Maria Arnal i Marcel Bagés – Ciclo POP CAAC (Sevilla) 31/07/21

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, antes fábrica de cerámica, antes monasterio cartujo (y seguimos llamándolo “Monasterio de La Cartuja”) es un lugar ideal para hacer conciertos en verano. Lleno de explanadas entre sus bonitos edificios históricos, cerca del río lo que permite que se mantenga razonablemente fresco cuando corre un poco de brisa, es fácil plantar un escenario y una barra en cualquiera de sus patios, y aquí llevamos disfrutando de conciertos más de quince años.

Esta temporada se ha dividido de manera más o menos artificial en “minifestivales”. El Nocturama de toda la vida nos espera a finales de agosto, y de mitad de julio hasta mitad de agosto tenemos POP CAAC. Diez conciertos, dos artistas en cada uno. El pasado sábado le tocó el turno a Maria Arnal i Marcel Bagés, con Manola como telonera.

La cantante sevillana Manola nos presentó su música electrónica con toques jazz, rebajando mucho el toque flamenco de su escasa producción grabada. En su mezcla de estilos, se atreve con casi todo en un espectro tranquilo y elegante. Destacaría la versión de «Corcovado», que recordaba más a la de Everything But The Girl que a cualquier cosa salida de Brasil. Una buena introducción a lo que nos esperaba más tarde.

Maria Arnal i Marcel Bagés entraron con el apoyo de su productor David Soler a la guitarra. Se percibe desde el primer momento una voluntad de crear un espectáculo global, quizá compensando las limitaciones de un concierto de música electrónica bailable a ratos… en el que está prohibido moverse de la silla. Los juegos de luces, de humo, el baile de María y sus dos coristas, suplían en parte lo que a todos nos faltaba.

La apuesta más difícil del concierto fueron los constantes cambios de ritmo, de sentimiento y estilo. Canciones que sonaban a himno y daban al público ganas de cantar, como «Milagro». Lamentos desde las tripas cantados en posición fetal, como «Bienes». «Cant de la Sibil·la» en su mínima expresión, un coro a capela en un escenario a oscuras. De ahí a bailar a saltos por el escenario con «Fiera de mí», y vuelta cuesta abajo. No era una montaña rusa, más bien un paseo por un campo con muchas colinas,  cuevas y recovecos que explorar, de lo divertido a lo emocionante, ganas de llorar incluidas. Una experiencia que merecía la pena, absolutamente.

Alguien me dijo que un concierto debería sonar más potente que el álbum, y que le había parecido que aquí, grabación y directo sonaban demasiado iguales. No estuve de acuerdo; tal vez lo programado, la parte electrónica, tenga algo de eso, pero la emoción de las voces siempre es diferente. Además, es bonito estar en un concierto, entre la incongruencia de las chimeneas de La Cartuja. Y si pongo el disco en casa no escucho ese rumorcillo maravilloso de conversaciones ajenas, ni vuelan murciélagos por encima de nosotros.

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