El culto al mesianismo pop: de Justin Bieber a Los Planetas
- Introducción: El nuevo mito (siempre) en construcción
I don’t like your fashion business, mister
And I don’t like these drugs
that keep you thin
I don’t like what happened to your sister
First we take Manhattan, then we take Berlin
(Leonard Cohen, «First we take Manhattan«)
Curioseo por la red. Así a bote pronto, sin ningún patrón preestablecido de discriminación, y por Justin Bieber como palabras clave, me aparece lo siguiente en Google: “Aproximadamente 85.300.000 resultados (0,67 segundos)”. Casi nada. Hago lo mismo con el tristemente fallecido, y sin lugar a dudas el compositor pop por excelencia de los últimos 50 años, David Bowie, y el buscador de buscadores me responde con un “Aproximadamente 63.000.000 resultados (0,64 segundos)”. Como diría otro grande, y también desaparecido, Prince… “sign of the times”. Los tiempos cambian, y con ellos los paradigmas culturales, y todo ello incide en nuevas estrategias de ritualización que son el espacio performativo en el que dar visibilidad a los nuevos mitos mass media, o mitos 2.0 que suena más cool. En este estudio sobre la consagración de una nueva mitología auspiciada ésta por las grandes corporaciones (léase Facebook, Twitter, Vimeo, Warner, Sony, etc.), que son las que tienen la capacidad para generar infinitos e inverosímiles canales de distribución, y pueden costear todo la infraestructura que hay detrás de nuestro enésimo mito, no entraremos a enjuiciar la pertinencia y/o artificialidad de la figura entronizada, pero sí a mostrar una serie de patrones por los que esta sociedad interconectada se basa para construir el escenario ideal de lo que será el mausoleo del Olimpo de los dioses prefabricados. No nos llevemos a engaño, si nos circunscribimos al ideario pop, desde siempre existieron esos medios que intentaban dogmatizar, y que servían como catalizador de tendencias a seguir.
En el maravilloso libro de Bob Stanley “Yeah! Yeah! Yeah!. La historia del pop moderno” (Turner, 2015), el compositor del grupo Saint Etienne escribe que “Estados Unidos suministró otro elemento básico del universo del pop moderno. La primera revista para adolescentes, Seventeen, había salido al mercado en 1944; estaba dirigida más que nada a las chicas y apenas trataba temas musicales, pero fue un comienzo. El primer editorial de Seventeen dejó sentadas las condiciones de todo un seísmo juvenil: “Os va a tocar manejar el cotarro, así que cuanto antes empecéis a mentalizaros, mejor. En un mundo como el nuestro, en el que todo cambia de un modo tan rápido y tan drástico, queremos brindaros un lugar en el que podáis intercambiar vuestras ideas”
Ya entonces se creía, o se especulaba, con la interacción ritual entre el mundo fan para crear o fagocitar a los ídolos presentes y a los venideros. Pero pongámonos a pensar, ¿qué diferencias existen entre los mitos de antaño y los actuales?, ¿la acción ritual en torno a Elvis Presley es tan diferente a la ejercida sobre Bieber?; en el plano simbólico ¿difieren mucho los significados que vertieron ese simbolismo sobre el oyente del Bob Dylan eléctrico que en 1965 se subió al escenario en aquel Newport con un auditorio abarrotado de gente dispuesta, como dijo el escritor Benjamín Prado, de ser adoctrinada, y los/las fans de del joven mamporrero que retweetean cada mensaje de su ídolo para así dotar de significado su día a día? Salvando las distancias artísticas en los ejemplos mencionados, huelga decirlo, a continuación estas líneas servirán -siempre abiertas a múltiples interpretaciones que las puedan validar o invalidar- para dar un somero repaso a los complejos mecanismos -intrincados y oscuros, y no exentos de perversa manipulación-de este nuevo culto al ídolo de masas. Podría ser el mismo Elvis Presley, Michael Jackson, Maluma, Queen o Madonna -los paradigmas son los mismos-, pero me decanto para ilustrar esta megalomanía ritualizada por ese joven -y visto por sus fans como un self-made man en toda regla- cuyo nombre es Justin Bieber. Canadiense, como lo era Leonard Cohen, aquella voz de ultratumba que quiso cambiar el sistema a navajazos, y cuyos versos contenían palabras con las que descifrar el pálpito de la vida: oscuridad, paredes, sistema, humano, Salvación, frontera, prisión, pena, estación, memoria…
They sentenced me to twenty years of boredom
For trying to change the system from within
I’m coming now, I’m coming to reward them
First we take Manhattan, then we take Berlin
- JB, las iniciales de la catársis teen capitalista o lo que el nuevo indie
Si me matan duele menos.
Os juro que me quiero tatuar esto en todo el cuerpo.
Esa sonrisa me da pura vida
Tweet de Elsa, fan belieber
Sofía tiene 20 años y es estudiante de auxiliar de farmacia. Es una en las millones de fans interplanetarias que siguen a Justin Bieber por las redes sociales, van a sus conciertos si estos pasan por Barcelona, y el dinero de la paga que le dan sus padres, parte va destinada a comprar productos de la marca registrada por el artista de Ontario. Me dice que este año se ha gastado 200 euros entre cd’s, camisetas, una chaqueta, y demás merchandising belieber (así se denominan entre el entorno fan, aunque también como “unicornias”, un santo y seña que entre la facción fémina es usual). Sin lugar a dudas quizás ella, y miles de fans más como ella, hacen que la industria del entretenimiento no se haya hundido más. Porque, en tiempos en los que ver la gratuidad al acceso de la cultura es lo normal, que corran en peregrinación a comprar “lo último” de Justin ( a partir de ahora será JB) tendría que hacer que el imberbe autor de “Sorry” se postrara a sus pies no a la inversa.
JB son las iniciales que designan a una nueva catarsis vehiculada desde los estudios de producción, y que buscan una identificación con el personaje que se convierte así en una suerte de chamán virtual. Toda esa mercadotecnia está perversamente diseñada para estructurar, y dar verosimilitud al mito, o a la escena. Sofía en su armario tiene objetos -esa camiseta serigrafiada, esa sudadera de estética gangsta (ya sabemos que la industria mass media gusta de perfilar productos de marca blanca en lo que prima, en primera instancia, la hipersexualización del modelo, para luego ir pespunteando cierta leyenda de contornos oscuros, más el plus de una apropiación estereotipada de vestimentas vistas como vulgares, lo que se hace llamar ratchet)- a los que ella rinde culto a su manera. El mito como tal es una sucesión de elementos que lo van ordenando para darle un sentido lingüístico y otros que están a otro nivel de naturaleza más compleja. Levi-Strauss en su libro “Antropología estructural” llega a decir que “La poesía es una forma de lenguaje extremadamente difícil de traducir en una lengua extranjera, y toda traducción entraña múltiples deformaciones. El valor del mito como mito, por el contrario, persiste a despecho de la peor traducción”. Paralelamente, y de manera simultánea, se consigue que millones de Sofías alrededor del mundo codifiquen el mito e interaccionen entre ellos haciendo uso de un lenguaje (o supralenguaje) diacrónico totalizante y cohesionador. El propio poder “chamánico” del merchandising que genera JB son en sí lo que Levi-Strauss expresaría como “las verdaderas unidades constitutivas del mito no son las relaciones aisladas, sino haces de relaciones, y que sólo en forma de combinaciones de estos haces las unidades constitutivas adquieren una función significativa. Desde un punto de vista diacrónico, las relaciones provenientes del mismo haz pueden aparecer separadas por largos intervalos, pero si conseguimos restablecerlas en su agrupamiento “natural” logramos, al mismo tiempo, organizar el mito en función de un sistema de referencia temporal de un nuevo tipo […]”. Una forma perfecta de hacer convivir en armonía todas las partes en un tupido tejido simbólico y real de convivencia.
- El nuevo mesías viste de Calvin Klein
“En la aparición de la masa acontece un
fenómeno tan enigmático como universal:
irrumpe súbitamente allí donde antes no
existía nada. Puede que algunas personas
se agrupen, cinco, diez, doce, no más. Nada
se había anunciado, nada se esperaba. Mas,
de repente, todo está repleto de gente”.
Elias Canetti. Masa y poder.
JB anuncia calzoncillos de Calvin Klein. Su apolíneo cuerpo luce perfectos contornos cual dios griego; su mirada es lasciva e insinuante. Es el triunfo de la domesticación del cuerpo; JB, en contra de lo que esas fotos pretenden, sólo vende materia orgánica absolutamente asexuada. Pero, claro, está por encima del bien y el mal: es el nuevo mesías que substituye su túnica por modelos de lencería de clase media-alta.
En una entrevista a la revista digital GQ el cantante dice (y transcribo literalmente) “I feel like that’s why I have a relationship with Him, because I need it. I suck by myself. Like, when I’m by myself and I feel like I have nothing to lean on? Terrible. Terrible person. If I was doing this on my own, I would constantly be doing things that are, I mean, I still am doing things that are stupid, but… It just gives me some sort of hope and something to grasp onto, and a feeling of security, and a feeling of being wanted, and a feeling of being desired, and I feel like we can only get so much of that from a human.” Ese miedo irracional sólo puede conducir a conductas enajenadas: en un concierto en Manchester, y ya poniéndose con letras luminosas ese HIM en la frente, hace callar a sus fans en un concierto. Se intenta explicar en un tweet, que después sus community managers borran, en el que apela al respeto por parte de sus fans cuando intenta hablar en un concierto, y la sensación que tiene de tristeza cuando sólo gritan y gritan. ÉL posee el don de La Palabra, una Palabra que guía las conductas de sus fieles seguidores que se agitan en sus conciertos, un poco a la manera de J. de Los Planetas. Unos fieles que se concentran para adorar a su figura en un ceremonial que tiene su representación culminante en el concierto. Como bien dice el filósofo Pedro Gómez García en su artículo “El ritual como forma de adoctrinamiento” “los participantes [del ritual] andan siempre negociando con el poder [encarnado éste en JB], sea para servirse de él o para servirlo, y frecuentemente de manera ambigua. Se instaura una dialógica entre el poder, que se sacraliza, y lo sagrado que se imbuye de poder”.
Preguntada por este suceso, Sofía se muestra muy indulgente, y me responde diciendo que él sólo buscaba un respeto por lo que intentaba decir ya que quería ser escuchado y comprendido. Lo que ocurre es que para las almas que allí se congregaban apelotonadas, la Palabra de JB no tiene valor en sí misma, ya que el valor reside en su figura. Dice el antropólogo cultural Victor Turner, gran estudioso de la simbología tribal, que “los símbolos dominantes no son considerados como meros medios para el cumplimiento de los propósitos expresados de un ritual determinado, sino también, y esto es lo más importante, se refieren a valores que son considerados como fines en sí mismos, es decir, a valores axiomáticos”. El símbolo dominante tiene, en este caso, una función con plena consistencia y actúa de referente; el axioma es la representación en un escenario, y la compresión y la empatía con el símbolo llega después de un largo proceso en el que existe un diálogo entre extremos, entre diferencias; un proceso de ritual en el que se va recomponiendo la unidad, y una armonía y un orden social conjunto de los cuales se da por finalizado un proceso que lleva aparejado un guión al que ser fiel. Sofía y sus amigos/as llegan a sus conciertos con un guión aprendido después de mucho esfuerzo de aprendizaje. Y sí, es un guión distorsionado, pero el mito se construye en base a la ilusión. Dice Nando Cruz en un artículo titulado “El blanco fácil” que “Podemos menospreciar el apasionado desnortamiento del fan, pero todos fuimos así. Y su mirada inocente es la esencia misma del pop. El pop, entre otras muchas cosas, es una ilusión, un engaño. De vez en cuando, hay que estar dispuesto a ser engañado, saber participar en el juego y entender que a ciertas edades, la música es un espejismo de la vida. Ese amor apasionado que anda todo alborotado, ese inarticulado discurso del corazón… Aunque sea sólo durante una hora y media, ¡deberíamos envidiarlos!”. Una ilusión, un engaño. Un ritual de paso a la edad adulta…
- De como el mito traduce una realidad en tránsito
Sofía me dice que el canadiense no es un modelo referencial al que seguir. Admira su carrera artística, y sobretodo cómo ha conseguido hacerse famoso con tesón, pero ahora su figura la ve con apasionada distancia. La realidad en la que se encuentra ella es diametralmente opuesta, digamos que ya ha pasado por los diferentes ritos de iniciación y ahora reposa como el guerrero después de una larga batalla.
En un notable libro de artículos titulado “Dios, entre otros inconvenientes”, Xavier Rubert de Ventós hace referencia a la realidad filtrada por los medios de comunicación, y a los rituales de paso: “Los hombres han tenido siempre a celebrar las encrucijadas decisivas de su vida -nacimientos, boda o muerte -con ritos de iniciación o de pasaje que conjuran el vertigo producido por el ingreso en un territorio desconocido, inseguros de su ciencia y competencia en el mismo. Se trata de los momentos cruciales en los que se entremezclan la biografía y la cronología, los sentimientos y las instituciones; momentos a los cuales se quiere dar una dimensión pública, un aire solemne, estereotipado y reverencial. Hasta hace poco, esta dimensión pública la daba el brujo o el sacerdote. Hoy la puede dar directamente el público mismo” . Construir un mito es adentrarse, y asumir como un paso obligatorio, por una intrincada trama simbólica que sigue por unas etapas o categorías: sacrificio, plegaria, encantamiento, trance, procesión, y un sinfín más de casuística. Este tránsito es necesario para consolidar al mito. Sobre los mecanismos de los ritos de paso escribió profusamente el antropólogo francés Arnold Van Gennep en 1909, y lo hizo descomponiéndolos entre los ritos de separación (funerales) , los de margen (noviazgo, o de iniciación), y los ritos de agregación (matrimonio). Toda esta secuenciación juega un papel importante en la configuración del mito.
El fan de JB pasa por una fase de latencia que permite la acción ritual en el tiempo (inputs de información masiva, y posterior filtro y recopilación hecha concienzudamente por la vorágine fan); posteriormente desemboca en una “agregación” asimilada en la vida cotidiana (veneración compartida). Una vez “naturalizada” esa asimilación, llega el momento de tender puentes hacía el símbolo (mito) a través de premisas negociadoras: ofrendas y sacrificios a cambio de salvación. El proceso ritual permite que Sofía, por ejemplo, haya podido salvar la distancia que separa al mito (que para ella, en una primera fase, está en la esfera de lo divino) de lo terrenal y mundano. Llegamos a la realidad actual: una vez experimentado este tránsito, este viaje que parecía sin retorno hacia lo divino, sirve de inusitado aprendizaje, y de hermosa metáfora de la pérdida de la inocencia.
jajaja, puto justin bieber