Monegros Desert Festival – Fraga (Huesca)
¿El colapso musical del techno?
El Monegros Desert Festival, un evento con diez años a sus espaldas, merece una crónica especial que intente valorar hasta qué punto la música techno ha dejado de ser, hoy por hoy, libertad. Libertad musical, de expresión y de manera de ser. Libertad en su plenitud. Los esclerotizados grandes festivales de rock, que hace pocos años vieron cómo en las carpas llamadas electrónicas acogían los más interesantes conciertos, tienen hoy en los grandes festivales de techno un perfecto reflejo de su decadencia. En estos últimos festivales se exige algo así como “buena música=bailo; mala música=no bailo”, una visión maniquea que hizo que entre las 6 de la tarde del día 17 de julio a las 13 horas del día 18 la banda sonora principal fuera siempre la misma, sin ápice de matices. Un cartel interesante desvirtuado por el boicot del público a cualquier propuesta considerada como no bailable (algo subjetivo), y unos DJ’s muy complacientes, rendidos ante la ley del más fuerte, que no del más inteligente.
El paradigma de este estado de cosas fue ver a Paul D.Miller (aka DJ Spooky) más sólo que la una. Una fantástica y estimulante sesión en que el caos auditivo caminaba por las sendas más interesantes posibles, en los que la mezcla imperfecta se hace dueña del ambiente. Y eso que acudió sin su característico contrabajo, con el que ornamenta sus -como poco- heterogéneas sesiones. Sonó “Night of The Living Baseheads”, ragga, jungle, y espectros de todo tipo, en una sesión que invitaba a quedarse a mirar. Elements of Life, el último proyecto de Louie Vega (mitad de Masters at Work), también brillaron por su frescura y entrega, en una carpa bastante por debajo de su máximo aforo. Su orquestra a lo Miami Sound Machine (percusión, teclados, bajo, guitarra, batería, voces y coros) despuntó, y se desmarcó claramente del tedio coyuntural con una propuesta vitalista y variada, un crisol de soul, salsa, bosanova y house, con unos invitados de lujo: Blaze, Anané y Raul Midon. Muy solos también estuvieron DJ Vadim y el jamaicano Mad Professor, que trabó un concierto estimulante, una fumada sónica en toda la regla. Esa soledad, en la única carpa que no escupía hard-techno y electro-clash (qué decepción la de Dave Clarke y su supuesta sesión de electro), habla de lo poco interesada que está la gente por cualquier ritmo, estilo o propuesta escénica que se salga de la norma.
Aquella noche, Vicente quería pensamiento único, y ni a uno sólo de los grandes nombres se le ocurrió dar un plato diferente. En la edición de 2000 Derrick May sí dio un plato diferente, a base de saxos y melodía. Y Jeff Mills, inventor del estilo que hoy triunfa en los Monegros, da platos cada vez más diferentes a un público que ahora empieza a detestarle. Angel Molina confirmaba que quería pinchar otra cosa, pero que el público no le dejó. Si quería pinchar otra cosa, debió hacerlo: conoce sobradamente a esa minoría techno que todavía crea emociones. Pese a ello, su sesión de las ocho de tarde fue lo mejor que salió por aquellos bafles al aire libre. Porque los DJ Rush, Slam, Dave Clarke, Kevin Saunderson, grandes nombres e incluso grandes músicos, se quisieron hacer adorar por una gente mayoritariamente fuera de sí. Estos artistas pueden hacer algo por ensanchar el gusto de mucha gente, incitarles a que tengan otras experiencias. Pero no: en realidad contribuyen, no ya a cavar su propia tumba artística y popular (tiempo al tiempo), sino que incitan a que el DJ del futuro sea alguien que no escuche música ni dé a escuchar música, orientando además al público hacia ello. De hecho, esto ya es así: el modelo de falsa estrella que adoctrina a la gente en la no-originalidad. Así, los supuestos DJ’s salidos de la industria empiezan a comerle el terreno a los que antaño surgieron de abajo, e incluso surgieron de otras escenas musicales (Clarke del rock gótico, Masters At Work del nuyorican soul). Se avecina un calvario musical absolutamente plano, si no se reintroduce el conocimiento y el alma musical. Y lo peor es que esta ignorancia llenará cualquier recinto.
Como contraste a la popularización de la irracionalidad y de un estilo falsamente duro y sí complaciente, una de las carpas se llenó de hip hop en castellano. Violadores del Verso se erigieron en campeones con un vendaval de ritmos directos al pecho, y rimas que en un festival así podrían hacer reflexionar a más de uno. Podrían, claro. Jota Mayúscula, Tote King, La Mala, SFDK -que mantienen una tensión creativa muy sana con Tote King– son hoy por hoy el contrapeso popular del techno, entre ese sector de público popular y joven que, al menos, elige más, y busca terrenos alternativos. Pero sólo fue un paréntesis. Tras ellos se presentó, por primera vez en España, GrandMaster Flash, un nombre escrito con mayúsculas en la historia del hip hop. Se esperaba mucho de él, sobretodo que hiciera alarde de su gran invento, el quickmix, entre temas de la Incredible Bongo Band y los Furious Five, pero no fue del todo así. Se oyeron algunos de sus clásicos: “Rapper’s Delight”, “The Message” (que oportuno hubiera sido pinchar “White Lines -don’t don’t do i”t- ) y algunos de otros como el “Walk This Way” de Run DMC, ”Apache” de la IBB, “Rock the Bells” de LL Cool J, “Another One Bytes the Dust” de Queen, “Scenario” y “Award Tour” de A Tribe Called Quest e incluso “Soul Mañosa” de Manu Dibango. Aun disfrutando como enanos de sus clásicos, hubieron dos inconvenientes: primero, le acompañaba otro DJ/MC de lo más predecible, que le suplía en sus ataques de megalomanía, y segundo pinchó cosas tan evidentes como Cypress Hill, House of Pain, Beyoncé o Michael Jackson (cuidado, no son malos temas, pero…), que decían muy poco a favor de su capacidad de regeneración. La verdad es que nos hubiéramos conformado con una selección que no fuera más allá de 1988, no se esperaban grandes sorpresas, pero sí calidad (por cierto, en su actuación en Barcelona hizo una sesión casi idéntica, imperdonable).
Lo mismo que la proto-mákina de Front 242, cuyo mensaje interesante y gélido, marcó en los 80 unas rutas que muchos siguieron mal. El súmum del fiasco era ver a radios como Máxima FM en cuya cabina, el o los DJ’s pinchaban una música que se podría calificar como poco de plana e insulsa. Y revistas de tendencias, camufladas de culturales, vendiendo una imagen cool de algo que es sórdido en sí mismo. Para la mayoría de públicos, DJ’s y músicos, el techno ya no es progresión, sino estancamiento. Y lo peor es que se demanda ese estancamiento, castigando cualquier innovación, cualquier alteración de lo que se considera establecido. Hasta Goldie, que se suponía radicalmente raro en este festival, dio una decepcionante imagen con un “típico” MC que todavía espesaba más su poco inspirada mezcla de drum’n bass (¿dónde está el liquid funk?, ¿porqué no hizo lo que hizo en Radio 3 hace cinco años, presentando él mismo los temas?).
Algunas notas
En efecto, se trataba de una rave, y como suele pasar en este tipo de macroeventos circulaban a diestro y siniestro estimulantes de todo tipo. A falta de razones (puesto que no consumo) e interlocutores para discutir si merece la pena o no consumir estupefacientes para disfrutar de un festival, me limitaré a expresar lo que considero es causa directa de este fenómeno.
Dado el gigantismo del que sufría esta fiesta: demasiados escenarios, demasiadas horas (21 horas), y pocos, muy pocos espacios de descanso (¿donde estaba el chill out?), entraba dentro de lo lógico pensar (siempre teniendo en cuenta la edad media del publico asistente, unos 19 años) que si se quería aguantar durante tanto tiempo habría que doparse (en el autobús de ida, alrededor de las cuatro de la tarde, buena parte de los pasajeros ya estaban consumiendo sus meriendas súper energéticas). Es evidente que nadie obliga a nadie a verlo todo, pero sí hay detalles que pueden inducir a ello, como por ejemplo que en todo el recinto las únicas áreas de descanso sean un mini-cine (dónde se pudo ver Wildstyle) y una mini-playa (¡para más de treinta mil personas!). Esa es la verdadera función del chill out, una zona sin música (o muy baja), para poder dar un respiro a tus piernas y tus oídos, por que en el fondo lo único que necesita el cuerpo es descansar, para luego poder reemprender la marcha naturalmente. Pero desgraciadamente para los espectadores, la única forma de olvidar su cansancio (o aburrimiento) era consumiendo sus píldoras mágicas, y así ad infinitum a cada síntoma de decaimiento, confundiendo saturación con hedonismo. Una justa medida de consumo sumada a repartidos momentos de descanso, puede ayudar a apreciar mejor la música, pero claro, esta conducta no está de moda y eso es lo que daba a entender el festival.
Conclusión, quizás deberían haber tenido más en cuenta el factor cansancio, que por otro lado es fundamental para los que gustan disfrutar los festivales plácidamente, degustando y destilando de forma sana lo mejor de cada casa. Lo ideal hubiera sido dividir esta verbena en dos días, la ocasión (un décimo aniversario), la densidad y calidad artística, y la solvencia de los patrocinadores lo hubieran permitido. Poner a Goldie a las seis de la mañana y Kevin Saunderson a las siete, iba francamente en contra de cualquier posible disfrute.