Mad Cool 2019. Jueves, Madrid 11/07/19

Tras el notable nivel alcanzado en la Welcome Party, tocaba el turno de medirle el pulso a la primera jornada de Mad Cool 2019.

Habida cuenta de las exigencias de horarios en base a las propuestas que deseaba vivir en directo, el jueves fue la jornada en la que decidí reservarme y llegar un poquito más tarde al recinto.

Y lo hice para disfrutar de la propuesta de La Dispute. Su post-hardcore anguloso suponía desde luego una de las apuestas más fuera de foco de lo que se presume la audiencia mayoritaria del festival. No negaré que regocijarme con ese tipo de bandas es uno de mis guilty pleasures más sádicos, uno de esos shows confeccionado para diferenciar a los que vienen a ver conciertos de los que vienen a que les vean.

Su disco de este año, Panorama (19), es abiertamente exigente y supone una selección natural extrema para aquellos no familiarizados con la escena screamo. Gloria bendita esta tormenta lijosa bajo un auténtico sol de justicia al congregarnos los maquis de Valdebebas mientras sobre el escenario el combo vestía, para mi sorpresa, desde una camiseta de Perturbator (¡!) el bajista a una camiseta de Pig Destroyer su cantante. Guitarras y lirismo retorcidos durante una hora que pudiera parecer una eternidad para cualquier neófito y una misa sacra para los más incondicionales.

Nunca fui fan de The Fugees. Su hip-hop me parecía demasiado almibarado en formas en una época en la que el rap mostraba su colmillo sin ningún miramiento. No obstante, Ms. Lauryn Hill esculpió un coqueto y sabroso retablo de neo-soul con su ya lejano The Miseducation of Lauryn Hill (98). Tocaba ver cómo había tratado el tiempo a esas canciones y la adaptación de la de South Orange a las nuevas demandas sonoras derivadas de propuestas análogas tan inquietas como vigentes. El caso es que, tras unos veinte minutos delante del escenario (¿o fueron horas en mi cabeza?), únicamente una DJ se encargaba de caldear el ambiente y me fui habida cuenta de los que esperaba en el escenario Comunidad de Madrid.

Era el turno del incombustible Iggy Pop. Los tiempos han cambiado, el fin del mundo y de la especie sapiens se antoja imparable. Es por ello que sé de antemano que no iba a disfrutar de experiencias tan incendiarias como las que disfruté con The Stooges en su día hace más de doce años.

Recuerdo que entonces, presa la audiencia de una excitación demoníaca, una chica me metió una dentellada en el brazo y que yo me di la vuelta para escupir un lapo en la cara de un amigo, apartándose y yendo a parar a la cara de otro desconocido, para empezar una trifulca de buen rollo que se saldó en más pogo, saltos, contoneo y, en fin, vida insultante, eso que los maniquís móviles no catarán en su existencia. Aun así, ganazas de disfrutar de la iguana en su combinación de cancionero propio y de su inmortal banda.

Con un Iggy Pop luciendo insultante pelazo y moreno marbellí, el show comenzó a degüello con “I wanna be your dog” y “Gimme danger”, entre la moderada locura de un sorprendente público de Mad Cool que no parecía de Mad Cool (risas enlatadas).

Posteriormente, Felipe VI nos enviaba desde Zarzuela un guiño al sonar “The passenger” y “Lust for life”, pasaje olvidable que dio paso a otro momentos gloriosos. Iggy Pop es incombustible, pero su cadera completamente de lado hacía que se entregara lo que buenamente podía, si bien la actitud fue intachable, al igual que una banda solvente que trabajaba con discreción para sumar. El filo con el que asomaron “Search and destroy” o la desquiciada “T.V. eye” congratularon a los más ávidos de peligro, pero lo que no esperábamos fue un taladro del nivel de “Mass production”, puro Soundgarden, y que diré, sin temblarme el pulso, que supuso el momento más glorioso de esta edición hasta el momento.

Encoge el corazón ver a Iggy con esa mirada sabia y limpia de quien ha vivido mil vidas en una, agitando la mano diciendo adiós diversas veces a lo largo de la actuación, como si quisiera avisarnos de que llegará un día que hasta lo que concebimos como inmortal nos abandonará para siempre. Leyenda, lascivia y triunfo de la música como elemento genuino que no admite envoltorios de mercadotecnia.

Abandonar el show de Iggy para acercarme al escenario principal para disfrutar desde el principio de uno de los artistas más delicatesen de la actual edición de Mad Cool, Bon Iver, hubiera sido un sacrilegio en toda regla, pero eso no me impidió llegar a tiempo para deleitarme con una banda vaporosa con dos baterías, vientos y casi perfecta en su ejecución, jugando para ellos, y que lo mismo te conmovía hasta el tuétano cuando asomaron “Perth”, “Holocene” o “Creature fear” que te sacaban fuera con sus últimas composiciones de aderezo electrónico disperso.

Fueron muchos los que se flagelaron el corazón con la angustia de For Emma, Forever Ago (07), yo lo hice más con el homónimo Bon Iver (11) una de las joyas más frágiles y radiantemente hermosas de la década, si bien nunca logré entrar en el intrincado art pop electrónico de 22, a Million (16). Eso sí, los nuevos temas que ha presentado este año el de Wisconsin, especialmente “Hey, ma”, me han congratulado de nuevo con su arte y en directo sonó convincente.

Tiempo de acercarse a ver la nueva propuesta del gamberrísimo Perry Farrell con sus esbirros orquestados. Aún recuerdo su delirante concierto con Jane’s Addiction en este festival, una celebración descocada con pin up’s semidesnudas volando por los aires con instrumentos masoquistas clavados en su piel. El delirio. Los 90’s nos cogratulamos así.

Kind Heaven (19) es su nuevo divertimento, un pastiche imposible de psicodelia, cuerdas y rock alternativo, tan marciano y ecléctico como desprejuiciado, pero en directo lo que marcó verdaderamente el tempo fueron los rescates.

Crepuscular y mágica sonó “Tahitian moon” de su bizarro proyecto Porno for Pyros e inapelables las recuperaciones de Jane’s Addiction: la bonita “Jane says”, la trepidante “Stop” y una inconmensurable “Mountain song”, colofón a una actuación que, por momentos, me pareció la mejor de la jornada, mientras su entrañable vodevil colorista hacía gala de un puterío deluxe exuberante, capitaneado por un Perry Farrell cada vez más recuperado y carismático, con ese cruce delirante entre el físico de Jesulín de Ubrique y los trajes que compraría el Joker en las boutiques de Gotham.

La pereza del universo tenía nombre propio este jueves: Noel Gallagher’s High Flying Birds. Al menos no sería como ver a un hooligan pasadísimo viviendo de las rentas como lo es su hermano. Nadie va a negar las virtudes de los dos primeros discos flamantes de Oasis y la maestría instrumental con la que sonaba la banda sobre el escenario, pero llegar allí y escuchar en mis oídos una vez más “Wonderwall” era la personificación sonora de la bajona metafísica.

Gente en el escenario principal para ver a Vampire Weekend. Más gente sintonizando La 2 para ver sus evoluciones. Yo mientras camino de ver a The Hives al escenario Comunidad de Madrid, claro.

Hora perfecta para garruleo garaje rememorando aquellas incendiarias noches bailando “Hate to Say I Told You So”. Bien es cierto que el cancionero de los suecos tiende en parte a la reiteración, pero también lo es su palmaria efectividad y más en el contexto Mad Cool.

 

Un show puro entertaiment con su líder Howlin’ Pell convertido en todo un animal escénico que no paraba de saltar, bajar a mezclarse con el público y jalear a la audiencia con su divertido castellano. Tanto se paró a reiterar sus clichés y arengas que empecé botando y dando palmas y terminé por bostezar unas diez veces, todo sea dicho.

Y tocaba fin de fiesta para esta primera jornada con la acometida electrónica de Chemical Brothers. Para mí los hermanos supusieron una de las revoluciones big-beat más bestiales de los 90’s y tengo sus dos -¿tres?- primeros trabajos en el olimpo de mi colección discográfica. Es más, Dig your own hole (97) me parece una barbaridad al alcance de muy pocos artistas del género, por no decir ninguno.

Bien es cierto que el paso del tiempo curiosamente no le ha jugado una buena pasada a un estilo que tenía como finalidad hermanar a la audiencia guitarrera y a la electrónica, proclamando la muerte del rock ortodoxo. Hoy día no sé hasta qué punto este fallecimiento se ha dado como tal, pero de lo que no me cabe duda es de que el breakbeat estiró la pata antes.

Ahora nos venden su regreso con No Geography (19) como una vuelta a los orígenes. Y, claro, hay que reírse; o en el mejor de los casos, sacar el GIF de El Peíto, el tristemente fallecido cuñao de El Risitas.No obstante, sabíamos que la tormenta de beats iba a asegurar momentos inapelables garantía de la casa. Aún recuerdo con excitación desbordante cuando se fue la luz en el escenario principal del FIB’ 99 durante su brutal actuación, sin embargo los hermanos químicos comenzaron su directo (¿sesión?) extremadamente ensimismados con su reciente carrera, que si bien cuenta con trallazos como “Go” se disuelve a la mínima que uno no inflija combustible a esas altas horas.

Un combustible que sí llegaba cuando la gente se volvió loca con las evoluciones de “Hey boy, hey girl”, pero la traca final quizás se la reservaron demasiado y cuando entre su sobresaliente espectáculo audiovisual (las proyecciones más brutales recordadas en mucho tiempo) se vertebró con cimas de la altura de “Dig your own hole” o el mix de “Leave home” y “Song to the siren”, quizás era un poco tarde. Aun así, el fin de fiesta con ese monumento histórico de la electrónica 90’s que es “Block rockin’ beats” fue digno de enmarcar.

Jornada heterogénea y casi hasta de entremés habida cuenta de la nómina espectacular de nombres que aún nos quedan por disfrutar.

Fotos: Mad Cool (Instagram

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