Stereolab + Mecánica Clásica (Sala Moon) València 31/10/2022

Ya lo decían los jedi, el miedo lleva a la ira, la ira al sufrimiento y el sufrimiento al lado oscuro. Del mismo modo, la nostalgia lleva a las expectativas y las expectativas, a que el concierto de una de esas bandas fetiche que uno no vio de joven, ahora, viejuno y resabiado, le sepa a hiel. Son espinitas clavadas que llevamos muy adentro los habitantes de ciudades de provincias que eran casi siempre esquivadas en los tours de bandas a las que seguíamos fielmente en nuestra juventud. Bandas como Stereolab, formación que el inglés Tim Gane y la francesa Laetitia Sadier pusieron en funcionamiento para dar como resultado algunos de los discos más originales y excitantes de su época.

Hoy las cosas han cambiado y la necesidad que tienen las bandas de girar constantemente para vivir de esto, unida a que València, la ciudad en cuestión, ya no es tan de provincias, hace que al fin podamos disfrutar de la música de bandas como ésta sin necesidad de desplazarnos o acudir a festivales. Salas de mediano aforo como la que iba a albergar la visita de los autores de Emperor Tomato KetchupMoon, en el barrio de Arrancapins– permiten además una cercanía que a veces, como se demostraría en esta ocasión, llega a jugar en contra de los propios músicos y de quienes han acudido a presenciar de una forma respetuosa lo que tienen que ofrecer.

Y es que la nostalgia, siempre traicionera, es también una potente herramienta de atracción de un tipo de público no habituado a asistir a conciertos y que por tanto asume estos eventos como un hecho social al que, a diferencia de cuando va al cine o al teatro, donde se ve obligado a respetar unas normas, no parece atribuir un valor cultural. Los conciertos en estos casos son una ocasión para reencontrarse con amigos, saludar a conocidos, beber y, por supuesto, charlar.

Charlar, hacerlo insistentemente, sin importar la subyacente masa de murmullo que impide a los demás, o a los pocos que están allí conscientes de que han pagado una entrada para disfrutar de un relevante hecho cultural, disfrutar del espectáculo. Una verdadera lástima que suceda en un evento tan señalado, cuando además sus protagonistas tuvieron la actitud adecuada para recibir todo el respeto posible, pero así son las cosas en esta y en muchas otras ciudades, lamentablemente.

La Sala Moon aparecía ataviada como toca en una noche de todos los santos. Quizá ese ambiente festivo -el dichoso Halloween- contribuyó a esa excesiva distensión del respetable, vaya usted a saber, pero en fin, a pesar de todo ello, no dejaba de haber un claro halo de expectación. No sólo nostálgicos, gente de todas las edades posibles poblaban una sala que se ha ido adecuando al espectáculo musical, haciéndolo compatible con su actividad principal como discoteca.

Además, los valencianos Mecánica Clásica, banda experimental con querencia por la música concreta, el ambient y la electrónica, se encargaban de sembrar el aire de sonidos que parecían querer maridar a Steve Reich, al Brian Eno más enamorado de los aeropuertos y a Kraftwerk, creando un colchón ideal para que todos aquellos que iban entrando se saludaran y se contaran cómo les había ido la vida desde aquél festival de Benicassim en que se vieron por última vez, pero por lo visto, no hubo suficiente con eso.

La banda estrella, que salió al escenario capitaneada por una elegante Sadier, con un Tim Gane algo circunspecto, los habituales Andy Ramsay y Joe Watson, así como el no menos habitual Xavi Muñoz, su bajista castellonense que en esta ocasión, claro, jugaba en casa, pretendió ir de menos a más. Un pequeño error que nos saldría caro, puesto que la sutileza con que pretendían obsequiar a su público no hizo sino evidenciar aún más ese murmullo subyacente que iba creciendo tan rápido como la cerveza desaparecía de los vasos del público. Su apertura con la saltarina “Supa jaianto” no sirvió para callar a nadie, pero eso sí, arrancó la primera ovación de un público que parecía entregado al aplauso, pero no sé si tanto a la escucha.

Las tonalidades a lo Velvet Underground que destacan en “Low fi” tampoco eran lo suficientemente fuertes para sepultar el murmullo, pero daba gloria contemplar a una banda tan cohesionada hacer lo suyo, pese a algunas dificultades de sonido aparecidas en forma de acoples, que hicieron temer por momentos lo peor, pero no amedrentaron a una banda que es portentosa en generar atmósfera, siempre sobre la potente base rítmica que Ramsay y Muñoz tejen con mimo y sabiduría.

Stereolab habían preparado, además, un set no demasiado basado en sus glorias noventeras, así que muchas y muchos de los presentes no se sabían las canciones. Más cerveza, más cháchara. Pero ellos, a lo suyo: maravilloso el acento pop que introdujo “Eye of the volcano” que precedió a una de las primeras reivindicaciones de sus discos clásicos. “Refractions on the plastic pulse”, de Dots And Loops (1997) es, sin embargo, una canción ambiental. Y el ambiente lo ponían otros. Fue una pena, de nuevo, que su hermosa propuesta atmosférica se viera sepultada por el alegre personal.

Pero llegaron los clásicos: “UHF”, con su reivindicación de los Neu! más hipnóticos y sus preciosos coros, así como la esperada y aplaudidísima joya pop-disco, “Miss Modular”, empezaron a elevar el espectáculo hacia unas cotas que ya no abandonaría. Ni la nostalgia, ni el público maleducado iban a impedir lo evidente: estábamos contemplando a una banda que no vive de rentas, sino que habita un estado de gracia al alcance de muy pocas de la enorme cantidad de formaciones noventeras que se reúnen para capitalizar pasadas mieles.

La rápida “Mountain” hizo bailar al personal y para compensar, “Delugeoise” volvió a sembrar tonalidades más vaporosas, pero el kraut pop de “Harmonium”, con desparrame noise incluido, volvió a subir la tensión, que no bajaría pese a la psicodelia barroca de “I feel the air (of another planet)” o una de las joyas del repertorio, un “Pack yr romantic mind” que sin duda fue uno de los momentos álgidos del set y que precedió a un “Super  electric” que hizo honor a su título y significó el abandono del escenario de la banda, previo a su encore, que se saldó con la inevitable “French disko” y “Simple headphone mind”, tema especialmente abierto en el que Gane, Sadier y los suyos aprovechan para dejarse ir de lo lindo, improvisando y generando una intensidad que llegado el cierre dejó el sabor de boca que sólo dejan los conciertos realmente grandes, aquellos que, además, saben sortear todas las dificultades como para que importe poco que todas y todos los idiotas del mundo se empeñen en sabotear lo que está muy por encima de murmullos, nostalgias y fiestas horteras. Así que por una vez, y sin que sirva de precedente, expectativas cumplidas. ¡Que viva Stereolab!

Foto: Susana Godoy

 

 

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