Música clásica en el Sónar 2016: de Bach, océanos y loops con piano
En sus inicios, desde incluso antes de que el profesor Léon Theremin inventara en 1920 el theremin, considerado el primer instrumento electrónico de la historia, y plantara la primera de las semillas de lo que hoy conocemos como música electrónica, la música clásica y la electrónica estaban estrechamente ligadas. Los primeros pasos en el desarrollo de instrumentos electrónicos se dieron para ofrecer a los compositores nuevos sonidos que incorporar a su obras: la primera música electrónica estaba inevitablemente unida a lo que entonces se conocía (aunque el poso sigue ahí) como alta cultura.
El abaratamiento de la tecnología permitió, como ocurre siempre, la democratización de la música electrónica y pronto empezaron a utilizarse instrumentos electrónicos en obras de pop y rock, así como a desarrollarse un movimiento musical electrónico para todos los públicos, que desembocó en el amplio abanico de registros que la música electrónica abarca actualmente.
Desde hace unos años hay un nuevo acercamiento a los sonidos y compositores de la música clásica
Tras renegar durante mucho tiempo de la supuesta rigurosidad e inflexibilidad de la música clásica versus la accesibilidad y sencillez de la música popular, desde hace unos años hay un nuevo acercamiento a los sonidos y compositores de la música clásica, que han estado siempre alejados los unos de los otros en los respectivos circuitos de conciertos, salas y festivales. Desde la posibilidad de celebrar conciertos de música popular en espacios reservados a la música clásica, la aparición de agrupaciones de perfil clásico que participan en discos de músicos de pop rock o la reivindicación de la música clásica contemporánea por parte de artistas de pop, rock o electrónica, la clásica empieza a estar presente en espacios que antes se consideraban reservados a la música popular.
Este año, el Sónar incorpora tres propuestas clásicas a su cartel, aunque estrechamente ligadas a la música electrónica y de vanguardia, cuyo espectro es lo que configura el meollo del festival.
John Luther Adams
El activista y compositor John Luther Adams escribió la obra Become Ocean inspirándose en la masa oceánica del Pacífico y Alaska. Este poema sinfónico de 42 minutos pretende ser un llamamiento a la concienciación sobre la importancia de los océanos como origen de la vida, la destrucción masiva de los espacios naturales y la gravedad de las consecuencias del progresivo deshielo de las regiones árticas a consecuencia del calentamiento global. Comisionada por la Seattle Symphony Orchestra, la obra se estrenó en Seattle en junio de 2013 y ganó el premio Pulitzer de música en el 2014 y el Grammy a la mejor Composición Clásica Contemporánea en 2015.
Se trata de una obra para orquesta en un solo movimiento de 42 minutos, dividida en seis segmentos de siete minutos cada uno y en el que la orquesta está a su vez dividida en tres secciones que interinaran. Música inspirada en el movimiento de los océanos, minimalista y orgánica, y sin ningún rastro de sentimiento humano: pura naturaleza. Become Ocean es una obra fría y tremenda, como es el océano, repleta de crescendos fabulosos en la que lo importante son las texturas y que está más cercana a la electrónica ambient o el drone que a las sinfonías clásicas.
Para su presentación en el festival Sónar, dentro de su colaboración con el Auditori de Barcelona, la obra estará interpretada por la Orquestra Simfònica de Barcelona y Nacional de Catalunya, y dirigida por Brad Lubman.
James Rhodes
La vida de James Rhodes da para escribir un libro. Oh, wait! Él mismo la ha contado en el polémico y duro «Instrumental. Memorias de música, medicina y locura», que en España ha publicado la editorial Blackie Books. Polémico en el sentido más amarillista del término (su exmujer pretendió frenar en los tribunales su publicación) y duro en el sentido más humano y personal (drogas, internados psiquiátricos). Tras una vida dedicada a reponerse de una infancia de continuos abusos sexuales, James Rhodes se ha labrado una importante reputación como pianista. Y en sus conciertos gusta de compartir con el público sus impresiones sobre las obras que interpreta. Unas impresiones con las que quiere transmitir su convencimiento del poder curativo de la música.
El quinto movimiento de la Partita para violín solo n.º 2, BWV 1004 en re menor de Johann Sebastian Bach es su obra preferida. Una grabación de esta obra, que descubrió a los 7 años, le introdujo en el mundo de la música clásica, que a su vez le sirvió de refugio durante su dolorosa infancia, y de inspiración para superar los traumas durante su vida adulta. Y de ahí a convertirse en uno de los solistas más controvertidos y particulares por su lucha feroz contra la rigidez e intransigencia del mundo de la música clásica, que según sus propias palabras «sigue aferrada a los códigos de los años 30». Una especie de enfant terrible si esa etiqueta no hubiese perdido su significado hace tiempo.
Con unas maneras sobre el escenario más propias de un artista de pop rock, y que se extiende a la imagen de sus portadas (no en vano su disco en directo Jimmy fue el primer disco de música clásica con un «parental advisory»), las actuaciones en directo de James Rhodes son un espectáculo imprevisible en el que el artista no solo interpreta obras clásicas con una técnica impecable sino que desnuda su alma entre canción y canción, transgrede las normas de comportamiento preestablecidas para un pianista que interpreta a Schubert y Rachmáninov y consigue que el repertorio cale en un público que antes de conocer a Rhodes tenía encasillada la música clásica como espesa e inexpugnable.
Dawn of Midi
A medio camino entre el jazz y la música clásica, el trío Dawn of Midi parte de la tradición minimalista para construir loops hipnóticos y ritmos de apariencia falsamente sencilla que se plasman en temas eminentemente electrónicos, aunque interpretados por instrumentos tradicionales. Próximos al acercamiento indie de Brandt Brauer Frick o al tempo narcótico de Battles, la música de Dawn of Midi es más experimental aunque sin perder de vista el sentido pop en la dinámica de los temas.
Radicados en Brooklyn, los tres componentes de Dawn Of Midi (el batería de origen paquistaní Qasim Naqvi, el contrabajista Aakaash Israni de ascendencia hindú y el pianista Amino Belyamani, marroquí) se conocieron en San Diego y empezaron a improvisar en una autoimpuesta oscuridad (literalmente, apagando todas las luces). Y de ahí surgió su particular recreación de la música electrónica, ambiental y contemplativa, casi espiritual, y que la banda traslada al directo de forma tan poco convencional que sus conciertos son cautivadores y fascinantes.