Greta Van Fleet (Sant Jordi Club) Barcelona 26/11/19

Ser el hype de los dos últimos años en la escena rock mundial y sobrevivir a las alabanzas y objeciones que ello supone. Hacerlo sin el menor complejo y aprender a capear las inclemencias de un temporal de conciertos por todo el orbe con la eficacia de unos veteranos que no son ni de lejos. Asumir la responsabilidad de demostrar sobre un escenario todo lo bueno apuntado en el estudio desde que hace apenas cinco años decidieran iniciar un camino que puede que los convierta en estrellas o todo lo contrario. Se admiten apuestas, pero advertidos están quienes no les den demasiado tiempo de vida musical activa de que a estos cuatro zagales hay que quitarles lo bailao, y seguramente lo que les quede por bailar. De cantar, y solo hay que escuchar al líder Josh Kiszka, van bastante sobrados. Y de dejar perplejos a todos y cada uno de los que les esperábamos desde febrero, suspensión por infección de cuerdas vocales mediante, también. La primera visita a España de los norteamericanos Greta Van Fleet, esperadísima por el plus de expectación que supuso dicho aplazamiento, no decepcionó en absoluto a los ya convencidos de antemano ni tampoco entusiasmó a los eternos escépticos ante este tipo de fenómenos espontáneos. Es cierto que parecieron surgir de la nada, pero no lo es menos que estos veinteañeros han sido capaces de armar un infalible dispositivo en directo capaz de tumbar cualquier hipótesis acerca de su valía artística. Doctores tiene la iglesia y debates inanes el populacho, y a las pruebas me remitiré.

¡Pero si hasta se atreven a versionar a gente aparentemente tan alejada de su círculo sonoro, léase John Denver (en una endurecida e inesperada “The music is you”) o los mismísimos The Band (el dueto en “The weight” con Yola, la aplicada telonera, es toda una demostración de que también vienen del folk)! Para algunos, entre los que me cuento, nada extraño teniendo en cuenta el a veces demasiado obvio manantial del que nutren sus riffs, dejes vocales y hasta poses escénicas. No en vano los grandes copiadores de la historia del rock, Led Zeppelin, también bebían de ciertas fuentes nada disimuladas, mucho más presentes en su trastienda de lo que algunos y algunas a día de hoy son capaces de escuchar. Que se les acuse de mimetismo, incluso –exageradamente- de plagio, no es nada descabellado si se mantiene el pulso rítmico de alguno de sus trallazos, incluyendo el inicial “Highway tune” o el certero “When the curtain falls”, con los que juegan a apuesta ganadora en cualquier bolo. En cambio, hay rasgos de personalidad acusada en “Black smoke rising”, tema que tituló un EP cotizadísimo entre los practicantes de la religión “gretavanfleetiana” o en “Black flag exposition”, de lo mejorcito de una producción que solo abarca un par de discos largos aparte del corto ya citado y que les da para apenas hora y media de concierto a pleno pulmón, nunca mejor dicho. Impresionan los registros de la voz del “hermoso pequeño cantante” que definió Robert Plant, e incluso la forzada imaginería rockera de su gemelo Jake y el otro hermano, el pequeño Sam, que ejerciendo convenientemente de sosias del gran John Paul Jones se pasa del bajo a los teclados en diferentes tramos del show sin desentonar ni una sola nota. O eso parece, pese a la dudosa acústica de un Sant Jordi Club que acusó el cambio de fecha dejando a gente con entrada sin posibilidad de asistir al espectáculo, obligaciones laborales mediante.

Así, entre grito y grito, a caballo entre los graves y agudos, encajan los solos del batería Danny Wagner, al que tampoco le falta su continua dosis de ventilador para que se note que eso de la melena al viento es algo muy del rock duro, y no dan tregua al interpretar de manera impecable buenas canciones como “Edge of darkness”, “Age of man” o “The cold wind”, basculando entre la caricia eléctrica y la cabalgada brutal de anclaje setentero y poderosa puesta en escena. En ello tiene mucho que ver el estilismo del líder y la inmediatez de su comunicación con un público al que han de estar agradecidos por haberlos hecho tan grandes en tan poco tiempo. La declaración de intenciones final, con “Flower power” y una brutalísima “Safari song”, son lo suficientemente explícitas de lo que significa una banda de estas características en el panorama actual. ¿Un soplo de aire fresco o la enésima reencarnación del espíritu clásico? Tal vez el tiempo les dará o quitará las razones que, de momento, esgrimen poderosas como arma inapelable para reivindicar su identidad: Hay que dedicarle muchas horas a esto para sonar como ellos suenan y tener mucha importancia para estar en muchas bocas, para bien o para mal. Algo deben estar haciendo bien.

Foto Mad Cool 2019

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