Lorde – Solar Power (Universal Music)

No sé si David Bowie le hizo un favor o no cuando dijo que ella era el futuro de la música justo antes de morir, pero lo que tengo claro es que, tras cuatro años de silencio, la neozelandesa me ha pillado con el pie cambiado. Poco caso le hice a su disco de debut (Pure Heroine, 2013), y en su momento entoné un enorme mea culpa a tenor de los resultados mayúsculos de su segundo tour de force, el inolvidable Melodrama (2017). En aquel triunfal inventario de pop febril, la veinteañera de voz quebrada se abría en canal para mostrarnos sin remilgos los miedos, las frustraciones, y los sinsabores del paso de la adolescencia a la edad adulta, y las consecuencias de todo ello en su atribulado corazón. Lorde se hallaba a sí misma, y de forma hiperrealista, apuntalaba un pentagrama que serviría de buque insignia para toda una generación (la suya), aunque el radio de acción de tamaño desafío emocional colmara muchas de las expectativas de más de un incrédulo.

El trasiego de la fama ha ejercido un extraño efecto: el romantizarla para repudiarla. Dos de las estrellas del pop mainstream con más talento, Billie Eilish y la misma Lorde, necesitaron alejarse del foco mediático que monitorizaban cada uno de sus pasos para, de esta manera, tomar perspectiva sobre el devenir de su existencia. Jóvenes y pijas que lo tienen todo, pero que se abre ante ellas un abismo de soledad y vacío que, de alguna forma, se tiene que suturar. La neozelandesa se marchó a su tierra natal para estar con los suyos y aprovechar para poner tierra de por miedo para componer en la intimidad. Asimismo, un viaje a la Antártida despertó un ideario ecofriendly que deja su impronta en los surcos de este Solar Power (Universal, 2021) que ya está polarizando la opinión de fans y crítica.

Un disco que está lejos del potencial expresionista del antecesor, y que apuesta por unos sonidos acústicos, de suaves armonías intimistas que se van deslizando sobre versos que en algunos tramos, radiografían la otra cara de la fama. Lorde no esta sola en esta deriva de su sonido: el ubicuo Jack Antonoff coproduce el disco, y sus amigas Clairo, Phoebe Bridges o Robyn la doblan en las voces en algunos de los temas.

Arranca con “The Path” y nos sorprenden las primeras luces de la mañana. Las resonancias al sonido Laurel Canyon tan de moda entre el “nuevo” pop comercial están medidos con tiralíneas, y versos para enmarcar que sugieren el angst postfama (“Teen millionaire having nightmares from the camera flash/No I’malone on a windswept island/Caught in the complex divorce of the seasons/Won’t take the call if it’s the label or the radio”). El reencuentro con la madre naturaleza a ritmo de góspel meloso (muy “Loaded” de Primal Scream, por cierto) tiene en “Solar Power” una de las canciones del año.

Finas líneas de sintetizador y guitarras acústicas esculpen otra de las grandes canciones del disco, “California”, con recuerdo a los The Doors y a la mentira del sueno americano que representa Los Angeles. Suaves acordes mecen “Stoned At The Nail Salon”, la enorme “Fallen Fruit” -que tiende puentes con la última Eilish-, y “Secrets From A Girl (Who’s Seen It All) que recuerda a los medios tiempos de Natalie Imbruglia (ejem).

Casi susurrada, y bastante afín al pop etéreo de Mazzy Star, encontramos “The Man With The Axe”, y ecos a Steve Winwood se cuelan de entre las cajas de resonancia de “Dominoes”, para finalizar esta bella travesía con “Oceanic Feeling”, un gran epílogo en el que los sonidos abisales se enredan entre los recuerdos familiares y los mejores deseos por un futuro incierto.

 Escucha Lorde – Solar Power

 

 

 

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