Duelo de Discos V: Phil Collins vs Röyksopp
Un mes más seguimos con esta aventura titulada Duelo de Discos. Un enfrentamiento sin sangre que protagonizan Juanjo Frontera y Fidel Oltra. Para quienes no conozcan todavía la sección, se trata de un desafío mutuo a reseñar discos fuera de sus respectivas zonas de confort. Un juego divertido, que esperamos también lo sea para vosotros, pero al mismo tiempo estimulante, ya que obliga a explorar nuevos territorios, a ampliar horizontes y a desarrollar nuevos puntos de vista. Este es el quinto duelo ya, así que si te has perdido los anteriores te dejaremos los enlaces al final del artículo.
En el duelo de abril se enfrentan dos discos que se llevan veinte años de diferencia y no pueden ser más distintos. Son:
Phil Collins – Face Value (1981)
Röyksopp – Melody A.M. (2001)
Si quieres saber el resultado del duelo, ¡sigue leyendo!
Phil Collins – Face Value (Virgin, 1981)
Vaya, le toca el turno a una de mis bestias pardas. Ese señor dicharachero, calvete y vestido como si fuera un vendedor de seguros amigo de tus padres que hacía como que cantaba en playback con una baqueta de batería en lugar de micro. Ese señor omnipresente en los ochentas y noventas del siglo pasado del que no llegué a escuchar plenamente consciente ningún álbum, pese a que a una novia mía le encantaba y lo ponía a rabiar y los reyes magos tuvieron la falta de delicadeza un año de regalarme un vinilo suyo que se titulaba “Ahora en serio”. Phil Collins, señoras y señores. Phil fuckin’ Collins.
El disco que ha elegido Fidel, menos mal, es Face Value. El que quizás tenga más valor histórico en términos pop de todos los que hizo. Un primer disco en solitario que era el paso lógico, si me apuran, tras su traslación de batería de Genesis a frontman cuando Peter Gabriel decidió abandonar el barco. No contento con demostrar que él podía ocupar el lugar de una bestia parda escénica como esa, decidió que también tenía mucho que dar en un formato canción para el cual no le daban tanta cancha como él pretendía sus otros compañeros de grupo, Tony Banks y Mike Rutherford. Y es que ahí, egos había para llenar varios contenedores del puerto.
Collins, además, venía de colaborar con muchos otros músicos: Mike Oldfield, Brian Eno, John Cale o, sobre todo, John Martyn, el excesivo, excéntrico y absolutamente brillante músico folk con el que grabó Grace And Danger, un disco que le resultó de lo más inspirador. Todo eso, unido a su divorcio de su por entonces esposa, Andrea Bettorelli, fue un caldo de cultivo excelente para que Collins comenzara a pensar en verter en canciones todo lo que llevaba dentro. Que era mucho y muy intenso, por cierto.
Hay que decir que su bagaje musical era más que variopinto. Además de formar parte del combo de rock progresivo por excelencia (con permiso de King Crimson y Yes), era un gran aficionado al soul de Motown, al pop de los sesenta, con los Beatles en cabeza, claro, o al jazz. Además, siempre fue alguien que no se ponía cortapisas. Y quizás ahí resida el secreto de su éxito, quién sabe. En todo caso, se puso manos a la obra y comenzaron a brotar ideas. Pero una de ellas, en concreto, fue la que le cambió la vida.
Nadie sabe realmente de qué va “In the air tonight”. Hay leyendas urbanas para todos los gustos. Que si va de que una vez Phil vio a un tipo ahogarse y no hizo nada para salvarlo, que si va de la hostia con la mano abierta que le iba a dar al tipo que estaba viéndose con su ex-mujer… nadie lo sabe. Sí que parece ser que la ira por el proceso de divorcio tuvo mucho que ver en la amargura opresiva que se desprende de su grabación, pero es todo mucho más complejo. Sobre esa composición en re menor comenzó a trabajar con su colaborador (que acabaría siendo habitual) Hugh Padgham en diferentes ambientaciones.
El patrón que la caja de ritmos Roland CR-78 proporcionó le dio esa atmósfera opresora, de rabia contenida, que es el principal atractivo de una canción que va in crescendo hasta que, ¡zas!, aparece la batería. Y ahí, justo ahí, reside toda la historia de Phil Collins fuera de Genesis. Sobre todo, la que estaba por venir. Millones de discos vendidos y convertirse en el icono del pop más alejado de la imagen de un icono del pop que ha habido jamás. Ese redoble en el minuto 3:40, ese fabuloso momento de tensión que ocurría pasado generosamente el ecuador de la canción, cambió no sólo el futuro de nuestro hombre, sino las reglas del juego en el pop. Esa compresión que usaron él y Padgham para darle el impacto contundente que siempre escuchamos y nos fuerza a hacer air drumming SIEMPRE que suena en la radio, se convertiría en religión, en dogma de fe, para prácticamente todas las grabaciones de los ochenta. Había que sonar como Phil Collins. O si no, la mierda.
Y, caramba, cómo se nota que hablamos de una leyenda del prog, llevo un tocho que no veas escrito y aún no he hablado exactamente del disco que me ocupa. “In the air tonight”, que como todas sabemos se convertiría en uno de los temas más exitosos de la historia del pop, abría un disco titulado Face Value, que si lo buscan en streaming verán que muestra en su portada a un Phil Collins madurote, pero remasterizado, en contra de la original, que mostraba a un Phil Collins con cara de señor divorciado que no debe ponerse esa foto por nada del mundo en su perfil de Tinder.
El disco, tras el aluvión de “intensismo” que propinaba su apertura, continuaba con otra buena canción, la romántica “This must be love”, de nuevo reposada y con caja de ritmos al frente, pero menos intensita. A partir de ahí, empezaban los cambios: “Behind the lines” pretendía ser una reescritura del “ABC” que The Corporation compusieron para los Jackson Five. Menos interesante, la verdad, que las anteriores, pero pasable ejercicio soul-funk-pop, pese a todo. Y lo curioso es que está compuesta junto a sus compañeros de Genesis, Mike y Tony. Sirvió de entrada para el último disco de la banda, Duke (1980), y aquí se ve revitalizada con vientos.
“The roof is leaking” era una pieza desnuda a piano, de ambientación nocturna y toque de blues otorgado por un slide sutil que sobrevuela una pieza que, oiga, tampoco está mal, y precede a la entrada en el terreno más, digamos, experimental del disco, que aporta la instrumental (y africanista) “Droned”, que empareja con la también instrumental “Hand in hand”, algo más soul ésta, a la hora de aportar una diversidad que no esperábamos en absoluto en un disco tan pretendidamente pop.
La cosa vuelve a sus derroteros con “I missed again”, brillante pieza de blue eyed soul que demuestra que tanto en habilidades compositivas, como en capacidad vocal, Phil iba sobradito. No tanto podemos decir de lo más cursi del lote, la melodramática hasta el paroxismo balada “You know what I mean” que, la verdad, no pasaría nada si no estuviera aquí. Sobre todo porque llega “Thunder and lightning”, otro ejercicio de soul pop que demuestra que en este terreno se siente nuestro amiguete más que cómodo, igual que en el pop a-la-beatle que ofrece “I’m not moving”, otra pieza de lo más resultón y que abre camino al final de este tour de force: otra baladita propia, “If leaving me is easy”, que esta vez sí que dice algo más. De hecho, fue un pequeño éxito y con el paso de los años ha servido para amenizar maravillosamente salas de espera de dentistas y ascensores de hotel.
Y como colofón, como no podía ser de otra manera viniendo de alguien tan atrevido como nuestro Felipe, una versión de los Beatles, pero no cualquiera, no. Aquella que John Lennon escribió basándose en el libro tibetano de los muertos, usando una sóla nota durante toda la canción y que cerraba Revolver, uno de los discos más relevantes del cuarteto de Liverpool. Un “Tomorrow never knows” al que, sorpresa, Phil hace justicia aplicando todas esas compresiones y baterías poderosas que han ido presentándose a lo largo de este disco que, la verdad, no puedo decir que me haya disgustado, de hecho tras escucharlo gracias a Fidel lo compré en cd (por dos euros, eso sí) y aunque no creo que lo escuche muy habitualmente, sin duda me lo pondré en casa cuando lleve un par de birras de más y quiera hacer air drumming un ratito. Yo también puedo sentirlo en el aire, Phil.
Juanjo Frontera
Röyksopp – Melody A.M. (Wall of Sound, 2001)
A riesgo de repetirme, debo darle la enhorabuena a mi compañero Juanjo, un mes más, por haber adivinado de una manera tan precisa todos mis puntos débiles. El disco de este duelo, el debut de los noruegos Röyksopp, aglutina varios estilos en los que me cuesta entrar: el Downtempo, el Ambient, la música electrónica instrumental… Sin embargo, es un disco que he visto recomendado en muchas listas, algunas bastante prestigiosas y generalistas, no solo de música electrónica, así que tenía mucha curiosidad por ver qué tenía que ofrecerme este Melody A.M. Un título que a mí me sugiere nocturnidad y duermevela, que me recuerda a esos ratos de insomnio en los que echas mano de un disco suave y envolvente para tratar de volver a pillar el sueño, o al menos de tranquilizar los sentidos.
Este disco sale en agosto de 2001 (supongo que en Noruega) o en septiembre de 2001 según las fuentes (me imagino que en otros países). La fecha es interesante; más o menos, días antes o días después de que cayeran las Torres Gemelas en Nueva York. Los americanos clamaban por un héroe salvador y se encontraron meses después con el The Rising de Springsteen, mientras que otros nos quedamos paralizados por el miedo y buscábamos calma y sosiego. Bien, este disco proporciona ambas cosas. Y también me da la razón en cuanto a la interpretación, personal e intransferible, que de su título he hecho en el párrafo anterior.
De entrada me recibe un etéreo tema denominado “So easy”. Vamos bien porque me recuerda algo al Trip-Hop de grupos como Portishead (que me gustan) y porque veo en los créditos a unos tales Bacharach y David. Por curiosidad, busco el motivo: resulta que los coros que se escuchan en la (casi) única aportación vocal a la pieza “samplean” un viejo tema de Bacharach/David que grabó Brook Benton a principios de los 60. “So easy” muestra además unas cartas que Röyksopp jugarán durante casi todo el disco: las de la repetición. Un recurso muy usado en temas dance y ambient, pero que no es ajeno al pop (esos estribillos, esas eternas y gloriosas codas finales…alguien debería escribir un libro sobre el poder de la repetición en la música). Una especie de llamada telefónica nos conduce entonces a “Eple”, una canción que vuelve a jugar con la repetición de patrones rítmicos y melódicos, con una textura similar a la de un videojuego de los 90. De hecho, “Eple” es “Manzana” en noruego y Apple lo aprovechó para usar una sección de la canción como uno de los sonidos de su Mac OS X en nosequé versión. Además parece ser que también se utilizó realmente en un videojuego, así que mi intuición no me ha fallado, en este caso.
“Sparks” ofrece la novedad de introducir una voz femenina que surge casi de la nada, como un fantasma, para repetir una estrofa como si fuese un viejo mantra ancestral. El efecto es inquietante y cinematográfico a la vez, lo que nos lleva de nuevo, de forma más o menos sutil, a Portishead. Hacia la mitad de los cinco minutos que dura la canción hay una variación que sacude al oyente y capta de nuevo su atención. Un final magnífico, la verdad. Después de “In space”, una de esas piezas instrumentales con vocación de abrazar y acompañar esa duermevela antes mencionada, me encuentro a Erlend Oye, de Kings of Convenience, poniendo su voz en “Poor Leno”. Es curioso que la parte vocal sigue un sendero muy similar al de “Sparks”, aunque la canción es más bailable y menos atmosférica.
La parte central se me hace algo más pesada, sobre todo por los 8 minutos de “Röyskopp’s night out”. Es demasiado tiempo para que mi atención se centre, sobre todo por la ausencia de voces y melodías reconocibles. El problema soy yo, seguramente, mis oídos están poco entrenados en este tipo de música. Para compensar, “Remind me” se parece más a lo que yo espero de una canción. De nuevo la voz de Erlend Oye, esa natural familiaridad que, curiosamente, en este caso consigue que la canción se me haga corta.
Solo quedan dos temas y empiezo a sentirme cómodo en este envoltorio donde el plástico y lo orgánico conviven sin problemas, donde la mayoría de las canciones te arropan y te susurran al oído que todo está bien, que centres tu atención solo en el sonido, que no pienses en nada más. Llega entonces el inicio de “She’s so” y me acuerdo de la banda sonora de Blade Runner, uno de mis discos favoritos de siempre, lo cual me ayuda a introducirme en esa atmósfera de tugurio futurista donde suenan instrumentos de viento pero también sintetizadores. El viaje, término muy adecuado para lo que sugiere la escucha correctamente secuenciada de este álbum, está llegando a su fin. Y lo hace con otra canción con cierto sonido “arcade”: “40 years back/home”. Una pieza juguetona y esquiva que, a pesar de sus menos de cinco minutos de duración, tiene hechuras de suite con sus diferentes partes y sus vueltas de tuerca a las texturas y los motivos. Esos vaivenes son suficientemente sugerentes como para que, aquí, no eche de menos la voz.
En fin, de nuevo tengo que reconocer que este juego me resulta estimulante, divertido y didáctico. Aunque no siempre el resultado sea positivo, me empuja a acercarme a estilos que desconozco o con los que no he tenido contactos lo bastante satisfactorios para profundizar más en ellos. De nuevo un buen hallazgo este disco, así que… ¡Gracias, Juanjo! Ya tengo otra banda sonora para mis ratos de insomnio o esos momentos en los que buscas paz en la música.
Fidel Oltra
Duelos anteriores:
Duelo de Discos I: Main Source vs Ianva
Duelo de Discos II: Frank Sinatra vs Wire
Duelo de Discos III: Mike Oldfield vs Metallica
Duelo de Discos IV: La Dama se Esconde vs Peret