos fallecieron hace mucho, mucho tiempo.
Dado que el trabajo de Scheinfeld sobre Coltrane es anterior al de Nelson sobre Miles Davis y teniendo en cuenta las buenas críticas que recibió el primero, es muy posible que el segundo quisiera repetir la fórmula que tan buen resultado había dado unos pocos años antes.
Así pues, ambos comparten defectos y virtudes. Entre los primeros, se echa de menos, tal vez, algo más de profundidad en el análisis de las complejas personalidades de individuos tan excepcionales, y entre las segundas, la visión panorámica que ofrecen de la existencia de estos dos gigantes del jazz. Personalmente, estoy convencido de que su visionado dejará satisfechos tanto a quienes ya los conocen, como a quienes toman contacto con ellos por primera vez, y esto, en sí mismo, es un mérito considerable.