Nosinmúsica 2022 (Muelle Ciudad) Cádiz

Ocho ediciones cumplía ya el festival portuario que trae cada verano, pausa pandémica por medio, al muelle de la capital gaditana una selección de sonidos, bandas y ambientes de diversa procedencia y estilos dispares, en el que posiblemente sea uno de los carteles más eclécticos de la época estival. Al atractivo indudable de disfrutar de los respectivos conciertos sin posibilidad de solapar actuaciones en ninguno de los dos únicos escenarios se une el de un enclave único, pegadito a los barcos que atracan y parten de la bahía casi saludando al grueso de un público tan heterogéneo como el propio line up.

Durante tres intensas jornadas marcadas por el calor húmedo entre los asistentes y el sudor y entrega de las bandas, el balance del Nosinmúsica en su resurrección de 2022 resultó tan positivo como para que la organización se sienta orgullosa de haber podido congregar a unas 30.000 almas en el cómputo global de afluencia y haber superado con creces las expectativas más optimistas después de las dificultades añadidas por el parón generalizado del sector. Tanta intensidad y, como consecuencia, tantos bolos en versión reducida resultan casi obligadamente en una disparidad de resultados, generalmente satisfactorios, que desgloso a continuación como testigo privilegiado de los acontecimientos. Día a día, y obviando alguna que otra actuación que por horario o circunstancias personales no tienen cabida en esta crónica, así podrían ser descritos.

NOSINMÚSICA JUEVES 21 DE JULIO

La puntualidad extrema sigue siendo otra de las señas de identidad del Nosinmúsica, y casi llevada al límite de comenzar los primeros acordes del verano musical gaditano cuando el penúltimo resol de la tarde se perfilaba como la principal amenaza para los fans y curiosos de la música de Anni B Sweet. Avezada en este tipo de entornos, normalmente consciente de cuál es su lugar y función, la malagueña se presenta orgullosa de sonar como nunca antes en su carrera lo ha hecho. En eso tiene mucho que ver su actual pareja Iñigo Bregel, cantante y productor de los maravillosos Estanques, que le ha abierto aún más la paleta sonora y junto a quienes ha grabado uno de los discos del año. Y eso que poco se le puede reprochar a la base rítmica y melódica de Rufus T. Firefly, que son su sustento en directo en la actual gira, aún vertebrada en torno a un disco lleno de psicodelia y pop galáctico llamado Universo Por Estrenar. Ella se muestra definitivamente aplomada, segura de sus capacidades y adquiriendo el rol de jefa plenamente consciente del papel que hoy ocupa en el reciente pop español. Cuenta ya con un amplio bagaje discográfico, pero es cantando “Hormigas”, desnudándose emocionalmente en “Sola con la luna” o plantando la semilla de futuros hits con “Buen viaje” donde demuestra que verla y escucharla en directo, en este u otro contexto cualquiera, es una experiencia cuanto menos agradabilísima. Nunca se sabe qué o quién puede resultar más apropiado para abrir fuego en un fin de semana lleno de conciertos y sensaciones de libertad, pero la opción Anni nunca debería ser errónea.

El escenario menor, en el que la orientación inversa provocaba amenaza de insolación hasta que las sombras se adueñaran del recinto, estaba reservado una vez más para las revelaciones (o caprichos, o primeras oportunidades) locales, asignándose el rol de responsable de la presentación en alta sociedad de algunas bandas y artistas que de otra manera encontrarían serias dificultades, si es que no las encuentran ya, para dar a conocer su música fuera de los circuitos digitales o comparticiones en youtube. Por eso, los primeros en subirse a intentarlo fueron Salvaje Lola, jóvenes gaditanos con cierto background previo en otros proyectos no tan claramente power pop como este, con orientaciones a los sonidos garageros de décadas atrás. Sin pena ni gloria, con un incipiente número de fans que sin duda se incrementará si siguen haciendo canciones sencillas pero con muy buenas intenciones como “Esta ciudad” o “Ascenderemos”, no llegaron a ser ni la comidilla previa antes de la primera degustación gourmet del día, el plato principal del menú cinco estrellas –aunque intercambiable en prestigio, diferencias generacionales aparte, con el servido en el mismo escenario inmediatamente después- y la demostración definitiva de que hay nombres que ya son patrimonio sonoro de un país, el nuestro, en el que hacía mucho tiempo que no aparecía una apisonadora escénica de dicho calibre. Y no es una afirmación descabellada, créanme.

Desde el traje azul de Abraham Boba hasta la promiscuidad en el intercambio de instrumentos de Edu Baos y Luis Rodríguez, sin obviar el magisterio a la batería del enorme César Verdú, todo en León Benavente hace que cada concierto sea especial e inolvidable. Solo por ver el estado en el que quedó la camisa del cantante después de poco más de una hora de trote y despelote nos podemos hacer una idea de cómo se las gastan en escena. Ya los amparan cuatro discos como cuatro soles, y un talento extraordinario para hacer que cada uno sea mejor que el anterior. En ERA, el más reciente, explotan las posibilidades de himnos como “Líbrame del mal” y temas aparentemente menores pero explícitamente explorados en directo como “Canciones para no dormir”. El hombrecillo de las canas rizadas crece muchos centímetros enfrente de las multitudes que adoran su forma de escribir y su fraseo claro y falsamente monocorde. Para relatar historias como la de “Estado provisional”, un clásico de manual, o mecerse en la melodía inconcreta de “Como la piedra que flota”. En el set festivalero de los leones hay cabida para los arrebatos de sinceridad de “Te comes mi corazón”, el clímax de “Esto se vende” y la duda razonable de “La canción del daño”. Distorsionan voces en “Mítico”, arramblan con la estulticia de la clase política en “Disparando a los caballos” y se quedan en la misma “Gloria” llenos de felicidad dentro y fuera del escenario. Es lógico, y yo diría que necesario, que “Ayer salí” sea el último as en la manga de una banda que se basa en el costumbrismo menos explícito para apropiarse de verdades universales, aunque en esta ocasión buena parte de los arreglos del último tema sonaran precocinados para que Boba lo adornara con la percusión y los teclados habituales. Un éxtasis final para un triunfo anunciado desde el principio. Después, ya no cabía duda: este era, sin apenas posibilidad de error, el gran concierto del festival.

No, no fue competencia la sabiduría, la solvencia y la reputación de unos 091 en un papel meramente funcionarial y aquejados de una falta de personalidad ciertamente preocupante. Tocan como lo que son, unos clásicos a la altura de cualquier otro del país que sea, y se saben la lección tan bien que a veces, como fue el caso, pecan de recitarla sin demasiado ánimo de sacar nota. Menos comunicativos aún que de costumbre y con un Pitos en horas bajas vocalmente hablando, saciaron el mono de sus fieles (tal vez el núcleo más notable en cuanto a indumentaria, con cientos de camisetas luciendo orgullosas en las primeras filas) tocando lo previsto y encabezando el repertorio con la apertura de su disco de resurrección: “Vengo a terminar lo que empecé”, “Esta noche”, “Qué fue del siglo XX”, “La torre de la vela”, “El baile de la desesperación”, “La noche que la luna salió tarde”, “La calle del viento”, “Este es nuestro tiempo” … Impecables hasta para concluir con la habitual “La vida qué mala es” y sin un solo pero instrumentalmente hablando, y ojalá que aún su leyenda dé para al menos un par de discos de estudio más, porque o mucho me equivoco o la frialdad que amenaza con ensombrecer sus conciertos no va a poder enmascararse con la rotundidad de su sonido durante demasiado tiempo. El expediente, no obstante, quedó cubierto a la espera de días mejores.

Parece mentira que un grupo tan joven como The Levitants lleve ya más de una década funcionando desde su formación, y aún más inverosímil pudiera parecer que su discografía sea aún tan escasa y se presente de forma tan escalonada. Con una formación remozada y un sonido más cercano al punk que al post punk tendente a la electrónica que los caracterizó hasta el momento, fueron sin duda la mejor banda del segundo escenario en la jornada inaugural. Saben sonar rudos y salvajes en “Nuevas generaciones”, el nuevo pildorazo con el que anticipan un nuevo disco más que prometedor, viscerales en “La ventana” e igual de eficaces en las magníficas “Kolmanskop” y “Coimbra”, piezas con las que los vallisoletanos ya se situaron en el mapa de la nueva escena del mejor pop de cosecha nacional. Tal vez se atribuyeron a sí mismos el papel de teloneros del volcán sonoro que nos pasaría por encima una hora después, y preparándoles el terreno se volcaron en un concierto más breve, algo esperado, de lo que realmente merecen para ser apreciados por lo que son.

Si pensara en un titular para esta primera jornada, este sería con bastante probabilidad “Viva Suecia”. Y no, como ya más de uno y una podrá sospechar, no viene a cuento de la presencia de los murcianos en el cartel, puesto que de ella hablaré unos cuantos párrafos más abajo, sino a la nacionalidad de los responsables, y a fe que cumplieron con su deber con creces, de cerrar la jornada inaugural. Los Mando Diao difícilmente sabrían situar Cádiz en el mapa europeo de su gira antes de emprender rumbo al puerto para presentar sus nuevos temas agrupados en el EP Stop The Train, el primer capítulo anunciado de varios en los que espaciarán sus últimas composiciones. Con un halo de teatralidad y pequeña performance circense previa, saben que por aquí su última aventura discográfica aún es semidesconocida, y eso que “Frustration” es un muy buen registro de garage rock nórdico, así que estiran su actuación a modo de agradecimiento por la confianza depositada en ellos como únicos representantes foráneos de la edición 2022. Lo hacen rematadamente bien y Björn Dixgard se perfila como un líder perfecto tras las idas y venidas de tantos miembros desde su formación, y demuestran experiencia sobrada en este tipo de eventos, por lo que la ocasión era de nuevo propicia para descargar sus mejores balas, que no son otras que las contenidas en “Dance with somebody”, “One last fire” o la más punk “Down the past”. Sin duda sabían a lo que venían, y a esas horas ya era lo de menos que se conociera o no su repertorio entre la audiencia, así que ellos estaban encantados de tocar “Long before rock’n’roll” y alcanzar el éxtasis con “Gloria”. Les dieron carta blanca para hacer poco menos que lo que les diera la gana y, claro, lejos de hacerse los suecos –disculpen el chiste fácil-, jugaron la baza ganadora y triunfaron, he de decir que de forma inesperada. De gratas sorpresas también se nutre uno en los festivales.

VIERNES 22 DE JULIO

Miguel Ángel Márquez y José Félix López forman desde hace años uno de los dúos musicales y artísticos más activos, talentosos y pródigos en creatividad que han conocido los escenarios de nuestro país en las últimas décadas. Los onubenses se pasean por festivales de lo más variopinto justamente por eso, por lo ecléctico e inclasificable de su propuesta, a medias entre el monólogo satírico y la composición de rimas y estrofas en las que dejar pocos títeres con cabeza, pero siempre con la ironía y el buen rollo como armas infalibles. Son apreciados precisamente por sus desprejuiciados comentarios, en los que lanzan dardos más envenenados de lo que parece contra los abusos de las disqueras, el patriotismo mal entendido o la incontenible degeneración moral de la clase política. Los conciertos de Antílopez son como una pequeña reunión de amigos, en la que se bebe, se fuma y se baila a ritmo de rumba, reggae suave o pop con tintes folk para que se les pueda calificar como una especie de cantautores. Divertidísimos, profundos y casi necesarios. Su presencia para empezar la segunda jornada bajo el previsible sol de justicia, por mucha sombra que buscásemos a esa hora, se antojó un alivio fantástico. Presentaban las canciones de Mutar Fama, un disco en el que vuelven a darle un buen repaso a todas esas cuestiones que en algún momento a todos y todas nos traen a mal traer. Y lo hacen con música ligera y acompañados por una pequeña banda –su colección de camisetas estampadas también merecería un capítulo aparte- para cantarle a esa “Musa en paro busca poeta” y contarnos que “Mientras” ocurren ciertas cosas hay muchas otras a las que también es necesario cantarle. Una hora estupenda que sirve para abrir boca a otros momentos supuestamente más serios, o al menos sin la profundidad de estas letras, que nos aguardarían un rato después.

Practicar el sano ejercicio de acudir a un festival con el objetivo de descubrir a bandas de las que apenas habías oído hablar, o a las que no habías prestado la atención suficiente, es una de las grandes compensaciones que pueda ofrecerte este tipo de eventos en los que en condiciones normales la mayoría de público paga una entrada sobre seguro. Me explico: es indiferente, hablando en términos generales, quiénes actúan en el otro escenario o qué nombres completan el cartel que encabezan los tres o cuatro nombres de siempre. Craso error. En el caso de los jerezanos Flecha Valona, unos tipos que militan en el lado más arriesgado del difuso indie, escucharlos en directo es reafirmarse en lo dicho al principio del párrafo. En el debe, el remedo de Pucho (sí, el de Vetusta Morla) en la voz del cantante puede que les reste personalidad, pero la objeción es mínima cuando se salen por la tangente y tocan “El límite”, la vertiente más western de su música, sin olvidarnos de que llevan ya unos cuantos años tocando donde les dejan y dando razones sobradas para que sus servicios sean requeridos con más frecuencia, sobre todo ahora que han abandonado definitivamente el inglés para expresarse en castellano con mucha más claridad. Tienen hasta su pequeño clásico interno, “Revival”, y en el escaso tiempo que se les concede disfrutan y hacen disfrutar a quienes vamos a un festival, insisto, con otro tipo de pretensiones.

Extensibles al disfrute que supone siempre ver en directo a Dry Martina, la banda malagueña capitaneada por los hermanos Insausti. Laura, la vocalista, acostumbra a lucir looks impactantes, y para la ocasión eligió una chaqueta rosa y un short bajo el que sus interminables piernas marcaban el compás de los vientos y del ambiente cabaretero que proporcionan los músicos. Siguen siendo uno de esos grupos secundarios, que parecen actuar como de tapadillo y sin hacer mucho ruido ni destacar en los caracteres de la cartelería, pero hasta eso parece que lo buscan de forma evidente. La coctelera de swing, smooth jazz, soul y músicas negras en general los hacen destacar en contra de su voluntad, sobre todo en medio de una lista de nombres que, ese mismo día, vendría a corroborar que el término “grupo de festival” empieza a ser una especie de lacra en algunos casos. Ellos, con la voz gritando sin complejos “Tú quieres mambo”, surten de percusiones, maracas y castañuelas unas canciones estupendas. Y se quedan ahí, injustamente perdidos en una franja horaria injusta y apenas calentando el terreno al primer gran monstruo festivalero del viernes. La gente empezaba a agolparse en el escenario opuesto ya a mitad de la actuación de Dry Martina, para que nada se saliera del guión antes de tiempo.

Y en ese guion ya estaba escrito que lo primero era lo primero. A Viva Suecia parece empezar a aquejarlos ese síndrome ya apuntado, cuyos síntomas son la prepotencia en escena (lo cual puede resultar hasta positivo, por si hay alguien que no sabe leer o interpretar correctamente lo aquí escrito), el postureo en Instagram y la autoconfianza peligrosamente orientada a la autocomplacencia. Los murcianos manejan un buen material y lo gestionan con inteligencia, ajustando tiempos y tempos para actuar en lo que ya ha pasado a ser su territorio natural, que no es otro que el de los festivales de verano. Recogiendo el testigo, o al menos compartiéndolo, de otros nombres igual de hinchados –Izal o Love Of Lesbian serían solo la punta del iceberg-, recorren un repertorio uniforme y con poco lugar para los matices. “Los años”, “La voz del presidente”, “No hemos aprendido nada”, “Bien por ti”, “Lo que te mereces”, todos ellos temas compuestos en diferentes épocas y para diferentes álbumes, se suceden incluyendo “El rey desnudo”, una gran canción que anticipa otra prometedora entrega. El problema de bandas como esta es que han pasado en apenas unos años de contar con el tímido apoyo de Radio 3 y otros medios en la onda a ser portada de revistas digitales y copar las listas de alabanzas en redes, fundamentalmente basados en su imagen, con lo que los escépticos o no entregados a la causa sin antes hacernos las preguntas correspondientes tenemos todo el derecho a la duda. No hay lugar, sin embargo, para demasiada incredulidad cuando ves a miles de personas rendidas a la voz de Rafa Val y los mensajes vitalistas que en teoría contienen sus letras. En “Algunos tenemos fe”, sin ir más lejos, y en algún que otro momento en el que realmente te preguntas si es su actitud, eso de gustarse demasiado, o ese púlpito al que el público los ha aupado lo que puede perjudicar su carrera en el futuro. Son jóvenes y musicalmente muy preparados, así que lo mínimo a lo que nos podemos aferrar es al beneficio de la duda.

Dudas disipadas, por si aún quedaba algún asomo de las mismas, ante la exhibición cruda, directa y sin artificios, de Los Planetas. Todo lo contrario a lo anterior. Un J igual de aislado que siempre, portando unos cascos que sustituyen a los ear-in del resto de músicos, saludando lo justo y comunicando aún menos, pero ni falta que le hace. Solo por la experiencia de ver saltar, moverse, multiplicar brazos y dedos y, en definitiva, disfrutar como solo él lo hace, a Eric Jiménez en la batería, ya merece la pena asistir a la liturgia lisérgica, ahora envuelta en una suave bruma flamenca y aderezada por un afilado bisturí que disecciona la sociedad y el pensamiento único actuales. Son tan inteligentes que dejan de lado casi automáticamente los temas incluidos en Las Canciones Del Agua, un disco en el que reflejan sus teorías conspiranoicas a la vez que reivindican las raíces lorquianas de ellos mismos y sus ancestros, y deciden empezar con los golpes de bombo de “Segundo premio”, para continuar con la alegoría psicodélica de “Señora de las alturas” y el pop desarmante de “Devuélveme la pasta”, con un Florent pletórico de facultades, Banin creando ambientes propios del universo planetario y Miguel, reincorporado a la alineación titular para este tramo de la gira, demostrando que nunca debió dejar de pertenecer a la misma. El techo se preveía alto, pero las expectativas se cumplieron con creces. “El negacionista”, “Santos que yo te pinte”, “Islamabad”, “Reunión en la cumbre”, “Alegrías del incendio”, “Corrientes circulares en el tiempo”, “Alegrías de Graná”, y por supuesto el triunvirato mágico formado por “Un buen día”, “Pesadilla en el parque de atracciones” y “De viaje”, hicieron la parada y fonda precisa en un repertorio inmaculado, alternando las nuevas diatribas destinadas a despertar las conciencias adormiladas y adocenadas por el neoliberalismo devorador con los cantos desesperados a la desazón provocada por relaciones fallidas y tan tempestuosas como el caudal instrumental de los amos del cotarro. Porque eso siguen siendo, y parece que lo asumen y no les importa, a tenor de la desidia de J por conseguir que finalmente su dicción sea audible para los no fans y sus caladas a los cigarros que consume durante buena parte de la actuación. Aquí no caben brazos al aire, demostraciones de poderío y peinados y barbas en tendencia. Solo canciones, puras y duras, redondas en muchos casos, y la constatación de que en circunstancias normales podemos seguir contando con ellos como garantía de calidad. El sello propio ya lo traen de serie.

Después del subidón, motivos sentimentales aparte, toparse con la rumbita nada canalla de Juanito Makandé, tan aséptica como su forma de cantar y los amiguetes que subieron al escenario, a cual más plano, para intentar dar la talla y justificar que les asignaran un escenario que se les hizo grande, nunca mejor dicho. Quizás no fuera el lugar más adecuado para apreciarlos, o a lo mejor es una cuestión personal, pero en la cabeza de este redactor hay cosas que (será la edad, o quién sabe) a duras penas caben. En la oreja, mucho menos. Me comentan que este señor lleva ya dos décadas aproximadamente haciendo música, y comentan lenguas más autorizadas que la mía que lo suyo es una fusión muy decente de funk, jazz y palos flamencos pasados por un filtro personal, y yo poco menos que palidezco al pensar qué estuve escuchando ese dichoso viernes en Cádiz. Nada de lo que vi ni escuché se acercó siquiera un poco a dichas opiniones, o eso creo si tengo que hacer caso a mi maltrecho criterio. O será que después del show de Los Planetas, el shock y el cambio brutal de tercio sonoro no me sentó nada bien. En fin, que el tipo demostró mucha voluntad, eso sí, y sus músicos y él se lo montan más que bien para complacerse a ellos mismos y a sus seguidores, que por otra parte no sé muy bien si a esa hora lo eran de verdad en su mayoría o solo se dejaban llevar por la inercia del flamenquito y toda esa vaina. Anti morbo total, qué quieren que les diga. Almohadón y cuenta nueva para la siguiente jornada, un sábado sin sorpresas notables pero con alguna que otra cosita interesante que puedo contarles si siguen leyendo.

NOSINMÚSICA SÁBADO 23 DE JULIO

Preservándonos de males mayores, la decisión de comenzar con cierta demora el aluvión musical de la última jornada en el puerto gaditano estaba ciertamente justificada por enfrentarnos, literalmente, al desparrame sonoro de los Jaguares de la Bahía, la banda que hoy dirige el inefable Paco Loco, y no precisamente con mano de hierro. La anarquía, la falta consciente de recursos y el placer de tocar al lado de casa (no olvidemos que reside hace años en el cercano Puerto de Santa María, donde posee su mítico estudio) son razones más que suficientes para que se le haga un hueco en un festival que le viene a medida. Vestido a la manera de un falso astronauta, o buzo futurista, o sabe dios qué outfit salido de su inconmensurable imaginación, imagina que no es el grandísimo músico y productor que en verdad es y aprovecha al máximo la media hora que le conceden a su banda para mezclar a lo largo y ancho de varios temas una receta medio improvisada a base de glam, punk, soul, rock, country y todo lo que se nos pudiera ocurrir para que sigamos sin poder encasillar lo que hacen. Cuenta con músicos de nivel, algunos curtidos en bandas como Bigott, Australian Blonde o G.A.S. Drummers, por lo que no estamos ante ningún advenedizo ni mucho menos ante un grupo novel. Anarquía bien entendida y el consabido espectáculo a cargo de un personaje único e intransferible. Por supuesto, instando al público a que haga lo que le dé la real gana, incluso a pasárselo mal si así procede, y enseñando la hucha en el gesto que lo ha hecho célebre en el plano extra musical. Con canciones como “En Egipto se anda así” o mensajes del tipo “No vaccines”, grabados en plena época pandémica, se pueden hacer una idea de las pretensiones de la banda. Sin duda, uno de los momentos más divertidos del fin de semana.

Se presentía que el momentazo del último día lo protagonizarían los Enemigos, y curiosamente fue así por el lado más inesperado. Es decir, nadie esperaría que unos músicos experimentados, verdaderas leyendas por derecho del rock en español y parte importante de su historia, sonaran vacilantes y dando la impresión de estar sufriendo problemas de sonido, al menos durante los dos primeros números. Así, “John Wayne” y “Septiembre” no fueron lo que siempre son, pero es de agradecer esa ralentización, ese nuevo modus operandi que la “orquesta enemiga”, como ellos mismos parecen preferir ser nombrados –lo de comprarse camisas púrpura a juego con el resto del look también contribuye a ello-, lleva a cabo en esta nueva encarnación. Optando por cambiar el ritmo, cediendo protagonismo a arreglos más sutiles en sustitución de los riffs brutales marca de la casa, consiguen una nueva impronta para “An-tonio”, ensayada a última hora en la furgoneta camino de Cádiz e inicialmente sin sitio en el set list, y la insertan sin que chirríe lo más mínimo entre, esta vez sí, una demoledora “Siete mil canciones” y otra trastocada con tino “Dentro”. Unos profesionales del rock and roll, de las tres cosas como el propio Josele Santiago afirma. Coreografías aparte, claro, porque la veteranía ya es un grado superior. Hacen otro “Brindis” cantándolo y tocándolo distinto y bonito, se pasean por “La otra orilla” sin riesgo alguno de naufragio y se despojan de todo posible “Complejo” para reivindicar de dónde vienen y quiénes siguen siendo, por muchos años y tendencias que pasen por delante de ellos; por encima, en cambio, es muy difícil que les pasen. La “Señora” de Serrat continúa siendo de relectura obligada, igual que ese “Océano” en el que el bajo y la voz de Fino Oyonarte lucen como contrapunto al perfil tradicional de la banda. David Krahe ha sido lo mejor que le ha podido pasar al grupo, pues su guitarra es versátil y encaja como un guante en cualquier himno presente y pasado, y la aportación a la batería de Chema ‘Animal’ Pérez es aún base y principio de intensidad. Sí, presentimiento cierto: la revuelta enemiga está en plena forma, y ellos la orientan y redirigen a placer. Nobleza obliga.

Con mucha menos fuerza y bastantes menos armas, aunque dignas, se presentaba Pachi García Alis en un recinto que no le favorece en absoluto. La suya es una propuesta de corte más acústico, más íntimo, con letras que no desmerecen en una buena canción de rock pero de mayor alcance en las distancias cortas. Con una banda voluntariosa y un montaje que ha ganado enteros respecto a sus inicios, escuchando su directo te planteas si este tipo de músicos debe tener realmente su oportunidad ante unas audiencias que en circunstancias normales no se acercarían a su música o realmente se trata de venderle hielo a un grupo de esquimales. En cualquier caso, su “Canción de mierda” no lo es en absoluto y además cuenta con la baza de haber contado con el ínclito Mikel Izal en otro buen tema de cosecha propia, “Bailando con el viento”, gracias a cuya colaboración habrá llegado a más gente que en toda su carrera anterior. ¿Injusto? Con toda seguridad. Él, como buen corredor de fondo, sabe que las cosas funcionan así. Por desgracia.

También los integrantes de Santero y Los Muchachos, valencianos practicantes de un rock reposado según su autodefinición, saben que la película tiene que cambiar mucho para que acabe tornándose en un final feliz para ellos. No obstante, constituyeron la mejor actuación de la última jornada en el segundo escenario, y sin necesidad de despliegue ni fanfarronería aledaña. Ataviados con modernas camisetas interiores, sombreros, collares y bien de imaginería sureña, recuerdan en algunas de sus maneras a los primeros y salvajes tiempos de Crosby, Stills, Nash & Young con sus canciones mucho menos sencillas de lo que parecen. Tienen ya un par de discos bien completitos, y suenan especialmente interesantes en “Complicado” y “Qué voy a hacer”, acopladas al esqueleto folk de las composiciones de su líder Miguel Ángel Escrivá y siguiendo la ampliamente explorada senda de la americana desde un punto de vista personal. Un perfil perfecto, con la discreción por bandera, para ganarse un lugar de relevancia en los oídos de todo aquel que se acerque a escucharlos con la curiosidad suficiente.

Y sin ánimo de entrar en conflictos estilísticos ni enfrentar, si eso es posible, a los potenciales públicos de unos y otros, despido esta crónica citando a los tres pesos pesados del escenario principal con sendos apuntes destinados a no repetirme demasiado, dado que de todos ellos se pueden leer comentarios clónicos y normalmente con conclusiones positivas respecto a su rendimiento en directo. Que lo son, teniendo en cuenta que dan justo lo que sus fans quieren, y son la razón de la compra del abono muchas veces por imprimir su nombre en los carteles. Sin más, procedamos:

Lori Meyers. Eso, infalibles en capacidad de convocatoria. Un Noni escuálido y con cuerda suficiente para seguir tocando durante una hora más, cosa que aún nadie acaba de entender cuando a la terminación de su concierto hubo que esperar casi ese tiempo para retomar el ritmo. Un disco publicado hace un año que torna definitivamente a la banda que una vez renombró el pop español y lo dotó de una nueva identidad en un grupo de amigos que se lo pasan bien con sus maquinitas e insisten en llenar de teclados y capas de sonido unos temas que valen más por lo que proyectan que por lo que realmente tienen dentro. Los “Seres de luz” con los que inauguran sus conciertos dan paso al arsenal pesado de siempre, con “Luciérnagas y mariposas”, “Luces de neón”, “Mi realidad”, “Planilandia”, “Emborracharme”, “Hacerte volar”, “Alta fidelidad” y el culmen de “¿A-Ha han vuelto?”, en una conexión brutal con el público que posiblemente a día de hoy siga siendo su mejor baza. Un triunfo anunciado y una conclusión no por sabida menos cierta: Pueden agotarte después de verlos varias veces en cuestión de meses, como en mi caso, pero es una verdad como un templo que son una garantía de éxito, y básicamente de taquilla.

Miss Caffeina. Otros que tal. Al traje amarillo y las deportivas del vocalista Alberto Jiménez habría mucho que objetarle, pero ni que decir tiene que el estilismo ya forma parte de la penúltima generación pop hispana. A los de su hornada les sacan varias cuadras de ventaja, y lo han conseguido por una mera cuestión de conexiones. La emocional, cantando letras intergeneracionales como la de “Memoria química” o sacando a la luz las miserias post pandémicas en “Venimos”, adaptando el discurso al estado actual de las cosas. No son mejores que otros en lo suyo, solo que tienen muchos más medios y el común de los espectadores puede quedar deslumbrado por el aparato lumínico y videográfico que hace más grandes canciones que no son para tanto. “Me voy” o “No entiendo nada”, por ejemplo, en la que se reivindica la lucha por la igualdad y contra la violencia de género, suenan demasiado obvias en un país en el que solo tienes que leer los titulares diarios para escribir tu propia canción de rabia y rencor. Tiran de la supuesta magia que inspiran a sus fans en el tramo final y “Prende”, “Oh Long Johnson” y “Mira cómo vuelo” hacen incluso bailar, no se sabe si por inercia o por necesidad, a muchos que no estábamos allí para adherirnos a su causa. Respetabilísima, por otra parte.

Varry Brava. No, la esperada toma conjunta de “Cola de pez” con Oscar Ferrer ayudando en las voces a sus amigos de Miss Caffeina no tuvo lugar, pese a los rumores entre los entendidos. Los eurovisivos frustrados se dedicaron a hacer de las suyas, y a aprovechar el momento álgido de popularidad que están viviendo gracias a la televisión y su reclamo para incorporarse a festivales que hace no más de cinco años les resultaban inalcanzables. El petardeo sano, si se practica de madrugada y te dan la oportunidad de llevarlo al límite, se entiende como un fin de fiesta más o menos previsto en el que cuentan muchas más cosas al margen de la música. Con decir que el teclista Aarón Sáez acabó el concierto haciendo de Nacho Cano -¡el horror!- y haciéndonos creer que aquello era una rave ibicenca creo que pueden aclararse muchas cosas. Empezando por lo de “Hortera”, no se sabe si atribuido a ellos mismos, continuando con la excursión techno-chic a la “Playa” y llevándonos de su brazo a conocer “Chicas” que comulguen con su concepto de diversión. Hasta la inmensa “Raffaella”, que todos sabemos por quién va, habría sido partícipe de su disfrute. A esas horas, nadie habría notado la parquedad en palabras del cantante y la casi inexistente función del guitarrista, sepultado entre tanto exceso festivo.

Y después, a casita. Todos y todas contentos por haber despedido el festival por todo lo alto, o eso creían. Hasta el año que viene, todo el monte es orégano. La cosecha recogida en la edición 2022 puede fructificar en las semillas de la próxima, en la que el lema que reza que en la variedad está el gusto podría relativizarse. Hasta la vista, Cádiz, al final lo mejor eres tú. Y larga vida al Nosinmúsica, un festival ejemplar en cuanto a organización, distribución y seguridad. En honor a la verdad, fue un verdadero placer estar ahí, y más aún poder contarlo.

Fotos: Nosinmúsica

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