D.A.F + Esplendor Geométrico + Absolute Body Control (Kapital Industrial – Sala Shôko) Madrid 11/11/23

El festival Kapital Industrial nació con vocación de aglutinar, en la medida de lo posible, propuestas alrededor del amplio concepto de la música industrial en una jornada. O, por lo menos, eso es lo que sucedió y pudimos observar en la noche que aglutinó a Absolute Body Control, Esplendor Geométrico y D.A.F. en una velada que, con semejante cartel, ya ponía sobre la mesa el debate eterno de los límites de la etiqueta de industrial. Sin embargo, por quisquillosos que seamos, en un género tan minoritario (minimizado dirían ahora para repartir culpas), las diferencias entre propuestas tienden a unificarse frente al ostracismo, por lo que la iniciativa en sí es para celebrar.

Arrancaron la jornada los belgas Absolute Body Control, una de las formaciones pioneras de aquella electronic body music que se fraguó sobre todo en Alemania y Bélgica, para obsequiar al público una primera visita a nuestro país (se dice rápido, tras cuarenta años) en la que, a pesar del tiempo, no defraudaron. Si la EBM llevaba su nombre en el cartel de la noche, es porque había motivos suficientes, desde el motivo histórico a su propuesta.

 

Dirk Ivens no dejó ninguna excusa viable para que la pista se llenase de los beats que iban marcando esa historia. Entiéndanme, no es fácil, desde el punto de vista de esa transición de lo analógico a lo digital, mantener cierta personalidad que aportaba lo primero sin desmerecer las bondades de lo segundo. Y de eso iba, y el público lo sabía, volcado y celebrando esos éxitos subterráneos de sabor añejo de principios de los 80 que son “Is There An Exit?” o la mítica “Figures” sin poner casi ninguna condición.

Irremediablemente, esa danza industrial en la que ese sustrato analógico pudo llegar a cobrar cierto protagonismo, ya que las canciones elegidas para su tramo contenían, mayoritariamente, esa producción casi embrionaria de los belgas. Se trató, al final, de un despliegue que iba de arriba a más arriba en intensidad, pasando por la barnizada “Automatic” y hasta llegar a esa “Give Me Your Hands” que sonaba como despedida por aquello de la interacción de Ivens con el público.

A pesar de esa sensación, quedaría la última bala de “So Obvious”, tan canónico cierre como ideal para un público que clamaba por alguna descarga más, aunque quedase claro por la cara del vocalista queriendo decir “es lo que hay” mientras entraba la música de la sala que hasta allí había llegado su estreno ante el público español.

Caliente ya el frío ambiente que rodea sempiterno la áurea industrial, Esplendor Geométrico disponían de su centro de operaciones sobre el escenario. Siempre queda la duda de saber si esa supuesta evolución de lo analógico a lo digital fue algo positivo en lo que se presume un estilo (en su vertiente más paradigmática) con una alta carga de experimentación física, pero ajustándonos a la verdad, el resultado y la experiencia, aislándose uno de ciertas cuestiones, es excelente.

 

Los pioneros más vanguardistas y ceñidos al patrón de lo industrial en España comenzaron a disparar una ristra de impactos sonoros perfectamente engarzados, todos dispuestos en un supuesto marco barnizado de predisposición, aunque destilando una alta carga de improvisación. El efecto, enfundado en esos primeros ritmos canónicos del industrial más primigenio hasta su posterior evolución que cronológicamente abarcaba su próximo y esperado Strepitus Rhythmicus, arrastró desde el primer minuto a un público que llegó a entender que el plato fuerte de la velada eran ellos.

Su deambular entre lo bailable, dentro de la oscura pesadez, a lo más metálico se enzarzaba en lo técnico con un Arturo Lanz entregado a la manipulación de su tableta, resaltando, de paso, que su históricamente apasionada entrega no iba a ser frenada por la necesidad casi imperiosa de manipular una pantalla de plasma.

La energía desprendida conservaba esa marca identitaria de lo tribal, de lo místico, de lo oscuro, producto de esa perfecta sincronía de mecanicidad y voces pregrabadas que alternaron con la interacción casi ritual de un Lanz entregado al éxtasis frente al público, ajeno y comprometido a su interpretación humana dentro de ese mundo irrespirable y algo mecánico.

Por la pantalla deambulaban conceptos geométricos, claro, pero también alusiones visuales a ese ritmo y ese trance, salpicadas por la referencia al zikr caucásico, o a elementos químicos, imprescindibles para entender la opresiva apuesta mantenida por Esplendor Geométrico por tantas décadas sin que haya podido esta resquebrajarse un ápice, al igual que tampoco el bueno de Lanz, que con la concentración de Saverio Evangelista a sus espaldas, danzó marcialmente para finiquitar una hora especial.

A pesar de que la posición en el cartel otorgaba un puesto especial a D.A.F., se antojaba complicado superar algunos puntos de duda sobre lo que podía ofrecer Robert Görl sobre el escenario. Tras el fallecimiento de Gabi Delgado-López, su compañero de fatigas y alma del grupo de Düsseldorf, se antojaba complicado entender cómo podría dar forma de manera convincente al proyecto sobre el escenario. Primero, porque D.A.F. no se entiende sin Gabi, y segundo, porque las labores de voz y de acaparar el escenario con su inmensa personalidad recaían del lado del cordobés.

El músico alemán salió calmado a un escenario que vitoreó su presencia, aunque se le notase apagado, quizá anestesiado ante la dificultad de sobrellevar ese sentido homenaje en el que se ha convertido esta gira y clamó “mantengamos vivo a Gabi”. Tomemos como válido en este punto el argumento del homenaje o despedida, presente en la figura de un Görl que no se separó ni un segundo de su atril, dejando claro que, en ningún momento, pretendió suplantar en nada a su querido Gabi, a pesar de tomar las riendas del micrófono y dejando su labor habitual de producción a Sylvie Marks, la enmascarada al mando musical durante la noche.

A pesar de cierta melancolía en el ambiente en los momentos iniciales, poco a poco la música fue tomando su forma anímica y desplegó las cadencias necesarias para seguir la conmemoración con esos “Kunststoff” o “Wir sind wild”, celebradísima entre un público que tuvo a bien pensar que el mejor homenaje a nuestro compatriota estaba en no dejar de bailar durante un segundo solo.

Podría decirse que Görl había contemplado su propuesta a modo de retrospectiva, revisando cada uno de los grandes temas del dúo, intentando llevar, a pesar de lo estático, a los congregados ahí a ir de la mano por todo aquel mundo que había creado Gabi. Por supuesto, los momentos de mayor unidad coincidieron con la ejecución y el esfuerzo de los temas más conocidos. Ahí se notó “Der Räuber und der Prinz”, aclamada desde sus iniciales y características notas, al igual que “Neue Welt” o “Kein Ausweg”, pero también, y por su carga emotiva, “Brothers” y “Als wär’s das letzte Mal” (“la canción preferida de Gabi”).

De toda la retahíla de temas conocidos faltaba, por supuesto, “Der Mussolini”, auténtico himno de la escena de Düsseldorf y de todo aquel incipiente dance punk o electro de tintes industriales, que Rölf tuvo a bien dejar para su primer falso bis con una Marks desbocada y poseída por el espíritu de Gabi. Aquella situación dejó al público en el, quizá, momento más álgido de la noche y en una situación que vemos con asiduidad, y es la de bajarlo rápidamente empleando el tema enseña ante las puertas de otros temas que finiquitan el cenit y el concierto.

Fotos D.A.F + Esplendor Geométrico + Absolute Body Control: Álvaro de Benito

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