Havalina (Ochoymedio) Madrid 15/04/23

La sucesión en las primeras filas de una atestada y expectante Ochoymedio, y en escasos metros cuadrados, de tres camisetas de Caspian, Kyuss y Nine Inch Nails no son, obviamente, suficientes para definir la dimensión de una banda como Havalina, pero convengamos que da una pista.  Con una indisimulada vocación 90’s en sus producciones y rotundas estructuras compositivas, la formación madrileña comandada por Manuel Cabezalí lleva dos décadas regateando etiquetas y acomodamiento creativo con idéntica pericia. Ya desde el contrapunto que supone la suavidad y dulzura de las líneas vocales frente a la abrasión sonora de muchos de sus riffs, Havalina siempre ha antepuesto la sinceridad y la integridad artística a la complacencia, y eso les ha llevado a un reconocimiento notablemente menor del merecido, en buena medida por lo heterogéneo de las influencias y sonoridades que planean sobre su cancionero. Pero, como elogiable consecuencia, también a que todos y cada uno de sus pasos discográficos resulten tan excitantes como imprevisibles.

En esa exploración tan encomiable, que incluye un viraje a texturas más post-punk e industriales ya perceptible en Muerdesombra (17), se enmarca Maquinaria (23), no sólo la consagración y sublimación de todo lo apuntado ya en el citado anterior trabajo, sino también uno de los discos más atinados e inagotables de lo que llevamos de año y de todo el legado de la banda. Existían muchas ganas por contemplar la defensa de un álbum tan prolífico en matices y arreglos sobre las tablas, y el arranque con “Himno Nº9”, esa melancólica letanía bañada en sintetizadores digna de cualquier secuencia sombría de Blade Runner, presagió lo que se pudo disfrutar a continuación: que el nuevo ramillete de canciones, con toda su experimentación, tensión, aliento distópico y pesadumbre lírica, es desde ya una de las cimas de la carrera de este grupo.

Ataviados con camisetas blancas adornadas con símbolos minimalistas, y alternando guitarras y teclados, Cabezalí e Ignacio Celma ocuparon los laterales del escenario y, con tanta sobriedad como precisión, y el sutil y magnífico acompañamiento rítmico de Teresa Martínez al bajo y Javier Couceiro a la batería, fueron desgranando todas y cada una de las canciones de la obra que nos ocupa. Naturalmente, y muy en consonancia con el espíritu esquivo de la banda, en orden diferente al publicado. Justo, y ligeramente doloroso, es señalar que el atronador arranque de la canción titular, al menos desde las primeras filas, pareció sonar algo ahogado y opacado por los sintetizadores, desluciendo un poco la sensación de entregarse a un buen riff, experiencia cumbre en cualquier concierto que se precie, y si parece sacado de un disco de Soundgarden, como es el caso, más aún, si cabe. La subyugante y sinuosa base rítmica de “Salmo Destrucción”, que asomó a continuación, lució espléndida y convincente, y esa fue la tónica de ahí en adelante: sonido brutal, maquinaria engrasadísima.

Así, lances muy dinámicos y contagiosos como “Circuito Cerrado” o “Robótica” combinaron a la perfección con composiciones más sinuosas como “Actitud”, quizá la canción que mejor ejemplifica todas las virtudes y rasgos de Maquinaria (23), con ese desbocado y aplastante cierre de rock industrial tras las amenazantes líneas de piano previas. Todas esas letras que abordan la conflictiva relación entre el hombre y la máquina, el corazón frente a la tecnología, mantuvieron su talante enigmático y capacidad de sugerencia, y algunos de los mejores momentos al respecto pudieron escucharse en “La Palabra”, donde la puntual aparición de Nieves Lázaro ataviada con una suerte de caperuza negra y declamando con mucho aura sus desoladoras frases deparó uno de los instantes más perturbadores y mágicos de la velada. Otra orgía de sintetizadores y guitarras dislocadas, otro momento cumbre, fue “Deconstrucción”, que antecedió a la atmosférica “Naciente”, broche a esta primera mitad de actuación.

Sin apenas descanso, y despojados ya de sus indumentarias blancas, aunque manteniendo las adecuadísimas proyecciones audiovisuales y la contundencia y pulcritud de su sonido, nuestros cuatro protagonistas volvieron a escena y recuperaron el pulso más clásico de los primeros discos de la banda con un segundo tramo que repasó con mucho acierto el amplio bagaje anterior a Maquinaria (23). “Malditos Mamíferos”, de su señalado penúltimo disco, además de uno de los rescates más destacables, sirvió como perfecta bisagra entre sonido experimental y tradicional. Las guitarras crujientes y robustas de “Incursiones”, por su parte, evocaron particularmente a uno de los referentes de la adolescencia de Cabezalí, Bill Corgan, y evidenciaron con particular claridad el ingrediente The Smashing Pumpkins que encierra la versátil coctelera sónica de Havalina.

El certero encadenado de “Norte”, “Viaje Al Sol” y “Estruendo”, que sirvió como cierre, sugirió la predilección que sienten por H (12), uno de los álbumes más representados en esta recta final. Y antes, firme candidata a cúspide de toda la actuación, la descomunal “Cementerio De Coches”, con toda su abrasión stoner y ese desgarro desesperado de sus líneas vocales, refrendó lo que muchos sospechábamos: que la desenvoltura escénica y avidez de registros de esta banda parece no conocer límites.

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