Stanley Brinks & Freschard (Automático Muzik Bar) Córdoba 04/03/23

La historia, la respectiva y la conjunta, de dos músicos marginales –que no marginados- que se encuentran, se reconocen el uno en el otro y deciden emprender un camino juntos es tan mágica que casi podría convertirse en película. De corte musical y emocional, claro, porque la suya sólo es una historia de amor a la música, a las canciones íntimas y al límite de sensibilidad que dos creadores unidos en el empeño protagonizan sin que mucha gente parezca darse cuenta de ello. Uno, André Herman Düne, más conocido por sus andanzas como cofundador de la banda a la que dio nombre junto a su hermano David, hacedor de deliciosos discos de corte indie folk, o simplemente de piezas casi camerísticas destinadas a embellecer los días de unos cuantos acólitos igual de pirados por la vida que él; la otra, una joven apasionada de la bossa nova que formó una banda dedicada a ello con devoción, y que puede que en algunos de sus más plácidos sueños se topara fantasmalmente con el ya citado songwriter en la pastelería donde mataba las horas en su París natal. El destino, otra vez, los juntaría para irse de gira por medio mundo y seguir cultivando un cierto malditismo que a fin de cuentas empezó a definir su proyecto, aunque solo sea por el sesgo underground de cada cosa que tocan.

Tener en un local de las características del Automático Muzik Bar y en una ciudad como Córdoba, en la que el circuito internacional no suele detenerse más allá de una tarde de paso y buenas viandas, a estos dos seres rabiosamente alternativos, plenamente conscientes de lo que hacen y cantan y ansiosos por compartir su proyecto con apenas cincuenta personas era no solo un lujo al alcance tan solo de unos cuantos connoisseurs, sino también una ocasión única de degustar casi hombro con hombro algunas canciones maravillosas. Tararearlas, sentirlas, tocarlas… El placer de alcanzarle la copa a la lúcida Freschard, nombre de la mujer de la que hablamos, intercambiar chistes con ella mientras el hombre del look descuidado desgrana su personal poesía e interactúa con la complicidad de frases aparentemente azarosas como “todo el mundo es poli, y yo estoy en paro”, transmitidas con el nivel de español intrínseco a un francés residente en Berlín y de filiación musical universal, casi un intelectual forjado en escenarios de aquí y de allá y siempre pendiente de que no lo abandone la inspiración.

Fue así, y lo será muchas veces más, cuando grabó varias pequeñas obras de arte con The Wave Pictures, de los que indefectiblemente es instado a recrear la preciosa “Orange juice” y la más irónica “Sober in Barcelona”. Y también cuando se centra en Lion Heart, un señor álbum grabado con su compañera de estudio, ahora además cómplice en el escenario. Parece un misterio cómo empastan sus voces, la calidad de la caricia que provocan, incluso la anarquía que desprenden sus guitarras, sin más apoyo que el de unas letras y unas melodías mucho más poderosas cuanto menos relevantes. Esto es amor, ya ha quedado dicho, y del que cala muy hondo.

Una historia breve que tendrá continuidad en nuestros oídos y nuestros corazones cuando recordemos con una sonrisa este concierto mínimo, exclusivo y maravilloso. Un ratito de gloria compartida que nos sirvió para redescubrir a un artista único como Stanley Brinks, el nombre anglosajón elegido por este señor tan delgado y tan elegante en su dejadez, y para guiñar un ojo a los quehaceres futuros de mademoiselle Freschard, otra personalidad imprescindible para que la música en cualquiera de sus aproximaciones sea parte fundamental de nuestras vidas.

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