Mteörik (Sala Hangar) Córdoba 15/6/24

Hay advertencias francamente paradójicas. La que induce al inmovilismo, como cualquiera de corte similar, es una de las más infames e incomprensibles. ¿Se puede animar a alguien a no moverse, a no salirse demasiado de sus casillas, justo antes de ofrecerle una serie de ráfagas músico-vocales de marcado carácter hedonista? Sí, se puede, sólo que todo depende de las formas. La ignorancia también cuenta, claro, porque si el título de la pieza que sirve de intro suena a mortaja es mucho mejor para todos no querer escarbar en su significancia. “Prohibido bailar” promete más que arremete, y aunque no lo parezca no es más que una declaración de intenciones. Así, haciendo de la contradicción un arte, empieza la puesta de largo oficial, porque todos somos profetas en tierra ajena, de una banda de músicos veteranos y conscientes de su lugar en el mundo.

Los nombres que conforman la alineación titular de Mteörik apabullarían por currículo y experiencia a bastantes otros que suelen copar carteles y presencia en escenarios a menudo desubicados. El alma máter y mente aligerada de prejuicios que capitanea esta aventura no es otro que el gran Yonka Zarco, otrora cerebro de otras potencialmente memorables como La Reserva o la menos desventurada Corazones Estrangulados, de cuyo despegue artístico fue responsable directo como compositor de prácticamente todo el grueso de su producción. Alguien tan querido y respetado en una ciudad como Córdoba, en la que la desmemoria y la chabacanería campan a sus anchas vaciando unas salas en pro de la masificación de otras de dudosa enjundia cultural, sólo podía triunfar en una noche blanca que en la sala Hangar se tornó en púrpuras, rosados, magentas y amarillos dorados a base de canciones radiantes de luz e impulso vital.

Queda poco de aquellos tiempos, afortunadamente. Y no porque cualquier reminiscencia sea peor, ni porque la época de bonanza ya quedara definitivamente atrás, sino más bien porque el momento de mirar atrás no está contemplado en esta nueva acepción. Es una reformulación, una reinvención o una retrospección hacia una forma de entender la música desde nuevas dimensiones. La vida se ve distinta a través de las gafas pseudo tridimensionales con las que Kraftwerk contemplaban al mundo desde su atalaya del proto tecno, y tal vez por eso el capitán del barco se las agencia para que la primera parte del show sea como tiene que ser y suene como tiene que sonar. Es cuestión de visión y de perspectiva. La de comenzar con un falso medio tiempo como “Radiografía sentimental” y aplomar el repertorio a medida que “Veo zombis”, “Surfeando” y “Lo mejor será” van cayendo en gracia a una sala a medio gas, perjudicada por tanto falso flamenco que no bailaría ni la mitad de lo que lo haríamos nosotros.

Pero nada de eso importaba cuando decides que “En tu cabeza” es un himno funky que debería sonar en las cuentas top de tiktokers y demás satélites inconscientes; o cuando sigues agitado en brazos del vaivén ochentero de “Rebeca” o “Fresquito”, con la brisa de Aztec Camera meciendo las guitarras y convirtiendo aquello en “Una fiesta de verdad” justo después de procurar un nuevo y deslumbrante traje sonoro a esas “Señales de comunicación” que en la voz y el groove de Paco Núñez suenan a todo menos a añejo. Buena parte de culpa la tienen también José Luis Cabezas y el recién incorporado Eduardo Granados, una base rítmica que alcanza dimensiones insospechadas para una banda, que no unos músicos, con tan poco recorrido conjunto. Otra manera de darnos a entender que el pasado es sólo la puerta de salida del presente y el pasaporte al futuro. También citan a la fuente madre de todas sus fortunas y la hacen santoral propio con “San Lou Reed”, dejando la sangre velvetiana fluir por las venas de “La ciudad de los prodigios” –prodigiosa canción, por cierto- y a Daft Punk y B-52’s hermanarse en “Veo globos” y “Soy un zombi”, la segunda referencia a la otra vida, que será igualmente acogedora y con una pista de baile en el centro del limbo, cualquier cosa que eso sea.

Para los “Noctámbulos” que ya no lo somos tanto es reconfortante escuchar una canción que habla precisamente de eso sin dejar de recordarnos que lo importante es bailar, y que los sueños sólo se mantienen mientras estemos vivos, o mejor dicho, mientras queramos vivir. Así se reconstruyen las mejores historias y se deconstruyen otras que podrían ser aún mejores si el mundo que las condiciona no las devorase a diario. A un ansia se le contrarresta con otro, y el de Mteörik y sus enormes canciones es capaz de engullirse a cualquier público que sea capaz de entenderlos. No es tan difícil hacerlo, tan sólo se necesitan un par de oídos y de pies voluntariosos.

Fotos Mteörik: JJ Caballero

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