Azkena Rock Festival 2024

El Azkena Rock Festival presentaba este año una edición como las cosas que verdaderamente importan: tan rica en registros como en sensaciones. Aquellos carteles de un relumbrón más limitado que parecieron distinguir al festival en alguno de los años de la pasada década, y que movieron a las miradas más suspicaces a sospechar de un rumbo declinante del certamen vitoriano, parecen haber quedado atrás y cuesta encontrar un evento musical en este país más consolidado, fiable y exultante de salud. El equilibrio logrado en 2024, además, se antojaba particularmente modélico, con apuestas seguras y veteranas que ya deleitaran en el pasado en suelo alavés, como Queens Of The Stone Age, L7 o Redd Kross junto a fichajes muy apetecibles y de difícil disfrute en nuestro país como Sheryl Crow, Jane’s Addiction con la formación original o Demolition 23. El radar de bandas jóvenes que se encuentran en su momento, quizá el terreno con más margen de mejora del Azkena, también parecía bien orientado con Psychedelic Porn Crumpets, Whispering Sons o Arde Bogotá. Como remate al menú, y para enriquecerlo aún más, la pimienta en forma de (absurda) polémica por la inclusión de estos últimos en el cartel. Entusiasmará más o menos, pero una cosa estaba clara desde el principio: aquí nadie se iba a aburrir.

JUEVES – AZKENA ROCK FESTIVAL

Artífices de uno de los mejores discos del año en su estilo, The Great Calm (24), The Whispering Sons concurrían en el segundo escenario como primera cita imprescindible del día. Fue arrancar aquello, con esa suerte de post-punk escorado al rock gótico y trufado de ramalazos darkwave e industriales mientras el frío y la lluvia azotaban Mendizabala, y uno parecía estar en otro festival. La sensación de extrañeza, con esa sombría atmósfera y la violencia sónica tan siniestra de los belgas, era completa, pero en el mejor de los sentidos; todo, hasta el insondable clima, se alineó para presenciar una maravillosa liturgia mientras el agua iba calando hasta el hueso. Con un traje tres tallas más grandes de lo normal, una androginia sumamente hipnótica y una voz tan cavernosa como sugerente, Fenne Kupens ofreció una absoluta exhibición de carisma e ímpetu escénicos, tanto en pasajes de progresiva incandescencia (“Standstill”, “Walking, Flying”) como en los lances más íntimos y etéreos, evidenciados en “Cold City”, una de las canciones más hermosas publicadas en los últimos meses. Cierta monotonía, que cabe tildar de consustancial al estilo, podríamos achacar a la actuación, pero, bien mirada, si cabe potenció su efecto de martillo pilón, de diabólico mantra, de que nos estaba pasando a todos por encima. En noviembre, por cierto, podremos disfrutarles en sala, en Madrid y Barcelona, cita ineludible desde ya. Se confirma la sospecha: no hay grupo belga malo.

Mientras la inclemente lluvia parecía remitir, y con la resonancia aún del poderosísimo concierto presenciado, Ty Segall lo tenía difícil para mantener el nivel, y lo logró a medias. El miembro de Fuzz lideró una actuación intachable en lo musical, con una banda perfectamente engrasada, en la que particularmente el baterista rayó a excelso nivel, pero la sensación de que se echaba en falta un punto de pasión y locura lastró ligeramente el concierto. Con todo, muy defendible show, que sirvió además para reforzar su flamante Three Bells (24), que sobre las tablas sonó bastante más convincente.

Tarque, a renglón seguido, plasmó impecablemente con su actuación ese gusto por lo crudo y afilado que distinguen Vol.2 (2023). Mucho más cerca ya de, por ejemplo, unos Judas Priest que de The Black Crowes, inevitable referencia de rock sureña que se asocia a su andadura con M Clan, el concierto tal vez no deparara ningún momento extraordinario (“Bombas En Son De Paz” o “Flores Del Acantilado” no se quedaron lejos), pero tampoco perdió fuelle; todo fue muy equilibrado y competente, realzado además por un sonido espectacular, lo que no es muy habitual, por desgracia, donde tocó, el segundo escenario. En fin, podrá gustar o no, pero ante un tipo que inyecta más mordiente y agresividad a sus discos con cincuenta años que con veinticinco hay que alzar el pulgar.

Faltan pulgares y manos, e incluso palabras, aunque lo intentaremos, para expresar lo que Jane’s Addiction, cita estelar de esta primera jornada, regaló a sus fans con su despliegue. Las referencias eran inmejorables tras sus conciertos de esta gira de reunión, pero pocos podíamos intuir que Perry Farrell, Dave Navarro, Eric Avery y Stephen Perkins se descolgarían con, directamente, uno de los conciertos más memorables y conmovedores de la historia de este festival. “Up The Beach”, sugerente corte inicial de Nothing’s Shocking (88), y seguramente también corte inicial del rock alternativo de los 90’s, fue la encargada de abrir y de comenzar ya a poner a la audiencia en órbita. Se trata de una de las canciones de cariz introductorio más fascinantes que se han grabado nunca, aunque continúa costando disociarla de la descomunal “Ocean Size”. Pese a todo, “Whores”, que fue la que la sucedió, no desentonó, y permitió establecer ya la primera radiografía del estado actual de la banda sobre un escenario: una maquinaria instrumental excelsa, en absoluta plenitud, al nivel o casi de su época de esplendor, y un Farrell más alejado de su pico de esplendor vocal, más humano, más discutible y, a la vez, probablemente, más evocador y querible que nunca.

Quien pretenda disfrutar de ese torbellino de sus primeras giras, con su aplastante carisma y su inimitable singularidad, que, por ejemplo, y sin ir muy lejos, vea los dos primeros y soberbios episodios de la reciente miniserie documental Lolla: The Story of Lollapalooza, porque en esta gira no va a encontrar nada de eso. Mucho más estático y contenido, moderando sus falsetes agudos,  tirando de registros más graves y con un aire entre lo caótico y ensimismado, el Farrell actual imprime un tono más oscuro, más crepuscular, a la puesta en escena de Jane’s Addiction, y si bien al principio el desconcierto es inevitable, y se añora la mordiente perdida (muy palpable esto en “Ted, Just Admit It”), el desarrollo de la actuación, que ya empezó muy arriba pero acabó en el mismo cielo, permitió confirmar que la grandeza de la banda y su capacidad de seducción permanecen intactas. “Jane Says” sonó como lo que es, una exquisitez atemporal, y aún mejor, más embriagadora, emergió “Summertime Rolls”, tal vez lo más hechizante y mágico de todo el set. La superlativa “Three Days” con su progresiva intensidad fue un momento de histeria colectiva, en “Ain’t No Right” la sobrehumana base rítmica de Avery y Perkins refulgió especialmente y “Ocean Size” fue otra cumbre, un completo festín para los sentidos, un absoluto deleite.

Mientras con las aclamadas y eficaces “Stop!” y “Been Caught Stealing”, y la orgía percusiva de “Chip Away” a modo de cierre, el público estaba absolutamente rendido a la causa, Farrell, que entró a escena tocado por un sombrero y una especie de poncho oscuro, con un look fascinante de desalmado mercenario de western de serie B, bajó a las primeras filas a compartir su inseparable botella con los fans. Cabe pensar que lo que regaló allí no fue vino, sino más bien su sangre, su espíritu, todo lo que queda de él, y que tal vez nunca haya estado tan a nuestra disposición en un estado tan puro y primario. Su característica gestualidad ha quedado sepultada bajo las cirugías, pero no cuesta encontrar, tras esa carcasa quebradiza, bajo la mella de esa vejez a la que tanto se resiste, al niño que nunca dejó de ser. Enternecía verle sonreír, con tanta sinceridad y dicha. Ya lo dijo alguien: nada brilla más que una estrella a punto de apagarse.

VIERNES

Con el listón en la estratosfera colocado por Jane’s Addiction el día anterior, el viernes se presentaba como la jornada más maravillosamente contundente y frontal del festival. De Bala, nada más abrir las puertas, hasta el colofón de Demolition 23 la ráfaga de trallazos en forma de conciertos, sin solución de continuidad, parecía impedir casi pestañear, al menos a priori. Las gallegas abrieron fuego y ofrecieron un concierto en su línea, con esa brutalidad entre el metal, stoner y grunge que les caracteriza. Anxela Baltar, guitarra y voz principal, y Violeta Mosquera, con las baquetas, contaron con la colaboración especial de la bajista de Nashville Pussy, detalle tan pintoresco como innecesario, ya que ellas dos se bastan y sobran para sonar como un cañón, como así demostraron en un concierto tan conciso como rotundo, y que sirvió de perfecto aperitivo para lo que se avecinaría.

La siguiente banda en comparecer serían los infalibles Redd Kross, que afortunadamente se desmarcaron de la tendencia visible en sus últimos setlists de ningunear sus mejores discos. Ataviados con elegantes trajes, el tramo inicial lo dominó el estimable Researchin’ The Blues (12), pero fue el tramo central, con prevalencia de sus cimas de los 90’s, cuando aquello verdaderamente deslumbró, y nos mostró a unos hermanos McDonald en plena forma. La excelencia melódica de “Mess Around” y la pegada de “Jimmy’s Fantasy” fueron lances extraodinarios, pero para el recuerdo, en términos de magia, fue su manera de acometer “Annie’s Gone”, con un bonito pañuelo cubriendo la cabeza de Jeff, convertido en improvisado fantasma, y Steve desplegando su habitual intensidad. A subrayar también el excelente papel en la batería de Dale Crover, miembro original de los Melvins.

A continuación, L7 protagonizó otro de los momentos más esperados del festival. En la retina aún permanecía su formidable actuación de 2015, que pese al lastre de un sonido manifiestamente mejorable se impondría como uno de los más especiales de aquella edición. Con el aliciente añadido del repaso íntegro de su aclamado Bricks Are Heavy (92), y que interpretarían en escrupuloso orden, sin embargo los tres primeros cortes no ahuyentaron los fantasmas de la pésima ecualización sufrida hace nueve años. Se hacía duro escuchar canciones tan buenas con un sonido tan enmarañado y, en este caso, también flojo, desmayado. Todo mejoró radicalmente con “Diet Pill”, y que directamente fue el cénit del set, con esas guitarras tan pesadas y arrastradas. Fue en esa faceta, la más densa (notable también “Mr. Integrity”) donde la formación angelina resultó más convincente. No tanto en las más feroces, como “Shove”, “Andres” o “Fast And Frightening”, que llegarían en el segundo tramo, y donde se echó en falta más ferocidad. Una cierta sensación de falta de vértigo y contundencia minimizó ligeramente la experiencia, pero el concierto, con todo, fue disfrutable, y la bajista Jennifer Finch estuvo especialmente entusiasta y entregada a la causa.

Y llegaría el momento más controvertido, la entrada en escena de Arde Bogotá. “Clávame Tus Palabras” fue el pistoletazo de salida, y muy pronto se comprobó que aquí no habría ningún tipo de limitación en cuanto a ímpetu y mordiente. La banda, encabezada por un magnético Antonio García, luciendo pantalones moteados y enfundado en una camiseta de Camarón, salió a matar, y su frontman no dejó en ningún momento de sentirse honrado y mostrarse agradecido por integrar este festival. Casi sonaba a justificación, a innecesaria justificación, porque cuesta encontrar a una banda joven española, más allá del perfil de público que pueda arrastrar, que se mueva en unas coordenadas sonoras más compatibles con el Azkena Rock Festival. Lo único imputable a la actuación fue que la guitarra no sonaba con el empaque del estudio, costaba distinguir por momentos las melodías y riffs tan interesantes que prodiga este grupo. Pero lo cierto es que en toda su paleta de texturas los de Cartagena rayaron a espléndido nivel. “Exoplaneta” fue un prodigio de emoción y finura, “Cowboys De La A3” sonó a pequeño hinmo y la traca final con “Los Perros” y “Abajo” fue directamente una de las cumbres del festival, imposible acabar más arriba, con toda la banda completamente arrebatada, eufórica, como un vendaval, hasta el punto de atacar un “Rock And Roll” (Led Zeppelin) que no estaba en el guion. Triunfadores indiscutibles.

Y no, lo de 2005 es imbatible, aquello fue uno de los conciertos más arrasadores de la historia del festival, pero Queens Of The Stone Age fueron otros que saldrían reforzados, y que mejorarían las prestaciones de sus anteriores visitas. Con un espectacular juego de voces y un sonido, aquí sí, inmaculado, Josh Homme exhibió su singular chulería y regaló a sus fans su habitual carisma. No es su principal virtud, pero como vocalista parece cada vez sentirse más cómodo y seguro, e incluso regodearse en ello, con hasta ramalazos de crooner que enriquecieron mucho la experiencia. Cuesta creer cómo discos a tantos años luz del mejor nivel creativo de esta banda, como …Like Clockwork (13) o el reciente In Times New Roman (23) gozan de tanto favor crítico, y cuesta asumir que entre ambos acaparen medio setlist, pero lo cierto es que su defensa fue muy sólida. Aunque obviamente fue cuando tocaron material de la primera época cuando aquello marcó diferencias: “The Lost Art Of Keeping A Secret”, una inesperada “You Think I Ain’t Worth A Dollar, But I Feel Like A Millionaire“ y una “Song For The Dead” que sonó pervertida, incluso caricaturizada por momentos, sin la abrasión percusiva que le imprimía Dave Grohl, pero que resultó un impecable broche a un notable show.

La jornada maratoniana de conciertos de alto voltaje parecieron hacer mella entre la asistencia, y la afluencia de público menguó considerablemente para presenciar la guinda final con Demolition 23. Comprensible, pero craso error: Michael Monroe ofrecería su enésima exhibición escénica y el mejor concierto del día. Producido por Little Steven, el disco homónimo de esta banda, de 1994, es una obra de culto tan infravalorada como desequilibrante en la amplia trayectoria de Monroe; cuesta encontrar un disco superior a éste en su carrera tanto en solitario como con los Hanoi Rocks. La frescura y pegada de las canciones fueron impecablemente plasmadas en vivo, “Nothin’s Alright” y “Hammersmith Palais” provocaron el delirio y Samm Yaffa y Nasty Suicide lucieron perfectamente engrasados, pero lo de Monroe merece capítulo aparte.

Con una forma física inaudita a sus 62 años, que incluso le permitió escalar una columna del lateral del escenario y cantar allí, ante la incredulidad de su parroquia, su despliegue vocal y actitudinal quedarán para el recuerdo. Dos lances en particular fueron de otro mundo: su versión de los Dead Boys de “Ain’t It Fun”, ejecutada con armónica y toneladas de emoción, y “You Crucified Me”, la que es probablemente la canción más memorable de este proyecto junto a las citadas, donde se colocó una gorra y unas gafas de sol y comenzó a reptar por el suelo y emular un via crucis. Difícil encandilar más; imposible, para esta segunda jornada del festival, terminar mejor.

SÁBADO

La tercera y última jornada se presentaba con un perfil más bajo en cuanto a energía y decibelios, pero, inesperadamente, Glen Hansard, en el tramo inicial, se encargó de desmentir esto con un concierto apabullante, rebosante de pasión, y con un filo punk y harcore que cuesta intuir escuchando los más que interesantes discos de este sujeto. Conviene recordar que, además de habitual escudero en las giras de Eddie Vedder, este barbudo irlandés aparecía en dos películas muy atinadas: The Commitments, del nunca suficientemente ponderado Alan Parker, y Once. En los últimos años se ha labrado una carrera muy digna, entre el country y el folk, y desde luego no pudo empatizar mejor con el perfil medio de asistente al Azkena. Sabedor del festival donde tocaba, Hansard afiló su repertorio hasta límites insospechados, llegando a una recta final palpitante, espectacular, frenética, con un encadenado de “Revelate” y “This Gift” donde nuestro protagonista parecía poseído por una fuerza superior, echándose cerveza por la cabeza, y provocando el estupor entre los fans. A diferencia de jueves y viernes, donde lo más climático llegó al final, no sería descabellado afirmar que el culmen del sábado fuera aquí, justamente aquí.

Porque el resto del día se movió entre una serie de actuaciones de diverso vuelo, prescindibles algunas, muy llamativas otras, pero ninguna, excluyendo una en la que nos detendremos al final, dio la sensación de resultar diferencial o particularmente memorable. Por ejemplo, tanto Detroit Cobras como Pleasure Fuckers comparecieron sin sus vocalistas originales, Rachel Nagy y Kike Túrmix, y aunque el vacío en ambos casos fue perceptible, los segundos parecieron disimularlo mejor y mostrar más determinación en su puesta en escena.  A los Psychedelic Porn Crumpets también les sobró pundonor, y suyo fue uno de los mejores conciertos del día, con su mezcla de garage y rock psicodélico que sonó como un tiro y fue interpretado con admirable nervio. En términos similares se movió la actuación de All Them Witches, una banda que bascula entre el blues rock y el stoner, y que defendió su propuesta con mucho brío y una muralla de sonido hipnótica y arrasadora por momentos, más exigente y hermética en otros. Warren Haynes, por su parte, exhibió sus facultades vocales y, sobre todo, su virtuosismo con la guitarra, pero costó encontrar gancho y chispa a su concierto. Mavis Staples, leyenda del soul, por su parte, deslumbró vocalmente, con una garganta aún poderosísima a sus 84 años y un encanto sobre las tablas, bien atacando su repertorio o sentándose a paladear una infusión, muy especial.

Lo más decepcionante llegaría ya en la recta final, con Band Of Horses. Loable el esfuerzo del festival por cerrar esta contratación, única fecha en Europa de la banda, pero el resultado distó mucho del esperado. Con un sonido flácido, una puesta en escena muy justita y un carisma general bastante limitado, los de Seattle ofrecieron una actuación en líneas generales bastante anodina, donde la intensidad emocional y el hermoso aura de su cancionero apenas asomó. En este caso problema de repertorio no fue, ya que Cease To Begin (07), su obra magna, fue la más representada. Por ahí ninguna objeción. Pero dolía escuchar temas tan inspirados como “Is There A Ghost” tan deslucidos. La cosa pareció mejorar un poco hacia el final, con una “The Funeral” bastante correcta, pero la sensación de que el escenario principal y la condición de cabeza de cartel les había quedado muy grande fue tan dura como inevitable.

Quien en cambio paseó su condición de estrella de jornada con autoridad y suficiencia fue Sheryl Crow. Apetecía verla, mucho, máxime teniendo en cuenta lo poco que se prodiga por aquí. Era una cita diferente, especial. Y desde luego demostró que es mucho más que un pequeño icono de los videoclips 90’s, aunque eso ya lo hizo desde el primer momento, labrando una carrera más que sólida y que se prolonga hasta la actualidad. Curiosamente, los momentos más prescindibles de la actuación coincidieron, al menos en su recta inicial, con sus hits, temas resultones pero de aire inofensivo (“Leaving Las Vegas”, “All I Wanna Do”) y que siempre han dado una dimensión imprecisa del talento de esta mujer. Mucho más convincentes y rotundas, con el sonido más excelso probablemente de todo el festival, resultaron por ejemplo “Real Gone” o “Evolution”. En esta última, y con todo el sentido del mundo, la estadounidense mostró su angustia ante la creciente presencia en nuestras vidas de la inteligencia artificial, e instó al público a elevar sus vasos hacia el cielo en señal de conformidad. Aprovechó entonces para deslizar una confidencia: su taza no contenía lo que parecía, té, sino bourbon. Nunca sabremos lo que bebió durante la actuación, pero desde luego aquello terminó con ella radiante, en visible sintonía con su público, y con un bonito encadenado del que probablemente sea su mejor obra, C’mon C’mon (02), con “Soak Up The Sun” y “Steve McQueen”.

Y esto, más o menos, fue todo. Destacar también que bandas formidables como Black Halos o Tiburona también lucieron sus mejores virtudes en Mendizabala, y que hubieran merecido más desarrollo en estas líneas si no se hubieran solapado con otras citas ineludibles. Y por supuesto, ratificar el excelente estado de forma de las carpas Thrashville, donde, entre otros, los incombustibles Sírex exhibieron su habitual y contagiosa energía y Manuel López, líder de Hotel Valmont y de uno de los mejores proyectos nacionales de este año, Veracruces, demostró que es uno de los talentos en la sombra más reivindicables de la actualidad. La fabulosa pinchada al filo del alba en una de las carpas, ante los indesmayables crápulas que aún se mantenían en pie, de un par de representantes del foro del festival, y que homenajeaba su XX aniversario, dio el perfecto carpetazo a otra edición inolvidable del festival más necesario de este país.

Fotos Azkena Rock Festival: Óscar L. Tejeda, Jordi Vidal, Paco Poyato

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