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AMFest 2022 (Recinto de La Farga) L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona

Contar hoy día con un acontecimiento musical como AMFest es un auténtico milagro. Un festival prácticamente autogestionado, que no cuenta con infinitud de marcas y patrocinadores detrás, en el que todos los conciertos pueden verse uno tras otro sin solapamiento alguno; que ofrezca una línea heterogénea dentro de una coherencia artística completa, alejada de esa red de pesca descomunal tirada al mar para atrapar a todo el público diferente –o incluso antitético- posible, sacrificando la calidad de la oferta o la cohesión; cuidar de una forma tan pormenorizada instalaciones, al igual que a artistas y público, acondicionando entorno y escenarios con un sonido fuera de todo categoría que no sea la de excelencia constante show tras show es algo, que, sinceramente, cuesta mucho que esté pasando en este mundo. No, esto no es el mejor festival del país. Esto es el mejor festival del mundo. Y ésta, su octava edición, será recordada por mí como el festival de mi vida y algo que no olvidaré haber sentido antes de morir.

El pasado jueves nos disponíamos a estrenar un nuevo recinto que acogía la edición más ambiciosa en lo artístico de AMFest, La Farga de L’Hospitalet, y decir que la comodidad y facilidad con que se disfrutaron todas las propuestas musicales -mención aparte de lo bien repartidas que estaban las áreas de descanso, comida y bebida, merchandising, baños y escenarios, es digno del más grande de los elogios.

La primera jornada del festival podríamos catalogarla como la más metálica de las cuatro en el sentido más clásico del género, dentro de que hablar de clasicismo en este contexto es algo que hay que saber leer en su conveniente contexto. Los encargados de inaugurar la catarata de genialidad y emociones que nos iba a caer encima durante cuatro días fueron Irist. Su sludge metal con trazas de post-metal y progresivo, enganchó por su apasionada contundencia no exenta de detallismo y la entrega de su frontman, Rodrigo Carvalho, que en sus momentos más extremos recordaba al Phil Anselmo más bestia.

A continuación, tiempo para cambiar de tercio con la propuesta planeadora de Nara is Neus. La catalana defendió un ambient construido en base a drones de guitarra y teclados en una atmósfera de recogimiento, con ella sentada en postura india entre fluorescentes. Sin duda la nota diferente de la primera jornada, muy agradecida para el torrente de riffs que nos quedaban por vivir.

Muchísima expectación en el escenario 2 para el concierto de Pallbearer, en un día sorprendentemente concurrido para ser jueves y arranque de festival. Su doom metal lo definiríamos  como una actualización del legado de Black Sabbath. Sonaron extraordinariamente bien y su propuesto caló de manera notable entre su concurrida parroquia de fieles.

Ahora bien, todavía no había asistido a ninguna voladura de cabeza de las muchas que me quedaban por experimentar. Y la primera vino de nuestros siguientes protagonistas, Oranssi Pazuzu. Desde luego que la exhibición que hicieron los finlandeses desde el escenario 3 debe definirse con toda justicia como lo más marciano y turbador vivido durante el festival. Un black metal que mezcla psicodelia, space rock, toques electrónicos e incluso jazzísticos, todo ello en una amalgama sónica que suena como el mismísimo apocalipsis. Mestarin Kynsi (20) supone una experiencia que todo oído humano debiera experimentar, y enfrentarse a esos temas en vivo desde el arranque con “Ilmestys”, o sentir sensorialmente “Kulen ääniä maan alta” será para siempre algo imposible de olvidar: esas voces salidas del infierno, esos sintetizadores fantasmales, esos riffs segadores, ese trombón surgiendo de pronto…en fin, cuesta mucho explicar con palabras algo inenarrable. Exigencia máxima la vivida para no iniciados, que, dicho sea de paso, no es que abunden demasiado por estos lares.

Una bocanada de aire para el final de jornada con Elder. Es curioso: una banda que en otros entornos y festivales pudiera ser considerada la más difícil, aquí se convirtió en la más, entiéndanme, fresquita del día. Y es que esos elásticos riffs del mejor stoner fueron esculpidos con brío y exaltación, acompañados de una ejecución y un sonido- una vez más brutal, da igual cuando leas esto y referido a qué concierto del festival- espectaculares. Me resultaron bastante menos psicodélicos y esquivos de lo que podría esperarme, quizás también influido en ese sentido por la bajada al averno sideral vivida justo antes.

Completamente enamorado del festival tras una primera jornada que, sobre el papel, era la que menos esperaba que me sorprendiera, me disponía a acometer la jornada del viernes que, en comparación, era la más anhelada para quien les escribe dentro de que todas tenían enormes llegadas en un reparto por días del todo elogiable desde mi punto de vista.

Había que madrugar para disfrutar en primerísima fila de una de las bandas que más ganas tenía de ver: Birds in a row. Su esperadísimo Gris Klein (22), a publicarse el 14 de octubre, había aportado algunos adelantos de una intensidad máxima en esa suerte de post-hardcore y screamo que defiende el trío francés. Habida cuenta de las virtudes atesoradas por el intensísimo We already lost the world (18), del que sonaron aguerridas y cantadas con el alma, especialmente destacable “15-38”, todo un clásico por alejado que uno se encuentre del género. Agradecidos, apasionados y completamente sangrantes, Birds in a Row demostraron en apenas 40 minutos que a día de hoy no hay mejor banda en lo suyo. Revelador.

Tiempo para disfrutar de la sorprendente actuación de Lili Refrain, una suerte de encarnación de Diamanda Galás, defendiendo un cancionero en base a secuencias grabadas en loops que abarcaban desde las percusiones tribales a la experimentación con voz y guitarra. Darkwave estimulante que conectaba en parte con la Zola Jesus más inexpugnable y que nos pone tras la pista de Mana (22), último trabajo publicado por la italiana.

Tiempo de inaugurar el escenario principal del festival con una de las bandas más en boga ahora mismo, GGGOLDDD. El nuevo trabajo de los holandeses, This same should not be mine (22), se ha convertido en una de las sensaciones del año. Su inclasificable rock gótico, mezcla de mil cosas más, les ha aupado a un pedestal del que yo no termino de ser fan incondicional, si bien hay que reconocer que su puesta en escena fue elegante, cuidada y congregó mucha audiencia, a la par que un temazo como “Notes on how to trust” es indiscutible.

Otra primera fila inexcusable buscada para ver esa maravilla de banda que es Svalbard. Su mezcla perfecta entre blackgaze y post-hardcore les ha convertido en referente fundamental como banda que más puede dejarnos hecho trizas el corazón. Los ingleses acometieron el escenario con unas formas llanas y cercanas, agradecidas y sentidas. Al igual que ocurre con Alcest, otra de las bandas que hace una música más sobrenatural, emocionante y solemne, llama la atención lo sencillos que parecen sobre un escenario como casi sin darse cuenta de que su música puede, literalmente, salvar la vida. Mención aparte para Serena Cherry. Lo que esta chica es capaz de hacer con su garganta –y guitarra- está fuera de lo humanamente razonable: pasar de la guturalidad más bestial recordada a los pasajes más ensoñadores no está al alcance de nadie a este nivel, sus contrapuntos en voces a las formas del género aportados por los punzantes  y sangrantes gritos de su compañero a la guitarra, Liam Phelan, enfundado en una apropiadísima camiseta de Envy, supone un juego de contrastes capaz de emocionar a las piedras.

Comenzaron curiosamente con la canción en la que actualmente vivo, “Throw your heart away”, y desde ese momento, las personas que nos congregábamos en las primeras filas no paramos de agitarnos por dentro con la estela de lágrimas en los ojos mientras yo me preguntaba, con más de la mitad de mi vida consumida, cómo era posible que unos seres humanos estuvieran transmitiendo esas cosas desde un escenario de manera constante e ininterrumpida. Las virtudes de su más reciente When i die, will i get better ? (20) siguieron aflorando, destacando una bestial ”Click Bait” y la hermosa “Open Wound”. Al terminar, sólo me quedaba saquear el puesto de merch buscando homenajear e inmortalizar algo que no sé definir con palabras.

Tiempo para hacerse eco de otra de las propuestas más en boga este año, Foxtails, y su screamo mezclado de referentes que abarcan desde el midwest emo hasta la música de cámara, gracias a la inclusión de violín en su recientemente celebrado Fawn (22). Mucha expectación por parte del público congregado, pero debo decir que no terminé de conectar con su directo, probablemente por la emotividad ya derramada en dos must míos ese día y por una defensa escénica algo deslavazada y lastrada por interrupciones entre las canciones que no terminaba de comprender.

Otra primera fila casi por obligación para asistir al concierto de uno de los pesos pesados del festival se cernía. Cult of Luna, la incombustible banda referente absoluto del mejor post metal actual, se disponía a defender su inconmensurable reciente trabajo, The Long Road North (22). Una bruma de humo extensa cubría a los músicos mientras los primeros acordes de ese viaje infinito a la tundra del desarraigo existencial que es “Cold burn” empezaban a sonar, teclados venidos del frío glaciar y la marcha obsesiva de las dos baterías sobre el escenario emprendían con vigor otra vivencia más al límite de la extenuación, mientras que un imperial y motivadísimo Johannes Persson irrumpía con la voz sludge más extrema del planeta. Un concierto decisivamente exigente, con sus habituales desarrollos extensos, con la banda funcionando sincronizada como un reloj suizo y en el que destacó una sobrenatural interpretación de “Lights on the hill”, otro de los instantes más inenarrables de este AMfest.

Otro de los conciertos más esperados del día era el de Tricot. Las japonesas aportaban la nota de exotismo y simpatía con un concierto desenfadado que mezclaba J-Pop con desarrollos propios del math-rock y algún ramalazo hardcoreta. Singulares, pero yo estaba ya dispuesto a otra cosa, a algo que nunca podría ver venir en toda la magnitud que se avecinaba.

Y es que el concierto que ofrecieron Caspian fue la constatación absoluta de que son el grupo más grande del mundo de post rock ahora mismo, crecido a la sombra de los grandes nombres de la escena. Con la plasticidad escénica y el preciosismo de Explosions in the sky, pero implementados por una contundencia descomunal, lograron llevarme a una dimensión desconocida del género. Desde la belleza desarmante de una conmovedora “Flowers of Light”, pasando por los desarrollos de la perfecta “Ríoseco” y llegando al paroxismo, a la exhibición en directo más devastadora e intensa que han visto mis ojos y escuchado mis oídos a través de un “Arcs of command” que en su interminable evolución me llevaba a tener que pellizcarme para tener la seguridad de que no estaba soñando ante lo que percibían mis sentidos. Qué muestra de entereza, de pasión espartana y de música en crudo dieron Caspian. Mi agradecimiento será eterno.

Cerraron la inolvidable jornada del viernes los estimulantes ruiditos y desarrollos del dúo que compone Aiming for Enrike, otra manera diferente de dejarse llevar por el contoneo bailable y destensar el corazón tan llevado al límite durante el día.

El sábado llegué a La Farga mientras sonaban los últimos compases del concierto que ofreció Maud the Moth, el bonito proyecto neoclásico con toques darkwave de la madrileña Amaya López- Carromero, acompañada de un piano de cola y aportando esa simbiosis perfecta marca de la casa que AMFest repite año tras año entre conciertos silenciosos y conciertos apocalípticos.

Era momento de situarse de nuevo en primera línea de fuego para asistir al regreso de Maybeshewill, otra imprescindible banda de post rock que llevaba tiempo separada y se juntó recientemente para publicar nuevo disco, No feeling is final (21), que no es que esté precisamente entre sus mejores referencias. Pero eso daba igual, sabíamos que los ingleses son únicos en mostrar belleza a la par que contundencia y que la emoción iba a estar servida, como así fue; de hecho las lágrimas afloraron en ese bonito pasaje de Fair Youth (14), “In amber”, con esos compases que puedes seguir como si fueras un compositor con batuta contoneándote en un estado de ensoñación y, por supuesto, con ese final purificador que fue su clásico “He Films the Clouds Pt. 2”. Uno de los conciertos más hermosos y sensibles del festival.

Tras el contundente post metal con base doom de Ikarie, que hizo afición entre sus fieles, era turno de otro concierto que superó con creces las expectativas que llevaba. Me refiero a la esplendorosa demostración en directo de Anna Von Hausswolff, acompañada de una banda realmente extraordinaria. Radiante y expansiva, realizó una suerte de exorcismo con el que convertir oscuridad en luz en el que incluso bajó hasta fundirse entre el público mientras impregnaba con su música todo lugar por el que pasaba. Mágico.

De seguido, tocaba correr a ver a Lingua Ignota, en una dupla seguida de shows difícilmente igualable en cuanto a mood y consecuencias. Sin duda el concierto de la norteamericana fue el más íntimo, purificador y absolutamente oscuro en su concepción, con unas instalaciones en la más completa oscuridad salvo por unas velas artificiales que ella misma se encargó de encender por el escenario antes de comenzar su ritual prácticamente sacro con la única compañía de su polimórfica voz y un piano de cola. Tan inaccesible como acogedor.

Mientras me disponía a coger primera fila para el tremebundo fin de fiesta que prometía esa noche Carpenter Brut con esa oportuna e inteligente apertura musical del festival hacia los territorios del darksynth, disfruté en la distancia del contundente, enloquecedor y obsesivo directo que ofrecieron Celeste con una puesta en escena magnética a través de los haces de luz que colgaban de la frente de los músicos. Otra exhibición más de black metal combinado con sludge a sumar en esta edición de AMFest.

Bastante expectación para ver a Carpenter Brut, sin duda la figura del synthwave que más ha hecho por expandir el género, tocando en festivales de diversa consideración y a través de colaboraciones imposibles que han dado por lo general buen resultado (desde Dave Eugene Edwards, pasando por Greg Puciato y terminando en Sylvaine por poner algunos ejemplos). Desde luego mucha de la audiencia convocada en AMFest es posible que fuera a verlo por primera vez y saldría totalmente shockeada. En mi caso, era nada más y nada menos que la cuarta que veía las evoluciones de Franck Hueso a los sintes acompañado de guitarra y batería, y desde luego que nunca lo he visto reinar con el poderío y prestancia de las de esa noche en Barcelona.

Centrado en su reciente y notable Leather Terror (22),  comenzó atacando las canciones de este trabajo, incluyendo el sampleo de la voz de Gunship en la buenísima “The Widow Maker”. Mención especial para el binomio formado por “Day Stalker” y “Night Prowler”, momento álgido que convirtió La Farga en una discoteca sacada del mismo averno en compañía de esas proyecciones rojo sangre tan adecuadas, éxtasis completo poco antes de atacar un clásico del género de la pegada de “Turbo Killer”, con un público auténticamente entregado al francés que tuvo el valor de terminar la velada haciendo bailar a hardcoretas, black metaleros, emos y demás fauna al ritmo de la versión del “Maniac” de Michael Sembello coreándola como benditos. Si eso no es triunfar por todo lo alto, yo ya no sé.

Estoy convencido que la simbiosis entre Za! Y 13 year Cicada fue un fin de fiesta de altura, pero mientras probaban instrumentos el cansancio de una jornada mastodóntica se hizo conmigo y marché a perderme entre la noche.

Llegábamos al domingo con las fuerzas justas, pero el entusiasmo intacto, ya sabía en mi interior que era el festival de mi vida, y en la jornada de clausura aún se acrecentaría esa sensación más.

Comenzó temprano el músico  originario de Bhutan Tashi Dorji en el escenario principal acompañado de sus experimentales quiebros de guitarra e improvisaciones. Demasiado cuesta arriba esa distorsión a quemarropa tan temprana, no dudo de la honestidad que hay detrás, pero se me hizo complicado.

Mucho más disfruté del sugerente directo de Midwife, entrañable Madeline Johnston con su intimísimo slowcore acompañado de su guitarra eléctrica y con su micrófono con forma y sonido de teléfono. Fragilidad radiante para una de esas cosas pequeñas tan reveladoras en nuestra vida, como los detalles que surgen de puntillas.

Pero ojo, que lo que no vi venir es la asombrosa belleza explosionante de la mejor herencia shoegaze que llevó a cabo Slow Crush, en estudio me resultan interesantes, pero ver delante de mí como esas canciones apenas conocidas me estremecían hasta casi hacerme llorar era algo verdaderamente colosal, un nuevo hallazgo, descubrir que la vida aún puede sorprendernos de esta manera es un regalo que no todos los días se tiene. Slowdive deben sentirse profundamente orgullosos de la tremenda banda belga.

Era tiempo de redimirme con A.A. Williams tras el horrendo sonido que tuvo teloneando a MONO en Madrid. Y, otra cosa no, pero de sonido aquí íbamos sobradísimos. Y así fue. La inglesa presentaba su reciente As the moon rests (22) y con su ya conocida por mí solvente banda dio un concierto íntimo a la par que serio y sobrio, es cierto que su repertorio adolece de cierta linealidad en ocasiones, pero igualmente lo es que cada vez que suena “Melt” para terminar una actuación es como si la antorcha de la memoria volviera a hacer refulgir la llama de la belleza más doliente jamás descrita, sólo por eso en mi alma estará por siempre.

Recuerdo con especial cariño e interés un mensaje que me dejó una vez un oyente de mi podcast en un episodio dedicado a mis discos preferidos de blackgaze. En él mostraba mis reservas con un grupo como Deafheaven, y él me comentaba, me reconocía de escuchas varias, que no comprendía como una persona de mi sensibilidad no conectaba con esta banda, que me dejara de prejuicios. Lo tuve muy en cuenta en el momento en que me acerqué al escenario 2 a ver su directo.

La verdad es que su último disco, como a creo mucha parroquia de sus fieles, no me dice absolutamente nada. Infinite Granite (21) me parece una suerte de shoegaze de lo más convencional y anodino, incluso impersonal, diría, pero bien es cierto que la banda, aupada por una enfervorecida audiencia logró triunfar en sus visitas al pasado y justo en esos momentos de estridencia vocal y belleza instrumental me demostraron que en algunos pasajes son capaces de escribir canciones intachables para la memoria del corazón de la magnitud colosal de “Honeycomb”, que sonó como uno de los momentos más hirientes y desbordados de AMFest, y, curiosamente, me hace desear en parte como debieran sonar los Smashing Pumpkins en 2022.

Y llegaba el momento más esperado por muchos, el del concierto de Godspeed You! Black Emperor. Quienes ya conocíamos las virtudes de la banda canadiense en directo, sabíamos que la catarsis estaba asegurada. Su legado y su importancia en el desarrollo de la escena post-rock en su vertiente más reivindicativa y artística son indudables, si bien hay que reconocer que sus discos más recientes se encuentras alejados de las cotas de genialidad iniciales.

Poco importaba esto a la hora de verles en vivo, y menos importó aún por los temas elegidos. Los ochos músicos fueron llegando paulatinamente al escenario generando esa atmósfera en progresión –que no progresiva, por dios- partiendo de violín y contrabajo, con dos baterías incluidas. Acompañaban sus evoluciones unas cuidadas proyecciones que mezclaban las protestas sociales con el aislamiento vital, todo ello, sin embargo teñido como sólo ellos saben hacer de una pátina de luz, de un reducto de esperanza inquebrantable.

El primer desarrollo realmente fascinante fue el conseguido con “Bosses Hang”,y a partir de ahí el resto parecía tocado por los mismos dioses, una epifanía pagana universal y conmovedora mientras caía sobre nosotros una lluvia de música curativa y trascendental, hasta deshojar ese pasaje de lo más sagrado de su carrera que es “The sad mafioso” en un crescendo infinito del que querríamos haber no tenido que bajar nunca para volver a este otro mundo en el que no queda otro remedio que afanarnos en la búsqueda y salvamento de todo aquello que nos haga regresar a este otro que en aquel momento se desvanecía para no ser olvidado nunca.

Fotos AMFest: Jackie Aguilera / Jordi Bertran Hermosilla

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