Coldplay – Estadi Olimpic Lluis Companys (Barcelona)

En la noche del viernes Coldplay volvía de nuevo a Barcelona, nada menos que por tercera vez en un año. Demasiada insistencia, podría pensarse, pero la verdad es que cada vez que se acercan a Barcelona hacen un llenazo, sin importar las dimensiones del recinto. Y la de ayer fue de órdago: 63.000 personas, extasiadas, entregadas a esas pegadizas (a veces pegajosas) baladas-himno que la banda británica sabe facturar como nadie.

El concierto empezó con toda la artillería: al acabar la cuarta canción, ya habían sonado una potente versión de “Clocks” y un “Yellow” muy festivo, acompañado de lanzamiento de globos y demás atrezzo. Caramba, qué chulo, podía uno pensar, ¿pero qué van a hacer ahora estos tipos con tanto escenario y tanto público, si no llevamos ni veinte minutos y ya han tocado todas sus canciones buenas? Pero como los sesenta y pico mil aguerridos fans que allí se encontraban tenían más ganas de fiesta que nadie, el espectáculo continuó. Confetti, fuegos artificiales, láseres, pantallas gigantes, algún tema destacable (“Fix you”, por ejemplo) y un Chris Martin que se dedicó a corretear arriba y abajo por el gigantesco escenario que le habían montado.
En suma, tremendos esfuerzos y un histórico dispendio de medios para encumbrar unas canciones y unos músicos que, seamos bien claros, no dan para tanto ni de lejos. “Viva la Vida”, su nuevo éxito, es una canción cansina y flojilla, pero eso no impidió que el público rozara el cielo y que Martin, presa de delirium, se derrumbara extasiado al terminar la canción. Por desgracia, él no es ni Mick Jagger ni Axl Rose, y como frontman resulta algo desmayado. Sus correrías tienen más de coreografía mal ensayada que de explosiva energía y todo acaba pareciendo bastante forzado, pero en cambio sabe de sobra cómo tocar la fibra sensible de un público con ganas de reírle cada una de sus gracias y de perdonarle lo que sea (excepto, en ocasionales pitadas, los problemas de sonido que lastraron un tanto el concierto). Con un poco de catalán bien elegido y su humilde simpatía supo ganarse a un respetable cuyo éxtasis colectivo resultaba bien llamativo a la vista de la mediocridad del espectáculo.

Para añadir un poco de variedad a la monótona letanía de himnos de bar y arreglillos vocales, el concierto incluyó algún momento acústico, en que la banda ocupó un diminuto escenario situado en mitad del público. Incluso los fans debieron aburrirse un tanto con unas canciones que bien arregladas y a plena potencia son resultonas, pero que en acústico no son prácticamente nada. El estilo mesiánico de Chris y los suyos tampoco pega muy bien con el rollo intimista… así que poca cosa. A destacar únicamente una excelente versión acústica de “Billie Jean”, en homenaje a Michael Jackson (si, igualito que hizo Madonna), un gesto comercialmente necesario y algo repelente, pero que fue una de las mejores canciones de la noche.

En la apoteosis de la noche del viernes Coldplay seguramente sellaron su entrada en el selectísimo club de los dioses del pop, y hoy ya ocupan su lugar junto a U2, Madonna, Justin Timberlake y demás amos del cotarro. Pero que quede claro: es humo. Coldplay son suficientemente buenos como para acercarse a verlos en una sala pequeña y llevarse un buen sabor de boca, pero no dan para más. Para nada más; todo el resto es gigantismo, propaganda, láseres y maquillaje.

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