Dani Llamas (Cartuja Center CITE) Sevilla 08/03/24

Los títulos hablan por sí mismos: Sangre (2023), A fuego (2022) y La verdad (2020) conforman una trilogía marcada por un manifiesto artístico a bocajarro, lanzado desde las vísceras, pero donde todo está, al mismo tiempo, meditado y muy cuidado. Han tenido que transcurrir casi cuatro meses desde la publicación del último álbum de Dani Llamas (apellido real, no artístico, aunque lo pueda parecer para redundar en la potencia de las palabras) para que lo presentase oficialmente en su ciudad de adopción, Sevilla. Y lo hizo a lo grande, acompañado de una banda de clásicos de la escena hispalense -y jerezana- como Rafa Camisón (batería), Manuel Mateos (guitarra), Juano Azagra (guitarra y teclados), Koe Casas (teclados) y Marco Serrato (bajo, portando una gloriosa camiseta de Killing Joke con las iniciales del grupo británico haciendo de hoz y martillo).

No era el último vals, sino el primero de esta gira, pero el también líder de los re-reivindicados GAS Drummers, invitó al escenario a un buen número de colegas que dieron más lustre al evento. También hubo una ausencia sensible, la de Rocío Márquez (quien hace voces en la mayor parte de cortes del último disco), pero se suplió de tal manera -a menudo con el arrojo vocal de un Llamas entregadísimo- que llegamos a olvidarnos de ese factor. Tras calentar motores con “El color de los días”, “Solo en lo profundo”, “Se canta a lo que se pierde” y “Entre la maleza”, el primer invitado fue Raúl Cantizano, quien añadió su guitarra flamenca a “Campanas del olvido” y “Una moneda al aire”. Cuando salió el mítico Tomás de Perrate a convertir “Fui piedra”, uno de los temas más recordados de “La verdad”, en dueto, fue como cuando The Band invitó a Muddy Waters en “The Last Waltz” (si nos vale seguir explotando la comparación con la icónica película de Martin Scorsese).

Conviene detenerse aquí. Lo que expone Dani Llamas en esta trilogía no es la típica fusión entre rock y flamenco, sino un encuentro bastante natural y orgánico entre el sonido punk-core que siempre ha mamado el jerezano y una raíz flamenca que le brota por dentro, y que adquiere aún más consistencia por unos textos que apelan a la memoria histórica -interesantísimo lo que cuenta en “Caulina”- y al sufrimiento de un pueblo, a la dignidad de los desposeídos y la sed de justicia, a las fatigas existenciales con las que todos aquellos que estamos por debajo de la clase media tenemos que batallar día a día. A menudo, invocaba esa idea con su puño izquierdo en alto: el gesto que más repitió a lo largo del concierto. Por momentos, su banda en el escenario parecía unos Drive-By-Truckers cantando historias de otro “Dirty South” (el nuestro) y él un Steve Earle andaluz electrificando toda su rabia, construyendo su propio folk-rock de la frontera.

Las apariciones de Ramón Rodríguez (The New Raemon) en “Ya no siento los golpes” y “La guerra ha terminado” y del chileno Sebastián Orellana en “De mi propia voluntad” sirvieron para distender un poco la gravedad de los mensajes e introducir cierto humor en escena, cosa que se hizo más evidente con la descacharrante entrada de Paco Loco. El asturiano enseñó, cómo no, su parte de hucha, pero cumplió su función de forma bastante comedida en la recta final, sumándose a la banda en los tres últimos temas del concierto: por orden inverso: “Trilla del tiempo”, “Sangre” y “Ruido que nunca calla”. Esta última fue la más intensa de la noche, y contó también con la desgarradora aportación vocal del cantaor Sebastián Cruz, quien la elevó al cielo y dejó resonando sus palabras: “¡Viva la alegría, muera la ignorancia!”.

La noche del 8 de marzo pudimos escuchar la música de un país en llamas (valga el juego facilón con la obra magna de Radio Futura), sabiéndola tan necesaria como asumiendo la conciencia de su condena a lo marginal. Alguien me contó que, en la última Feria de Abril, en la que invitaron a Llamas a ofrecer un concierto por sevillanas en una caseta privada, una pareja pija marchó espantada al grito de “¡sevillanas de izquierdas! ¡vámonos de aquí!” A esta presentación, que al principio se iba a celebrar en el insigne Teatro Lope de Vega, la relegaron finalmente a una sala secundaria del Cartuja Center, ya que la principal estaba ocupada por Sara Baras. Pero pienso que el gran triunfo de la noche fue ver a un público atento y entregado que comprendía todos los rangos de edades: había desde niños a jubilados. Una gran velada para resistir en comunidad, para entregarse al abrazo movilizador y redentor del rock.

Fotos Dani Llamas: cedidas por Francis Pérez Leal

 

 

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