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Libro: Caminantes. Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos (Gatopardo)

Mirar. Este simple acto de posar nuestra mirada y ver es un gesto que implica una dejar tu huella en la orografía del paisaje y los cuerpos. Walter Benjamin habla de fisiologías del espacio urbano que despertaba a un nuevo marco de progreso gracias a los avances tecnológicos, la reestructuración del espacio urbano, y los nuevos usos de ese espacio por parte de la gente.

La figura del flâneur venía a ser el que capturase con su mirada esos movimientos atribulados de la gente que pasaba por las calles. Una figura que a principios del siglo XIX se le atribuyó cualidades productivas, ya que la mirada poseía verdaderas cualidades productivas. En fisiologías cada vez más imbricadas Walter Benjamin escribe en “El flâneur : “Cuanto más desasosegante se vuelve la gran ciudad, tanto más conocimiento de las gentes, según se pensaba, hacía falta para operar en ella”. La mirada se tornaba algo amenazante e inquietante.

El origen del flâneur hay que buscarlo en Paris y la Restauración borbónica (1814-1830), que es cuando la ciudad se expande y se recrea en espacios amplios, seguros, y benignos. El viandante podía pasear y encontrar su propio espacio en esa gran urbe de aceras adoquinadas, luces de gas, pasajes, o techos de vidrio.

Tanta asepsia visual sirvió de amenaza para una mirada que necesitaba nuevos estímulos. La decadencia de estos espacios es en gran parte a consecuencia del auge de la industrialización que permitió que mucha gente inmigrante llegara a trabajar, y esto trajo consigo también la masificación urbanística y la insalubridad. La mirada del flâneur esta vez debía convivir con esta masa informe de gente, de calles laberínticas, de bulevares, de gente heterogénea que no se conocía entre sí, etc. Las actividades que el observador llevará a cabo durante su flânerie era tener buenos oídos para escuchar y contextualizar, y buena vista para observar y captar el instante fugaz. El callejeo sin destino fijo, y el azar serán los hilos que tejerán su incesante ir y venir por esta ciudad sin nombre.

El flâneur buscará al “otro”, al ciudadano anónimo para darle la voz que se le fue arrebatada, y que a buen seguro podemos identificarnos. Rastreará por aquellos sonidos que, de repente, suenan y alertan de un peligro fuera del plano, o verá como un movimiento o un cruce de miradas servirá de detonante de una concatenación de situaciones imprevistas. En el excelente ensayo Caminantes. Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos (Gatopardo Ediciones, 2022) el argentino Edgardo Scott nos narra historias de diferentes merodeadores de la realidad en sus diferentes formas, como si fueran pensamientos a vuelapluma. El retrato de fisiologías fantasmagóricas que buscar retratar esa alteridad que se halla en la orografía urbana, tiene en Edgar Allan Poe una de sus figuras más representativas. Baudelaire cita el cuento “El hombre de la multitud” en su obra El pintor de la vida moderna (1863) de esta forma tan elogiosa: “¿Recuerdan un cuadro (¡en verdad es un cuadro!) escrito por la pluma más poderosa de esta época, que tiene por título El hombre de la multitud?”, y que de alguna forma sentaría las bases de una reconceptualización de la modernidad. No solo Poe va con camino aletargado por estas páginas, también Enrique Vila-Matas o Virginia Wolf y su retrato del Londres de la época, Roberto Piglia y su magnífico personaje de Emilio Renzi, entre otros.

Sobre el deambular con un walkman, Scott nos narra episodios de letras que aprehender la mirada: Eddie Vedder (“Hard Sun”), David Sylvian (“Wanterlust”), Joni Mitchell (“Night Ride Home”), y el Serrat que supo mirar por los ojos de Machado son algunos que se reflejan en una realidad que siempre es un devenir.

Más información de  Caminantes. Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos de Edgardo Scott (Gatopardo Ediciones) en la web de su editorial.

 

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