Mad Cool 2023 (Espacio Iberdrola Music) Madrid

En las seis ediciones previas, incluyendo la reciente celebrada el pasado fin de semana, siempre hay una frase recurrente en las redes sociales una vez finalizado el festival: «El año que viene no contéis conmigo». Es una expresión similar a cuando uno sale de fiesta y jura que nunca volverá a beber. A pesar de esto, el Mad Cool se ha convertido año tras año en uno de los espectáculos musicales con mayor afluencia de público en toda España. En esta edición, cerca de 200.000 personas asistieron durante los tres días. Para ponerlo en perspectiva, la jornada más concurrida del Primavera Sound en Madrid contó con alrededor de 45.000 personas, en contraste con las 70.000 almas que se congregaron en el Polígono Industrial de Villaverde Alto el pasado 8 de junio.

Esto nos demuestra, y por eso comienza esta crónica con aplausos, que no se valora lo suficiente este Festival. Un Mad Cool que año tras año ha superado dificultades que habrían dejado a otros macroeventos en el olvido. Desde las diversas cancelaciones debido a la crisis del coronavirus hasta la trágica muerte de un trabajador en 2017. Y eso sin mencionar las continuas fallas logísticas que frustran a los asistentes en cada una de sus ediciones.

Algo positivo debe tener, y la respuesta es bastante sencilla: cuenta con un modelo de negocio capaz de atraer a amantes de la música, ofreciendo conciertos de primer nivel en diversos estilos y géneros. Y, además, se ha convertido en una especie de imitación del Coachella, donde los influencers pueden lucir sus últimas tendencias de Shein. Es una ambivalencia extraña, pero que en Madrid funciona, tanto para lo bueno como para lo malo.

Mad Cool representa a la perfección lo que el periodista Nando Cruz describe en su último libro, «Macrofestivales». Este fenómeno va más allá de la música en sí misma, pero su fundamento, a diferencia de muchos otros festivales en nuestro territorio, radica en la excelente selección de artistas que presenta cada año. El día en que esto deje de ocurrir, el festival desaparecerá. Otro factor de gran importancia para entender el éxito de este festival, así como de otros festivales en general, es el precio. En una sociedad donde la juventud se enfrenta a una precariedad insultante, el hecho de que una entrada de un día en el Mad Cool tenga un costo de 90 euros es un aspecto determinante. A este precio, se puede disfrutar de actuaciones de grupos que de otra manera serían inaccesibles.

Por ejemplo, en la jornada del jueves y del viernes se presentaron Sigur Rós y Kaleo. El año pasado, estos mismos conciertos tuvieron lugar en septiembre Madrid, y el precio combinado de las entradas para ver a estos dos conjuntos islandeses era igual o incluso superior al costo de una jornada completa en el Mad Cool. Algunos podrían argumentar que la experiencia de ver un concierto en un festival difiere de la de una sala de conciertos, y tienen toda la razón. No es lo mismo, pero excepto en algunas excepciones, la experiencia vale la pena. Muchos de los grandes conciertos que he presenciado han sido en festivales, sin irme muy lejos en el tiempo la propia actuación de Queens of the Stone Age, que también tocaron en esta edición.

Más allá de estas cuestiones, hay que hacer una crítica contundente para buscar mejoras en futuras ediciones, especialmente en términos de logística. Los conciertos están muy bien, pero para poder disfrutarlos hay que llegar a ellos, y en esta edición hubo ocasiones en las que esto resultaba casi imposible. Entiendo que para muchas personas fue una experiencia horrible, y en algunas situaciones también lo fue para mí. Hubo momentos en los que se podía palpar la tensión en el ambiente, principalmente el sábado durante y al finalizar el concierto de los Red Hot Chili Peppers, donde cualquier acontecimiento inesperado podría haber acabado en una tragedia. El exceso de aforo hizo imposible cualquier movimiento cómodo en el recinto. Y si Mad Cool considera que no hubo exceso de aforo, entonces ese recinto no está preparado para albergar tal cantidad de gente. Como de manera cómica comentó una mujer que se encontraba cerca, intentando aliviar la seriedad del asunto: «De la cárcel se sale, pero del concierto de los Red Hot Chili Peppers no».

En cuanto al transporte, ha sido notablemente mejor que en la jornada del año pasado. Las lanzaderas dejaban tanto en Atocha, en el caso de los autobuses, como en las paradas de Legazpi, Embajadores y Sol, en el caso del metro. Además, también hubo una mayor agilidad tanto en los servicios de VTC como en los taxis. Esto es un acierto que tiene mucho que ver, además del trabajo realizado por el propio equipo del festival, con el hecho de que no coincidió con la Semana del Orgullo en Madrid. Aun así, nunca llueve a gusto de todos, y esta cercanía con el centro de Madrid supone un inconveniente para los vecinos de Villaverde Alto y Getafe Norte. Este espacio está diseñado como un lugar permanente para diversos macroeventos musicales. Solo el próximo mes se vivirán en este recinto el concierto de Harry Styles y el Reggaeton Beach Festival, por mencionar algunos.

Mad Cool – jueves 6 de julio

De entrada, el nuevo recinto de 185.000 metros cuadrados no ha mejorado demasiado los problemas de acceso a este tipo de macrofestivales durante el primer día. La kilométrica cola, bajo un sol abrasador, se hacía notar nada más acercarte a los aledaños. Si eras uno de los pobres infelices que no recibió la pulsera unas semanas antes o la compraste a última hora, te esperaban una hora muy larga de una fila muy mal organizada.

Una vez entrado en el recinto, lo más llamativo es que el “reconocido” cartel con las letras del Mad Cool y las icónicas portadas de discos ha desaparecido. Ahora, daba la bienvenida a los espectadores un nuevo letrero que rezaba “Iberdrola Music”. Y tal, como ocurría en otras ediciones, todo estaba copado por estantes de diferentes marcas (unas dieciocho para ser exactos), dando la sensación de que estabas más en un centro comercial al más puro estilo Las Rozas Village que en un evento musical.

Más allá de mi propia impresión, el verdadero problema se hizo evidente cuando nos dimos cuenta de que la única zona de baños estaba ubicada en el centro del recinto, rodeada por los ocho escenarios, e incluso una tómbola y la icónica noria. Era un área de baño tan amplia que, sin importar la hora, siempre había espacio disponible. Sin embargo, el problema radicaba en que solo existía esa única área de baños. Es decir, no había otros espacios que cumplieran esta función esencial distribuidos en diferentes puntos del recinto. Eso sí, barras de bar había por todas partes.

Con el paso de las horas y los días, este problema se fue agravando, generando cuellos de botella y tensiones continuas entre los espectadores y los agentes de seguridad. Estos últimos no sabían cómo actuar. Al principio, se utilizaron vallas para marcar las filas, luego se crearon diferentes espacios de entrada y salida… Pero ninguno de estos enfoques resultó efectivo. Como resultado, la gente buscaba cualquier lugar disponible para evacuar, como las vallas que rodeaban los diferentes perímetros, ya fuera las de los conciertos o las de los propios baños. El hecho de contar con un único baño fue el principal problema logístico de todo el festival durante todas las jornadas. En cuanto lo veías, ya sabías que, además de planificar qué conciertos querías ver, también tenías que considerar en qué momentos podías hacer uso del mismo.

El primer concierto que pude disfrutar fue el de The Offspring en el escenario «Madrid Is Life» (en adelante referido como escenario 2). En poco más de una hora, la banda californiana demostró por qué son uno de los grupos más reconocidos y con mayor trayectoria de la «tercera ola del punk». Fue un concierto repleto de clásicos donde la diversión estaba garantizada. El escenario estaba abarrotado y la frase más repetida por muchos de los asistentes era: «¿Ah, pero esta canción también es de The Offspring?».

El setlist fue un acierto tras otro: «Come Out and Play (Keep ‘em Separated)», «Staring At The Sun», «Pretty Fly» y «The Kids Aren’t Alright», culminando con «You’re Gonna Go Far, Kid» y «Self Esteem». Incluso, no faltó una versión de «Blitzkrieg Bop» de Ramones. Fue un inicio perfecto, a pesar del calor, que resultó más que satisfactorio. Si algo he aprendido de ver bandas de punk rock de los años noventa en festivales, es que saben que estos espacios no están hechos para experimentos. Puede parecer obvio, pero aparentemente grupos como Red Hot Chili Peppers no lo han entendido del todo.

Después de explorar el recinto, me dirigí al escenario «Región en Madrid» (en adelante referido como escenario 3). Este lugar se convirtió en mi hogar momentáneo durante los dos próximos espectáculos: The 1975 y Sigur Rós.

La decisión entre The 1975 y Machine Gun Kelly, que actuaban al mismo tiempo, no fue sencilla. Lo que inclinó la balanza fue precisamente la ubicación del escenario, que estaba menos concurrido y tenía sombra. Aun así, no estoy seguro de haber tomado la decisión musical correcta. En casi una docena de canciones, The 1975 no logró conectar con el público, al menos no con aquellos que no eran sus fans incondicionales. Fue un concierto monótono que, a pesar de un inicio prometedor con temas como «Oh Caroline», no logró despertar un gran interés entre los asistentes. El principal problema radicaba en la actitud de su líder, Matty Healy, que alternaba entre la indiferencia y la arrogancia. Es cierto que el espectáculo fue de menos a más, especialmente al final, con interpretaciones como «About You», «Somebody Else» y «I Always Wanna Die (Sometimes)».

En ese mismo lugar, a las 22:00, era el escenario donde Jónsi y sus compañeros pondrían la banda sonora a la caída del sol. El área estaba repleta de un público entusiasmado, la mayoría de ellos provenientes del concierto anterior de The 1975. Prácticamente nadie se movió de su lugar, excepto para ir a buscar algo de víveres. Era uno de los grandes platos de la noche, y así fue.

A primera vista, podríamos decir que Sigur Rós no es un grupo pensado para festivales, al menos no para festivales de este estilo, Uno de los aspectos más sorprendentes de Sigur Rós es su capacidad para crear un aura de misticismo y comunión con los oyentes, generando un espacio de silencio que solo se interrumpe con los aplausos una vez que termina cada canción. ¿Sería posible lograr esto en un festival como el Mad Cool?

Sorprendentemente, sí. Gran parte del éxito de este concierto se debió principalmente al público, que, al igual que en un concierto en sala, supo conectar perfectamente con el carismático falsete de Jónsi y el sonido post-rock de la banda. Desde el comienzo con «Glósóli» hasta el enigmático cierre con «Untitled #8 – Popplagið». En total interpretaron siete canciones en las que no faltaron temas tan reconocidos como «Svefn-g-englar» o «Ný batterí». Lo sorprendente fue que no incluyeron en el setlist ninguna de las canciones de su nuevo álbum, «ÁTTA», publicado hace unas semanas.

El concierto de Sigur Rós concluyó justo al mismo tiempo que el concierto de Lizzo en el escenario dos y minutos antes de que la gran estrella mediática de la noche, Robbie Williams, comenzara su actuación en el escenario principal. Fue en este momento cuando las consecuencias del problema del baño único se hicieron evidentes en todo su esplendor. El centro del recinto se encontraba completamente congestionado. A pesar de ello, después de esperar unos minutos, el escenario principal estaba abarrotado para recibir al artista británico.

Sin duda alguna, el concierto de Robbie Williams fue uno de los grandes éxitos de la noche. Fue el espectáculo más concurrido de toda la jornada. Una de las apuestas de esta edición del Mad Cool era atraer a un público extranjero, y al parecer, fue todo un éxito por parte de la organización. Según sus propios datos, durante todo el festival, más del 35% del público eran turistas, muchos de ellos británicos. Por lo tanto, el concierto de Williams se vivió como si estuviéramos en Londres. Aunque a mí, en esta ocasión, me pillo bastante alejado del escenario.

Nada más salir a la palestra, comenzó diciendo: «Mi nombre es Robbie fucking Williams«, y tras tres canciones, ya mostraba signos de cansancio que él mismo atribuyó al Covid. A pesar de este comienzo poco prometedor, el concierto fue ganando impulso. Entre bromas, chistes y algunas historias sobre su carrera en la música y la industria, interpretó sus grandes éxitos radiofórmulas. Temas como «Let Me Entertain You», «Feel» o «Rock DJ», así como algunas covers como la que hizo de la canción de Oasis, «Don’t Look Back in Anger», hicieron bailar a todos los espectadores. El final del concierto fue apoteósico, con más de 40.000 gargantas cantando «Angels». Así es, Robbie Williams fue el artista más cercano con el público y la gran sorpresa del festival. Una apuesta arriesgada que resultó perfecta.

Los dos últimos grandes platos de la noche eran el rapero estadounidense Lil Nas y los escoceses de Franz Ferdinand. En mi caso, me decidí por Lil Nas y la verdad es que no me arrepiento en absoluto. Lil Nas ofreció el mejor concierto de toda la jornada. Su actuación se basó en una filosofía queer, una escenografía surrealista y una actitud completamente rompedora por parte del artista estadounidense. Todo su espectáculo era una ruptura de los estereotipos de género y de lo que se espera de un «rapero», algo que es intrínseco en su música y que se lleva a cabo de manera excepcional en sus presentaciones en vivo.

En general, el show es puro pop mainstream, pero con una mano en el paquete y dando la impresión de que estamos viendo a 50 Cent. Sus canciones fueron un éxito tras otro, pero lo que realmente marcó la diferencia fue el equipo de bailarines que respaldaban al rapero. No es lo mismo interpretar «Old Town Road» solo que hacerlo montado en una escultura portátil de un caballo gigante mientras su equipo realiza movimientos sensuales. Todo el aspecto visual era impresionante, incluso había momentos en los que era difícil distinguir cuándo estaba cantando él en vivo y cuándo estaba haciendo playback para los coros. Era realmente una fantasía lujuriosa de cuerpos musculosos y canciones de denuncia como «Montero» o «Sun Goes Down». A lo largo del espectáculo, incluso cuando cambió de traje luminoso, creó una especie de mixtape con canciones que iban desde Rihanna hasta Beyoncé, pasando por Tokischa, para finalizar de manera espectacular con los ritmos de «Thriller» de Michael Jackson, que conectaron con su canción más conocida, «Industry Baby».

Mad Cool – viernes 7 de julio

La segunda jornada del Mad Cool fue mucho más concurrida que la primera, con una media de 67.000 espectadores, convirtiéndose indudablemente en la mejor de las tres jornadas del festival. Todos los problemas relacionados con las colas para ingresar al recinto que experimentamos el primer día se disiparon, aunque el problema de los baños continuó empeorando en los momentos clave.

El primer concierto al que asistí fue el de Tash Sultana en el escenario 3. Fue un concierto verdaderamente magnífico, donde la artista australiana crea, compone, diseña y escribe todo lo que produce, y además lo interpreta en vivo. Sus famosas sesiones de música callejera en las calles de Melbourne, que la llevaron a la fama mundial, se traducen a la perfección en su actuación en directo, aunque ahora con un mejor equipo de sonido e instrumentos. Tash es toda la banda en sí misma. Si buscas la definición de «multiinstrumentista» en Wikipedia, debería aparecer su rostro. Domina por completo la batería, el teclado, la guitarra, el bajo y la voz. No podría decir cuántos instrumentos tocó, pero seguramente más de seis.

En medio del escenario, creó su propio estudio de grabación con una loopstation, y a los lados tenía dos plataformas elevadas con diferentes equipos de pedales que utilizaba según el paisaje sonoro que deseaba mostrar. Sultana estaba en todas partes, tocando de todo y haciéndolo a la perfección. A mitad del concierto, se le unieron tres músicos, pero en realidad ya no importaba, ya nos había conquistado a todos. Por supuesto, terminó con «Jungle», su canción más conocida, todo un himno.

Después de Tash Sultana, llegó el momento de Queens of the Stone Age en el escenario 2. La banda estadounidense ofreció un concierto memorable. Fue el mejor concierto de la jornada y posiblemente de todo el festival. Durante ochenta minutos, nos regalaron un auténtico festín de rock sin complejos. En un escenario sobrio, Josh Homme y su banda nos presentaron un muro de sonido imponente. Apenas nos habíamos acomodado cuando las canciones «No One Knows» y «My God is the Sun» nos golpearon en pleno rostro. El sonido era verdaderamente espectacular. La batería de Jon Theodore resonaba más fuerte que los fuegos artificiales que marcaron el comienzo del concierto de Mumford & Sons una hora después.

Después de varios años difíciles para Homme, incluyendo su batalla contra el cáncer, la separación de su esposa y el duelo por la muerte de su amigo Mark Lanegan, la banda presentó un nuevo trabajo titulado In Times New Roman… del cual tocaron cuatro de las diez canciones que componen el álbum, como «Paper Machete» y «Emotion Sickness», las cuales funcionaron a la perfección.

Por supuesto, no faltaron temas clásicos como «The Evil Has Landed», donde el guitarrista Troy Van Leeuwen que llevaba luciéndose durante todo el espectáculo, hizo de la canción algo completamente propio. El cierre del concierto fue con «Song for the Dead» y «Go With the Flow». Según Josh Homme, estaban frente al mejor público que habían tenido ese año. No sé si eso es cierto, pero sin duda Queens of the Stone Age ha sido una de las mejores bandas que han pasado por Madrid esta temporada.

Después de Queens of the Stone Age, llegó el turno del folk pop de Mumford & Sons. Muchos se sorprendieron al ver que esta banda británica estaba programada en el escenario principal en el mejor horario posible, pasadas las 23:00, mientras que Queens of the Stone Age y The Black Keys tocaban en el segundo escenario.

A pesar de las dudas iniciales, Mumford & Sons ofreció un concierto sólido, navegando entre sus grandes éxitos folk y sus temas más «rockeros», siempre manteniendo un estilo cuidado y pulido. De hecho, su sonido fue de los mejores de todo el festival, con cada nota en su lugar y cada instrumento perfectamente sincronizado.

El escenario estaba abarrotado pero, a diferencia de otras ocasiones, los espectadores tenían espacio para sentarse en la explanada, sobre todo en los laterales, y disfrutar de la música, bailando cuando el momento lo requería. No había agobio ni prisa, y eso se agradece en un festival. El concierto comenzó de manera espectacular con dos de sus mejores temas, «Babel» y «Little Lion Man». Y el final no se quedó atrás, culminando con «Awake My Soul» y «I Will Wait», acompañadas nuevamente de fuegos artificiales. En medio, pudimos disfrutar de canciones como «The Cave» o «Believe». Todo fue meticulosamente planificado y el resultado fue espectacular. Sin lugar a dudas, el concierto de Mumford & Sons fue la verdadera sorpresa de la noche, independientemente de la ubicación que se les asignó.

Por último, para cerrar la jornada cerca de la 1 de la mañana, era el turno del garage-blues rock de The Black Keys. Dan Auerbach y Patrick Carney, junto con los músicos que los acompañaban, ofrecieron un directo impresionante. Sus canciones tienen la fuerza suficiente para levantar a un festival entero, y así lo hicieron. Fue un concierto enérgico, vibrante y directo. Durante la hora que duró su actuación, gastamos todas las energías que nos quedaban.

El inicio fue explosivo con «I Got Mine», seguido del potente «Gold on the Ceiling». El setlist estuvo perfectamente orquestado y no había tiempo para distraerse con el teléfono móvil. La única pena fue no poder estar en las primeras filas para disfrutar de temas como «Heavy Soul» o «Howlin’ for You». Entre los últimos temas del concierto, destacaron la triada conformada por «Fever», «Lo/Hi» y «Wild Child», canciones de tres discos diferentes que se complementaron a la perfección. Concluyeron de forma espectacular con «Lonely Boy», mientras los vasos volaban por encima de nuestras cabezas. Fue un cierre memorable.

Mad Cool – sábado 8 de julio

Se suponía que el sábado iba a ser el plato fuerte del festival. Todas las entradas estaban vendidas, marcando el único «sold out» del Mad Cool. La culpa, sin duda, la tenían los Red Hot Chili Peppers con el regreso a Madrid de John Frusciante. No se hablaba de otra cosa, ya fuera en el metro o dentro de las instalaciones. Además, ya habían pasado dos días en los que se intuía que las grandes deficiencias logísticas podrían mejorarse. Lejos de ello, y como hemos comentado al principio de esta crónica, fue todo un caos. Realmente terrible. Por suerte, no ocurrió ninguna desgracia.

El festival ya daba signos de agotamiento, donde se mezclaba un público cansado por los dos días anteriores y multitud de nuevas pulseras que buscaban el desfase absoluto. Y esto, lo podíamos comprobar nada más acercarnos al concierto de Liam Gallagher. El sonido era correcto, pero si querías poder comprobarlo tenías que meterte dentro de una maraña de miles de personas bajo un sol abrasador. Si quisieras respirar un poco, el sonido de los stands de las marcas iba a inundar tus oídos.

Por supuesto, debido a la multitud de personas y los baños prácticamente colapsados ya a estas horas, los laterales del escenario donde tocaba la mitad de Oasis se convirtieron en meaderos improvisados. Más allá de este inicio tan prometedor, miles de personas nos encontramos con uno de los últimos rockstars más polémicos y desafiantes de la escena musical, tal y como lo definía el Equipo de Prensa del Mad Cool. Liam Gallagher se presentó con su típica parka, aunque hacía más de 35 grados. Por supuesto, no faltaron las maracas y la pandereta. Realmente, cuando lo veías en directo, al menos su actitud, era para amarlo u odiarlo. En mi caso, es indiferencia, sobre todo si lo comparo con artistas de la talla de Damon Albarn o Jarvis Cocker, compañeros y compatriotas de ese término tan manoseado como el britpop.

El concierto sinceramente fue una locura con un tono muy nostálgico. Nadie quiere estar rodeado de turistas ingleses borrachos, con una temperatura que parecía un horno, para escuchar canciones de Beady Eye. Si eso hubiera ocurrido, el público habría quemado el escenario junto a Liam y su parka. Por suerte, el músico británico sabía a lo que venía. De las 14 canciones que incluyó en su setlist, ocho formaban parte de la discografía de Oasis. Todo un lujo. El resto, en realidad, estaban de relleno para cumplir con los horarios. No faltaron temas como «Morning Glory», «Stand by Me» o «Roll With It». El final fue apoteósico con un trío conformado por «Cigarettes & Alcohol», «Wonderwall» y «Champagne Supernova».

Una vez finalizado el concierto de Liam, llegar a cualquiera de los otros escenarios se volvía una tarea realmente complicada. Por suerte, el próximo concierto que quería cubrir era el de Primal Scream, y este no comenzaba hasta casi las 22:00 de la noche. Con rumbo fijo al escenario 3, pude escuchar los últimos coletazos musicales de Kurt Vile & The Violators, y después de eso, esperé media hora en uno de los pocos lugares (la propia explanada del concierto) donde había sombra y uno podía sentarse.

Gracias a esta decisión, pude ubicarme en una posición inmejorable para disfrutar de la legendaria banda escocesa. Además, aunque había bastante público, muchos de ellos ataviados con banderas de Escocia y camisetas de fútbol de la selección, era el único lugar donde no se vivía una sensación de agobio desmedido. Justamente, los Red Hot Chili Peppers tenían la culpa. Muchas de las 70.000 personas ya estaban reservando un espacio privilegiado para la banda californiana y el resto del público se encontraba en otro de los grandes conciertos de la jornada, el de M.I.A.

La banda liderada por el carismático Bobby Gillespie nos ofreció, para mí, el mejor concierto con diferencia de toda la jornada. Fue un directo de poco más de una hora que se convirtió en un refugio en medio del caos. Además de los miembros habituales, incluyeron en el espectáculo un interesante coro gospel conformado por cinco miembros del House Gospel Choir. El comienzo con «Movin’ on Up», con el coro haciendo de las suyas, fue un momento estelar. Entramos de lleno en el enigmático mundo de Gillespie.

Mad Cool

La única pega que pongo a este concierto es que había momentos en los que la voz de Gillespie perdía fuerza, no por él, sino por el propio sonido del escenario, sobre todo si estabas en las zonas centrales. Algo que no ocurrió en el mismo escenario en las jornadas anteriores, ni con Tash Sultana, ni con The 1975 o Sigur Rós. Más allá de este detalle, el concierto fue bastante interesante y una pena que fuera tan corto. El final con «Suicide Bomb», «Loaded» (en la que incluyó al inicio los ritmos de «Sympathy for the Devil» de The Rolling Stones), «Country Girl» y «Rocks» levantaron los ánimos y los pies de todo el público.

Tras ese concierto, prácticamente todo el festival acudió en masa al concierto de Red Hot Chili Peppers. Tras conseguir un hueco más o menos decente en un lateral, era imposible moverse tanto para adentrarse como para salir.

Con puntualidad, a las 22:55, el bajista Flea, el baterista Chad Smith y el guitarrista John Frusciante saltaron al escenario. Los músicos se marcaron una intro musical que demostraba la fuerza que sigue teniendo este conjunto décadas después de su formación. Tras varios minutos de improvisación, frente al rugido de unas 50.000 gargantas, salió Anthony Kiedis al escenario. Los cuatro interpretaron «Around the World», «The Zephyr Song» y la esperada y gran sorpresa «Snow (Hey Oh)». El ambiente era perfecto y la conexión con el público, al menos los que se encontraban delante de la Torre de Sonido (convertida también en Palco VIP), era inmejorable.

Mad Cool

Después de «Snow», al grupo californiano le dio por tocar cinco canciones durante más de media hora. No quiero llamarlas intrascendentes, pero definitivamente no eran las esperadas por el público, lo que disminuyó la energía y las ganas de todos los asistentes. Todo el mundo esperaba los grandes éxitos, pero eso no fue lo que encontraron. Es cierto que si habías visto el repertorio de sus últimos conciertos, van cambiando las canciones, pero desafortunadamente para los presentes, nos quedamos sin escuchar temas como «Otherside», «Dani California», «Under the Bridge», «Parallel Universe» o «Scar Tissue». De las 16 canciones que interpretaron, cinco eran de sus dos últimos discos y muy pocas pertenecían a los Red Hot anteriores a 2002.

Esta situación se rompió cuando interpretaron «Don’t Forget Me»; desde ese momento, la situación cambió para mejor. Principalmente gracias a la labor de las jams cósmicas que se marcaban Flea y su unión con Frusciante. Solo por esos momentos, el concierto ya merecía la pena. Y sobre todo, porque todavía quedaban bastantes minutos, la gente esperaba que esos clásicos mencionados anteriormente resonaran. No fue así, pero sí interpretaron otros como «Californication» o «By the Way». Aunque tímidamente, llegó esa máquina de éxitos de funk rock que todos esperábamos. El final del concierto fue un tanto anodino. Después de interpretar durante un buen periodo de tiempo «Give It Away», las luces se encendieron, los músicos se marcharon sin despedirse, salvo Chad Smith, y el público se quedó con un sabor agridulce.

Ahora, tocaba lo peor: desalojar a 50.000 personas de un espacio masificado y lleno de stands fue una misión imposible. Además, todo el mundo se dirigía principalmente al show que iba a presentar The Prodigy. Era imposible moverse, lo que generó una situación de tensión en la que cualquier tontería podría convertirse en una trágica fatalidad. Por suerte, no ocurrió. Y eso fue el mejor final del concierto de Red Hot Chili Peppers.

Fotos Mad Cool: Andrés Iglesias, Javier Bragado, Paco Poyato (Mad Cool)

 

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