Andalucía BIG Festival by Mad Cool (Cortijo de Torres, Málaga)

La primera edición del BIG Festival se desarrolló en Málaga bajo el sello de calidad de Mad Cool, tras varios imprevistos que sumaron algo de incertidumbre sobre su puesta de largo, como fueron el cambio de ubicación, de Sacaba Beach al Recinto Ferial Cortijo de Torres, así como la caída del cartel de uno de los grandes cabezas de cartel, Rage Against The Machine, por circunstancias ajenas a la organización (en este caso, la lesión de Zach De La Rocha tras un percance sufrido en una de sus actuaciones veraniegas).

Finalmente pudimos disfrutar en la capital de la Costa del Sol de un magnífico despliegue con el característico césped artificial, la pasarela para artistas en el escenario grande (Andalucía), y una atractiva oferta de ocio y gastronomía, para redondear tres días de música en un ambiente cargado de buenas vibraciones en un entorno urbano, bien comunicado con cualquier parte de la ciudad. Además se celebraron una serie de actividades durante la semana en un interesante Andalucía Music Forum que congregó a destacadas figuras de la escena musical en el ámbito de promotores, comunicación, artistas, managers…así como conciertos gratuitos en todas las demás ciudades andaluzas, con artistas destacados como Blood Red Shoes, Cupido o The Parrots, entre otros.

La primera jornada abrió fuego con un primer plato contundente, como fue ni nada más ni nada menos que Kurt Vile & The Violators, con un excelente Watch My Moves (Verve Records, 2022) bajo el brazo. Desarrollos lisérgicos, fingerpicking, y una nueva evidencia de que el bueno de Vile prefiere que hable su música antes que perderse en discursos vacuos o pretenciosos. El repertorio que va atesorando, con las brillantes “Pretty Pimpin”, “Waking On A Pretty Day” como ganchos más directos, a los que se suman nuevos hallazgos como “Hey Like A Child”, va creciendo en intensidad y su sello de marca es reconocible desde el primer acorde. Fue una perfecta toma de contacto con la acústica nítida y atronadora del recinto, con la espectacular dimensión del escenario y fue reclamando la llegada de público que ya se acumuló en número importante para el siguiente momento destacado de la tarde-noche, como fue el set de Wolf Alice. Los londinenses, liderados por una Ellie Rowsell en estado de gracia con una voz espectacular, sonaron inmaculados, épicos pero con sustancia y sin caer en la grandilocuencia, y atacaron temas de sus tres discos con enorme solvencia y sobradas tablas, y con especial hincapié en su deslumbrante último lanzamiento, un Blue Weekend (Dirty Hits Records, 2021) que funciona como un todo, y en el que brillan tanto sus desatados hits marcados por la rabia y el nervio (“Play The Greatest Hits”, “Smile) como sus caricias de pop nocturno y crepuscular (“Delicious Things”, “How Can I Make It OK?”, “The Last Man On Earth”), sin olvidar hitos pretéritos (“Bros”, “You’re A Germ”, “Giant Peach” o una emocionante “Don’t Delete The Kisses”). Ratificaron que lo suyo va en continuo crecimiento y que tras una obra maestra de este calibre, se espera lo mejor en futuros movimientos. Presente y futuro, que dio paso a una secuencia de dos bandas con ya largo recorrido y origen en las islas británicas: Stereophonics y Biffy Clyro. Los primeros, tirando de pasado a falta de una actualidad latente, agradaron sin grandes sorpresas, agitaron levemente a una audiencia bastante numerosa con recursos infalibles como “A Thousand Trees”, “Just Looking” o “Maybe Tomorrow” antes de cerrar a lo grande con “Dakota”. Correctos a la hora de remembrar momentos familiares y remover sensaciones entrañables pero faltos de cierta pegada y acomodados en un estatus poco excitante. Por el contrario, Biffy Clyro armaron un show contundente y sin respiro, subidos en la ola de sus dos últimos y notables discos, que les hacen estar viviendo una especie de segunda juventud. Aguerridos y entregados, es difícil no incendiar un escenario cuando interpretas con convencimiento y actitud incendiarios himnos del calibre de “The Golden Rule”, “Tiny Indoor Fireworks” o “Mountains”, sumiendo a un público hambriento de vitamina rock en una montaña rusa de emociones al límite. A estas alturas de la jugada, a Franz Ferdinand les cuesta poco o nada poner a bailar a miles de personas al ritmo de clásicos de la talla de “Darts Of Pleasure”, “Take Me Out” o “Do You Want To”. Factor sorpresa: cero. Triunfo asegurado: tick. Es cierto que la presencia escénica pierde enteros sin los añorados Nick McCarthy y Paul Thompson, y que uno tiene la sensación de que su momento ya pasó, pero reencontrarse con un buen puñado de singles desprejuiciados y que tanto nos agitaron cuando irrumpieron con vigor hace ya casi veinte años, es siempre sinónimo de celebración. Alex Kapranos sigue sabiendo cómo mover a las masas, mantiene su carisma intacto y lo suyo es un piloto automático con el que sienta la mar de bien dejarse llevar de vez en cuando. Y si hace tiempo que los escoceses no nos despiertan curiosidad en estudio, todo lo contrario se puede decir de Suede. Sus discos rehúyen la idea de meras excusas para lanzarse a la carretera y continúan resultando más que dignos y reivindicables. Este mismo viernes lanzan Autofiction (Bertelsmann Music Group, 2022), el que será su noveno álbum de estudio, y se puede decir bien alto que quien tuvo, retuvo, como demuestra el poder arrancar su directo con su reciente single “She Still Leads Me On” con convencimiento e incontestable seguridad. Brett Anderson y su elixir de la eterna juventud resultan icónicos. Tenerlo a escasos centímetros acariciando nuestros oídos con una íntima toma de “She’s In Fashion”, resultó de una intensidad desbordante, y funcionó a la perfección como celebrado contraste a la electricidad pop de las eternamente palpitantes “So Young”, “Animal Nitrate”, “Trash”, “Beautiful Ones” o “We Are The Pigs”: canciones de una vida que nunca nos cansaremos de gritar al cielo. El bis con “New Generation” puso broche de oro a un gran concierto que volvió a subrayar la naturaleza imbatible de la química entre banda y público. En el Escenario Tres, el post-punk de Life se desplegó punzante y enganchó a más de uno, gracias a sus desarrollos nada previsibles y a su propuesta, mucho más cerca de los tótems del género que la de otros con más nombre. Lucy Dacus, convenció con su indie-rock quebradizo y en la línea de grandes nombres de un elenco que no hace más que crecer, para nuestro regocijo (aquí podríamos citar a Julien Baker o Courtney Barnett, por ejemplo). Los madrileños Morgan, contarían con el hándicap del solape con Franz Ferdinand. Nada que Nina (¡qué voz la suya!), y su excelente banda no pudieran remontar, tirando de lustroso fondo de armario (“Home”, “Sargento de Hierro o “A Kind Of Love” siempre ponen la piel de gallina). Aún quedaba tiempo para dejarse llevar sin prejuicios en el Escenario Andalucía, por la impactante puesta en escena de un C. Tangana incapaz de dejar indiferente, y que aportó un victorioso contrapunto a una noche marcada por el pop rock más british, enriqueciendo la paleta de propuestas del festival. Su original puesta en escena, con un reparto de hasta treinta personas entre músicos y cuadro flamenco, entre los que se encontraba, por ejemplo, Niño de Elche, y su capacidad para trasladar al público a un contexto que ayuda a sumergirse en su concepto musical, convencen si te enfrentas sin prejuicios y con apertura de miras. Profundidad de raíces, riqueza lírica e instrumental, puesta al día rutilante de sonoridades que hace tiempo que resultaron trascender aquella etiqueta de música urbana con la que se le marcó en un principio. Parecía que lo suyo podía desentonar dentro de la línea del festival, pero el poder de canciones como “Comerte Entera”, “Demasiadas Mujeres” o “Tú Me Dejaste De Querer” acabó por convencer a los más desconfiados gracias a sus interpretaciones sentidas y creíbles.

La jornada del viernes abrazaba la tempranera presencia de Niños Mutantes, siempre reconfortante y familiar, avanzando la próxima edición de un nuevo trabajo. Juan Alberto, su líder, incidía en la calidad de los artistas que tocarían a continuación en el escenario principal: Kevin Morby y Michael Kiwanuka. Y desde luego que no exageraba, puesto que ambos artistas ofrecieron junto a sus excelsas bandas los dos mejores shows, para servidor, de todo el festival. El primero cerró a lo grande su tour europeo presentando el sublime This Is A Photograph (Dead Oceans, 2022), uno de los discos del año. Sin apenas respiro, fue deslizando los grandes momentos que pueblan tan destacada referencia: la titular “This Is A Photograph”, “A Random Act Of Happiness”, “Five Easy Pieces” o la trotona “Rock Bottom”, con la que nos hizo bailara recordando a su admirado Jay Reatard, combinadas con agilidad con otros rescates de su sólida discografía: “Wander”, “City Music” o la definitiva “I Have Been To The Mountain”. El segundo, consiguiendo mantener a la audiencia en silencio observando el tremendo despliegue de talento con el que ataca ese soul-pop aterciopelado de factura inmaculada, con dos coristas que elevaron el cuerpo y la pegada de unas canciones ya de por sí enormes, mientras nuestro protagonista, una especie de cruce entre Otis Redding y Marvin Gaye en versión siglo XXI, ejerce su poder hipnótico acariciando el piano o las seis cuerdas, mientras su voz se impone deslumbrante. “You Ain’t The Problem”, “Hero”, “Hard To Say Goodbye”, “Solid Ground”, “Final Days” o “Cold Little Heart” sonaron grandiosas en un set para paladares finos, envueltas en infinitas líneas de piano y vestidas para clavarse en nuestra memoria. Por su parte, Paolo Nutini juagaba en un ambiente muy favorable, con multitud de seguidores venidos de las islas británicas dispuestos a bañarse en las aguas de un sonido que transita eficaz por el soul pantanoso, el pop-rock a lo Paul Weller o el blues de raíces, y que crece en riqueza a cada entrega, haciendo que su nombre todavía siga vigente y pueda brillar en el cartel de cualquier festival. “Lose It”, “Acid Eyes” “Shine A Light” o una arrebatadora “Afterneath”, ya clásico inicio, agitaron caderas y subieron las revoluciones del atardecer. Glass Animals le siguieron en el Escenario Alhambra, jugueteando entre la electrónica pop escurridiza y el math-rock, perfilando una personalidad peculiar y dotando al line-up del viernes de un agradecido toque menos estándar. Entre unos Hot Chip que evitan el estribillo perfecto y unos Everything Everything menos intrépidos, quizás más cerca de Django Django por momentos, hits como “Gooey” reivindicaron su presencia y dispararon las alarmas de los que acuden a los festivales abiertos a descubrir nuevos hallazgos. La incógnita sobre el estado de forma de un Jamiroquai poco proclive ya a las giras sobrevolaba el recinto ferial, y fue sonar el primer latigazo de “The Kids”, que los allí presentes pudimos comprobar que su voz sigue atesorando magia y que es capaz de poner a bailar a miles de personas con singles tan redondos como “When You Gonna Learn” (apúntenme aquí una buena lagrimita melancólica), “Space Cowboy”, “Little L”, “Soul Education” o las infalibles “Cosmic Girl”, “Canned Heat” (favorita personal) o “Virtual Insanity”. El bueno de Jay Kay nos regaló sus característicos movimientos, vino arropado por una banda excelsa (coristas incluidos), paseó su gorro luminoso desplegable y justificó con creces la apuesta de la organización, que se apuntó el tanto de traerlo en su único show previsto en Europa. Mucho han cambiado las cosas en el panorama desde que irrumpiera hace unos treinta años, pero lo que nunca cambiará será la pegada de un buen puñado de hits indiscutibles que encabezaban las listas cuando la gente aún compraba discos y en las radios se podían descubrir joyas y seguir sus carreras, dando la espalda a lo efímero. Notable concierto el suyo y regalo para miles de fans que se quedaron sin verlo en su momento. Con un disco tan atractivo como The Overload (Island Records, 2021) bajo el brazo, había ganas de ver como funcionaría su traslación al directo, y lo cierto que la banda de Leeds Yard Act, demoledor cruce entre The Young Knives y Sleaford Mods, arrasaron con su post-punk descarado y descacharrado, con un James Smith enfundado con una gabardina, como si saliera de trabajar y fuera a juntarse con sus compañeros de banda en el pub a dar buena cuenta de unas pintas, azotando con sus descarnados dardos que agitan a la clase obrera y a los altos mandatarios de un barco a la deriva, como es el de su país natal. “Payday”, la titular “The Overload” o “Rich” sonaron angulosas y viscerales, demostrando que lo suyo va muy en serio y trasciende la broma coyuntural. Tras ello, la efectiva y colorista puesta en escena de Vetusta Morla volvió a regalar un concierto que dibujó una sonrisa en los rostros de sus numerosos seguidores, y que tiró de un repertorio que, a estas alturas, se defiende por sí solo. Poco o nada que reprochar a la impoluta puesta de largo de unas “Finisterre”, “Copenhague” o “La Virgen De La Humanidad” que crecen en vivo y convencen más allá de gustos o preferencias. Los Zigarros alzaron la bandera del rock and roll de alto voltaje y arrasaron con su imbatible fórmula ideal para cerrar una jornada repleta de emociones.

Tras dos días de alta intensidad, la jornada de cierre deparaba un menú que se adelantaba con la bailable propuesta de Delaporte, muy apropiada para calentar motores, y que contrastó con el demoledor pase de una María José Llergo que consiguió provocar el silencio casi absoluto con su impresionante voz llena de matices, infalible arma para desplegar un duende arrollador que dejó huella sobreponiéndose a los problemas experimentados en la prueba de sonido. Merecía toda la atención y los focos deben permanecer atentos a sus próximos pasos. Y parecía que lo más interesante del día se concentraba en esos primeros destellos, pues Gus Dapperton regaló un corto pero estupendo set, acompañado de una banda sobrada en poder escénico, con la que bordó sus ácidas perlas pop que tan bien sirven de diario para una generación angustiada por la falta de oportunidades y la represión a la que se ve sometida por parte de los que toman decisiones. Llegó justo de voz, de hecho tuvo que cancelar algún show antes, pero caramelos envenenados del calibre de “Ditch”, “First Aid” o su acertada versión del “I’m On Fire” de Bruce Springsteen, dejaron con ganas de más. En el escenario grande, 091 dieron buena cuenta de sus clásicos, para regocijo de unos fieles que celebran su retorno, mientras Aurora, artista de enorme fama en su Noruega natal, tejió un rompedor entramado en el que mezclaban calma y tempestad, bajo el poderoso tamiz de una voz capaz de llegar donde pocos pueden. Sería el doloroso solape entre Los Planetas y Nikki Hill el que provocaría más dolor esa noche. Los granadinos lidiaron con un respetable que no colaboró demasiado a la hora de generar la atmósfera adecuada para afrontar sus números más reposados y lisérgicos (seguramente cogían sitio para Muse), localizados en la parte central de un concierto en forma de valle, que dejó sus momentos más directos para el principio y el final. Pese a todo, se sobrepusieron a un contexto poco favorable y arrasaron con las incombustibles “Segundo Premio”, “Santos Que Yo Te Pinte” o la pretérita e incendiaria “Prueba Esto”, ya acostumbrado rescate desde hace un tiempo. Más fácil lo tuvo la de Carolina del Norte, que arrasó con su soul de pata negra que no hace ascos al rockabilly que no tuvo problemas para encandilar a un público que agradeció el espacio para moverse y el ambiente más cálido y cercano del Escenario Tres, condiciones ideales para disfrutar de un excelente concierto que constató el enorme estado de gracia que atesora Nikki Hill en la actualidad. Carisma, magnetismo, actitud y un repertorio solvente defendido con agallas y muchas tablas. Si no te mueves al son de “Ask Yourself” o “I’ve Got A Man”, debes hacértelo mirar. Todo un acierto (y un lujazo) tenerla, al fin, de gira por nuestro país. La deslumbrante puesta en escena de Years &Years vino acompañado de un cancionero menos contundente, que convence cuando tira de su primera etapa (con “Desire” al frente), pero flaquea cuando acude a un presente menos ilusionante. Aún así, pusieron patas arriba el Escenario Alhambra con un gran sonido y una secuencia acertada que ayudó a entrar en su mundo, el de la pista de baile a altas horas de la madrugada. Instituto Mexicano del Sonido, quienes ya habían actuado en una jornada del Fórum, no se complicaron y tiraron de base rítmica trotona, festiva destinada a incitar el hedonismo y el desenfreno generalizado. Lo consiguieron con creces. Apenas quedaba ya gente cuando su tiempo se agotaba, y las masas se acercaban lo que podían a un escenario principal absolutamente abarrotado de gente, que asistió a una nueva ceremonia de rock apocalíptico, cada vez menos amigo del estribillo memorable, perpetrada por unos Muse que arrasaron con un sonido atronador y una puesta en escena épica y deslumbrante, provocando el éxtasis de unos seguidores entregados desde el inicio. No faltaron sus singles más directos, “Plug In Baby”, “Time Is Running Out”, “Hysteria” o “Supermassive Black Hole”, alternados con momentos de megalomanía al límite que configuran la pócima ganadora de un trío que sabe muy bien lo que hace y que en vivo consigue hacer olvidar las fisuras de su repertorio. Envueltas en celofán y presentadas con todo tipo de artificios, sus canciones funcionan engalanadas por una producción de lujo que recorre cada rincón del escenario haciéndote vibrar aunque te resistas. Dieron lo que se esperaba de ellos como cabeza de cartel con mayor poder de convocatoria de esta edición y pusieron el broche de oro, haciéndonos desear que esta propuesta se consolide y resulte de largo recorrido de cara al futuro. El éxito de su estreno debería colaborar a ello.

Foto: @fotoandresiglesias

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