Drew McDowall (Sala Independance) Madrid 28/11/2019

La velada sensorial que proponía Drew McDowall advertía de que no debía ser tomada a la ligera. Agazapado tras la nada engañosa y cada vez más popular fórmula de la interpretación en directo de un disco emblemático o relevante, el excomponente de Coil apareció en el escenario con tanta calma y serenidad que podría haber engañado perfectamente a todo aquel incauto que hubiera llegado allí de rebote. Quien no hubiera estado expuesto nunca a lo más básico y complejo de la música industrial (sí, esos oximorones sonoros abundan en este género) se darían de frente con una abrasiva realidad de la que solo muy pocos salen con vida. Sin embargo, no pareció ser el caso, ya que el poco más de un centenar de asistentes solo podían ser considerados como fieles.

No está de más recordar que Time Machines, epicentro y única excusa de la cita, es un álbum paradigmático en la historia de la evolución del sonido industrial más primitivo. Me explico: si las raíces de la experimentación del género se encuentran a finales de los setenta en el pánico sembrado por los seminales Throbbing Gristle, sus vástagos -entre los que se encuentran los diversos proyectos de Chris Carter y Cosey Fanni Tutti y los propios Coil– fueron (algunos todavía lo son) los encargados de perpetuar esa pureza con lanzamientos que mantienen vivo esa abrasión. Así pues, Drew McDowall ejerció de sacerdote para esa recurrente resurrección en la noche en la que las notas hipnóticas de esta creación impactaron literalmente sobre los allí reunidos.

Como pieza que remite ineludiblemente a la alteración de los estados de conciencia, la percepción y experiencia es única en cada oyente. Algo tan simple como elegir la posición en la que enfrentarte a los bajos que hicieron retumbar el suelo o el grado de concentración elegido para personalizar el efecto hipnótico de un bucle sonoro tan básico en su ejecución como complejo en su concepción lo es todo en el resultado final. El que firma acostumbra a, si puede, ponerse cómodo y cerrar los ojos para dejarse llevar. La ausencia de puesta en escena de ningún tipo, salvando alguna bocanada de humo y algún foco tenue, ayuda también a no caer en la duda de perderse algo y alcanzar esa experiencia deseada. No obstante, todo lo lisérgico, onírico, hipnótico y místico que encierran los cortes de Time Machines son los ingredientes esenciales para que uno perdiese la noción del lugar y el tiempo y despertase siendo consciente de que ha sido vapuleado por una hora y pico de atmósferas asfixiantes y relajantes, oscuras y clarificadoras.

Posiblemente, si preguntásemos al chico que se encogió en posición fetal y no despertó hasta que se desenchufaron las máquinas, tendíamos otra experiencia, quizá introspectiva; al igual que si quisiéramos saber cómo lo vivieron las chicas de la primera fila de sofás que, de manera arbitraria y espontánea fueron colocados como barrera con el ánimo de afrontar la batalla. Al señor que decidió bailar apartado del resto quizá le impactase más el sentido de festividad, mientras que a los de cerveza en mano, extasiados, los llevase más por la admiración minimalista. Fuera lo que fuera, Drew McDowall se supo vencedor al final de la noche: solo había que observar la satisfacción de los que se saben voluntarios de un experimento que les ha reportado más beneficios que dolor.

 

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