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Entrevistamos a Manolo García por su nuevo poemario

Hay artistas que no se conforman, Manolo García es uno de ellos y El Fin del Principio un poemario que amplia horizontes en su interesante y extenso camino, publicado a mediados del pasado año.

El Fruto de la Rama más Alta. Apuntes de Campo de un Escéptico Participativo (2011) es su inmediato ascendente, si bien El Fin del Principio marca un claro antes y después en su paso hacia una poesía que, por otro lado, siempre hemos podido hallar en sus canciones, ya fuera con El Último de la Fila o en solitario. Tal y como el propio Manolo me comentaba en algún momento de la entrevista: “Para mí es importante el texto (…) que los textos solos se aguanten de pie, que no se caigan, que si les apartas la música se queden de pie, erguidos”.

En esa linea y sabiendo que es importante defender la palabra, más que nunca, arrancamos una conversación en la que Manolo García siempre da más de lo que recibe, generoso como en todos sus conciertos, su entrega siempre busca la concordia, aportar algo de lúcida crítica y belleza. Todo es posible.

«Hay un léxico muy constreñido en los últimos tiempos con la tecnología, nos ceñimos a cuatro fórmulas, cuatro frases, incluso hay móviles que ya te dan frases hechas para que las envíes»

Desde la portada es fácil deducir que la vida económica es capaz de acabar con cualquiera, si atendemos a los recortes detrás de la señal de peligro por alto voltaje.

Sí (risas), también he de decirte, de aclararte, que la portada no la he ideado al milímetro pensando “voy a dar aquí un mensaje subliminal”, no, es un poquito gráfico, un poquito… Pero sí, lo que acabas de decir sucede evidentemente. La macroeconomía, la economía de altos vuelos, esa cosa que nadie entiende, solo ellos, la bolsa, siempre pienso ¿para qué ponen la bolsa en los periódicos?

La gente  que leemos los periódicos somos gente normal, ni entendemos nada de bolsa ni entendemos nada de sus turbios manejos… ¿Para qué la ponen?

Ese es uno de los problemas capitales de nuestra sociedad, que los sentimientos no son una moneda de curso, las emociones, las necesidades no son una moneda de curso y lo que sí son monedas de curso son las necesidades impostadas, falsamente creadas.

Aquello tan cierto de consumir nuestra vida para consumir.

Y ahora es “cómete lo que yo te vendo, esta bazofia que yo te vendo”, pienso para pollos en grandes naves, hacinados, y entiéndase grandes urbes con desigualdades sociales y nervios, muchos nervios, el engaño de que “no, no, la tecnología lo es todo”. Todo el mundo está histérico con los whatsapp porque estamos comunicados cuando es al revés, hay una incomunicación absoluta.

Sí, esto que dices de la paradoja de la incomuncación en un mundo tan comunicado enlaza en buena parte con el prólogo de Luisa Castro, “El Grano sin la Paja”, donde afirma que hay “demasiadas palabras a las que devolverles las alas”. ¿Hasta qué punto son importantes y necesarias las palabras y su buen uso en este momento?

Bueno, es tan importante como que estamos un poco desangelados y la palabra adecuada te da un soplo de vida. Hay un léxico muy constreñido en los últimos tiempos con la tecnología, nos ceñimos a cuatro fórmulas, cuatro frases, incluso hay móviles que ya te dan frases hechas para que las envíes. Eso es la antítesis del vuelo libre, es lo opuesto a la posibilidad de soñar, de volar, de pedirle a tu cerebro vida, no angustias. El cerebro al final está angustiado y las neuronas enloquecen un poco con tanta posibilidad ficticia porque es mentira, o sea, ese mar verde esmeralda que aparece en la pantalla de tu ordenador no huele a sal, esa brisa marinera no te llega, es una ficción, no estás. Tú vives en un pueblo del interior de Castelló de la Plana, llegas al mar y te oxigenas un poquito, caminas por la arena, metes los pies en el agua, no estás con la pantalla viendo un mar verde esmeralda, hay una parte grande de engaño en todo eso, una parte grande de engaño que rechazo, yo abogo por una naturalidad, por una utilización de la naturaleza, no convertir la naturaleza. Nosotros convertimos unos elementos que nos da la naturaleza en máquinas, en plástico, en ordenadores, en robots que te suben la persiana o que te barren la casa, hostia, estamos deshumanizándonos a toda velocidad.

Es como lo de Chicote arreglando cocinas que teniendo el mar en frente compran el pescado ultra procesado y congelado, en vez de ir a la lonja o adquirir el alimento fresco.

Claro, vamos a ver, no tiene comparación, de toda la vida de dios, primero, voy a la tienda de la esquina de mi barrio, de paso saludo al de la ferretería y le recuerdo que tenemos pendiente una partida de dominó, paso por la chiquita de la librería que voy a comprarle, me prestó un libro y se lo devuelvo, estamos un rato de cháchara y de charleta y mola, además es muy simpática. Todo son añadidos positivos, ¿por qué nos quieren quitar eso, coño, qué pasa, qué lío es este? En aras de una hipotética modernidad, “no, es que hay que modernizarse”, a mi dejadme en paz.

Te aseguro que hay gente que con una azada en un pequeño huerto es feliz, es cierto que tienes que estar al hilo de la climatología y de la pedriza que cae sobre tu cosecha, hostia, duro, de acuerdo, estar con un tractor, un azadón y luego llegar una tormenta… Durísimo. Pero pasar de un extremo a otro…

Claro que la vida ha mejorado: lavadora, lavavajillas, perfecto, mi abuela tenía sabañones de lavar en el río helado. Claro que hemos avanzado y los progresos son estupendos, pero yo creo que nos estamos pasando un pelín de la raya, que los adolescentes ya no se comuniquen, ya ni hablan, o sea, dentro de lo que es el avance un móvil ya es la hostia, pero bueno, aún quedan los matices de la voz, aún quedan los “oye Josemari”, “oye Maribel”, “oye, pero no te enfades”, “sí, de acuerdo”… Los matices de la voz están ahí, ahora ya no, cada vez más alejados, cada vez más incomunicados, más solos, ¿a quién le interesa eso?, es todo lo contrario, la gente joven ha de abrazarse, son pequeños… En las tribus indias los zagales y las zagalas iban a los pastos a cazar, a jugar, cuidar los animales, a buscar agua al río, se agrupaban y disfrutaban y se mantenían ocupados vigilando las manadas de caballos, o sea, la vida social, lo sociable. Qué pasa, que ahora estamos en otro esquema, en un territorio muy inhóspito como es el territorio urbano: asfalto, asfalto y más asfalto, ordenanzas municipales, coches, multas, semáforos, millones de personas, miles de millones de personas en el planeta y además todo global, puedes estar en Quito, en unas horas estás en Barcelona y en unas horas en Bangladesh, ostras, hay una parte en esto inquietante. ¿Es estupendo? para mí no es tan estupendo. Para mi algo falla, absolutamente, y gestionamos bien esta posibilidad moderna, tecnológica, de viaje, de movimiento, de comer comida que no es de tu zona ni de temporada, todo eso lo gestionamos con mucho cuidado o esto se va al garete, es mi fin del principio.

¿El principio cuál ha sido para mi?, no quiero que suene grandilocuente, pero pienso que la humanidad ha desarrollado una velocidad de crucero lenta: la rueda, la imprenta, siglo XV, en los museos egipcios ves los carros y cómo eran las ruedas tiradas por caballos, el arco, la escritura, todo eso han sido doce mil años, el arado romano, mi padre labraba la tierra con un par de mulos, todo eso ha sido lento, lento, lento, siglos, siglos, siglos, miles de años, diez, doce mil, quince mil años, y de repente en cien años revolución industrial, revolución tecnológica, y ahora ya en los últimos treinta años hemos cogido una velocidad inquietante, algo está acabando, ¿porque lo digo yo? no, lo dice el cambio climático.

Nuestra actividad como seres humanos en el planeta está haciendo aumentar la temperatura y estamos en el filo de la navaja. ¿Todo ha terminado? no, hombre, mira ahora qué bonito, los meses de confinamiento, delfines en el puerto de Barcelona, la naturaleza se regenera, es una señal, los científicos alertan del peligro del aumento de la temperatura y explican que aún con el rebufo que llevamos, si cambiáramos ahora mismo, no parar, cambiar, hay que cambiar el modelo energético, las costumbres y usos sociales, aún así habría un rebufo de tambaleo pero podríamos reconducir la situación. Esa es mi segunda etapa, estamos empezando una etapa queramos o no. El Fin del Principio. ¿A qué fin me refiero?, pues hombre, hace ya un tiempo que hemos ido caminando con logros y con fracasos, con guerras mundiales y pandemias mundiales, gripes españolas y lo que tú quieras, pero en el tablero nunca había entrado en juego la ficha del cambio climático, es la primera vez, algo está acabando y algo está empezando. ¿Qué está empezando? La oportunidad de revertir lo que se nos viene encima, eso es lo que está empezando para mí, tenemos la oportunidad, en eso quiero ser optimista.

Es claro que hay otro tipo de confinamientos no tan obvios, como ese en el que estamos inmersos a diario por el trabajo, el de la incomunicación que anotas, y otros tantos por el estilo de vida acelerado, sin dirección, que comentamos. Es como el juego de la censura y la autocensura. En cualquier caso, me apunto al optimismo.

Del trabajo, fíjate, dos puntos muy sencillos, uno, en general se tiende a que unos cuantos, los que sean, trabajan mucho por un sueldo escaso y están temerosos de perder esa situación de esclavitud, mucha gente con muy poco sueldo trabajando muchísimo, muchas horas. Y otros cuantos, muchos, angustiados porque no trabajan y deseosos de hacerlo para mantener a sus familias aunque sea por un sueldo abusivo, eso es raro ya, ¿por qué no repartir el trabajo?, ¿por qué no ser más justos?

Porque está claro que las empresas que mejor funcionan tratan bien a sus empleados, más vale la miel que el vinagre, cazarás más moscas con miel que con vinagre, eso está claro.

La estabilidad social depende de…, o sea, ahora ya no estamos en el tiempo del panem et circo, es diferente, somos muchos más en el planeta y ya no solo necesitamos comida, nos hemos creado necesidades absolutas, queremos tener tabletas, móviles, coches, hacer vacaciones tres veces si podemos y si también podemos tener tres casas. Pero eso le sucede igual a uno de Bangladesh, a uno de la India, a uno de Marruecos y a uno de… Ya todo el mundo quiere más, quiere más, es un modelo extraño, extraño y la situación es esa, no podemos evadirnos a eso.

¿Y el otro punto?

Luego está el tema, y reflexiono, donde de repente un amigo hablando con él por teléfono durante el confinamiento, me dice, “Oye, me he dado cuenta, no había caído, qué cosa más tonta, estos tres meses he estado con mi gente cercana más que nunca, he hecho cosas que no había hecho nunca y que a lo mejor cuando levantemos el confinamiento ya no podré hacer: estar juntos, he jugado, he leído, he reflexionado. He estado angustiado porque estoy en una casa pequeña pero a la vez, humanamente hablando, he tenido una ligazón emocional muy bonita”.

Eso, cuando estamos con la idea única de trabajar, trabajar, producir, producir y consumir, consumir, consumir, eso queda a un lado, desaparece de las vidas, de ahí viene el valor de decir “joer, qué ratico hemos echado ahí en una terracita hablando un rato”, pues claro, eso debería ser la vida, aquella frase antigua de ¿trabajar para vivir o vivir para trabajar?

Está claro que hay que ganarse el pan, etc., etc., pero tenemos un problema, el arbitraje en este mundo nuestro neoliberal. Y si vamos a otros mundos mucho peores pues el arbitraje es nefasto. En el fondo es todo muy sencillo, hay que organizarse, hay que arbitrar, tener una ética social, y eso a quién le corresponde: a los que llevan el vagón de máquina. A los que vamos en el tren nos van arrastrando, nos llevan tiqui-tiqui-tí, y algunos decimos: “oye, por favor, no corráis tanto”, yo quiero mirar el paisaje, incluso parar de vez en cuando, incluso hacer un café, hacer un pipí o dar un paseo por estos bosques que hemos visto desde la ventanilla del tren. “No, no, la máquina no para. Arriba, arriba, arriba, crecimiento, vamos a seguir creciendo”. “Oiga, perdón, que los arbolitos crecen hasta un punto, si siguen creciendo, se debilitan, se enflaquecen y se quiebran”. Hay que echar raíces, lo que hay que hacer es echar raíces, no crecer más, el crecimiento indefinido no existe, somos un planeta finito, de una población creciente con muchas necesidades.

O se empieza de una manera razonable a arbitrar este partido que es nuestra vida o, claro, luego no nos vayamos a llevar las manos a la cabeza.

Luego es esa cosa que digo, de algún poema mío, a ratos odio el mundo, a ratos lo amo, cuando veo al policía con la rodilla encima de ese hombre que se está asfixiando, odio el mundo, e instantes después cuando veo en la televisión a policías hincando la rodilla en tierra y pidiendo perdón, pues amo al mundo, hay una esperanza pero hay que dirigir… Los políticos, que son la punta de la pirámide, han de ser el espejo inmaculado en el que nos veamos reflejados, su gestión, su comportamiento han de ser de una ética aplastante, que todos nos sintamos avergonzados si se nos ocurriera tocar un lápiz que no es nuestro. A la vez, evidentemente, ellos tienen que posibilitar que todo el mundo tenga el lápiz que necesita.

Sobre este último aspecto, poemas como “Kentucky” cobran mucha actualidad.

Sí, sí, yo he estado en un bar en Kentucky mientras estaba trabajando en un disco, en un estudio de grabación, con un ingeniero de sonido, y me he sentido mal mirado. “¿Tú de dónde eres, de qué parte de México?”. “Bueno, soy europeo, soy español, soy de Barcelona”. “Ufff, mal, mal, este bar no es tu bar, colega, aquí somos todos rubitos y blanquitos”. Eso lo he vivido, lo he sentido, el racismo, claro, también la desubicación, quiero decir, la violencia de la vida, la violencia de desubicar personas y transportarlas de un lugar a otro.

¿Por qué llega gente de África ahora mismo, buscando una vida nueva con todo sentido y toda razón?, están huyendo de guerras, huyendo de dictaduras, huyendo de maltrato, huyendo de hambrunas, pues claro, lo bonito y lo lógico sería que cada pequeño grupo en su zona pues tuviera comida, paz y que si te desplazas al territorio de al lado vas a ver a tu primo, vas a ver a un amigo o a tomarte unas gambas, pero no vas desesperadamente a ver cómo comes, el que está allí pensará que le vas a quitar su trabajo, es complicado el asunto.

Lo ideal sería, no sé, en África hubo un expolio en el siglo XIX, todas las potencias europeas robaron lo habido y por haber y machacaron el continente, ahora todo el mundo se queja de que vengan… Por amor de dios, mirad un poquito hacia atrás, son seres humanos, tienen derecho a la vida, tienen hijos, tienen familia, han nacido ya estando aquí, no se les puede negar el pan y la sal. Luego qué se hace, mandarles todos los residuos, todo lo que contamina y no se destruirá en miles y miles de años, en fin, es todo un poquito disparatado en la gestión, es muy raro todo.

Claro, no es fácil mantener la calma en ciertos momentos, la gente se dispara y son las imágenes que luego vemos ahí, pero claro, obedecen a un maltrato, quiero decir, si hay una justicia social, y estoy que estoy diciendo es de parvulitos, es una obviedad tonta, si hay justicia social, si hay un reparto ético, entonces sí puedes decir ¿dónde vais, estáis locos, que hacéis  rompiendo coches? Ahí sí que es reprobable, hombre, es reprobable siempre, por supuesto, pero me refiero que tiene sentido, si, oye, tenéis de todo, vivís una vida digna, correcta, vale, no tenéis un yate, pero coméis cada día, vuestros hijos visten, calzan, van a la escuela, tienen una educación, esa persona no va a quemar coches, no va a traficar con droga, no va a estar menudeando, llevando chocolate pacá pallá, si pueden dar de comer a sus hijos dignamente de cien habrá noventa y nueve que se comportarán correctamente, habrá un loco que incluso teniendo comida seguirá haciendo el gilipollas, pero noventa y nueve no. Si no hay comida, si no hay trabajo, ya no será uno el que haga el gilipollas o queme coches, serán cincuenta y si la cosa sigue poniéndose mal, pueden ser cien, ciento cincuenta o doscientos.

Hay una vertiente muy vital y personal en El Fin del Principio, haciendo un collage rápido aparecen “Azar”, “Bastará una Cerveza”, “Un Huerto Descomunal” o la dualidad entre “Vengo de la Nada” / “A la Nada me Niego”.

Bueno, es lógico, el autor, la persona que se explaya en la emoción, pues algo tiene que mojar de su plato… Nunca he sido autobiográfico, la verdad es que no me gusta contar…, sí que hay cosas puntuales ¿no?, sensaciones como las que sentía en “Kentucky” aquella noche, de los días que estuve allí, hay emociones que un poco se trasladan al papel pero me gusta ser más genérico y me gusta manejar las emociones que yo entiende comunes a todos: gente joven, gente de cualquier edad; pero la gente joven que ha vivido ahora, generaciones nuevas, aunque ellos no lo sepan, hay una placidez en la calma aunque se les venda el vértigo, los móviles y las prisas, el botellón y las drogas. Hay una placidez en la honestidad, en la calma, hay una sobrevaloración de las pasiones desatadas y se deja a un lado la bonanza de la calma. Y nadie explica que las pasiones quizá son destructoras y en cambio un tiempo de calma te aporta una vitalidad diferente, nueva, sorprendente y te arregla con el mundo, te deja estar en el mundo, no te pone nervioso, no te tiene en volandas.

Ese tipo de cosas son las que intento manejar y las que me salen, ¿por qué? pues porque cuando siento que nos toman el pelo me pongo a escribir, cuando entiendo que estoy a gusto me pongo a escribir, escribo porque quiero existir, quiero vivir, quiero esa emoción de la vida, de la vida no solo en agosto porque estás de vacaciones o no solo el día de año nuevo o nochevieja porque vas a tomar copas con tus amigos y a celebrar con las uvas, no, no, la emoción es tres de febrero, gris, está lloviendo y hay que vivirlo y no puedes pasártelo, si te lo pasas estás perdiendo la oportunidad, puedes vivir cien años pero a lo mejor en el cómputo final, siempre digo, los momentos, los instantes, los minutos, los días que yo he estado en calma, que he estado mirando hacia adelante, y con un gesto más de sonreir o de calma, son la suma de mi vida. Los momentos agrios, de decrepitud, de caída, de tristeza, esos momentos no cuentan, no los he vivido, los he malvivido, no cuentan, no los he utilizado, el regalo de los días ahí lo he desperdiciado, claro, todo esto dicho así muy sucintamente, luego el día a día, sal a la calle, búscate la vida, tal, pero vamos, eso nos lo hemos organizado nosotros, eh, los humanos, porque a lo largo de la historia hay demostración palpable de grupos tribales, de grupos humanos que lo han hecho mejor de lo que nosotros lo estamos haciendo actualmente, lo han hecho bastante mejor, han tenido más suma de momentos apacibles en su vida que nosotros, algo no hacemos bien, pues eso, no manejar esa cantidad de humanos que somos con esa cantidad de necesidades que nos hemos creado, los que nos proponen ser ellos los que manejen y dirijan el camino pues nos llevan por un camino enervante, como mínimo enervante.

Aunque también en los momentos de calma pueden aparecer asuntos como en los versos de “Las Predilecciones Musicales de mis Vecinos”, donde el vecindario puede ser un índice de estilos, de vida, amores, humores y también ruido.

Claro, pero eso obedece a toda la concentración desmesurada de humanos con toda su parafernalia, es decir, los tipis de las tribus indias se montaban con una distancia prudencial y no tenían tocadiscos ni tenían motos (risas), incluso una tribu sioux que tenía, no sé, trescientas tiendas, estaban diseminadas en un territorio suficiente como para no molestarse, lo niños eran los niños y estaban a un lado, tenían una función, no opinaban porque no tenían experiencia suficiente, opinaban los sabios de la tribu, los ancianos de la tribu y miraban por la tribu. El guerrero más fuerte y que más caza traía, la partida del gamo más grande, no se la quedaba él, no se la llevaba, primero acudía a la vecina viuda que lo necesitaba, a la anciana de tres tipis más allá que también lo necesitaba, cuando había repartido a los necesitados se quedaba el último trozo, incluso si no llegaba para él salía otra vez a cazar. Son modos, son maneras, ahora solo obedecemos al Dios Dinero y al Dios Consumo y así nos va.

Hay una gota siempre de ironía, de mordacidad en la crítica, en este caso viene de los versos de “Influencers, Molinos Eólicos Marinos y Messi”, ese veletismo que venimos comentando, tan contemporáneo y tan peligroso.

Sí, es que ahora mismo el mundo es tan profuso, la cantidad de imágenes, de ideas,  de bulos, de verdades, es apabullante, quiero decir, las cabezas es que ya están locas, las neuronas tienen un trabajo ingente, nuestro horizonte visual, sonoro, es tan brutal, las posibilidades, si gano un poco más de dinero, si ahorro, si me puedo ir de viaje a Cancún, quiero hacer… El cerebro tiene tantas posibilidades que no para de trabajar, nunca baja al ralentí. Los horizontes si son un poquito más cercanos, las posibilidades un poquito más escuetas, bueno, quizás mejor. Yo siempre pienso en mis abuelos que tenían una posibilidad magra, ellos ni tenían coche, ni televisión ni radio, ¿era mejor que ahora?, era diferente. A mi modo de ver había una cosa mejor que ahora, su cerebro estaba menos cansado porque beber, bebían agua o vino, ahora puedes beber doscientas cosas, vas al súper y no te pasa a ti que enloqueces un poco y te pones nervioso, joder, si yo venía a comprar mantequilla y dos tomates y al final tengo un lío aquí de la hostia. Nos ha pasado a todos. Y el cerebro empieza a bailar y las neuronas se ponen un poco locas, ¿no? ¿Hace falta tanta información? Si ya encima nos están diciendo que la mitad son mentiras y bulos de las redes, iros a la mierda, dejadme en paz.

Luego, si ahora mismo está sucediendo no sé qué en China a ocho mil kilómetros por qué me tengo que angustiar, yo no puedo hacer nada, veo unas imágenes en la tele que no debería estar viendo. Si sucede algo en el piso de al lado, intento ayudar a mi vecino, mi vecina, están aquí al lado, o me avisan “oye, en la calle de ahí vamos porque hay que levantar un coche que ha volcado”, bien, se puede hacer algo, todo controlado. En América, mira cómo se están dando de hostias, ¿puedo hacer algo? No, estoy aquí en Barcelona, las posibilidades me apabullan porque además no son ciertas, no puedo irme a todos los cancún del mundo de vacaciones, ni puedo comprar todas las bebidas del mundo, claro, cuando mi abuelo bebía agua del botijo y vino de la bota era muy feliz, yo lo sé, te lo juro, lo sé porque mi abuelo fue longevo, vivió mucho, 97 años, yo era un mozalbete, un hombre ya, entonces él me contaba cosas, veía su talante y siempre hasta el final me dijo “Manuel, hemos vivido una vida sencilla, se nos han muerto hijos, pero hemos vivido una vida muy humilde, pobre, pero hemos estado tranquilos, hemos tenido calma. Por suerte ya la guerra había terminado -nuestra guerra civil-, hemos comido, nos hemos llevado bien con los vecinos y ha merecido la pena”.

Mi abuelo decía cosas así y a mí me emocionaba. Ahora yo veo a la gente angustiada por el nuevo móvil que ha salido, “me he comprado uno el año pasado que era la bomba pero ahora está este otro”, una ansiedad, una incomunicación, venga Whatsapp, grupos de Whatsapp, ¿por qué no os llamáis?, la voz es más bonita, ¿por qué no os veis?… En fin, por qué no os tomáis una cerveza juntos y tomáis el sol de paso?, ¿qué haces metido en una habitación todo el día? Pobre de mi, yo no puedo hacer nada, no puedo cambiar el mundo ni puedo reprobar nada a nadie, “bueno, no, es que yo trabajo con el móvil”, perfecto, yo respeto a todo el mundo, pero hay algo en el sol, en la cerveza, en el tacto, en la piel, en un abrazo, en un apretón de manos, en una mirada, una mirada lo dice todo, te está mandando la señal exacta de lo que hay. Esa autenticidad nos la están cambiando como a los pobres indios de las praderas, por cuentas de collares de vidrio, por baratijas, por mierda, perdón pero es así. Alguien me dirá, “eres muy radical”, bueno, pues sí, soy radical pero tengo esa sensación y por eso escribo lo que escribo.

Más radical es la prisa, correr sin dirección.

Exactamente. Eso es un desvarío, un sinsentido. Igual soy un anacrónico, un abuelo cebolleta.

Seguro que no somos los únicos con ese punto de vista, en cualquier caso el contrapeso es más que necesario. Tal vez estamos equivocados en parte, pero igual que la parte contraria, en todo caso lo mejor es hallar siempre un término medio.

Sí, sí. Estoy de acuerdo.

Luego, para los que somos más neófitos en métrica, ¿te has guiado por algún arte en concreto para los versos y la estructura de El Fin del Principio, o es una forma de escribir medio canción, medio poesía?

Digamos que la métrica, el ritmo, lleva mi condición de músico, quiero decir, yo le doy mi ritmo pero hay una pretensión lógica de verso libre, de libertad, luego te manda un poco la frase: la que antecede, la que precede, la que luego llega; te manda un movimiento rítmico, pero cuando escribo no me dejo llevar por esa necesidad de canción, la canción si que a veces es pa-pa-pa-pá, pa-pa-pa-pá, el ritmo ternario, cuaternario, binario te está mandando aquí una pausa, aquí dos negras, paro, entro… Cuando escribes poesía puedes trabajar de la manera que quieras, todo es válido, la única condición indispensable es la posibilidad de emoción, la posibilidad de transporte, esa palabra, esa frase, a veces una sola palabra tiene tanta carga, tanto peso que te tumba, te arrastra, raca, te da un… coño, ‘ditirambo’ es una palabra que me entusiasma, ella sola ya vive, es una palabra viva, hace que haya un chispazo en el cerebro, pah. Entonces, cuando escribo, no lo hago pensando en si voy a hacer textos para canciones, no, yo escribo porque sufro el mundo, amo el mundo, disfruto del mundo, porque estoy aquí y porque siempre busco que mi día sea un día estupendo, eso para mí es escribir un rato, es pintar un rato, caminar un rato, pasear, hablar sin prisa con alguien…

Eso es lo que muestro cuando escribo, vivir. Vivir porque me niego a esa sensación que tengo cuando…, o sea, no has pasado la ITV, te van a meter un multazo, stop, cuidado, guardia allí,  rotonda, “¿se necesita esa rotonda, para qué coño la han puesto?”, “pues la han puesto para trincar, colega, para llevarse comisiones, la rotonda vale un cubil de oro”, sabes, esas cosas que te dicen, que se cuentan, que se hablan, esa autopista, ese AVE no hacía falta, el aeropuerto de Castellón tiene pérdidas pero no, hostia, asco de vida, al final te metes en una vorágine… Entonces, vete al antiguo Egipto a hacer pirámides como esclavo, a latigazo limpio. Siempre hay que huir, claro.

Hay un libro maravilloso que es Vestidas para un Baile en la Nieve (Monika Zgustova, 2017) que te recomiendo, es una historia escrita por una periodista, nieta de una mujer que estuvo en los campos de concentración llamados gulag, donde Stalin las internaba, en la purga que hizo, los disparates. Es la historia de ocho o nueve mujeres, alguna de ellas cuando se escribió el libro aún vivía, ya muy mayor, y es que como explican ellas por boca de la periodista que las visita o escucha a compañeras que estuvieron con ellas cómo se salvaron de los infiernos de estos campos de concentración en las zonas más heladas, más frías, se salvaron por medio de la poesía: escrita, oral, relatos, cuentos, presas que no tenían lápices porque las condenaban a trabajos durísimos pero ellas inventaban historias, cuentos, poesías, y por las noches se las susurraban a las compañeras en los camastros y las hacían volar, soñar, evadirse del campo, saltar las alambradas. Eso es el libro y eso es lo que unos cuantos hacemos, la gente que nos gusta la música, la pintura, escribir, leer, es saltar las alambradas que nos imponen en nuestra sociedad: cámaras, relojes, ese punto de esclavitud al que se nos somete y se nos impone en el planeta Tierra. Los seres humanos han esclavizado siempre a otros, de un modo o de otro. Bueno, pues ese gulag en el que estaban esas mujeres lo salvaban de esta manera, pues yo humildemente mi día a día, no vivo en un gulag evidentemente, llevo una vida regalada, soy un burgués, como cada día, tengo un coche, tengo una televisión, etc., pero hay algo que me duele, me duele ver sufrir a los demás, me duele ver como hay gente haciendo cola para un plato de comida, ver como hay gente desasistida, ver como en Alemania cuando llega la pandemia esta hay 28.000 respiradores y en España solo hay 4.000, ver cómo se ha privatizado la sanidad mientras todos pagamos impuestos indefinidimanete y cuando llegan estos problemas no funciona del todo bien, más bien hay problemas. Pues por eso escribo, porque si no enloquezco, qué estamos haciendo, tengo que desahogarme de algún modo y mi alegría está implicita.

Poesía, canciones… El Fin del Principio también está acompañado de ilustraciones, al igual que otros músicos te expresas en diferentes campos, tienes un destacado desarrollo pictórico. En tu caso, ¿qué te lleva a querer ampliar tanto los campos artísticos?

Bueno, esa polivalencia viene del ser un nómada mental, de convertirme en un excursionista mental, quiero decir, busco nuevas posibilidades de emoción, nueva percepción, soy de los que no me conformo con tres dimensiones, intento averiguar si hay cuatro, cinco o más, esas dimensiones están ahí y aunque no seas capaz de llegar a ellas, las percibes, las tocas con la punta del dedo, con la punta del pincel y, bueno, y si yo tengo varias posibilidades de sentir pasión por algo, de sentir una calidez hacia algo, por qué desaprovecharlas.

También es cierto que cuando me meta cada día tantas horas de esa pasión mía, esa pasión empezará a bajar; al tener varias disciplinas tengo la suerte de que puedo un ratito de una, cuando empiezo ya a quemarla me paso a la otra, y esas dimensiones van cambiando de lugar pero están ahí para mí, a ratos, tengo más posibilidades de encontrarlas y de alargarlas en el tiempo sin quemarlas.

En Acústico Acústico Acústico (2020), álbum proveniente de la primera gira acústica de tu trayectoria, de alguna manera acercas tus canciones a la intimidad de la poesía y la poesía a la acústica de tus canciones. ¿Es posible una gira en la que puedas alternar poemas y canciones?

Bueno, a veces ya lo he hecho así en algunos conciertos así, un poquito más íntimos, he leído algún poema, sí, pero al final tienes que ser un poco rápido, conciso, poemas cortos y tienes que mantener a la gente en una emoción, en un pulso, si te pones muy plasta, muy pesado, muy lacónico, se te cae la audiencia, hay que tener cuidado, bueno, este disco es de una gira del 2019 donde se hicieron cincuenta y seis conciertos en total y es la grabación de esas noches, “Somos Levedad” fue la canción de presentación del disco, pero bueno, es mi repertorio revisado, son mis canciones, mis textos metidos en una canción interpretados en una gira y es un pequeño documento, un testimonio de un año de conciertos, es un cuaderno de viaje para el que quiera oírlo, hay un DVD y luego un CD doble con treinta y tantas canciones, ya digo, es un pequeño documento.

Lo de leer poesía, sí, lo he  hecho pero tengo la pretensión, y me perdonarás, de que la poesía ya va implícita en mis canciones, yo lo pretendo, si lo consigo más o menos pues ya no soy quien para decirlo, pero que lo intento te lo aseguro, con lo cual, he probado a veces pero veo que hay que tocar, hay que tocar en ese contexto, cuidado, otra cosa es que yo acuda a una librería en una ciudad y ofrezca una pequeña charla o haga una lectura de poemas, ya el contexto es otro, la predisposición es otra, eso se queda para leer tranquilamente poemas, que también apetece hacer, por supuesto.

En este binomio de poema-canción puede estar “Máscaras y Cornucopias” en El Fin del Principio, y de canción-poema “Saldremos a la Lluvia”, por decir dos ejemplos rápidos.

Sí, mira, “Máscaras y Cornucopias” ya la tengo musicada, algunas de las que están en el libro ya, a ratos, he ido cogiendo la guitarra y el teclado, metiéndoles acordes, melodías y ya están ahí cantadas, ya he empezado un poquito a perpetrar ahí el desaguisado, ya son casi canciones, son maquetas de canciones, esa por ejemplo ya es una canción, ya está cantada, con acordes, con batería, ya está, también me apetece hacer eso.

Luego, además, cuando un poema lo convierto en canción hago conmigo mismo como al cortarme el pelo, me invento una frase nueva que no está en el poema pero cuando canto meto esa frase nueva, y ese juego me gusta, me gusta que la persona que lea el poema lo haga de una manera y cuando lo escuche cantado diga -sucederá en quince ocasiones, si hay ciento ochenta poemas pues quince los voy a cantar-, “coño, pero aquí hay una frase que no la dice en el libro”, ¿por qué?, porque me apetecía, o redunda, o rellena, o aporta o yo que sé.

Y es que las canciones y los poemas siempre están vivos.

Todo, todo esta vivo, las canciones, la música popular, la literatura popular, una visión nueva, se dan casos, tú sabes, en una edición de un libro de hace cien años, edición a edición van apareciendo frases nuevas, cosas nuevas, palabras nuevas, a veces el editor, a veces el traductor, van colando cosas, todo está en movimiento, eso está claro.

La propia evolución del lenguaje, la palabra, su significado.

Eso es apasionante.

El tiempo es uno de los ejes de tu carrera, tanto en su aspecto físico como metafísico y en “El Fin del Principio” lo podemos ver en “El instante”. Aunque el instante sea lo que hay que vivir, ¿cómo afrontas el tiempo?

Bueno, la absoluta evidencia de que solo hay presente y de que es una ilusión extraña estar viviendo del pasado o estar sufriendo, o alerta de lo que puede suceder, es una ilusión vana. El presente no es fácil, es como lo de respirar, parece que respirar es fácil pero es difícil, es difícil,  respirar adecuadamente te sitúa en el mundo, eso los yoguis lo saben, para la gente que hace yoga la respiración es importantísima. Pues vivir en el presente es importantísimo pero dificilísimo también porque los señuelos, los cebos, son infinitos, inabarcables, por todos lados aparecen cebos, esto, lo otro, te distrae, eso nos pasa a todos: “¿dónde he dejado las llaves?”, claro, estabas dejando las llaves pero mentalmente ya estabas en el coche pensando dónde tienes que ir. Presente es la palabra clave, el que consigue dominar el presente, cabalgar el presente, ese vive, el que no, pues va a trancas y barrancas: retrocedes, avanzas, vas a trompicones, chocando un poco contigo mismo. Esa es la maestría de la vida, ir acumulando muchos presentes, para mí.

Puedes comprar El fin del principio de Manolo García en la web de su editorial.

Foto Manolo García – Rubén Martín

4 comentarios en «Entrevistamos a Manolo García por su nuevo poemario»

  • Conocer un poquito más al «Maestro» ha sido sorprendente. ¡Interesantísima entrevista! ¡Enhorabuena!

  • Me ha gustado este libro de poemas, al igual que me han ido gustando los cds que han ido vendiéndose. La entrevista tampoco me ha defraudado. Creo que es cierto lo que dices, sobre la necesidad de tecnologías siempre y cuando se mantenga contacto personal , quedar, tomar algo, etc. Así como lo de la vida sencilla y tranquila, sin sobresaltos, que tiene un valor importante. Entre las muchas ideas que manifiestas. Suerte con tu próximo disco, para lo que te servirán algunas poesías de este libro., según nos cuentas.

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