Madonna – Palau Sant Jordi (Barcelona)

20 y 21 de junio de 2012
Canonizada tras 40 minutos de retraso apareció la Reina del Pop en el escenario de su MDNA Tour, ese gran espectáculo de pop ancestral reconvertido en su propia gira de reválida. Tiene guasa que tras más de 30 años de larga y exitosa carrera, ahora Madonna, la diva de los 53 años, se vea obligada a justificar más que nunca su trabajo.
Tras unas moderadas acogidas de sus dos últimas publicaciones discotequeras, Madonna vuelve a encontrarse en el mismo punto donde todo empezó, tiene la misma necesidad de convencer otra vez (y ya van…) a aquellos que ya dudaban de la continuación de su carrera musical en los primeros años 80, tras el huracán mediático que supuso su primera gira, aquel Virgin Tour de crucifijos y encaje que no llegó a salir de los Estados Unidos. Acosada también por sus propios fans que exigen a Su Majestad un definitivo golpe de gracia que les borre de un plumazo las dudas: ¿merece la pena seguir siéndole tan fiel a la Madonna mediática, la figura sentimental que forraba las carpetas del cole, esa misma Madonna cuya figura musical se diluye cada vez más en las mil y una batallas por defender ante niñas que no llegan a la treintena el trono que conquistó hace décadas? Madonna dio en Barcelona una rotunda y positiva respuesta en forma de concierto de casi dos horas de duración.
Poco importó que el sonido de la primera noche dejara mucho que desear y que en la segunda tampoco consiguieran acertar de pleno confundiendo bajos y reverb. Tampoco importó lo más mínimo que el setlist fuera un capricho al servicio del teatro musical, más que de un recital. Lo único que importó es que no hubo ni un solo momento de titubeo. Una cuerda tensada sin vacilación. Eso es la última gira de Madonna.
Se apagan las luces y entre monjes de rojo con tacón, medias y botafumeiros de cartón, aparece la salvación, como una mora cristiana encerrada en un confesionario, con una mano rezando y con el mazo dando, a golpe de rifle Kalashnikov, rompiendo los cristales de su cárcel de oro, la Reina del Pop se lanzó al vacío de su concierto. El más clásico desde los tiempos del Blond Ambition Tour. La chulería de colocar “Girl gone wild” como opening act, dio paso a una sesión de teatro musical con “Revolver” y “Gang Bang”, en la que entre disparos y vísceras pudimos ver a una Madonna atlética que trepaba, se tiraba por los suelos y a la que amordazaban y arrastraban viva para terminar entonando una versión de tapadillo de “Hung up” y una versión reducida de “Papa don´t preach”.
Si no conocías alguna canción, qué más daba, estabas ante la mismísima Madonna haciendo lo que mejor se le da, que no es cantar, sino entretener. De movimientos mágicos, de pose única, la rubia de Detroit fascinaba con el que será su próximo single “Turn up the radio”, que aunque celebrada, lejos quedaba del estallido que supuso verla interpretar a mandíbula sonriente y vestida de majorette “Express Yourself”, para después dejarnos ojipláticos con una puesta en escena titánica cantando “Give me all your luvin´”, lo del desfile de orquesta flotante es impresionante.
A esas alturas de la noche tanto daba que cantara en euskera,  como que ignorara por completo las canciones de dos de sus mejores álbumes como “Ray of Light” y “Music”, visualmente el concierto fue intachable. El espectáculo más divertido que tu bolsillo se pueda permitir.
Aunque todo hubiera podido quedar en un pasatiempo pasajero de fuegos artificiales, si no fuera por esa travesía a través del espejo que permitió al público y a la artista manosearse emocionalmente, como en el himno brutal de “Like a prayer” o con una belleza de “Vogue”, que vistió al elenco de bailarines un Jean Paul Gaultier en constante estado de gracia. Pero donde se veía que aquello no estaba hecho de cartón piedra, aunque le pese al bueno de Elton John, fue cuando Madonna se hizo pequeñita y medio desnuda, frágil y sincera se tendió ante un Palau Sant Jordi abarrotado hasta los topes para entonar en riguroso directo ese melancólico vals al piano con la letra de “Like a virgin”, mostrándonos que su corsé de pedrería también le quema la piel y eso a pesar de que acababa de jugar otra vez al sexo con dos buenas versiones de “Human Nature” y “Candy Shop”.
Claro que hay motivos para criticarla, al fin y al cabo cuando alguien está expuesta tanto tiempo al sol, es inevitable sentir la quemazón. Pero estas dos noches en Barcelona, Madonna nos enseñó que en la sombra brilla más, impagables las versiones introspectivas que el trío vasco Kalakan le consiguen sacar a “Open Your Heart” o a “Masterpiece”.
Por lo demás, luces, cámaras y acción, con un cameo de su hijo Rocco en tres canciones y un final de risas, muchas risas, con “Celebration”. La Reina del Pop se ha vuelto a examinar y en Barcelona su público le otorgó un más que merecido notable. Ella mismo dijo en su segunda noche que “sin vosotros no soy nadie”, el mundo del pop sin ti tampoco tiene sentido Madonna.

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