Cala Mijas Festival 2023

El coqueto y relajante emplazamiento de La Cala de Mijas se va consagrando como el broche de oro al verano musical malagueño, con un festival que se ha consolidado en apenas dos ediciones como un valor seguro gracias a la experiencia y buen hacer de la promotora Last Tour, detrás también del BBK bilbaíno. Con un cambio de localización de los distintos escenarios, las señas de identidad de la cita de la Costa del Sol se han mantenido intactas, cuidando el espacio para las sesiones de dj’s en el espacio La Caleta, y extendiendo la oferta a interesantes propuestas que tuvieron lugar en las privilegiadas playas situadas en las proximidades del recinto.

Con una asistencia de público en pleno crecimiento, rozando el lleno absoluto, el éxito de esta reválida es un hecho que no admite discusión. No en vano, las estimaciones apuntan a unos 110.000 asistentes entre los tres días. Ahí es nada. El Escenario Sunset se centró más en bandas nacionales, con alguna excepción, mientras que los dos escenarios más grandes, Sunrise y Victoria, acogieron la mayoría de los conciertos de artistas internacionales. Buen sonido, amplitud y facilidad para desplazarse de uno a otro, y una programación que, a pesar de algún puntual solapamiento doloroso, permitía asistir a los shows más esperados sin problemas.

La jornada inaugural contó con dos propuestas de aquí tan consagradas como las de Vera Fauna, con sus característicos desarrollos de guitarras y su querencia escapista, que venían a presentar su notable Los Años Mejores (Sonido Muchacho, 2023), y Cala Vento, ya establecidos como uno de los combos más fiables de nuestro panorama musical, con esa potente mezcla de guitarras afiladas y batería incisiva, bañada en letras de marcado carácter existencialista en las que es fácil verse reflejado una y otra vez. No en vano, Casa Linda (Buen Día Records, 2023) es uno de los discos más redondos que nuestra escena pop-rock ha parido en los últimos años. El dúo sonó compacto y aguerrido, logrando transmitir toda la energía torrencial que emana de sus canciones. El electropop de Cupido convenció a los fans allí congregados, mientras el ambiente iba cogiendo vuelo para acoger el primer gran nombre de la noche: Siouxsie. Se podrá discutir que su voz no llegue a las cotas de antaño, pero lo que no ha dejado de impactar es el poso de unas canciones que son historia viva del post-punk junto a The Banshees, con las eternas “Spellbound”, “Kiss Them For Me” y “Face To Face” aun resonando en nuestras cabezas. Su etapa más reciente, tuvo espacio con “Here Comes That Day” e “Into A Swan”, sin desentonar, con esa base rítmica tan podersa y característica llevando el paso de ese sonido oscuro y vertiginoso que ha creado escuela. Baxter Dury, por su parte, dio buena cuenta de las cálidas aguas malagueñas como reflejó en sus redes sociales, antes de redondear un repertorio más bailable de lo esperado, ideal para un contexto festivalero, con esas juguetonas melodías que basculan entre Belle & Sebastian y Serge Gaingsbourg en primer plano, con “Miami” como favorita personal. Divertido y gamberro, demostró atesorar el espíritu rebelde de su progenitor, el icónico Ian Dury. Mientras tanto, Amaia seguía a lo suyo en el Escenario Sunset, entregando un set mezcla de dulzura, pegada y sobrada soltura para elevar su elegante pop con puntuales reminiscencias del Donosti Sound, a cotas mucho más impactantes en vivo.

Eran poco más de las diez y media, cuando se desencadenó la tormenta con Arcade Fire como protagonistas de lujo. El descenso estelar por las escaleras aledañas, fue uno de los grandes momentos de esta edición, con los miembros de la banda mostrando sus emociones más espontáneas a la cámara y la masa de fieles a punto del colapso mientras lo observaba atentamente desde las pantallas. El pistoletazo de salida a más de hora y media de puro extásis epatante, lo puso “Age Of Anxiety II (Rabbit Hole)”. Win Butler es un líder capaz de llevar el peso del concierto sin eclipsar las virtudes de una banda coral con la magnética presencia de una Régine Chassagne capaz de emocionar con su privilegiado timbre, su inabarcable carisma o su admirable talento con prácticamente todos los instrumentos que había sobre el escenario. Su interpretación de “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)” heló la sangre de una audiencia entregada a sus incuestionables encantos. Las distintas etapas de la extensa discografía de la banda tuvieron presencia en un repertorio rotundo y sin apenas fisuras, virando de la épica pretérita de “Rebellion (Lies)”, “No Cars Go” o “Neighborhood #1 (Tunnels)” a la contención de “Afterlife” o el aroma pop de “The Suburbs”, pasando por la pátina disco de “Reflektor”. Decir que están en plena forma, es quedarse bastante corto.

El Escenario Victoria albergó pasada la media noche, el incendiario pase de unos esperados Idles, con su rock combativo de alto voltaje y proclamas cargadas de mensaje. Si algo no te remueven descargas del nivel de “Never Fight A Man With A Perm” o “I’m Scum”, deberías hacértelo mirar. Mucho más amable y accesible resultó la propuesta de Foals, que vivieron sus mejores años hace ya tiempo, pero que en vivo siguen resultando interesantes. La agradecida presencia de material antiguo en su set, con mi favorita personal “Olympic Airways” entre el mismo, bien acompañada de “Red Socks Pugie”, el cierre con “Two Steps, Twice” o la definitiva “Spanish Sahara”, junto con las efectistas y efectivas “Mountain At My Gates” y “My Number” o el nervio desatado de “Inhaler” y “What Went Down”, dieron forma a una puesta en valor de un cancionero consistente que, a pesar resentirse en su recientes lanzamientos, aún se mantiene orgulloso con “Wake Me Up”, “2001” o “Black Bull”.

La banda de Oxford, con cambios en su formación durante estos años, sigue sonando fresca y aguerrida en las distancias cortas, aumentando las dosis bailables de sus hits respecto a sus versiones en disco, y Yannis Philippakis es un frontman que sabe meterese al público en el bolsillo. Rematamos la intensa jornada inicial sumergiéndonos en los inquietantes beats de unos Moderat que, apoyados en unos efectos visuales hipnóticos, conectaron con la gente desde los primeros pulsos de “Ghostmother”, sacudiéndonos a las primeras de cambio con las demoledoras “A New Error” y “Rusty Nails” y manteniendo el hilo con una secuencia diseñada con pericia en la que “Fast Land” y la final “Bad Kingdom” alcanzaron las entrañas de una multitud reconvertida en almas entregadas a la pista de baile. Los berlineses brillaron con luz propia y dejaron con ganas de más.

El viernes arrancó con la suave caricia de un Charlie Cunningham cuyo pase se antojó ideal para los albores de esta segunda jornada. Se esperaba con interés la presencia de unos Junior Boys consolidados como una de las propuestas más excitantes en lo que a pop electrónico se caracteriza, por su naturaleza mutante e inquieta, cristalizada en trabajos tan seductores como el seminal debut Last Exit (Domino, 2004) o el más reciente Big Black Coat (City Slang, 2016). Música de carácter nocturno que consiguió transmitir cuando el sol se retiraba, gracias a la valía de dianas del calibre de “Night Walk”, “Parellel Lines”, “Over It” o “So This Is Goodbye”. Uno de los tesoros escondidos en un cartel plagado de nombres que subrayar, más allá de los cabezas de cartel. El contraste a tan delicada propuesta, lo pusieron los australianos Amyl And The Sniffers, que desplegaron sus dardos envenenados de rock garajero que funcionaron frenéticos y contundentes. Lori Meyers se dieron su enésimo baño de multitudes con su solvente paseo por un lustroso fondo de armario que han construido con tesón, y que esta vez dejó espacio para una añorada vuelta al pasado a la que tan poco nos tienen acostumbrados al atacar “Tokio Ya No Nos Quiere”. El suyo es el triunfo de los corredores de fondo que han ido construyendo un directo al que, hoy por hoy, es difícil encontrarle fisuras.

Había que ingeniárselas para conseguir un buen lugar desde el que poder disfrutar de la puesta al día del ese rock con tanto aroma a The Velvet Underground al que tan bien saben aproximarse The Strokes. Poco importó que Julian Casablancas se esforzara en interrumpir la dinámica de un recital de guitarras superlativas con ese aroma tan deudor de Television, The Cars o The Stooges, además de la omnipresente presencia de la Velvet en los surcos de cada acorde, pues en la imperfección y ausencia de reglas, también radica gran parte del encanto de los ya ilustres neoyorquinos. Discutir a estas alturas la valía de su envidiable colección de clásicos, entre los que destacaron las vibrantes y siempre vigentes “Soma”, “You Only Live Once”, “Someday”, “Last Nite” o la catártica “Reptilia”, entre otros, sería una osadía, pero es que además, las más recientes “Bad Decisions” y “The Adults Are Talking” no desentonaron en absoluto y enriquecieron la dinámica de un concierto que dejó con una sonrisa de plena satisfacción a los allí asistentes.

Entraron al ritmo de “Vamos A La Playa” y los extraños monólogos de su excéntrico líder, a los que ya están acostumbrados los demás componentes de la banda, contribuyeron a engrandecer su leyenda. Esa que hace que les perdonemos (casi) todo, cuando atacan ese himno imperecedero que es “Hard To Explain” o que volvamos a rememorar la emoción que sentimos al pinchar por primera vez aquel disco referencial con el que debutaron allá por 2001 y escuchar los perezosos primeros versos de “Is This It?”. Si esto era todo, desde luego que ha merecido la pena.

El nivel de dopamina segregada era tal que el contrapunto aportado por M83 resultó difícilmente mejorable. Con esos desarrollos tan cinematográficos que les caracterizan, los de Anthony González fueron construyendo un lisérgico entramado en el que perderse entre colchones de teclados y atmósferas vaporosas. No sé ni la de veces que habré escuchado canciones como “Don´t Save Us From The Flames”, pero vivirla en directo me trasladó a un estado de plenitud y placidez que me hicieron reencontrarme con todo aquello que hace a los franceses tan únicos y especiales. “Run Into Flowers”, “Wait”, “Teen Angst”, “Amnesia” o “Solitude” traspasaron la epidermis, con esa emoción contenida que manejan con tanta maestría.

Si aún quedaba algo de energía en la reserva, esta acabó por desbordarse quemando zapatilla por la enorme discoteca ambulante en la que convirtieron el Escenario Sunrise los legendarios Underworld, quienes parecen estar viviendo una segunda juventud. Desde los primeros beats de la intro de apertura, aquello mostró visos de convertirse en un eufórico remate de fiesta, como así corroboraron unas indestructibles “And The Colour Red” y “Two Months Off” antes de que “Born Slippy” detuviera el tiempo en un instante imborrable de nuestras memorias.

La jornada final arrancó con el pop sobrado en pegada de los locales Ballena, con ese conseguido pulso melódico que sobrevuela pletórico una base rítmica poderosa y abrasiva, para enganchar con la fiesta propuesta por La Plazuela, con los que es imposible aburrirse. Todo ello antes de encarar uno de los highlights del cartel, el esperado recorrido de José González por los recovecos de un debut, Veneer (Imperial Recordings, 2003) , que cumple ahora veinte años, y que lo situó en el mapa musical mundial, cosechando gran éxito gracias a las bondades de esa exquisita combinación entre sus deliciosas armonías vocales y los cálidos acordes de una guitarra de eminente querencia por la bossa nova y el tropicalismo que tanto nos recuerda a Caetano Veloso o Gilberto Gil. Con la difícil misión de trasladar tan íntimo ensamblaje a un contexto como el de un festival masivo, consiguió enmudecer a un público entregado que asistió boquiabierto a la fiel recreación que ejecutó el artista sueco, cuya voz emocionó como pocas mostrándose sobrado para llenar la inmensidad del Escenario Victoria con su talento y magnética presencia. A la sentida interpretación de dicho álbum, alterando levemente el orden y reservando un espacio especial para “Crosses” y “Heartbeats”, se sumaron algunas versiones más (brillantes “Teardrops” y “Love Will Tear Us Apart”), y ese luminoso acercamiento al castellano que es “El Invento”. Aplausos y reverencia más que merecida.

El argentino Duki caldeó el ambiente con sus ritmos incisivos sirviendo de antesala al delicado pase de Ethel Cain. Que Preacher’s Daughter (Daughters Of Cain, 2022), es uno de los álbumes más infravalorados del pasado año es algo más que evidente, como vino a corroborar la impoluta interpretación de la joven artista estadounidense, que sin duda merece más atención de crítica y público. No en vano ha despertado la atención de la propia Florence Welch, que la cita como una de sus artistas actuales favoritas. Metronomy, por su parte, no defraudaron con su particular coctelera de ritmos bailables donde caben funk, pop, dance, ramalazos kraut, jazz o incluso punk. El proyecto del inquieto y talentoso Joseph Mount, acompañado por su excelente banda, ha ido creciendo hasta el punto de atesorar ya unos cuantos álbumes más que notables, lo cual alimenta en vivo un setlist consistente, ecléctico y divertido, que resulta incontestable cuando pone el foco en singles del calibre de “The Bay”, “Corinne”, “Everything Goes My Way”, “Reservoir”, “Salted Caramel Ice Cream” o la definitiva “The Look”, coreada masivamente por el público logrando emocionar al líder de los del sur de Inglaterra.

Mucho se rumoreó sobre la posible cancelación de Florence + The Machine, debido a un problema en los pies que la propia Florence Welch arrastraba durante bastante tiempo y que le llevó a acabar operándose. Por fortuna, pudimos contar con ella y su teatral puesta en escena, para mayor emoción de los miles de seguidores, muchos de ellos vestidos para la ocasión en homenaje a su admirada artista. Y lo cierto es que no defraudó, elevando a la categoría de ceremonia reveladora un concierto que colmó las expectativas de los asistentes, gracias a la cercanía de la londinense, visiblemente emocionada, y que logró hacer sentir importante a su audiencia, mirándola a los ojos, incluso acariciando sus rostros durante su apasionada y sentida actuación.

No faltaron las cabalgadas épicas de “Ship To Wreck”, “Dog Days Are Over” o las recientes “King” y “Free” en un show con una evidente carga conceptual, capaz de arrastrar a los convencidos y a los escépticos con su imparable marea de estribillos infalibles, con recuerdo a la primigenia “Kiss With A First” o a esa versión del “You Got The Love” de Candi Staton que tan astutamente sabe llevar a su terreno, antes de soltar los fuegos artificiales en un encore ganador en el que “Shake It Out” y sobre todo la final “Rabbit Heart (Raise It Up)” destaparon el tarro de las esencias de una artista convertida en religión para miles de fans, y que justificó su papel preferencial en el olimpo del pop mundial con un concierto al que nada se puede reprochar.

En el Escenario Victoria, Stuart Murdoch y los suyos, Belle & Sebastian, fueron a lo suyo, esto es, recordarnos una vez más por qué son una de las mejores bandas de pop en activo. Superados sus problemas de salud, el menudo y carismático líder de los ilustres escoceses, se mostró pletórico bromeando continuamente con el público y con esa eterna sonrisa característica como bandera. Tienen tantas canciones buenas, que poco importa el enfoque que le quieran dar al repertorio. De antes y de ahora, sus pequeños grandes clásicos se fueron sucediendo en un carrusel que mezcla pasado y presente como pocos pueden permitirse: dando una masterclass de cómo encadenar un estribillo perfecto tras otro. Juguetonas y atemporales, “Step Into My Office, Baby”, “Another Sunny Day” o “She’s Losing It” prepararon el terreno antes de esa bacanal de baile multitudinario que se desencadenó en “The Boy With the Arab Strap”. Genio y figura, el bueno de Stuart acabó enfundándose la elástica del Málaga, esperando que así podamos confiar en reverdecer viejos laureles algún día. Por soñar, que no quede.

Todavía quedaba espacio para la electrónica ensoñadora de unos The Blaze que salieron victoriosos en la difícil tarea de trasladar a las tablas todo lo bueno que atesoran sus destacados largos Dancehall (Animal 63, 2018) y Jungle (Animal 63, 2023). Sus canciones se proyectan sugerentes e invitan al baile en su adictivo crescendo, siendo capaces de poner perfecta banda sonora al final de un verano para recordar, alumbradas por luces de neón, sostenidas por un punto de reconfortante nostalgia.

Incapaz de dejar indiferente, Arca apostó por un formato más próximo al de una sesión, aunque en principio no era lo anunciado. Lo suyo resulta desafiante con esa peculiar provocación continua al oyente y su inclasificable mezcla de estilos que rehúyen las etiquetas, apostando por lo impredecible y transgresor. Una cara más en la poliédrica naturaleza de un festival en evolución y expansión que ha venido para quedarse, revolucionando la época estival en lo musical y ofreciendo una experiencia global de enorme calado que nos hace arrancar la cuenta atrás hasta la próxima edición, sabiendo que volverá a suponer un éxito rotundo.

Fotos Cala Mijas: Sharon López, Óscar L. Tejeda y José Megía

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