Tulsa – El Loco Club (Valencia)

Hay quien salió de El Loco con la sensación de que Miren Iza y los suyos podían haber dado más de sí. Tras esa impresión había un bis inusualmente breve (dos canciones) que, de alguna manera, reafirmó a los que abandonaron la sala con la falsa sensación de que Tulsa se había limitado a cubrir el expediente. Sin embargo, los casi noventa minutos que Miren y compañía se tomaron para desgranar su último disco, y la intensidad demostrada en cada tema acreditan lo contrario.

Otra cosa bien diferente son las expectativas que cada uno se trajera de casa. Por momentos, parecía que había quien esperaba un greatest hits a la carta y no un concierto de presentación de disco; de hecho, cuando Tulsa al completo seguía inmerso en el pantanoso recorrido de Espera La Pálida, ya había quien pedía a gritos «Carretera» ante la cara de circunstancias de Miren. Si a eso le sumamos lo escueta que estuvo a la hora de comunicarse con el público (al que decía no ver por la iluminación), la duda podría parecer razonable.

Sin embargo, a menudo tendemos a mezclar las cosas y podemos caer en el error de identificar un gran concierto con una conexión extrasensorial entre artista y público. Miren no parece muy dicharachera en las tablas y, sinceramente, su música perdería en pasión y credibilidad si lo fuera; aún así, el viernes nos dejó más de una sonrisa delatora de complicidad. Lo suyo no son los parloteos y las arengas al personal, lo suyo es romperte el alma en el segundo tema con unos ojos tristes condenados a perpetuidad y una confesión descorazonadora («Barro»).

A Miren hay que reconocerle muchas virtudes, en lugar de pedirle que predique entre canción y canción. Por ejemplo que, salvo «Herencia veneno», cayeran todas las canciones de su excelente segundo disco; de la inicial «El duelo» a «Araña» (a pesar de no contar con Anari), y sin perder un ápice de intensidad. Acertando de pleno, además, con la ruleta de las emociones, supo procurar dolor contenido cuando tocaba («Alguien viene a por lo suyo», «Te ofrecí») y fango («Tus flores», «Aniversario de boda») cuando lo demandaba la situación.

Hay que reconocerle también que no engaña, lo que ves es lo que hay. Su música es de la que se escribe sobre cicatrices; la misma que se apreciaba en su barbilla y que le daba un plus de verdad, innecesario una vez elevó la voz para pronunciar la primera palabra de «El duelo». Tan personal como cautivadora, se movía por el filo en las majestuosas «Matxitxako» y «Algo ha cambiado para siempre» (geniales los teclados de Charlie Bautista); en «A mis brazos» (Nick Cave), cantada guitarra en mano sin banda, se tornaba susurro irresistible.

Las concesiones se concentraron en el tramo final del concierto: a las coreadísimas «Seguramente me lo merezco» y «Carretera» unió «Sólo me has rozado» para cerrar. Probablemente el bis, con «La golue» y «Kantártika», frustraría al que esperara más hits de karaoke, pero es lo que hay, señores. Y es bueno de narices.

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