Fernando Navarro

Con “Martha”, quiero hablar de la música como un refugio sentimental o como la lanzadera vital en que se convierten para muchas personas los acordes y las melodías


 
Fernando Navarro, autor del blog musical La Ruta Norteamericana de El País y colaborador de Ruta 66, Efe Eme, Rolling Stone o La Cadena Ser publica libro.
 
Su primera novela, Martha. Música para el recuerdo (66rpm, 2015) de la que te hablamos hace algunas semanas, es una historia de amistad, amor adolescente y pérdida, pero también de la crisis existencial que nos invade cuando llegamos a la madurez y dejamos atrás los sueños de juventud.
 
Hemos querido charlar con él sobre su gestación y otras cuestiones, en una entrevista que puedes leer a continuación:
 
 
Acabas de debutar en el género novelístico con «Martha. Música para el recuerdo». Después de tanto tiempo como periodista y crítico musical, ¿cómo te decides a escribir una novela?
 
Porque la realidad te empuja a hacerlo. Al menos, así fue en mi caso. Hace dos años y medio, más o menos, había pasado por diversas circunstancias por un largo desierto, desconectando incluso de la música, que es lo más importante para mí, y volví a sentir una fuerte llamada por las canciones cuando menos lo esperaba. De repente, como un relámpago, algunas de las canciones que más definieron mi existencia volvieron a sonar con fuerza, como la primera vez. Sentí la imperiosa necesidad de escribir sobre esa música, lo que me inspiró cuando era más chaval y me inspiraba cuando volví a conectar con ella.
 
Por lo que parece, la novela está funcionando bastante bien, al menos se te ve muy atareado con la promoción. Las críticas están siendo buenas, además. ¿Te esperabas un éxito así, o tenías tus dudas al tratarse de tu debut en el género?
 
Nunca escribí el libro pensando en lo que vendría después. Jamás me lo planteé con ningún objetivo más allá de escribir porque lo necesitaba. Era un impulso interno tan arrasador que sólo me preocupaba darle forma. Y le dediqué muchos días y muchas horas con dudas, inseguridades y miedos. Pero quería escribir. Por así decirlo, la música era más fuerte que yo. Como dice Bob Dylan, no importa de dónde vengan las canciones sino a dónde te llevan. Me alegra saber que el libro funciona, que la editorial va a sacar una segunda edición y, sobre todo, que haya gente que sienta tan cercana la historia de Marta y Javi, pero también todo lo que gira sobre ellos. Me emociona que personas que no conozco de nada me digan en presentaciones o por las redes sociales que se sienten identificados o les inspira. Y me emociona más cuando yo sé lo que es que una canción, una novela o una película te transmitan tanto y te acompañen para toda vida. Es alucinante. Sólo por eso merece la pena cualquier esfuerzo, haberme dejado una parte muy importante de mí en este libro.
 
Supongo que es más complicado escribir una historia de ficción, donde tienes que inventar y moldear los personajes, que un texto musical de no ficción. ¿Cierto? ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Cómo te ha ayudado tu bagaje como periodista especializado en temas relacionados con la música?
 
El periodismo y la ficción son dos mundos totalmente diferentes. No tienen nada que ver. En el primero, te debes a los hechos, a la realidad. En el segundo, a ti mismo, a tus obsesiones o musas, a lo que te inspira o andas buscando. En este caso, me identifico con la frase del escritor y periodista Ramón Acín: «Yo, al escribir, no hago literatura: escribo sujetándome el hígado o apretándome el corazón». Ser periodista musical no creo que me haya ayudado. Tal vez, me permite conocer más canciones y, como bien sabes, el libro está lleno de canciones que forman parte del paisaje de Javi, sobre todo de su paisaje emocional. Pero a mí lo único que me preocupaba era escribir de las emociones que rodean a las canciones. Con «Martha», quiero hablar de la música como un refugio sentimental o como la lanzadera vital en que se convierten para muchas personas los acordes y las melodías. Quiero hablar de la música como un artilugio que puede llegar a salvarte la vida y puede darle sentido al mundo cuando no lo tiene. Si acudes a «Martha» con la idea de encontrarte a un periodista musical escribiendo de músicos o discos, te va a decepcionar. Parafraseando a Xoel López en una de sus últimas canciones, Yo solo quería que me llevaras a bailar, la novela tiene muchísimo más que ver con «melodías para escapar» que con cualquier análisis o crítica musicales.
 
Sobre toda la obra planea la sombra de la canción «Martha», de Tom Waits. Por curiosidad, ¿qué fue primero, escoger el nombre de la chica protagonista y entonces pensar en la canción, o al revés, te inspiraste en la canción para la historia?
 
Lo primero fue la historia, la esencia de la novela: los dos protagonistas, Marta y Javi, que se escuchan y se ríen, comparten lágrimas, se reconocen en la voz del otro y se complementan hasta el punto de quedar unidos a través de las canciones. Esa semilla, esa idea original, me llegó en las navidades de 2012 y la empecé a desarrollar a comienzos de 2013. La canción de Tom Waits vino después. Hubo un momento que tuve claro que la novela se iba a llamar con el nombre de una chica. Porque, como sucede en la novela, Javi le iba a dedicar una canción a Marta, como había hecho desde que la conoció y porque quería cumplir su promesa. Surgieron canciones con nombres de chicas de Bob Dylan, Bruce Springsteen, Elvis Presley, Serrat, Ryan Adams… pero, entre todas, apareció la de Tom Waits y vi que «Martha» hablaba exactamente de lo mismo que hablaba mi novela. Me pareció una señal y, además, Waits, con su corazón desparramándose en cada nota, con su romanticismo crónico, tenía el tono que yo buscaba para la historia desde sus orígenes.
 
La música que «suena» a lo largo de la novela es, basándome en el tiempo que te llevo siguiendo, más o menos la música que ha marcado también tu vida. Eso es normal, hasta cierto punto, porque es la que mejor conoces y sabes las emociones que puede provocar. ¿Me equivoco?
 
No te equivocas. Le debo tanto a las canciones de Los Rodríguez, Bruce Springsteen o Lapido como Javi.
 
Por cierto, ¿eres de los que piensan que esa música que escuchamos en la adolescencia, en nuestro despertar musical, es la que nos marca de por vida y siempre nos acompaña, aunque nuestros gustos puedan ir cambiando con el tiempo?
 
Lo creo. Esa música nos define y puede llegar a alumbrarnos por siempre, sin necesidad de que seamos las mismas personas a los 16 años que a los 35 o los 50. Cuando somos adolescentes nos adentramos en el mundo adulto, en la cruda realidad, con nuestros propios pasos, necesitamos definir nuestra identidad a través de elementos externos. El arte que nos conmueve y nos enseña otros mundos posibles, por muy idílicos que sean, es el que nos hace parte de lo que somos. Mi ética de la vida le debe mucho a las canciones de Bob Dylan o Serrat. Hace un par de meses estuve en Chile y me maravilló ver cómo jóvenes y no tan jóvenes me hablaban de Violeta Parra como si fuera una divinidad. La cantante Camila Moreno me dijo que Violeta Parra la derrumbó y luego la elevó como jamás lo había hecho nadie ni nada. «Me atravesó, como solo te atraviesan los grandes acontecimientos de la vida», me dijo de noche en la casa donde ensayaba en Santiago de Chile. Esa es la clave. ¿Por qué? Porque Violeta Parra es lo más humano que existe. Violeta Parra es para los chilenos, pero para muchas más personas, entre las que me incluyo, una certeza.
 
Nos ayuda a conectarnos con la gran empresa de la humanidad, como la definió el escritor Saul Bellow. Mis valores se erigieron como grandes pilares con las canciones de Springsteen. Y yo no entendería la dimensión del amor de la misma forma si no hubiese escuchado a Leonard Cohen, Roy Orbison, Aretha Franklin o Lucinda Williams. De hecho, el rock´n´roll desde sus orígenes trata de eso: de buscar una identidad ante los rigores de la realidad, de hallar la liberación mental y espiritual a través de la música y encontrar una independencia y ética. Luego, el paso del tiempo nos hace más viejos, descreídos y menos pasionales, pero creo que no debemos renunciar a ello. La novela es un viaje constante de ida y vuelta al corazón mismo de la música. Intento referirme a esa negociación entre la música que nos definió y lo que vamos perdiendo por el camino. Javi está metido en esa negociación y encuentra la respuesta definitiva gracias al recuerdo de Marta, gracias a lo que compartió con ella, gracias a la música. Javi, simplemente, se lo quiere agradecer como si la dedicara una canción, su canción, que, por cierto, lleva el nombre de ella. Sabemos por ella que no quería oír hablar de una novela, que la rechazaba, pero Javi lo hace, no por un acto de venganza, jamás, sino por un simple acto de amor hacia su persona a la que siempre ha querido ver feliz.
 
Martha - Fernando Navarro
 
Una de mis frases preferidas de las canciones de Springsteen, a quien admiro desde que escuché «The river» con catorce años sin entender casi nada, es la de «No surrender»: aprendimos más en una canción de tres minutos  que en toda la escuela. ¿Es una exageración, o crees que hay algo de verdad en esa afirmación?
 
Para mí es una gran verdad. Esa frase no solo preside La Ruta Norteamericana, mi blog en El País, sino que se recoge en la primera página de «Acordes Rotos», mi otro libro. La novela es una apuesta por esta verdad. La historia de Javi está plagada de pasajes en los que la música le aporta las grandes verdades de su vida. Como esa noche en la que reconoce que Marta lloró sus lágrimas y empieza a oír «Astral weeks» y se da cuenta que en la música halla respuestas y le define más que lo que le obligan a aprender en el colegio o, citando a Albert Camus, le aporta mucho más que el silencio absurdo de Dios. También le sucede a Javi, en pleno transito adolescente hacia el mundo adulto, cuando Bob Dylan le explica que las cosas están cambiando o Los Enemigos le cuentan con guitarras incendiarias que el mundo está lleno de farsantes y miserables y conviene estar preparado o Springsteen con un rock´n´roll pletórico le convence que hay que luchar por los sueños. En la música, se aprende más que en la escuela. Lo afirmo. Exageraciones son otras. Por ejemplo, desde mi humilde punto de vista, el 21% de IVA que España aplica a la música, lo que han robado los políticos de este país y las exigencias del Eurogrupo a los griegos. Pero esas cosas son otras historias.
 
Además de los gustos musicales, compartes otras características con Javi, el protagonista masculino de la novela, como el hecho de que acabe convirtiéndose en periodista musical. ¿Hasta qué punto está basado en ti?
 
Hasta el punto que quieras creerlo, o cualquier lector. ¿Servirá de algo que yo diga que no soy yo? No lo sé. Desde que se publicó la novela en marzo, no han parado de preguntármelo en entrevistas e incluso me han llegado a llamar Javi por error. Pero a mí me interesa mucho más otra cuestión. Un día se me acercó un chico y me dijo: «Por favor, dime que existió Marta, dime, por favor, que Marta fue real». Le miré y, como si fuera Javi, le dije: «Qué te parecería si te dijera que Marta no fue real sino que es real. Existe». Sonrió y contestó: «Eso me haría aún más creer en la vida». Y me dio un abrazo. El otro día en el concierto de Bob Dylan en Madrid me encontré con Santi Alcanda, al que admiro mucho, y me dijo: «No te voy a preguntar la pregunta que te pregunta todo el mundo. Es decir, no quiero saber si Marta existió o existe. Solo quiero decirte que yo tuve una Marta y me la has hecho recordar y te estoy agradecido por ello». Y me dio también un abrazo. No importa en quién están basados Javi o Marta. Importan esos abrazos, fruto de la historia de Marta y Javi. 
 
Me gusta mucho de «Martha» el hecho de que parezca pensada para funcionar a varios niveles: es una historia de amor, es también una excepcional descripción de cómo algunos vivimos la música,  al mismo tiempo refleja una época y una edad con la que mucha gente se identificará, hablas también de la crisis en general y la del periodismo en particular… ¿Tenías todo esto en mente a la hora de crear la historia?
 
Sí, sin duda. Quería entrar de lleno en todo lo que puede rodear el mundo de una persona: el amor, la amistad, los hijos, los padres, el trabajo, la fe… Javi es periodista porque es un terreno que conozco pero, al mismo tiempo, pensé que sería preferible que lo fuera porque el periodismo, como la música, como estos tiempos que vivimos, está rodeado de incertidumbres. Todo parece que se desmorona y vivimos en una continua agitación. La música está en crisis, el periodismo está en crisis, el país está en crisis, la sociedad, los valores… Parece que, en plena vorágine y desencanto existencial, todo necesita volver a reformularse. Necesitamos volver a inventarnos. Buscamos respuestas a ciegas, como esos transeúntes asustados y ciegos de Saramago en «Ensayo sobre la ceguera». Pero creo que debemos ir a nuestros orígenes, a la raíz de lo que somos, a nuestra esencia y volver a formularnos las grandes preguntas. En la película «Lugares comunes», Federico Luppi, un profesor universitario al que le obligan a jubilarse, lo expone muy bien cuando dice que las respuestas son relativas. Las mejores preguntas son las que vienen de los filósofos griegos.
 
Muchas son lugares comunes pero no pierden vigencia: qué, cómo, dónde, cuándo, por qué. Son esas preguntas las que nos explican la vida. Nuestra misión como personas, como ciudadanos, y tal y como lo diría el profesor que interpreta Luppi, es encomendarnos a esas preguntas. Despertar el dolor de la lucidez. Sin límites, sin piedad.
 
Yo tengo mi teoría, que ya expliqué en la reseña, pero lógicamente eres tú quién mejor lo puede explicar. ¿En qué momento, y por qué, decides empezar la historia por el final y dejar claro desde el principio que Marta muere, en lugar de mantener la intriga?
 
Me gustó mucho leer tu teoría aunque, sinceramente, no tenía a García Márquez y su «Crónica de una muerte anunciada» en la cabeza. Al menos no lo tenía conscientemente porque a Gabo lo he devorado desde chaval y podía estar rondándome sin yo saberlo. El comienzo del libro se me ocurrió una noche que viajaba solo en coche y escuchaba, precisamente, a Tom Waits. Ese piano, esa voz noctambula. Y, entonces, yo andaba de lleno recuperando la música y queriendo escribir. La intriga tenía que ser la búsqueda de Javi en sí mismo, su conexión con las canciones, su viaje a la profundidad de los sentimientos. Pensé que era la mejor forma de contemplar todo lo demás era que la muerte sucediese en el primer párrafo. Y todo lo demás era y es la vida. Y Marta representa una parte de la vida fundamental para Javi. En la novela, la muerte planea en cada capítulo, como así sucede en la realidad porque cualquier día puede darte un zarpazo con su guadaña y cambiarlo todo, pero mi objetivo, y espero haberlo conseguido, es que en el libro resuene la vida por encima de todo. De hecho, el último párrafo de la novela guarda todo un canto al respecto.
 
El final del libro podría ser el principio y viceversa, pero, realmente, si lo piensas bien, es una historia en continua lucha por abrirse paso hacia adelante, como la vida. Todas las decisiones, todo lo que fuimos, o una vez nos hizo sentir vivos, nos define y nos acompaña. Eduardo Galeano, que decía que recordar era «volver a pasar por el corazón», afirmaba que el ayer y el hoy tienen un lugar donde se reconocen y se encuentran y ese lugar es el mañana. Puede haber muchos mañanas distintos, con o sin Martas, con o sin Javis, con o sin lo que esperabas o habías deseado de verdad, pero siempre habrá uno que dependerá en buena medida de ti, para que sea o se parezca lo más posible a tu sueño. Pero te voy a confesar una cosa. Un buen amigo se leyó el libro y me dijo que lo que más le sorprendió fue olvidarse de que Marta estaba muerta. De hecho, él y más personas me han dicho que acaban el libro con la sensación de que Marta vive. Y, para mí, de corazón, ahí está la gran conquista de la novela: Marta jamás ha estado muerta porque Marta es eterna. A medida que lees páginas, te das cuenta de que Marta vive en Javi. Su recuerdo le hace ver que si bien la vida no siempre tiene sentido, sí lo tiene vivir.
 
¿Crees que en la actualidad se vive la música con la misma intensidad que lo hacían en los 90 los protagonistas de la novela? ¿Se ha perdido la magia con el acceso inmediato a virtualmente toda la música editada a lo largo de la historia?
 
Cada generación tiene sus recursos, sus chamanes, sus códigos. No estoy para nada de acuerdo con eso de que antes era mejor. Creo, sin dudarlo, que ahora los adolescentes viven la música a su manera y al chaval que le llega, como nos llegaba a ti y a mí, le llega igual que nos llegaba a nosotros. Si le atraviesa, le atraviesa, aunque yo quemase mi cinta de casete y él reproduzca 200 veces la canción en Spotify o Youtube. Si son más chavales o menos que antes, que en los noventa, los ochenta o los sesenta, es otra cosa. Pero la música sigue teniendo, y lo seguirá teniendo, el mismo poder purificador en la vida de una persona que se acerca a ella y queda deslumbrado. Sí es cierto que el acceso casi ilimitado que hay ahora hace que sea más difícil valorar las cosas porque no cuesta tanto tenerlo, ni dinero ni tiempo. Se puede saltar de una cosa a otra casi de inmediato. Además, tiene que ver con los tiempos frenéticos de sobreinformación y multitarea en los que vivimos. Yo tardaba un mes en comprarme los discos y durante ese mes mis compras eran todo lo que tenía. Pero hubiese matado por tener este acceso brutal a la gran discoteca de la humanidad.
 
Le veo más cosas positivas que negativas. A decir verdad, la novela es un homenaje a la generación del casete, a la que pertenezco, pero por una cuestión más romántica que práctica. Lo importante, sea con vinilos, cedes, casetes o internet, es saber reconocer lo que nos dicen las canciones. Lo importante es que todavía el riff de «Johnny B. Goode» o «Brown Sugar» o ese comienzo de «Sweet Jane» sean capaces de motivar a un chaval lo suficiente para pensar que el rock´n´roll es mucho más enriquecedor que casi todo lo demás. Y, por supuesto, es más divertido. 
 
Por último, después de esta experiencia, ¿habrá más novelas de Fernando Navarro? ¿Tienes algún proyecto entre manos que nos puedas contar?
 
Jamás escribí la novela con la idea de «pasar a ser» un escritor. De hecho, no me veo así aunque haya escrito una novela. Correría el peligro de convertirme en «un parásito de la literatura», tal y como lo definió Juan Goytisolo en su discurso del Cervantes. Más preocupado en figurar que en escribir por una razón poderosa. Como he dicho antes, la música volvió a atravesarme y sentí la arrasadora necesidad de hacerle un homenaje. Se lo debía. Para que escribiese otra novela, tendría que volver a sentir una necesidad similar. Tendría que tener una motivación. Estoy en un proyecto conjunto sobre canciones políticas que tuve que aparcar por acabar la novela, pero es un terreno dentro de la crítica musical. ¿Otra novela? Necesitaría, como dijo una vez Bob Dylan, que me ardiesen las manos. La vida, tan caprichosa e imprevisible, dirá.
 
 
Finalmente, muchas gracias por atendernos y un abrazo.
 
Otro abrazo. ¡Salud y rock on!
 

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