Nacho Vegas + Refree – Teatro Circo Price (Madrid)
Quienes admiramos y nos estremecemos con el cancionero de Nacho Vegas desde siempre, hemos tenido que encajar no hace mucho la salida de un trabajo tan escuálido como La zona sucia (11), la primera y única referencia prescindible en la impoluta carrera hasta ese momento del asturiano.
El artista lo justifica como un intento de simplificar su propuesta descargándola de su densidad previa. Elogiable planteamiento por desmarcarse de un libro de estilo que ya mostraba puntualmente algún signo de agotamiento; lo malo que para ello el resultado final sea un conjunto de canciones con un nivel literario indigno del quien las firma y unas composiciones que en lo musical adolecen de un simplismo irritante.
Todo esto no quita para que las apariciones en vivo de Nacho Vegas, guarecidas por su engrasada y más que solvente banda, hayan ido ganando en empaque con los años. Esta debiera haber sido otra demostración más de poderío que se vio deslucida por un repertorio desigual y una, por otro lado esperada, dedicación excesiva a su nueva obra.
No obstante, el éxito ante el público es notorio por parte de Nacho y esta su tercera noche casi consecutiva en Madrid lo atestiguaba, si bien no sé hasta qué punto el hecho de tener ganada la platea de antemano ha relajado el nervio, la aspiración –y, fundamentalmente, la inspiración- artística del ex-Manta Ray.
Abrió la velada Raül Fernández, o lo que es lo mismo, Refree, gozando de un estupendo elenco de acompañantes, donde destacó la polivalencia instrumental de Xema Fuentes y Caio Bellveser. Un sonido nítido, unido al encontrar a un Raül seguro y locuaz, labraron un estimable directo que calaba más en su discurso catalán que castellano, con momentos brillantes como algunos de los albergados en Matilda (10), especialmente “Els veïns nudistes” y el cierre con “Mil i un posibles finals”.
Al poco tiempo, el escenario de un imponente, a la vez que gélido, Teatro Price dio la bienvenida a Nacho vegas y su banda en una nube de aplausos y ovaciones. “Cuando te canses de mí” fue la encargada de abrir fuego para, como apunté antes, brindar un repaso exhaustivo a La zona sucia (11).
En estos primeros lances, la elegancia destilada en la interpretación fue la protagonista, eso y sólo algunos apuntes de talento como el slide de Xel Pereda en el tema inicial o el piano de alevosía nocturna de “Cosas que no hay que contar” tocado por el soberbio Abraham Boba. Obviaré el casi sonrrojo que causa escuchar cosas como “Reloj sin manecillas” o “Perplejidad” viniendo de quien vienen por obvias, fáciles e insustanciales.
La frialdad que destila el recinto encorsetó ya de por sí las interpretaciones, metrónomas en su mayoría, pero sin remover las entrañas de propios ni extraños. Esto fue así hasta la irrupción de “Dry Martini S.A.”, que sonó hinchada y trascendente, conmocionándome una vez más pese a que su autor demostró con ella que posiblemente cada vez cante peor si cabe -no seré yo el que le exija precisamente voz, pero sí la alquimia de antaño-.
Y, resultó ampliamente elogiable y casi milagroso el rescate con aroma norteño que supuso justo después el enlazado de “Hablando de Marlene” y “Maldición”, maravillosas ambas e interpretadas con bastante alma y melancolía- un placer gozarlas acompañado de las caras de orates de los spotify-heads de nuevo cuño absortos cual esfinges que no entienden nada-.
Hacia el final del grueso del show, es de ley reconocer que “La gran broma final” sonó rotunda, como si fuese casi el único baluarte a pervivir con el tiempo de La Zona sucia (11), si bien el aroma a Déjà Vu que destila es más que evidente.
Tras ella, “Taberneros”, rozando lo sublime en sus estrofas y lo más ordinario en su estribillo, dio paso a un bis con la enésima interpretación de “El hombre que casi conoció a Michi Panero” -mientras que lúcidas voces pedían “El camino”, “El fulgor”, “Morir o matar” o “La pena o la nada”- y un cierre dislocado y ruidista con “El mercado de Sonora” que tras lo expuesto no venía a cuento para nada.
Y, para terminar, reclamar, como buen seguidor, nunca redactor, que me parece sangrante poder obviar temas como “Ocho y medio” o “El Ángel Simón” cuando son bastiones inconmensurables de talento que han labrado lo que es hoy Nacho Vegas mientras que se le da tanta cancha a medianías del hoy. Perdónenme, son exigencias y caprichos de alguien que vive y siente su música. Quizá es momento de ver las cosas con distancia, de nadar en la asepsia de los tiempos. Quién sabe si esa no será la balsa que mantiene a todo a flote.