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Chencho Fernández (Ambigú Axerquía) Córdoba 6/3/21

Cuando de volver a disfrutar de la música en directo se trata, por mucho que ahora eso parezca molestar a la mayoría de quienes consideran la cultura y sus alrededores algo totalmente vetado a los presupuestos de la salud pública, parece que aún durante mucho tiempo vamos a tener que conformarnos con hacerlo no solo en pequeñas y esporádicas dosis, sino en formatos igualmente reducidos y limitados. Como los aforos y los movimientos, para que todo tenga la coherencia que en verdad nunca tuvo. Sin bailes, sin abrazos, sin la algarabía implícita a esa celebración de comunidad y con las medidas de seguridad campando a sus anchas. Insisto, como debe ser. O como nos dicen que debe ser, que a estas alturas lo mínimo a lo que seguimos teniendo derecho es al beneficio de la duda. Bajo el paraguas de la responsabilidad y los vanos deseos de compaginarla con el disfrute, el concepto de “concierto acústico” es ya una etiqueta a la que nos empezamos a acostumbrar, sin que ello signifique necesariamente pérdida de identidad, aunque sí de intensidad, por razones obvias. Y a eso, a un set acústico a dos guitarras, una acústica y otra eléctrica, acudimos a la terraza de un Ambigú Axerquía que es todo un símbolo de resistencia y activismo musical, a reencontrarnos con la lírica y la presencia de un sevillano cada vez más comprometido con lo universal, con los poetas y músicos que le hicieron lanzarse un día al ruedo bajo la marca de Sick Buzos, uno de las bandas seminales del rock independiente andaluz, hoy reivindicados tras años de ostracismo a raíz de los parabienes que ha recibido la obra de Chencho Fernández, su miembro principal y el hombre que protagoniza esta crónica. Escuchar su segundo álbum a su nombre, el espléndido Baladas De Plata, es una de las mejores cosas que se pueden hacer en cualquier momento. Hace un año (justo cuando se publicó), ahora mismo, después de la ola que se aleja y antes de las que se avecinan en el horizonte.

Hay que ser muy valiente y tener las cosas muy claras para fichar por una multinacional como Warner Music y dar un volantazo estilístico, aunque bien escuchado tampoco sería tan descabellado, y sacar a relucir tu verdadera personalidad artística. En su primer álbum deslumbraba aportando electricidad a narraciones costumbristas como “La estación del Prado”, con la que abre y cierra el concierto ante las peticiones de la afición, y se tornaba en renegado cantautor folk rememorando a una adorable “Muchacha rural” a la que le sienta mucho mejor el escueto traje que le confecciona para la ocasión. Más esqueléticas suenan “Radio Fun Club”, que sin embargo conserva su preciosa melodía, y otras pertenecientes a la última hornada, como “Un hit” y “En boga”, ambas maravillosamente arregladas en el estudio y transformadas en algo bastante diferente en el tramo más lineal de un concierto que pone de manifiesto la necesidad de volver a las tablas con más rotundidad, con el sustento indispensable de una banda como All La Glory, de quienes rescata al guitarrista Israel Diezma en el acompañamiento en una sabia decisión para conservar las líneas maestras de canciones básicas en su repertorio, y si no ahí está el júbilo colectivo que despiertan los primeros versos de “Este matrimonio no casa” para dejarlo en evidencia. El calado acústico de “Te quiero sin querer” o “Mi pequeña muerte en ti” es bastante menor, sobre todo por el acento afrancesado de la segunda, diluido en una especie de letanía que la une conceptualmente, aunque no lo parezca, a una “Noche americana” más lúcida y oscura. Y no son términos contrapuestos. A su querencia mediterránea la salpica con versiones de gente tan variopinta como los cordobeses Tarik y La Fábrica de Colores, compañeros no de generación pero sí de lucha, en una poco reconocida “Velvet suicide”, y de los imprescindibles The Clash, con una deshilachada pero agradecida lectura de “Spanish bombs” como reconocimiento a los orígenes y la huella de todo lo leído, vivido y escuchado. Cuestión de honor.

A estas alturas, tal y como está el patio, y después de un año de paréntesis al que se le pueden abrir unos cuantos interrogantes más, defender tus canciones ante cualquier tipo de audiencia y con la merma que se supone, es un acto de pura necesidad y una expresión única de supervivencia. Cuando pase el tiempo que tenga que pasar y hablemos con Chencho Fernández o con cualquiera que haya asistido a este pequeño concierto, éste no será una pequeña anécdota en nuestra agenda, sino el punto de inicio –o mejor dicho, de continuación- de un nuevo recorrido en el que la música y los músicos sean nuestro pan nuestro de cada día. Y cuando digo “nuestro” es porque ya debería serlo de todo el mundo. Porque los alimentos que nos mantienen en pie no solo entran por la boca.

Fotos Chencho Fernández: Raisa McCartney

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