Michael Kiwanuka – Kiwanuka (Universal)

Se le esperaba con ansiedad. El poso dejado por su anterior disco, Love And Hate (2016), que llegó a ser número uno en el Reino Unido, ha hecho que el siguiente paso que diera este londinense de origen ugandés que afronta con éste, además, el famoso reto del tercer álbum, genere expectativas exacerbadas, tanto por parte de público como de la prensa.

Durante los siete años que median entre la edición de su primer trabajo y este momento, se le ha comparado con monstruos como Otis Redding, Bill Withers, Isaac Hayes o Curtís Mayfield, se le ha saludado como el gran adalid de eso que llaman neosoul, han sonado sus canciones en masivas series de televisión y en general, se ha convertido en uno de los mayores iconos de la música negra hecha en este siglo. Un peso difícil de soportar para cualquiera.

En respuesta a todo ello, él ha optado por la reafirmación. En primer lugar, tanto el título del disco, Kiwanuka, su apellido, como la portada, hacen referencia a la vez a su identidad y a sus raíces africanas. En la pintura que ilustra la cubierta le vemos pintado como si de un príncipe de Uganda se tratara, con una mirada tranquila, segura y penetrante, que no deja indiferente e invita a entrar a degustar su contenido.

En segundo lugar, el de Muswel Hill ha contado con los mismos colaboradores que ya le ayudaron a construir el sonido de su anterior y muy celebrado segundo trabajo, es decir, el famoso productor norteamericano Danger Mouse (aka Brian Burton) y el también londinense Inflo. Kiwanuka, tras colaborar al principio de su carrera brevemente con Kanye West, si bien no le gustó demasiado la experiencia, aprendió algo: trabajar con otros te ayuda a focalizar las cosas de una manera muy diferente. Así, las canciones de rhythm and blues con guitarra de palo que hicieron de su debut Home Again (2012) un disco de aire vintage que recordaba a determinados hitos de la época dorada del soul, se convirtieron en su segundo álbum en fanfarrias psicodélicas que jugaban al ratón y al gato con texturas y ambientaciones con el claro objetivo de generar algo nuevo y sorprendente. Con precedentes, sí, pero definitivamente, personal. Ese fue, en gran medida, el secreto de su éxito.

Todo eso sigue aquí, en el nuevo capítulo de su historia, corregido y aumentado. No es que falte evolución, en cierta medida la hay, pero lo que desde luego no hay son grandes sorpresas en lo que viene a constituir una rotunda confirmación de todas las virtudes de lo ya dicho en otros trabajos. Las atmósferas densas que abrigan, sin apretar demasiado, a unas canciones estupendamente cinceladas y cuidadosamente escogidas, como es habitual, que muestran equilibrio entre intimismo y conciencia social o racial siguen ahí, con la misma monumentalidad que causó la bendición de Love And Hate, pero la sensación ahora es de tremenda seguridad, de que el camino ya está trazado y sólo hay que seguirlo para llegar a término.

Siguen ahí las guitarras cargadas de fuzz, los coros femeninos heredados de bandas sonoras de Morricone o las percusiones y orquestaciones densas, pero a diferencia de en anteriores episodios, en que llegaba a parecer que el recurso fagocitaba al mensaje, aquí todo eso va en función de la canción.

Desde la apertura con “You ain’t the problem”, una especie de floorshaker de northern soul en tono lisérgico, vemos que todos esos elementos están servidos para potenciar el mensaje que se está queriendo transmitir. El hedonismo de la melodía y el ritmo adquieren así un halo de trascendencia que va acorde al grito de aceptación de uno mismo que propugna este single, que ha servido de doble tarjeta de presentación de Kiwanuka, tanto como adelanto, como ahora abriendo un listado de temas que prosigue, en un tempo parecido, con “Rolling”, que abandona el rhythm and blues para aproximarse al rock psicodélico.

No obstante un inicio tan vertiginoso, la cosa se ralentiza (bastante) con “I’ve been dazed”, jugando con lo progresivo de una bonita melodía que va tornándose a medida que pasa el minutaje en más y más intensa. Lo malo es que las tres siguientes piezas, la secuencia que integran “Piano Joint (intro)”, “Piano joint (this kind of love)” y “Another human being” continúan por los mismos derroteros y resulta quizá algo repetitiva tanta incidencia en lo mismo, aunque la canción, sobre todo por su estribillo, lo vale.

Remonta el vuelo la preciosa “Living in denial”, en la que vuelven los coros, las guitarras y es, en general, otra canción memorable de un autor que domina plenamente su oficio, como también certifican “Hero”, o incluso el retorno a momentos ácidos y experimentales que supone la especialmente larga, aunque bien estructurada “Hard to say goodbye”, que inicia una recta final que completan la bonita “Final days”, la algo más redundante “Solid ground” y la final y portentosa “Light”, en la que se despliega en todo su esplendor la ampulosidad de producción de la que es capaz el trío de cabezas pensantes que dan forma a esto.

Kiwanuka supera por tanto la tan temida prueba del tercer disco con buena nota. Es un trabajo bien hecho, bien planeado y confirma lo ya apuntado, de manera más sorprendente, eso sí, en el anterior y exitoso Love And Hate, aunque a su autor se le podrían achacar, no obstante, dos cosas: que hubiera sido algo menos acomodaticio a la hora de experimentar en el estudio, aportando algo que no supiéramos ya y que hubiera jugado un poco más con la materia rítmica de las canciones a la hora de confeccionar su secuencia en el disco, que en determinados momentos deriva ligeramente hacia el aburrimiento. Y esto, pese a que el disco ciertamente deja buen sabor de boca, genera cierto resquemor en el sentido de que su autor tendrá que aplicarse mucho de cara al siguiente para que su estela no se difumine en el firmamento. El truco Danger Mouse ya está agotado, ¿Qué vendrá después?

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