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L.E.V. Matadero 2024 (Madrid)

De las dos propuestas que anualmente aterriza el Laboratorio de Electrónica Visual, quizá la cita de Matadero sea la que más atención del espectador llame. Más allá de centralismos y periferias, hay una cosa clara, y es que lo que Matadero concentra, revierte en el Festival L.E.V. de Gijón, aunque la dinámica inicial tendría que ser otra. Si atendemos a la evolución de cada edición, podemos observar que la parte de acción y artes musicales sigue teniendo un papel predominante en la propuesta asturiana, mientras que el campo de la tecnología, las artes visuales y las realidades aumentadas se hacen un hueco más prominente en las fechas capitalinas.

Aun así, L.E.V. Matadero no pasa desapercibido en absoluto en nada de lo que su propuesta musical se refiere. Podríamos debatir largo y tendido sobre la tendencia de la programación de esta cita, una lista que destaca por la variedad y riesgo de sus propuestas, dejando atrás la algo monolítica apuesta por el A/V más “básico” para adentrarse en esos nuevos territorios que avalan ese progreso.

Antes de adentrarnos en lo que fue la programación estrictamente de directos musicales, hay que hacer obligatoria referencia a dos nombres propios, gigantes de la música electrónica, que contribuyeron a la nómina de las artes visuales en esta edición. Darren Emerson daba esa pátina de renombre a la instalación In Pursuit of Repetitive Beats, una propuesta de realidad virtual de carácter documental en la que el ex Underworld propone un recorrido por la cultura rave de finales de los 80. Más que por su valor gráfico, su trabajo en este campo llega más a través de una banda sonora plagada de clásicos de Orbital, obviamente Underworld y de un acid house que transporta de manera más eficiente a esa primera persona que disfrutará de aquellos maravillosos años.

El otro gran nombre, Jean Michel Jarre, llegó de la mano del taiwanés Hsin-Chien Huang, multipremiado artista que presentó The Eye and I, una pieza a dos manos de realidad virtual con banda sonora del francés y que aboga por la crítica feroz del control y la supresión de la libertad en las sociedades contemporáneas. En un viaje de posibilidades, la música de Jarre acentúa, todavía más si cabe, esa angustia bien tratada, replicando, en cierta manera, esa suavidad que parece erradicar la terrible realidad que vivimos.

Mención especial requiere The Third Reich, la pieza que abrió el festival, firmada por el ínclito Romeo Castelluci y con sonido compuesto por Scott Gibbons, a quien, dentro de su experiencia en lo electroacústico más de vanguardia, hay que atribuir la enorme angustia e impacto sensorial de esta obra. A un ritmo endiablado y con una acción sonora de carácter progresivo, los dos firmantes dejaron como arma una pieza de violencia extrema sobre quien observa sin escapatoria.

La programación de directos, dividida en dos actuaciones por jornada durante tres días, la abrió el viernes Plus44Kaligula, nombre artístico que esconde a la productora Cally Statham, y que certificó varios puntos ya de inicio. El primero, que lo audiovisual y la acción más relacionada con ese arte generativo, ha dejado de tener un patrón para convertirse en cualquier opción personal. La inglesa optó por un simple atril futurista para conceder más protagonismo a una actuación musical más cercana a la actuación que a lo propiamente musical, dando espacio al valor de cierta interpretación ante una madeja de estilos que iban desde lo meramente vocal a una intensidad y (de)cadencia crooner, desgranando más una vocación teatral que puramente musical, aunque esta última tuviera momentos de brillantez pop, y hasta de nostalgia estética fantasiosa y más propia de ese El Ansia de su querido Bowie que de algo meramente vanguardista.

La segunda parte del viernes la protagonizó el percusionista y manipulador de sonidos estadounidense NAH, un auténtico torbellino de energía que, con la aparente simplicidad de una batería y una programación de bases simples, arrasó con la sala y con los allí presentes. Sin parar más que para reponer el desgaste físico, la tralla disparada por el norteamericano parecía perfilar la rudeza de la calle, del háztelo tú mismo, para mayor gloria de lo frenético. Además, si su propuesta musical ya de por sí se había llevado de calle al respetable, el hacer subir a todo el mundo al escenario para testificar la rudeza y el primitivismo transformado en vanguardia fue definitivo para certificar esa necesaria cercanía a lo real.

La segunda jornada deparaba un nuevo calibrado a cualquier formato prestablecido y, sobre todo, el plato fuerte de la presencia de Keeley Forsyth. La inglesa arrancó una actuación sobria donde la angustia y la oscuridad tomaron el espíritu de la nave industrial, marcando con un negro cerrado todo lo que tocaba con una voz dolorida, angustiosa, que arrancaba al público miradas de dolor ante el impacto que la británica, acompañada solo por su instrumentalista al mando de un sencillo teclado y el habitual ordenador, producía. La empatía podía mascarse, pero también desde la distancia, la misma que creaba con sus modulaciones e introversión en el recargado ambiente de un público totalmente entregado a esa joya que es The Hollow.

Podría haberse acabado ahí la noche, en lo más alto de la elegancia, pero el colectivo franco-checo Axontorr, es decir, Oliver Torr y Simon Kounovsky, tenía algo que decir. Su trabajo fue, de los presentados, quizá el más cercano a ese purismo visual, pero la parte musical, hiriente y oxidada, de rasgos industriales en su objeto, acabó por convertirse en la propuesta a seguir. Navegando entre luces estroboscópicas, aparecieron sonidos propios de las géneros más pesados de la electrónica, desde los tímidos beats ralentizados del gabba al techno más purista, pero también básicos y quizá algo innecesarios guiños urbanos, autotune al hombro, o guitarras procesadas que dieron un tinte ecléctico a su propuesta.

La Nave 10 cerraría el domingo sus puertas con las actuaciones al mediodía de Horma & Azael Ferrer y Moritz Simon Geist. Horma es el proyecto de Sole Parody que lleva su alter ego más experimental a los terrenos de la electrónica, un espacio que ha ido capturando poco a poco y en el que la andaluza mostró ser un generador de sonidos contundentes, duros, de carácter, con Matadero, su proyecto en el que estuvo trabajando el año pasado en el Centro de residencias artísticas de ese mismo centro.  El artista multimedia Azael Ferrer le acompañaba al otro lado de la mesa, cara a cara, frontal, tanto como las imágenes generadas en directo y que lograron un efecto de tintes alegóricos y de profunda realidad.

Cerró esta edición Moritz Simon Geist. El alemán llegó con algunos resultados de sus investigaciones del desarrollo y producción de sonido desde varias disciplinas técnicas, pero, si por algo sobresalió, fue por su Recycling Techno, la pieza que estrenó para la ocasión y que, a través de instrumentos confeccionados por él mismo, apuntaba a la importancia crítica de cómo tratamos los residuos generados por la obsolescencia programada y de valorar su reciclaje.  Geist tuvo problemas técnicos, algo altamente probable por otro lado si atendemos a la precariedad tanto del estreno como del material, pero su amabilidad didáctica y su concepción del sonido con resultados bailables y cercanos arrancó una celebración generalizada que dios buena cuenta de que, al final, todos son vanguardia a su manera, a pesar de lo humano y lo divino.

Fotos L.E.V. Matadero 2024: Álvaro de Benito

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