Duelo de Discos III: Mike Oldfield vs Metallica

Con el final del mes, llega una nueva edición de este Duelo de Discos que protagonizan Juanjo Frontera y Fidel Oltra. Por si alguien no siguió los duelos anteriores (te dejamos los enlaces al final del artículo), se trata de un desafío mutuo a reseñar discos fuera de sus respectivas zonas de confort. Un juego divertido, que esperamos también lo sea para vosotros, pero al mismo tiempo estimulante, ya que obliga a explorar nuevos territorios, a ampliar horizontes y a desarrollar nuevos puntos de vista.

En esta ocasión, se enfrentan dos discos de los 80:

Mike Oldfield – Crises (1983)
Metallica – Ride the Lightning (1984)

Veamos si Juanjo y Fidel han logrado convencerse uno al otro de las bondades de estos dos discos. ¡Vamos allá!


MIKE OLDFIELD – CRISES (Virgin, 1983)

Mike Oldfield Crises

 

Vaya, empiezan las hostias. A Fidel no se le ha ocurrido otra cosa que retarme con una de mis bestias pardas. Y no con su mejor disco, precisamente. A mi es que un señor que hace sonar su guitarra eléctrica como una gaita escocesa no tiene en absoluto nada que decirme. Por eso Mike Oldfield nunca ha sido santo de mi devoción, por decirlo de una manera suave. Sus canciones interminables, su rollito zen ibicenco, su sonido tan ampuloso como ostentoso, sus cancioncillas cursi pop para salir en la radio, uffff. Que no, caray, que no.

Pero en fin, no me voy a poner radicalmente hater, que aunque es algo que me atrae tanto como a Anakin Skywalker el lado oscuro, no es cosa de bien, sobre todo entre amigos. Si Fidel me planta esto ante mis orejas es porque algo le ve. Aunque temo que yo no lo voy a ver igual. En fin, antes de escuchar, un ejercicio de positividad. El hombre no es tan, tan, tan, odiable. Fue guitarrista de Kevin Ayers, hizo la banda sonora de El Exorcista, tiene alguna canción que me gusta… Vamos al lío.

El disco en cuestión es Crises, de 1983, trabajo que llegaba tras otro muy celebrado, aparecido el año anterior y titulado Five Miles Out, en que el de Reading comenzó a coquetear con el pop tirando de las habilidades vocales de la escocesa Maggie Reilly, que alumbró junto a él “Family man”, un hit a manos de Hall & Oates que abrió las puertas de un mundo comercial que hasta entonces era algo esquivo al guitarrista, ya agotada la onda expansiva del celebérrimo Tubular Bells (1973). Había que aprovecharlo, por tanto.

Y aprovecharon: Crises contenía una de esas canciones que cualquier hijo de vecino ha escuchado hasta la saciedad en la radio, en anuncios, centros comerciales o vídeos de las vacaciones de tus cuñados. Un arma secreta titulada “Moonlight shadow”, que, cantada de nuevo por Maggie, fue todo un bombazo. Número uno en casi toda Europa y todo un estándar de la música de los ochenta.

 

Pero ¿Y el disco? Pues a eso vamos. Crises comienza, cómo no, nobleza obliga, que somos sinfónicos, con una pieza de título homónimo de nada menos que veintiún minutazos. Un verdadero tostón para alguien como yo, habituado a las canciones mucho más breves y que, para empeorarlo, cuenta con una producción -a mis oídos- horripilante que hace echar mucho de menos cualquiera de las insufribles epopeyas de los discos de Emerson Lake & Palmer. En las varias escuchas que me he visto obligado a darle a esto, no sin algo de sangre en los oídos, no he logrado encontrar el más mínimo elemento positivo en este ladrillo, la verdad. Y lo dejo aquí, que si no me duermo.

La segunda cara del disco es, digamos, la cara pop. Una cara más orientada a las canciones, que se inicia, por supuesto, con la archifamosa “Moonlight shadow”. Una canción que, verdad sea dicha, siempre me ha parecido de lo más demagógico, tramposo y ramplón. Que sí, que es una canción pop de libro, pero no puedo evitar sentirme agredido por sus plasticosas guitarras acústicas y sus ritmos sobre producidos dignos de un disco de Luis Cobos. Mal vamos.

“In high places”, la canción que sigue, es otra cosa. Cantada por Jon Anderson, famoso vocalista de Yes, un tipo que da cosica que no veas, pero es bueno en lo suyo y hace un gran trabajo interpretando una tonada que me parece de lo mejor del lote. Tal vez sea, debo decir, por el sampler de la misma que hizo Kanye West en su disco My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010) y que me hizo gracia reconocer aquí, pero el caso es que me parece una buena canción, equilibrada, que nada tiene que ver con la ampulosidad de todo lo escuchado previamente.

Incluso mejor que esta es “Foreign affair”, la otra que canta Maggie O’Reilly. Una canción de melodía infalible y candidez no estomagante que resulta ser, junto a la anterior, el balón de oxígeno de un disco que vuelve a estropearse con un horror instrumental titulado “Taurus 3”, totalmente innecesaria tercera parte de una saga de canciones que se inicia en el disco QE2, prosigue en Five Miles Out y concluye en este. Una pieza de sonrojantes aires flamencos totalmente insoportable, al menos para este que suscribe, y para cuyo veneno no supone antídoto la final “Shadow on the wall”, canción algo simple y obsesiva que canta el legendario Roger Chapman, vocalista de Family de voz tembleque que, pese a que se lo curra mucho aquí, no logra levantar una canción tan anodina como impertinente.

Una lástima, por otro lado, que no se incluyera en el disco el tema “Crime of passion”, canción que se lanzó como single independiente en 1984 y que, aunque sigue la estela rítmica y melódica de “Moonlight shadow”, a mi me parece bastante mejor. Hubiera logrado realzar un poco un disco que no, Fidel no ha logrado que me entre ni con calzador. Su autor me sigue pareciendo un pesado de tomo y lomo y este disco, aunque le concederé que contiene algún momento bastante audible, me parece de lo más flojo, la verdad, aunque no deja de ser mi opinión y no censuro a quien le guste. Pero Fidel, amigo, por favor la próxima vez ten piedad.

Juanjo Frontera

 


METALLICA – RIDE THE LIGHTNING (Megaforce, 1984)

Metallica Ride portada Duelo de Discos

 

Mi amigo Juanjo sigue dándome donde más me duele. El de hoy es su tercer gancho de izquierda consecutivo, todos ellos impactando en mi mentón. Y si de los dos anteriores pude escapar más o menos entero, este ha sido un K.O. en toda regla. Nada menos que Metallica con uno de sus primeros discos, Ride the Lightning (Megaforce, 1984). Si al menos hubiese sido su álbum homónimo, el negro… Si este juego está planteado como un reto, en esta ocasión desde luego es mucho más un reto que un juego. Pero hemos venido a jugar, así que venga.

Desde luego los caminos de la música son inescrutables. Por mucho que uno quiera jugar al crítico musical, hay cosas para las que no se encuentra explicación lógica ni argumentos para acercarse a ella. La música, en general, es para mí más una cuestión emocional que objetiva, y por eso no responde, como he comentado a la lógica. Me imagino que le pasa a muchísima gente, por eso la música es arte y no 100% ciencia, pero solo puedo hablar por mí. ¿Por qué, si me encantan Black Sabbath y la canción “Ace of spades” de Motörhead es una de mis favoritas de los 80, nunca he podido con los primeros discos de Metallica? ¿Por qué lo que me parece impactante y subversivo en los artistas mencionados, o en Led Zeppelin, no lo soporto en otros? Seguramente debe tener que ver con el momento en que cada canción, disco, artista o grupo llega a tu vida. Pero, en fin, ha llegado el momento de dejar las excusas y pasar a los hechos.

Primer hecho: he escuchado varias veces Ride the Lightning, y con cada escucha bajo un poco mi guardia. Son detalles, matices que en otros momentos no captaron mi atención o no consiguieron superar la barrera de mis prejuicios, y que ahora aparecen ante mí claramente, como reclamando el interés que siempre les había negado. De “Fight fire with fire”, por ejemplo, aprecio ese inicio acústico que, aunque engañoso, añade sofisticación a la canción. Siguiendo la letra, de esta y de otras canciones, veo que reflejan cierta conciencia social, un amago de rebelión contra el sistema. “Ride the lightning”, la canción, me sigue pareciendo simple y obvia, además de demasiado larga para lo que ofrece, pero la letra es interesante y tiene pegada. “For whom the bell tolls” sigue siendo la canción que más me gusta del disco, lógicamente teniendo en cuenta que es donde quizás más se parecen a Black Sabbath. “Fade to black” me parece ahora mejor de lo que la recordaba, aunque sigo pensando que le sobran minutos. Lo mismo que me ocurre con “The call of Ktulu”: si durara la mitad me gustaría más.

 

Entiendo que lo mío con este tipo de metal tan duro, moviéndose entre el hard rock más acelerado y el “trash metal”, es algo personal y tan arraigado que a estas alturas de la vida no vamos a solucionar. Si Metallica, Judas Priest, Iron Maiden, Megadeth, Slayer, Anthrax o Sepultura no me volaron la cabeza cuando tocaba por edad, no creo que vayamos a hacernos amigos ahora que rozo los sesenta. Pero bueno, podemos llevarnos bien. Es más, empiezo a encontrar melodías en canciones como “Creeping death” y a mover algo la cabeza con el solo de guitarra. ¿Es malo, doctor Frontera? ¿Lo dejo aquí, antes de que empiece a hacer headbanging y yo y mi calvicie quedemos en ridículo?

Fidel Oltra

 

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