Especial: Jim Sullivan y su disco extraterrestre

Jim Sullivan fue un tipo que, ayudado por los amigos que tenía en la industria musical, publicó en 1969 un disco titulado U.F.O. (que, como sabrá la mayoría, son las siglas en inglés para unidentified flying object, objeto volante no identificado). Seis años después, fue visto por última vez en el desierto de Nuevo México, para desaparecer sin dejar rastro. Jamás se ha vuelto a saber de él. Pero su música, que pasó totalmente desapercibida en su día, es hoy objeto de deseo de coleccionistas y entendidos. Un disco mayúsculo con una historia alucinante que merece ser contada.

Seventh Son

Corría más o menos el año 1968 cuando Jim Sullivan, el séptimo hijo de una familia de origen irlandés, ganaba estatus como músico de culto en el circuito de bares de Hollywood. Era un pequeño secreto a voces. Dos metros de tío al que todo el mundo conocía como “Sully” y llevaba un bigotón tipo manillar. Todo un personaje que componía además canciones alucinantes y con el que molaba dejarse ver, vamos. De hecho, celebridades como Lee Marvin o Harry Dean Stanton gustaban de su compañía, incluso le consiguieron algún cameo en películas como Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). Dicen que era un contador de historias fuera de lo común. Siempre al borde de alcanzar un éxito que al final le era esquivo. Tenía las conexiones, pero quizás no la imagen. O puede que sus historias fueran demasiado lisérgicas para el mercado. Quién sabe.

El caso es que sus amigos en la industria del espectáculo no paraban de animarle a que grabara todas esas canciones. Él intentaba que los sellos discográficos le hicieran caso. Su mujer, de hecho, trabajaba como secretaria en la mastodóntica Capitol y estaba bien situada para negociarlo. Pero siempre obtenía un no por respuesta. Así que varios de sus amigos bien posicionados decidieron poner dinero y esfuerzo para que aquello saliera adelante. De hecho, uno de ellos, el actor Al Dodds, fletó un sello a propósito: Monnie Records.

 

U.F.O.

Pese a que el presupuesto de grabación era modesto, Sullivan contaba con un as en la manga. Era amigo de gran parte del Wrecking Crew, la creme de la creme de los músicos de sesión de Los Ángeles, que habían intervenido en grabaciones míticas de Beach Boys, Byrds o Nancy Sinatra y se apuntaron a arrimar el hombro. Con nombres tan relevantes como Don Randi, Earl Palmer y Jimmy Bond (que hacía las veces de productor y arreglista), lo que inicialmente era un hombre y su guitarra al más puro estilo folk se transformó en un despliegue de barroquismo pop cercano a la psicodelia y al groove, profusamente arreglado y orquestado, que desprendía, precisamente, esa sensación cósmica a la que aludía su título.

El resultado de todo esto llevaba por título, como decíamos antes, U.F.O. Era también el título de una de las canciones más destacables de un lote extraordinario. “UFO” contaba con una letra surrealista, repleta de referencias esotéricas, que eran reflejo de la educación de Sully. Sus padres siempre fueron amantes del esoterismo, especialmente de los desvaríos de un tipo llamado Edgar Cayce. Un médium-profeta que dicen que anticipó las fechas del asesinato de Kennedy y su propia muerte. Ejercía de pastor en los llamados Discípulos de Cristo, para los cuales el séptimo hijo del mismo sexo nacido en una familia debía estar dotado de poderes especiales. Jim creció sobre la base de esas creencias y así lo plasmaba en sus canciones.

Pese a todos esos esotéricos mensajes las diez canciones que poblaban U.F.O. eran, musicalmente, algo extraordinario. Los intérpretes y arreglistas que participaron en las sesiones hicieron un trabajo estratosférico. Elevan las que son de por sí unas composiciones soberbias a otro estadio, mucho más elevado. Hay algo realmente especial en la secuencia de canciones, que sin tener un hilo argumental determinado, le embarcan a uno en un viaje a las estrellas. Algo de experiencia cósmica, un halo místico difícil de encontrar habitualmente. Quizás en algunas grabaciones de Joe South, Fred Neil o en aquél magnífico e igualmente inusual No Other, de Gene Clark. Pero lo de este disco es diferente, un portento de comunicación extrasensorial a través de canciones tan monumentales como “Jerome”, “Plain as your eyes can see”, “Rosie”, “Highways” o, por supuesto, la titular.

 

Me voy a Nashville

Pese a todo ello, como era de esperar, algo tan especial nunca es del gusto del público, acostumbrado a lo que le dan masticado. Ni el mensaje, ni la imagen, ni la idiosincrasia de un músico tan poco “vendible” como Sullivan daba para que este producto fuese susceptible de llegar a más manos que las de cuatro amigos. Y eso que poco después de su edición original, el sello Century Records apostó por una remezcla y reedición del disco. Pero igualmente se hundió en el anonimato más absoluto.

Pese a ello, Jim no cejó en su empeño. Un segundo disco, llamado simplemente Jim Sullivan fue editado en 1972 por Playboy Records, la disquera fletada por el magnate Hugh Hefner. Evidentemente no es U.F.O., pero sigue dando muestras del talento de un compositor sensacional, que merecía a todas luces ser escuchado. Tal vez por esa inmensa frustración a la que constantemente se veía expuesto, Sullivan cayó en el agujero de la depresión y la bebida. Eso deterioró la relación con su esposa e hijo. La situación se volvió tan insostenible en casa que decidió “privarles de su presencia” en Los Ángeles y mudarse a Nashville, meca del country, donde su cuñada Kathie Doran, con la que en otra época compartió banda, se había hecho un hueco como cantante y compositora. Allí probaría fortuna, con la promesa de traerse consigo a la familia si triunfaba.

 

El 4 de marzo de 1975, Jim Sullivan cogió su Volkswagen, su guitarra y la caja con sus discos que siempre llevaba consigo por si vendía alguno. Se puso a conducir. Tras catorce horas de viaje, la policía le hizo parar. Iba dando bandazos por puro agotamiento. Aunque estaba sobrio, le aconsejaron/ordenaron parar en el motel más próximo. Estaba a las afueras de Santa Rosa, Nuevo México, así que paró en un motel cercano, el Mesa, parada de descanso habitual en la Ruta 66. Allí se registró y cogió su llave, pero nunca llegó a usar la habitación.

Según las notas mecanografiadas de la esposa de Sully, Barbara Sullivan, el 5 de marzo de 1975 recibió llamada de su marido desde Santa Rosa para decirle que estaba bien. No obstante, sonaba extrañamente serio y críptico. Al preguntarle si le pasaba algo, respondió “sí te lo dijera no me creerías”. Obviamente, ella intentó que se lo dijera, pero él zanjó el asunto diciéndole que no se preocupara y que la llamaría desde Nashville. Cosa que nunca hizo.

Abducido

Así que pasaron los días sin noticias de Jim. La familia empezó a preocuparse de verdad y la policía emprendió la búsqueda. El 8 de marzo lo único que se encontró fue el Volkswagen Bug gris que conducía abandonado en las inmediaciones de un rancho a unos 41 km del motel. No había ni rastro de Sullivan, pero allí estaba su cartera, documentación, la caja de discos y sobre todo, su guitarra de doce cuerdas, de la que jamás de los jamases se separaba. Desde luego no daba la impresión de que hubiera dejado todo eso ahí por voluntad propia.

La búsqueda se acentuó aún más. Incluso dos de los hermanos de Jim acudieron para ayudar. Ni rastro. Y claro, empezaron las hipótesis: que si el rancho cerca del cual había dejado el coche pertenecía a una familia relacionada con la mafia de Chicago, que si se había suicidado… pero ¿Y si había sido abducido por los extraterrestres a los que tanto mencionaba en sus canciones?

Evidentemente, nadie en su sano juicio podría creerse algo así, pero el hecho de que alguien que ha grabado un disco titulado U.F.O. desaparezca sin dejar rastro en medio de un desierto donde hay una más que seria tradición de “avistamientos”, da que pensar todo tipo de marcianadas. Y nunca mejor dicho.

La familia terminó desesperada ante algo así. Además, tanto Sully como Bárbara eran aficionados a la mística y a lo sobrenatural, como buenos hippies californianos. Así que es normal que la viuda se haya abrazado a esa posibilidad tan peregrina durante todos estos años. Y bueno, hasta el gobierno de Estados Unidos hace cuatro días hablaba de modo oficial acerca de nada menos que unos 400 avistamientos desde 2004 hasta ahora en el país. De modo que ¿Por qué no?

La resurrección

Como es evidente, de todo esto, además de los platillos volantes, nos queda la música grabada en otro tipo de objetos circulares. Y no hay nada que le guste más a un melómano que una historia rara oculta tras un disco de vinilo todavía más raro de encontrar. De hecho, conseguir una copia original de U.F.O. era misión casi imposible y si se hacía, costaba un potosí. Pero el caso es que Mark Sullivan (ningún parentesco con nuestro hombre), responsable del sello Light In The Attic, dio con una copia y se obsesionó de tal forma con el álbum y la odisea de su autor, que tuvo que ir, en colaboración con su mujer, la cineasta Jennifer Maas, así como con la escritora musical Andria Lisle y un detective privado a seguir sus pasos a Nuevo México, en una especie de cruzada personal por resolver el misterio que lo envolvía.

 

No pudo hacerlo, pero sí recuperar su legado. De esta forma contactó con su viuda, su heredero, su manager o su editor primigenio, Al Dodds, y se hizo con los másters no sólo de U.F.O., sino también del segundo disco de Sullivan y de algunas maquetas, que han dado forma a tres cuidadas reediciones celebradas universalmente por los fans del coleccionismo discográfico. Su obra, de esta forma, ha sido citada hasta la saciedad en listas que al principio estaban dedicadas a esos “discos ocultos” que tanto gustan a los entendidos, pero cada vez más se cita a U.F.O. entre los mejores discos de pop de todos los tiempos. Un clásico por derecho propio. Una obra cumbre del folk rock barroco y alucinado. Y una historia, la de su autor, constantemente estudiada y teorizada. Busquen por youtube, busquen…

Y es que los coleccionistas podremos ser unos yonquis, pero de vez en cuando la labor arqueológica que lleva asociada nuestra enfermedad trae satisfacciones como estas pequeñas-grandes historias, tan oscuras como apasionantes, que son las que hacen que todo esto siga siendo una aventura estimulante. Y quién sabe, tal vez Sully anda por ahí en su platillo dando vueltas a la estratosfera y tocando sus canciones y un día le de por bajar aquí a dar un concierto. Quién sabe.

 

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