Entrevistamos a Yerai Cortés
La Guitarra Flamenca de Yerai Cortés (2024, Sony) es mucho más que un disco debut: es un viaje sonoro que busca sanar heridas familiares y suponer una revolución, aunque solo sea a nivel íntimo y personal. Con alma de banda sonora, este álbum va de la mano de la película documental del mismo nombre, una ópera prima dirigida por el músico y productor Antón Álvarez, más conocido como C. Tangana.
A través de la tradición y la naturalidad, La Guitarra Flamenca de Yerai Cortés ha logrado una nominación al Goya en dos categorías: Mejor Película Documental y Mejor Canción Original, gracias a «Los Almendros», un tema en el que el alicantino comparte escenario con La Tania.
Un trabajo capaz de fusionar lo clásico con lo contemporáneo, creando un puente entre generaciones y estilos. Con un enfoque que respeta las raíces del flamenco pero a la vez lo impulsa hacia nuevas direcciones, el proyecto se convierte en una muestra de cómo la música puede ser un reflejo de evolución, pero sobre todo de sanación.
“El flamenco no es el palo, es el sentimiento que le pongas”
Es todo un placer hablar contigo, Yerai. Lo primero, enhorabuena por el documental y el disco que lo acompaña. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo están siendo estos días?
Me está yendo muy bien. Es una etapa muy emocional en mi vida, una en la que estoy teniendo la oportunidad de reescribir mi historia. Solo por eso, me siento increíblemente afortunado. Eso sí, está siendo una etapa difícil, algo dura. No estoy acostumbrado a hablar; siempre he tenido la guitarra en la mano, dejando que ella hable por mí. Sin embargo, estoy descubriendo una faceta muy sanadora, un espacio en el que me siento sorprendentemente cómodo.
Tanto el disco como el documental están teniendo una gran acogida por parte del público y la prensa, con decenas de entrevistas y reportajes. Llevas ya una década viviendo en Madrid, pero estas últimas semanas deben de haber sido bastante intensas. ¿Cómo estás manejando toda esta exposición pública?
La verdad es que lo estoy descubriendo ahora mismo. Todavía estoy en ese proceso de observar al detalle, viendo cómo reacciona mi cuerpo. Los nervios son diferentes a cuando toco la guitarra: me tiembla la voz, el corazón se me pone a doscientos cuando tengo que hablar, sobre todo porque tengo muchas ganas de expresarme y quiero hacerlo bien.
Está siendo un proceso muy enriquecedor, la verdad. Me siento profundamente orgulloso de llevar a mi familia, mi gente, mi entorno por bandera, junto con mi género, mi música, mi guitarra, mi casa. Es cierto que se me han quedado algunos fuera, personas que no han podido aparecer en el documental, pero que también están presentes y forman parte de quien soy hoy en día.
Una de las canciones que más me ha gustado de todo tu trabajo es “La Plaza Argel”, grabada en directo en la plaza donde jugabas de niño, rodeado de los tuyos. Al final, en su esencia, el flamenco siempre ha sido una forma de expresar lo que uno lleva dentro, y este disco refleja esa autenticidad con creces
Para mí, el flamenco es un cante protesta, un género que, en sí mismo, es profundamente revolucionario e introspectivo. Va desde la sangre al grito, del sudor al desgarro. Tiene que ver con sacar hacia afuera todo lo que llevas dentro, con expresar emociones de una forma cruda y visceral.
Además, grabarlo en la plaza donde jugaba de pequeño tiene mucho que ver con mi manera de entender la composición. Cuando pienso en una composición musical —y, en este caso, en esta película, que para mí es como grabar un disco—, el espacio juega un papel crucial. En lugar de ir a un estudio, estar en la plaza le da una dimensión diferente.
El espacio donde se graba importa tanto como la música misma. Cómo suena la guitarra en ese lugar, cómo resuena la voz, si hay un perro que ladra, alguien que tose, el sonido de un mechero al encender un porro o el tintineo de una pulsera al dar una palma… Todo eso forma parte de la composición. Está creado por y para lo que quiero contar, para que la gente entienda el tipo de espacio, la historia y la emoción que hay detrás.
Ese purismo, ese momento en el que estás con tus amigos y decides sacar la guitarra para tocar, es un sentimiento realmente difícil de capturar en un disco. Lo más interesante de este álbum tal cual está publicado es que nace del documental, casi como un resumen musical del mismo. De ahí su riqueza en detalles, texturas, gritos y conversaciones que lo llenan de vida.
Hemos intentado mantener ese nivel de detalle todo el tiempo. Hay un flamenco que está comercializado de una manera estética y sonora, diseñado con un tipo de lectura orientado al entretenimiento. Me parece increíble, brutal. Pero, al mismo tiempo, hay algo que me interesa mucho: muchas personas no tienen acceso al flamenco que consumimos los propios gitanos.
Existe el flamenco que haces hacia afuera, para que lo escuchen otros, y el que haces para los tuyos, o incluso para desahogarte tú mismo. En una fiesta, cuando sacas la guitarra, no intentas demostrar nada ni esperas nada. Estás ahí solo por la emoción del momento. Es realmente buscar esa parte emocional, ese instante en el que dices: «Me voy a tomar dos copas, que le den al trabajo, que le den a lo que me han dicho esta mañana y que me ha jodido el día… voy para adelante con los míos». Es una forma muy bonita de sanar, algo profundamente ancestral y primitivo.
Al final, expones todas tus intimidades y las de los tuyos. ¿Cómo fue el momento en que les contaste que ibas a trabajar mano a mano con C. Tangana para hacer un documental? ¿Qué te decían?
Por mucho que lo explicara, no terminaban de entenderlo. Se lo conté a mi familia y también a colegas que se dedican al arte, que tienen un poco más de contacto con la manera de escribir o de proponer proyectos. Pero era difícil de comprender cuando les decía: «Voy a contar estas cosas que tanto me duelen, y lo voy a hacer de forma superexplícita, porque creo que será un trabajo importante, no solo para mí, sino también para mi familia.»
Si me metí en esto, fue precisamente para que, de puertas para adentro, ocurriera una gran revolución. Esto hizo que ni siquiera yo supiera del todo lo que estaba haciendo. Tenía la intuición de que sería algo bueno para nosotros, para la familia, pero no lo veía con claridad. Mi padre y mi madre son mis mayores admiradores, y se dejaron llevar. Se dejaron también porque sabían que yo necesitaba contarlo. Entendían que, aunque les pesara, era bueno que lo sacara, que lo contara. Sabían que al sacarlo, al compartirlo, iba a pesar menos, aunque a veces les incomodara que la gente lo supiera.
Uno de los grandes aciertos de todo este trabajo es que se construye sobre la sinceridad y la naturalidad más pura. Como cuando tu padre, al principio de la película, cuenta por qué le llamaban Maikel Nai, o cuando habla con C. Tangana para intentar lograr que tu música pueda tener una mayor repercusión. Ese momento, para mí, es el más potente de todo el filme.
Esa ha sido la mayor declaración de amor que mi padre podría haberme hecho en la película. Nosotros hablamos de que es una película de amor, de entrar en lo más profundo de uno mismo, y sabemos lo difícil que eso puede ser. Escuchar a mi padre decirme: «Tío, haz lo que tengas que hacer, pero aprovecha el momento, aprovecha esto, que te vayan bien las cosas», ha sido algo muy importante para mí.
Él es una persona que ha pasado muchas fatigas, que ha tenido que luchar mucho por su vida y por su cultura. Los gitanos no estamos del todo bien vistos en la sociedad. No se sabe si es porque en algunos casos no queremos entrar en la sociedad o porque la sociedad no quiere que entremos, pero las dificultades siempre han estado ahí. Han sido un pueblo desterrado, perseguido, con una historia de sufrimiento. Mi padre es alguien que ha vivido en chabolas, que ha pasado por una vida llena de necesidades. Él no quiere que yo pase por lo mismo que él pasó.
Una dicotomía entre payos y gitanos que se refleja a lo largo de la película, especialmente en las conversaciones sobre el pasado y el futuro con La Tania.
Totalmente, tío. Nos enseñan la historia, los hechos que ocurrieron, pero no nos enseñan a convivir con ellos ni a construir igualdad. Siempre hay etiquetas, y aunque la diferencia es bonita, hay algo que nos une a todos: la persona. Te aseguro que mucha gente no ha tenido herramientas, posibilidades o una situación económica que les permitiera hacer algo diferente con su vida. Si las hubieran tenido, probablemente habrían podido tomar otro camino.
Sin embargo, esas mismas personas son juzgadas como si todo dependiera únicamente de ellas. Ahora es cierto que tienes herramientas, tienes posibilidades; te dicen: «Búscate un trabajo, haz esto, haz lo otro», y aunque lo hagas, parece que todo lo que haces está mal. No puedes mirar solo eso, si tiene trabajo o no, por ejemplo. Hay que mirar atrás, entender el contexto. Lo que te han enseñado y lo que has vivido es lo único que conoces.
Por eso esta película es una aceptación de todo: de las cosas que han pasado, de las que hemos vivido, de las diferencias generacionales, de cómo enfrentamos los problemas hace veinte años y cómo lo hacemos ahora, dependiendo de la cultura o el lugar del que vengas. Al final, todos somos personas. Todos queremos lo mismo: ser felices, estar bien, que nos quieran y querer.
Los gitanos, sin importar en qué parte del mundo miremos, siempre han tenido la música como refugio y como celebración. Una canción que refleja perfectamente estos elementos es ‘Los gitanos sonamos así’, en la que participa Israel Fernández.
Es que la música es un refugio. Una persona que haya crecido sin carencias materiales la vivirá de una manera distinta. El flamenco, al ser un género que nace de la historia de persecución y marginación, se ha convertido en un canto de protesta. No se limita a cantar al amor o al desamor, sino que aborda muchos acontecimientos políticos. Es una forma de resistir frente a intentos de arrebatarle la identidad a un pueblo y a su gente, que la llevan profundamente arraigada.
De hecho, hay muchísimos puristas que defienden que el flamenco debe tener ciertos tintes, una forma, unos límites, y que si te sales de ahí, deja de ser flamenco. Pero mira, tenemos ejemplos clarísimos y cercanos, como Raimundo Amador, Ketama o La Barbería del Sur. Lo que hacen es increíblemente nutritivo tanto para los flamencos como para el género en general, aunque no canten por soleá. Porque el flamenco no es el palo, es el sentimiento que le pongas.
Si le preguntas a cualquiera por los tres o cuatro mejores discos de España, seguro que mencionan La leyenda del tiempo de Camarón u Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick. El flamenco va de romper y crear. Hay una frase que comentaste en una entrevista que gusta mucho: ‘El flamenco no necesita de sintetizador para ser revolucionario’.
Muchas veces pecamos de subirnos al carro de una estética que está de moda en el momento, utilizando una música que, en esencia, es la de siempre. Evidentemente, si quieres vivir de esto, esas cosas entran en juego: quieres que tu proyecto funcione, que te escojan, que te salgan conciertos… Pero si tuviera que hablar únicamente desde el punto de vista musical, creo que el flamenco no necesita añadir nada. Tiene la posibilidad y la grandeza de ser interpretado de formas distintas, y es en la manera de exponer el flamenco donde radica lo verdaderamente revolucionario, sin dejar de ser flamenco.
Ha sido un placer hablar contigo, Yerai. Para terminar, ¿qué significa para ti la música?
Para mí la música es como… ¿qué significa respirar para ti? Pues nunca me lo he planteado. Respirar me permite estar vivo, pensar, no ahogarme… pero nadie te enseña a respirar; naces con esa intuición. La música es lo mismo para mí: me hace feliz, me mantiene vivo. Está presente en mi día a día, incluso sin darme cuenta.
Escucha ‘La Guitarra Flamenca de Yerai Cortés’ de Yerai Cortés
Foto Yerai Cortés: Víctor Terrazas