José Ignacio Lapido (Sala Changó) Madrid 19/05/23

En estos tiempos de saturación de estímulos, ansias de satisfacción inmediata, ligereza de opiniones y miradas gruesas, José Ignacio Lapido es un blanco fácil. Analizada sin mucho detenimiento, y desde la perspectiva más severa, resultaría tentador despacharse con la segunda mitad de su trayectoria en solitario aduciendo mantras críticos como el acomodamiento o el estancamiento estilístico. Más allá de que a la hora de empuñar su guitarra y afilar su pluma la experimentación y la vanguardia no vayan con él, porque ni lo pretende ni lo necesita, también cabría defenderse que el líder creativo de los imbatibles 091 no siempre haya podido conservar en los pasos sucesivos la frescura y deslumbrante inspiración de discos mayúsculos como Música Celestial (02) o Cartografía (08).

Tampoco se antoja probable que en el futuro nos deleite, ni él ni nadie haciendo rock en este país, con algo equiparable a su memorable obra cumbre En Otro Tiempo, En Otro Lugar (05), un prodigio que mira a la cara a los mejores logros con la banda de su vida. Pero una escucha paciente, tanto de su flamante obra como de todos y cada uno de sus más recientes precedentes, acaban revelando matices, imponiendo una distinción propia y calando en el corazón como la más inclemente de las gotas chinas. A este respecto difícilmente podría estar mejor traído el concepto que ilumina la última portada. El oyente, al igual que el duelista, no morirá, el desafío no es tan elevado, pero acabará sintiendo en sus entrañas el pinchazo y la sangre.

A Primera Sangre (23) confirma ese ligero y feliz repunte mostrado en el notable El Alma Dormida (17) y nos devuelve a un Lapido certero en todas sus facetas, con especial abundancia, centrándonos en la lírica, de viajes en el túnel del tiempo, bien evocando la infancia, bien proyectando la inquietante sombra de la muerte. Pasado indefinido y futuro imperfecto, como le gustaría decir a él, en perfecta convergencia. También afianza la precisión compositiva e instrumental y se aleja del cierto desenfoque, dispersión o desmesura que, pese a la genialidad, transmitían alguna de sus propuestas más primerizas. Dicho de otro modo, nuestro protagonista, y continuando con los guiños a sus letras, no sólo hace de la duda un arte: también de la madurez.

Tras varios años de planes interrumpidos e incertidumbres de sobra conocidos, y con el interludio del regreso discográfico de 091, existían ganas del reencuentro entre el artista y fans. Y en Madrid, feudo de abnegados militantes de su causa, capaces de generar una sinergia y complicidad mutua durante las actuaciones verdaderamente admirable y gratificante, Lapido volvió a mostrar un nivel y una fiabilidad a prueba de bombas de cabo a rabo. Una buena prueba de que, para abrir fuego, la especulación no entraba en sus planes fue la gloriosa dupla inicial: “Antes De Morir De Pena” y “No Digas Que No Te Avisé”. Ambas mostraron ya el acoplamiento de la banda, que no cesaría en toda la velada, y el buen sonido de la Sala Changó, pero detengámonos particularmente en la primera, cima absoluta de su repertorio en cuanto a calado emocional. Sonó oscura, turbia, magnética; no hizo ni amigos ni prisioneros, y sí declaró intenciones.

“Luz De Ciudades En Llamas”, que vino a continuación, no sólo mantuvo el nivel, sino que inesperadamente lo elevó, y la banda dio un paso adelante en cuanto a vigor y transmisión. Fue un placer escucharla así, con tanto ímpetu, hasta el punto de que en este caso incluso mejoró sus prestaciones en estudio, ya merecedoras de elogio. En esta floreciente intensidad, obviamente, apetece y mucho destacar la figura del bajista Jacinto Ríos, escudero fiel de Lapido tanto en solitario como con 091, y quien incluso en los lances más reposados, no dejó de exudar carisma, entusiasmo y alma punk.

Tras una de sus mejores filigranas recientes, “Lo Que Llega Y Se Nos Va”, tocó adentrarse en un tramo dominado por las nuevas canciones, y si bien como es normal no todas mantienen la misma regularidad, conviene destacar algunas presentaciones de temas con aroma a futuros clásicos. La adictiva “Curados De Espanto”, por ejemplo, como certera síntesis del concepto del disco, fue muy aplaudida entre los fans. “Malos Pensamientos”, ese blues tan arrastrado como cenizo, se destapó como otra inapelable diana. Pero si hay una del actual álbum que sublime la disección de la paradoja humana y de las pulsiones contradictorias que pueden anidar en nuestro interior es la extraordinaria “Uno Y Lo Contrario”. Es bastante probable que ningún músico en España haya escrito de esta cuestión en particular con más sutileza, riqueza imaginativa y huida de lugares comunes que Lapido, y como nueva cúspide de su cancionero no la pudo atacar mejor; ojalá haya llegado a su repertorio para quedarse.

El siguiente tramo, sin dejar de reivindicar nuevos temas, volvió a proliferar en miradas al pasado, y ahí emergió con tanta luz como escalofrío “Por Sus Heridas”, con ese equilibrio entre lo delicado de su rumbo instrumental y la desolación de su texto. Sentidísima la interpretación de su creador, y probablemente el cénit de la noche. La pegada de “Cuidado” y la anhelada entrada en escena de Cartografía (08) con la formidable “Cuando El Ángel Decida Volver” se sucedieron a continuación, entre otros repasos, como instantes destacables y altamente eficaces hasta desembocar en otro momento estelar, “El Dios De La Luz Eléctrica”, la mayor descarga de decibelios del set, una orgía de guitarrazos entre Lapido y Víctor Sánchez,  tan impecable toda la noche como su compañero a las baquetas Popi González, que se agradeció y se celebró a lo grande.

Ya en el último tramo de un concierto que llegó a sobrepasar las dos horas, y que se harían cortas e insuficientes para condensar toda la grandeza de la obra en solitario del autor granadino, sobresalió “En El Ángulo Muerto”, esa soberbia radiografía tanto del repliegue introspectivo como del desencanto, y donde se lució especialmente, con esa exquisita introducción, Raúl Bernal a los teclados, cuya puesta en escena tuvo el aura y el vigor de siempre, y dotó de mucha profundidad, atmósfera y riqueza de detalles a todo el repertorio.

“La Versión Oficial”, himno absoluto de lucidez cristalina y tan dolorosa como permanente vigencia, de letra tan susceptible de ser rabiosamente coreada que incluso el propio Lapido, consciente del monstruo creado arengó a ello a la audiencia, despuntó en la recta final. Podría haber sido un impecable epílogo, pero el genio andaluz prodigó más alegrías a los suyos: una hermosísima interpretación desnuda de “En La Escalera De Incendios”, donde se le intuyó particularmente conmovido y, como broche, esa genialidad sin parangón y piedra angular de su trayectoria que es “La Antesala Del Dolor”, y que, tras la despedida y las mutuas reverencias, no pudo dejar el listón más alto ni mayor sensación de orgullo y regocijo entre sus fans.

No sabremos qué será lo siguiente, si un disco de 091 u otro en solitario, si un inesperado proyecto o un merecido descanso. Lo que sí sabemos es que escuchar a la inmensa mayoría de letristas en castellano tras una nueva inmersión en el universo de este hombre resulta, al menos en principio, altamente desaconsejable. Quizá, en esta era de plástico y frivolidad, sea mejor opción echar la vista atrás y volver al cobijo de nuestros ídolos, a esos legados inmortales e inagotables que, como Lapido, nos han alimentado el fanatismo y el corazón, y que no dejan de crecer. Los que, incluso siendo también contemporáneos, en espíritu son como él, y más nos representan: los de otro tiempo y otro lugar.

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