L.E.V. 2014 – Diversas localizaciones (Gijón)

Octava edición del festival del encuentro entre las propuestas más arriesgadas en el campo de la música electrónica y lo visual y consolidación a nivel de público, agotando los abonos y las entradas para todos los días, sin que ello haya supuesto merma alguna en la comodidad para disfrutar de las distintas propuestas.
Así, disfrutamos entre algoritmos, secuencias, frecuencias, noise, techno, percutantes imposibles, lo analógico, lo digital y otros soportes sonoros presentados en el imponente marco «Vaticanomarcial» de la  Laboral con dos escenarios, el teatro y la iglesia; distintos, complementarios, cercanos e igualmente disfrutables a nivel de sonido y reinventada la iglesia gracias al trabajo de técnicas de arquitectura lumínica del colectivo PlayMid.
Esta edición incorporó otro escenario nuevo, el Teatro Jovellanos, donde dio comienzo el festival con la presentación de «Trinity,» una pieza de danza interactiva audiovisual que, desgraciadamente, nos quedamos sin poder catar.

Pero este festival propone variedad y eclecticismo y así podemos pasar de la residencia artística de Mark Fell, con una pieza multicanal en el  LABoratorio de Sonido a propuestas de sonidos generados por elementos cotidianos, pero alejados de la creación musical, como máquinas de coser o proyectores de 8 mm.
Martin Messier presentó «Sewing Machine Orchestra» o cómo resucitar máquinas de coser de los años 40 para evocar un pasado de aroma familiar e industrial a la vez y, al día siguiente con «Projectors», retrotraer a los más talluditos a sus sesiones de «Cinemax» en un átono pero atractivo rugir y percutir ármonico de los Super8 y una apuesta visual sencilla, expresionista en blanco y negro.

A Herman Kolgen le definen como escultor audiocinético y su presencia en el LEV comenzó con un estreno internacional, «Seismik», en él nos sumergió en un apabullante viaje al centro de la tierra sin entrar dentro de ella, a través de visiones geodésicas con temblores, silencios y suturas noise recreadas por él mismo a pie de escenario, en un imponente e impactante trabajo visual. Su 2ª propuesta se limitaba a la recreación visual de la pieza de Steve Reich «Different Trains» que fue interpretada por un cuarteto de cuerda con bases pregrabadas y que nos devolvió de golpe a los tiempos del dominio de la música repetitiva y aún con el atractivo de las cuerdas resonando en los raíles y el viaje panorámico desde las ventanas del tren, las imágenes pecaron de un exceso de efectos voladores lejos del impacto del espectáculo anterior.

Siguiendo con las sesiones en el Teatro tuvimos a Robert Henke y su espectáculo «Lumiére» basado en un maridaje de mecánica y matemática con proyecciones láser con música para bailar, que interesó en la mayor parte del set, pero al que quizá sobró algo de minutaje.

Lo último que vimos sentados fue el «HD» de Atom TM donde asomó el pop, los años 80s, esos sonidos casi analógicos que tanto nos gustan, las evidentes deudas a Kraftwerk, tan visuales en el recuerdo de su último 3D como musicales, y el poderío groove que algunos no pudieron resistir y rompieron a bailar. Su crítica a algunas de las cosas más deleznables de este tiempo que nos ha tocado vivir, compartible en el fondo y en su totalidad, nos dejó un regusto de «dejá vu» en su exposición a pesar de la pericia del alemán y algún que otro ¡Hoh!.

El otro escenario del festival, la Iglesia, amparado en su poderío arquitectónico y un acertado trabajo lumínico que resaltaba sus formas y las redefinía, nos ofreció varias versiones, localización para un posible rodaje de David Lynch, altar de ofrecimiento y exorcismo o excelente ambigú para degustar un cocktail en la presentación de una exposición, por ejemplo.
Así los difíciles de ver, Esplendor Geométrico, nos ofrecieron la actuación más canalla del festival desde una electrónica ruidista y rítmica que invitan al trance derviche, entre gritos punk, interacción con el público y bailes sincopados. Presentaban su último álbum «Ultraphoon»(Geometrik 2013) y consiguieron hacernos bailar en medio de una catarsis colectiva. Intensos y sanadores.

Fasenuova con una puesta en escena menos intensa que en otras ocasiones, hipnotizaron con su sonido analógico de raíces ochenteras, ése que considera algo valioso las melodías pop, la agresividad vocal, las bases industriales y que nos brindaron con un estupendo «timming» de concierto, sonando sedosos y lijosos, amables y bruscos.

Vatican Shadow no podía aspirar a mejor escenario para su actuación, entorno vaticano, recio y oscuro en el que desarrolló una batidora rítmica y marcial que, si bien nos puso patas arriba a bailar, no era lo que esperaba este cronista, amante de su lado mercurial y sus sonidos de color plomo que sólo asomaron en el comienzo del set.

Si los tres anteriores tuvieron ritmo de concierto, los restantes ocupantes  de la Iglesia tuvieron en este punto su mayor déficit.
LCC, fichaje flamante en Editions Mego, empaquetaron un sonido inquietante y cerrado al que quizás, le faltó algo de profundidad y al que no mejoraron en exceso el trío vocal que les acompañó en algunos temas.

Rival Consoles engancharon por momentos pero sin sentido, ni estilístico, ni rítmico que hizo que se presentasen deslavazados y distantes.

Algo similar a lo acaecido con Koreles, aunque con mayor claridad de ideas, esperaron al final para lanzarse sobre el público y elevar el tono de la placidez que tuvo el set.

El japonés Aoki Takamasa sonó automático y anodino. Expresiones matemáticas sin alma ni emoción. Ritmo constante, perfecto para una cadena de montaje.

Afortunadamente Vesell mezcló estilos sin estridencias pero con la densidad necesaria para hacer bailar sin martillear, sin apabullar y abrazado a la  oscuridad en el colofón del festival.
Desafortunadamente no pudimos disfrutar de los conciertos matutinos en el Jardín Botánico de Huias, Throwing Show y Luke Abbott con un rotundo éxito de público que llenó el escenario.
Esperemos volver en próximas ediciones de este festival de formato pequeño, cómodo y plenamente disfrutable.
 

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