Beck – One foot in the grave (Lliad)

Coincidiendo con el decimoquinto aniversario de la edición original de One foot in the grave, el propio y mismísimo Beck nos regala una edición de lujo con nada menos que 16 temas adicionales, la gran mayoría inéditos. Una oportunidad también de lujo para descubrir o rememorar al inefable músico californiano en sus comienzos más acústicos y provocadores; una razón más para definir a Beck como una pieza clave de la evolución musical de las últimas dos décadas.

A estas alturas de su carrera, Beck ya ha dejado claro que no tiene nada que demostrar a nadie que no sea a sí mismo, y cada uno de sus discos es un acertado ejercicio de genio musical y capacidad para reinventarse. A pesar de su estatus icónico, no se ha relajado ni un poquito y sigue buscando nuevos territorios, a veces con acierto y a veces estrellándose un poco.

En este sentido es interesante recuperar ahora a aquel chaval que cantaba sus extrañas pesadillas suburbanas con una guitarra abollada y cara de perro triste, en un set de más de treinta canciones que, a pesar de su gran homogeneidad, siguen dejándose escuchar y siguen despertando el mismo sorprendido interés que en su primera escucha.

Grabado evidentemente en algún sótano perdido de algún barrio residencial perdido (concretamente, en el sótano del propietario de K Records, Calvin Johnson), el álbum destila de manera bien ruda las esencias folk, con ese estilo sucio y cuasi-punk que se hizo más famoso en el posterior e inmensamente exitoso Mellow Gold (aunque en realidad One foot in the grave se grabó casi un año antes; pero no fue publicado hasta después de que el enorme impacto de “Loser” despertara el interés del público), y que en posteriores álbumes han ido quedando más diluidas o aisladas. Acompañado como siempre por letras cuyo ingenio e ironía han hecho que se le compare con Bob Dylan, esta reedición del primerísimo Beck conforma un disco que es prácticamente imprescindible escuchar ya no sólo para entender la carrera de este genio de la música, sino para entender la propia música.

Y para disfrutar un buen rato, por supuesto.

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